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El arte de seducir al tiempo

El arte de seducir al tiempo

Escribir es del quehacer humano de los más complejos, bellos y dicientes del espíritu de los hombres que durante siglos han dedicado inimaginables esfuerzos a encontrar en la palabra un nicho de sabiduría. La escritura es el arte de reflexionar, de imaginar, de contar, y explicitar aquello que nos desborda, aquello que nos constituye como seres pensantes capaces de seducir al tiempo con una idea escrita, para que sea inmortal en un legado que como el de Aristóteles por ejemplo, pueda llegar a ser universal y atemporal.

La escritura es ante todo una reflexión que cautiva por su textura, su delicada pero drástica manera de expresar aquello que en la desnudez del pensamiento es auténtico y considerado como relevante para que nazca al mundo, por ello se insiste tanto en que al develarnos como escritores, elijamos muy bien las palabras y apreciemos qué es digno de ser contado y cómo, en qué tono y con qué silencios contarlo. Y es que pese a la rigurosidad con que debemos escribir ésta no es el limitante de lo que queremos decir, sino el compás que nos permite decir las cosas con belleza. Como quien elige las notas para hacer una melodía memorable, así la trama argumentativa es el resultado de la impetuosidad que expone un texto límpido y gustoso de ser leído. Creo que esto es a lo que refiere Platón cuando en el Fedro Sócrates nombra a aquel discurso que “se escribe con ciencia en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quien hablar y ante quienes callarse”.

El discurso escrito se convierte en un fenómeno al que acude la consciencia y la reflexión desde antes de su creación, en la formación y disciplina de quien escribe, siendo entonces constituciones del texto esta conciencia y reflexión que le permite surcar e invadir el pensamiento de quien lo lee, defenderse y acusar desde su más autónomo sigilo, logrando además despertar en los niños la curiosidad por el saber, en los jóvenes las ansias por acudir a las utopías, en los adultos las ganas por dejar mella en el mundo y en los viejos la memoria. Así la importancia de una escritura reflexiva consiste en ser un canal que transmita saberes, impresiones, pensamientos y todo aquello que aspiremos a transmitir, que simiente y provoque afecciones en quien las recibe y pueda llegar a ser movido a cultivar en el grado más alto y con la más devota convicción en los jardines de las letras.

Sin embargo este ejercicio de escritura reflexiva que abona los jardines, ha sido relegado por la superproducción en serie de textos que informan o persuaden en una vaguedad altiva propiciada por la presión que prescriben los marcos de la composición de textos académicos, el comercio de la palabra como un autor de estas cordilleras llamo en alguna ocasión al compra-vende de textos.

Parece profética la apreciación que de la escritura hacía Thamus, habiéndose inundado las revistas, los libros y demás, con textos que funcionan como fármacos para la memoria, “(las escrituras) es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde afuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos”. Esto indica que en la mayoría de los casos los estudiantes no tienen una formación en escritura, en estilo, en la forma, las pautas, la sustentación y el uso de puntuación para que el texto respire, sino que se ven obligados a hincar todos sus esfuerzos en dar cuenta de los conceptos, los autores, y la información a la que acudieron para darle un contenido, creando textos que tienden a ser una recopilación de información y no textos críticos que dan cuenta de una reflexión.

La escritura académica se centra entonces en lo que se dice y no en el cómo se dice, y es precisamente este cómo lo que resalta a un texto, así como en el discurso oral habrá que tener convicción y tono para presentar la fuerza de un argumento, en la escritura el cómo componerlo es la voz que hace memorable un escrito.

Claro, tampoco podemos hacer a un lado el imperio de la imagen y la oralidad que a partir del siglo XX se consolidan como constitutivos de lo social y que ha traído como consecuencia el desdén por la escritura. La facilidad para acercarnos a la imagen que no cuestiona, ni pone a prueba nuestros conocimientos es más atrayente que el mismo ejercicio de escritura. Es por ello que la escritura hoy en día tendría que ser ante todo no una obligación académica, sino, una actividad que inspire, en la cual nos regocijemos y liberemos aquellas cosas que nos atraganta y nos desespera al punto tal de no poder reprimirlas y tengamos que acudir a un papel para escribirlas, haciendo de la escritura un ejercicio de reflexión individual consiente.

El deleite de escribir es propio del individuo que escribe por gusto, por los placeres más mundanos que se albergan en él cuando escribe, cuando ve aparecer ante si las palabras que se le representan y toman su vida propia, su momento oportuno para nacer al mundo. Las palabras en su concepción más ínfima, son un producto del espíritu y los impulsos que encuentran en el papel la manera de esculpir un argumento y ser en el mundo bajo el clímax del tiempo, un reflejo revestido de autonomía de la explicites de un hombre que piensa.

La escritura reflexiva como testigo de seres críticos, cumple un papel sumamente importante que las instituciones políticas no desconocen. No es casualidad que en las distopías literarias, a los hombres convertidos en la extensión de la máquina o del partido, se les prohíba escribir ya que este ejercicio se considera peligroso y se le señala directamente como un crimen, porque escribir conlleva al ejercicio crítico y audaz de crear un mundo paralelo donde nada es prohibido y todo es permitido. El ejercicio creativo de la escritura hace que personajes como D-503 protagonista de Nosotros, y Smith de 1984 que son fieles servidores de la firme y omnisciente macroestructura, se conviertan en un peligro que debe ser eliminado por poner en duda todo aquello de lo que no se puede ni se tiene porque dudar. Así, autores como Orwell o Zamiatín, afirman en sus obras que los individuos escriben y reflexionan pero los autómatas escuchan y obedecen, valdría la pena fijarnos si estas premisas son factibles en nuestro entorno.

Por último, cabe señalar que la escritura como arte que seduce al tiempo, despliega la fuerza del pensamiento sedicioso que es, a su vez, un constructo crítico en donde el resultado de la reflexión es el valor de la misma escritura.

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Autor/a: María Crsitina López Bolívar
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