El pasado 23 de junio tuvieron lugar las elecciones en el Reino Unido, para decidir su permanencia en la Unión Europea. El resultado, como es conocido, fue mayoritario a favor de abandonar el organismo multinacional. Un resultado previsto por algunos. Aunque durante los días previos las encuestas daban un empate técnico entre el sí y el no, e incluso daban como ganador al sí.
Como en otras muchas ocasiones, las encuestas, propiciadoras de ciertos giros en la opinión pública –algunos pudieran decir que son manipuladoras–, dejaron ver el cobre. Configuran una democracia manipulada. Fenómeno importante, para no dejar pasar sin reparar en él, pero esta no es nuestra preocupación en esta nota.
Pretendemos resaltar que al día siguiente de este referendo, comenzaron a circular noticias, acerca de que una numerosa población inglesa reclama una nueva consulta sobre el tema votado. ¿El motivo? Estaban mal informados sobre las consecuencias derivadas del abandono, por parte de su país, de la Unión Europea. Al final, cuatro millones de personas firmaron una solicitud ante las instancias pertinentes, para que una nueva consulta tome cuerpo. La respuesta del órgano consultado es que “la decisión ya está tomada”.
¡Estaban mal informados! Esta realidad no es inédita ni ocasional en las llamadas democracias modernas. Sucede que los candidatos a algún cargo, con bastante frecuencia, ofrecen a sus electores una cosa y terminan realizando otra. Evidente trampa y manipulación, por las cuales debiera ser destituido el elegido, sin necesidad de consulta jurídica alguna. Simplemente, demandando ante los jueces pertinentes por el engaño ocurrido.
Pero también es común, que los electores opten por uno u otro candidato, por una u otra oferta de gobierno, movidos en su decisión, simplemente por las emociones. Es decir, por el espectáculo, las formas, los colores, los ritmos, la escenografía, que acompaña cada acto de campaña. Decorado que termina por despertar en quienes votan, su confianza y finalmente la inclinación del voto. ¿Manipulación psicológica?
¡El espectáculo! ¡La farándula! Para sorpresa de pocos o de muchos, es el aspecto que finalmente determina la conciencia de las mayorías. El asunto que termina por ser importante en cada consulta electoral, no son las razones. Ni es la explicación profunda de cada una de las promesas de campaña, o el debate sobre tales ideas. Predomina entonces, la forma como habla el candidato, como sean los decorados en sus actos, los colores, el ritmo de las frases, etcétera. Todo esto con detalle, independiente del mensaje, es finamente estudiado y preparado por agencias de publicidad y mercadeo, que resultan siendo el soporte fundamental de las campañas.
¿Gobierno de mayorías? No puede ser, ni tener tal calidad, cuando así resulta que tenemos a la cabeza de las sociedades, no unos gobiernos, en verdad, democráticamente elegidos; sino un remedo de tales. Las elecciones terminan por ser una farsa de la voluntad popular. Farsa cocinada con toda conciencia en los laboratorios de los mercaderes, tanto de jabones o cremas dentales, como de candidatos a cualquier instancia. De ahí que quien más dinero tenga, termine en la mayoría de los casos, como el que cuenta con más opciones para ser elegido.
¡Democracia de casino! Y este tipo de democracia, que es la realmente existente, está en crisis en todos los países, incluso, en la primera potencia del norte, donde la campaña en curso para elegir a quien regirá la Casa Blanca durante los próximos años, está determinada por el aval de los millonarios, los financiadores de uno y otro candidato, que son sus verdaderos electores. El 1 por ciento, correspondiente a quienes tienen sumida en la total pobreza a miles de millones de personas a lo largo del globo, también determina las políticas locales y la geopolítica del primer imperio mundial.
¡Democracia en crisis! ¡Democracia de apariencia! ¡Democracia secuestrada! Actuando como soporte de este secuestro, los opinadores de oficio y los periodistas complacientes. No es casual que así sea. Desde siglos atrás es sabido que los reyes y los príncipes tenían a su lado a los aduladores. Encargados de insuflarles ego. A quienes el poder real protegía con la razón divina, con el poder del discurso o con el poder del miedo. El tiempo ha transcurrido y las circunstancias no son diferentes.
Cada día, a través de los medios de comunicación, algunos quienes se hacen llamar periodistas adulan al poder, desinforman sobre sus actos –sus razones, intereses, aliados, maniobras, manipulaciones, etcétera–, incluso, entrevistan a uno y otro funcionario o dirigente empresarial, facilitándoles que oculten sus reales intereses. Facilitan las coartadas, mediante un conjunto de preguntas que propician no ahondar las cosas, de interés público y social. Periodistas protectores del poder.
Agentes de un periodismo complaciente, que ‘olvidan’ la función del periodista: informar a toda costa. Facilitar la confrontación de visiones y versiones entre los agentes de un mismo suceso. De este modo, permitir que quien lee, ve o escucha, tenga suficientes elementos de juicio para opinar y tomar su decisión con cabeza propia. Periodismo veraz que obliga y hace necesario a quien informa, que en ocasiones, entregue un contexto de los hechos. Que descubra y brinde datos. Que ofrezca detalles no conocidos de la noticia pertinente, de manera que, quien no conoce las razones profundas de uno u otro tema, pueda finalmente construirse un mapa de las causas y consecuencias que realmente están en juego.
Cuando la información no se presenta así, cuando lo informado sirve es para desinformar, la democracia, para la cual el derecho a la información es fundamental, también padece la desinformación. Se deforma. Refleja otra parte de su crisis, evidencia su ‘secuestro’ por los agentes del poder político y económico. En medio de los hechos actuales, tal sensación es el desasosiego que no pocos sentimos en Colombia.
¿Cómo no?, cuando escuchamos las declaraciones o respuestas de ciertos personajes por una cadena radial –¡el mayor opinador del país!– para exigirle al Gobierno, “ante la prolongación del paro camionero”, que le meta mano dura. Es decir, que militarice, que violente a quienes protestan. ¡Un ‘periodista’ que no informa sino que opina, en favor de alguien! ¡Un ‘periodista’ que manipula a quienes dice informar”! ¡Un ‘periodista’ que, como agente del Estado, que como parte del poder, toma posición con total desfachatez por una de las partes! ¡Un ‘periodista’ que opta por atizar el fuego en vez de contribuir para que no tome fuerza! ¿Qué quiere proteger?
Decía un gran periodista polaco: “Los cínicos no sirven para este oficio”*, pero en manos de estos, en boca de estos, están los medios oficiosos en el país. Es claro que este periodismo palaciego y complaciente con intereses financieros e inversionistas, contribuye a debilitar y destruir la democracia, la realmente existente. Realidad inocultable e innegable que plantea un reto mayúsculo.
Tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, en Colombia y en el resto del mundo, hay un desafío: Construir una democracia realmente incluyente, radical, refrendataria, que les abra espacio y poder, en verdad decisorio y soberano, a las mayorías de quienes dice depender.
*Ryszard Kapuscinski, Anagrama, España, 2014.
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