Al salir del apartamento Marlowe ve una mujer joven sentada en las escaleras. Tiene el rostro entre las manos y está totalmente quieta, como si durmiera o estuviera sin sentido. Marlowe se acerca un poco y la mujer levanta el rostro lentamente como si no entendiera nada de lo que está pasando. “¿Lo conocía?”, le dice Marlowe. La mujer tarda un poco en comprender la pregunta, como si Marlowe le hubiera hablado en otro idioma. “Sí, vivo aquí al lado”, dice levantando apenas el dedo índice de su mano derecha y señalando algún lugar indeterminado hacia el fondo del corredor. “Éramos amigos…”. La voz de la mujer se quiebra y mueve la cabeza de un lado a otro. “¿Él le había contado algo en los últimos días, alguna cosa por la que estuviera asustado?”. La mujer continua moviendo la cabeza y permanece en silencio. “Lo que pueda decirme será de gran ayuda para encontrar al responsable”. Ella levanta la cabeza y observa a Marlowe un instante. Tiene los ojos negros y grandes, la nariz un poco ancha y los labios gruesos. Algunas lágrimas aún permanecen a lado y lado de la nariz. Marlowe piensa en una actriz de Hollywood de los años cincuenta, pero no consigue recordar su nombre.
La mujer vuelve a taparse la cara con las manos y no dice nada. Marlowe se da la vuelta y da algunos pasos en dirección al ascensor. De repente siente la mujer a su lado. “Vamos, no quiero hablar aquí”, le dice en voz baja. Marlowe la sigue hasta una de las puertas, casi al final del corredor. La mujer saca una llave del bolsillo y abre la puerta.
El apartamento tiene la misma disposición del anterior, pero está decorado con mejor gusto. Los muebles del comedor y la sala tienen un diseño moderno y colorido. Una gruesa alfombra blanca ocupa casi todo el piso de la sala, lo que le da un aire cálido y acogedor. Las paredes están adornadas con fotografías en blanco y negro. Son fotografías de la ciudad, de personas en la calle, de edificios, de parques. Marlowe se queda mirando una fotografía donde un niño observa fijamente la cámara mientras al fondo se ve un panorama de desolación total. Parece un desierto, aunque Marlowe no está seguro. A un costado hay una torre de energía. Más al fondo algunos perros flacos y casi sin pelo. Los ojos del niño parecen traspasar la mirada de Marlowe que se siente por un momento fuera de sí. “¿Quiere tomar algo?”, dice la mujer sacando a Marlowe de su estado. “No, gracias”, dice Marlowe. “¿Las fotos son suyas?”. “Sí, es mi trabajo”, dice la mujer mientras se sirve un vaso de agua y lo bebe de un solo trago. “Carlos me dijo que tenía miedo”, dice de improviso, dejando el vaso sobre la mesa de la cocina. “Me dijo que su profesor le había confiado un secreto y que hubiera preferido no saber nada”. “¿Un secreto?”, dice Marlowe. “Algo sobre una sociedad, un grupo… yo pensé que exageraba, no lo tomé en serio. Carlos se había vuelto cada vez más paranoico. Creo que sus estudios lo habían vuelto así, desconfiado, asustado. Pero nunca pensé que pudiera pasarle algo…”. Ella vuelve a bajar la cabeza y se queda en silencio un instante. Luego mueve las manos en el aire como si tratara de alejar algún pensamiento y se incorpora. “¿Sabe si Carlos tenía algún otro amigo cercano, alguien a quien pudiera contarle lo que pasaba?”, dice Marlowe. “Tenía un buen amigo, lo encontré varias veces en su apartamento. Se llama Eduardo, Eduardo Contreras. Un amigo de los años del colegio.” “¿Sabe dónde puedo encontrarlo?”. “Creo que trabaja como ayudante de un abogado en el centro, en el edificio Solar”. “Muchas gracias. Le dejo mi número en caso de que recuerde algo, cualquier cosa que pueda servirnos”, dice Marlowe, aunque en el fondo está pensando tan solo en la posibilidad de volver a verla.
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