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Crímenes sublimes

Crímenes sublimes

Capítulo 10

 

Aunque el sol todavía no logra imponerse a la niebla, el día ya ha comenzado con toda su actividad frenética cuando Marlowe sale del edificio. Los trabajos en varias avenidas hacen que la ciudad parezca un inmenso laberinto en medio a un paisaje de posguerra. Cada nuevo desvío lleva a un nuevo congestionamiento. Algunos conductores irritados tocan la bocina desesperadamente como si eso sirviera de algo. En esos momentos especiales, Marlowe suele preguntarse por qué diablos dejó su soleada California para venir a parar a este infierno congelado del tercer mundo. Aunque en el fondo sepa muy bien los motivos y eso sea algo por lo cual no se siente particularmente orgulloso.

 

Después de casi una hora de viaje estaciona frente al edificio Solar en la esquina de la calle 12 con Avenida Jiménez. El edificio fue remodelado recientemente. Tiene la forma de un triángulo terminando de manera arredondeada en el vértice. La parte frontal del edificio está cubierta con grandes ventanales de vidrio lo que le da una apariencia moderna que contrasta con la arquitectura colonial de las casas vecinas. En el edificio funcionan varias firmas de abogados, consultores financieros y una agencia de viajes. Marlowe atraviesa la puerta giratoria y pregunta por Eduardo Contreras. El hombre de uniforme atrás del balcón de la recepción revisa un cuaderno cuadriculado de tapas rojas. “Oficina 618”, dice, “tiene que dejar un documento”. Marlowe le muestra la placa y el hombre asiente con una mirada cómplice.

 

Hombres de corbata impecablemente vestidos y mujeres de sastre oliendo a perfume caro suben con Marlowe en el ascensor. Todos permanecen en silencio. El ascensor para en el cuarto piso, algunos ocupantes salen y se despiden educadamente. En el sexto y antes de que la puerta se abra por completo Marlowe alcanza a ver la figura de un hombre que se precipita por las escaleras a toda velocidad. Marlowe sale del ascensor y comienza a correr detrás de él. A pesar del esfuerzo del hombre la distancia entre los dos se va haciendo cada vez más pequeña. El que corre adelante es un poco gordo, lleva saco y pantalón de color gris y unos zapatos negros de charol que no son los más indicados para escapar de una persecución policial. En el tercer piso el hombre gira sorpresivamente hacia el corredor tratando de alcanzar la puerta de servicio. En ese momento y haciendo un gran esfuerzo, Marlowe aprovecha para dar un salto y caer sobre él. “Estoy muy viejo para hacer esto”, piensa Marlowe sintiendo el dolor a un costado de la espalda. Los dos caen al piso y rápidamente Marlowe lo domina y lo levanta sujetándolo por las solapas del saco. “¿Por qué la prisa Contreras?”, le dice. “Por favor no me mate, yo no sé nada”, dice Contreras asustado. “¿Y por qué lo iba a matar?”. “Ya mataron a Carlos…”. “Cálmese, soy de la policía, no le va a pasar nada”. Contreras recupera un poco la calma y mira a Marlowe aún incrédulo. “Estoy investigando la muerte de Carlos, por eso estoy aquí”. Contreras respira tres veces de forma profunda y cierra los ojos un instante. Marlowe lo suelta. “¿Por qué Carlos se sentía amenazado?”. Contreras saca un pañuelo blanco del bolsillo de atrás de su pantalón y se seca el sudor de la frente. Después mira a ambos lados como si existiera la remota posibilidad de que alguien los estuviera escuchando. “Carlos me dijo que su profesor, el tipo que mataron en el centro, le había contado algo sobre un grupo…”. “Eso ya lo sé”, dice Marlowe impaciente, “necesito saber si Carlos le dio algún detalle que pueda ayudarnos a encontrar a esa gente, un nombre, un lugar de encuentro, cualquier cosa”. Contreras se queda pensativo un momento. “¿Pueden darme protección, al menos por un tiempo?”. “Veré qué se puede hacer”. “Zubiria llegó a decirle a Carlos dónde se reunía el grupo. Es un lugar en el barrio Cabrera, sobre la calle 86. Aparentemente es un bar-restaurante muy exclusivo, pero en el subsuelo funcionan varias salas clandestinas. En una de ellas se hacían las reuniones del grupo.” “Algo más. ¿Algún nombre?”. “Carlos siempre hablaba de De Quincey, decía que era el líder del grupo, nunca mencionó ningún otro nombre”. “Esta bien, llame a este número, pregunte por el subteniente García y dígale que llama de mi parte, él sabrá qué hacer”. Marlowe le entrega un papel con un número y baja por las escaleras hacia la salida del edificio.

Información adicional

Serie
Autor/a: TEXTO DE RAFAEL GUTIÉRREZ, ILUSTRACIONES DE JOSÉ MIGUEL
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