Recuerdo la primera vez que me topé con Daniel Ángel, juntos, entrábamos a trabajar al instituto de don Pedro. La primera impresión que me llevé al ver al joven escritor fue esa, pensar que, por lo joven no sabía nada, pensé que en escritura todas me las sabía; pero cómo andaba de equivocado.
En el 2014, Daniel Ángel, al son de unas cervezas, me esbozó, lo que iba ser su obra maestra. Todo el argumento recogía la Guerra de los mil días, el bogotazo y parte de la vida del joven escritor. Aquella tarde escuché, asombrado, cómo iba a escribir capítulo por capítulo su novela épica colombiana.
Entre mi ignorancia le hacía preguntas escuetas, todo para concluir que, el proyecto iba viento en popa. Lo único que pensaba era que, a Daniel Ángel, le corría nuestra historia por las venas. Porque de algo que sufrimos los colombianos es de la peste del olvido y, el adagio popular dice: «que quien olvida su pasado tiende a repetirlo en un círculo vicioso». Y por lo visto a este joven escritor no le gustan para nada remachar las mismas historias.
Al año de este suceso, recibí vía mail, el primer boceto de la obra. Daniel Ángel me llamó. Me dijo que la leyera y que diera una opinión. Al principio fui reacio, nunca me ha exaltado la novela histórica. Duré, como mula resabiada, unos buenos días viendo el archivo en la pantalla de mi laptop. Sin embargo, razoné que esto no se le hace a un amigo de letras, así que, un sábado por la mañana comencé la empresa.
Rifles bajo la lluvia, el título me gustó. Linda metáfora del conflicto armado colombiano que llevamos a cuestas desde que Colombia es Colombia. Al introducirme en el primer diálogo no quise dejar de leer. Escrita de una manera sencilla y puntual. Entre más me iba introduciendo a la historia más me identificaba con Pablo, uno de sus protagonistas. Asimismo, me gustó la forma con qué nos cuenta, con horror, los asesinatos de la Guerra de los mil días. Y no sobra decir que no conocía, esta parte oscura del país. Jamás había leído a un general Uribe Uribe (no confundir con el Uribe de nuestra época) batallando por lo que Simón Bolívar alguna vez soñó. Fue bueno sentir la angustia de saber que esa Colombia pasada es la misma Colombia de nuestros días. Y luego, en medio de la lectura, ojear cómo se abre la burbuja del Bogotazo. Cincuenta años después de la Guerra de los mil días y volvemos a caer en la monotonía de la violencia. Sentir como mueren los personajes al frente de uno. Me sentí como un viajero del tiempo, incluso sentí la Calle Real de aquel tiempo, transportando en su tranvía a los cachacos urgidos de tiempo. Y, por último, primera vez que leo una historia humana y desgarradora. E imaginé por unos cuantos días su final sorprendente y revelador.
Eso es en resumen Rifles bajo la lluvia, un libreto escrito con pan y agua. Un libreto que debemos mascullar concienzudamente, ya que, nosotros, los colombianos, estamos girando y girando sin pensar que la historia se nos repite todos los días. Desde que leí la novela, creí que tal vez hay esperanza, que tal vez el cambio si lo debemos hacer nosotros. Con la lectura de Rifles bajo la lluvia se debe cortar de raíz la peste de la duplicación. Ha llegado por fin un libro que nos da una bofetada en la cara.
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