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Ecos de un despertar

Ecos de un despertar

Las últimas semanas del mes de mayo y las primeras de junio, con diversidad de movimientos y conglomerados sociales movilizados en defensa de sus reivindicaciones, desnudaron el verdadero espíritu del Gobierno que encabeza el señor Santos –por si alguien tenía dudas sobre el particular–, aireando al país con una ventisca de necesaria democratización e indicando desde ahora que esta será la pauta que marque al país en los años por venir.

 

De los conglomerados sociales movilizados, Buenaventura (ver página 11) y Quibdó dan la pauta. Dos territorios que otrora fueron uno solo –parte de lo conocido como Gran Cauca–, poblados por descendientes de esclavos, mirados por el poder como tierra de Misiones y así entregados a la Iglesia para su adoctrinamiento, de lo cual no dudaron los ‘enviados divinos’.

 

Aquel territorio, desde el centro del poder nunca fue valorado en su real dimensión –¡indios y negros!, rodeados de animales y selvas. Los gringos sí sabían parte de lo allí existente, y en particular en el Chocó construyeron sus enclaves mineros. Esa población, pese al desinterés oligárquico, logró sobrevivir con parte de sus saberes y tradiciones conservados. Apenas hace pocas décadas la crisis mundial del capitalismo descubre su verdadero potencial en biodiversidad, con territorios cruzados por variedad de fuentes de agua, con minerales diversos en sus entrañas. El surgimiento de China como potencia también redescubre la importancia geopolítica de esta parte del país (de ahí el puerto de aguas profundas localizado en Buenaventura), recordando que al fin y al cabo una fortaleza del país es la salida que tiene por dos mares. Cuando permitieron el desmembramiento de Panamá, a pesar de lo visionado por Bolívar en su Carta de Jamaica, los ‘ilustres’ radicados en la Sabana de Bogotá ni entendían el país que tenemos ni imaginaban que hacíamos parte del mundo. Ignorancia prolongada en el tiempo.

 

Olvidados por siempre, de manera ininterrumpida sus pobladores sufrieron la desidia oficial. Sus territorios padecieron (padecen) la extracción de materias primas y ganancias para llenar los bolsillos de unas pocas familias. La extracción devastó todo aquello que tocó: Andagoya y otros municipios chocoanos así pueden testimoniarlo, pero también las cuencas de innumerables ríos, entre ellos el San Juan y el Atrato.

 

Aunque todo tiene un límite, y así lo reafirma el dicho que enfatiza que “no hay mal que cien años dure/ ni cuerpo que lo resista”, y para la muestra dos botones, los cuales, pese a sus reclamos y acuerdos con el alto gobierno, fueron objeto de burla del mismo, incumpliendo la palabra empeñada. El irrespeto despertó desconfianza y decisión de lucha, hasta la declaratoria de paros cívicos indefinidos. La capacidad para sostener la decisión ciudadana, colectiva, terminó por torcer, así fuera en parte, el discurso oficial de que “no hay plata”, de que “la regla fiscal” no nos permite comprometer más recursos. Pues, quebrantando la Regla, los acuerdos exigidos se firmaron, enseñando a todo el país que un tipo de protesta como el paro cívico debe ser preparado con mucha antelación, estructurando una entramada red que lo soporte, con exigencias claramente establecidas, así como los liderazgos por exponer, siempre debidos en sus negociaciones a la decisión última de las asambleas ciudadanas.

 

Como en 1977, cuando el país fue estremecido por el primero y único de los paros cívicos que conoce, en realidad nacionales y paralizantes, estos de ahora externalizan un factor organizativo de nuevo tipo, donde diversos movimientos sociales, entretejidos con sus poblaciones, logran aislar al establecimiento, permitiendo divisar quién(es) es/son los contrarios por enfrentar y cómo hacerlo.

 

Resalta en ambos casos que sus pobladores perdieron credibilidad en el gobierno de turno (queda por identificar si también en el establecimiento), así como el miedo sembrado allí por el paramilitarismo. Tanta manipulación oficial, con tantos incumplimientos, no da para menos. Un interrogante por esclarecer es si esta ruptura fue posibilitada por la participación del paramilitarismo en las protestas, que, de ser así, ubica a los actores políticos y sociales alternativos ante la realidad de un proyecto de poder fascista con base social. La participación de la Iglesia, con su profundo enraizamiento, también realza un factor de poder, superador de su simple visión y misión ideologizante tan reiterativa y destructiva hasta los años 80, para transformarse en factor de esperanza para miles de familias arrinconadas por el desgreño estatal, así como por el factor paramilitar y el conjunto de la guerra desatada en sus territorios.

 

El papel de las iglesias, como espacio para compartir el dolor y la memoria, tan evidentes en Quibdó y otras poblaciones situadas a lo largo del río Atrato, al igual que en Buenaventura y todo el territorio que cubre la diócesis allí existente, así como su acompañamiento a los miles de desplazados y expropiados de todo lo suyo, son las bases evidentes para la movilización que hoy toma forma.

 

Con el tablero a la calle

 

La pérdida de credibilidad también resalta en la protesta de los docentes responsables de la educación pública en todo el país. Con renovada energía y decisión de lucha por sus derechos, las bases del magisterio llevan a la dirección de Fecode a no ceder en lo demandado, abriendo un espacio social a través del cual, como no se veía desde hace varias décadas, docentes y comunidad educativa podrían reencontrarse, dejando el espacio abierto para que un nuevo movimiento urbano tome aliento en el país en los años por venir.

 

La desinformación que emana de la Casa de Nariño de la disputa en curso, y el eco que los medios oficiosos le garantizan al discurso gubernamental, difícilmente creíble, también abren un espacio en la sociedad para que Santos pierda la escasa credibilidad que le quedaba. Con el sol a cuestas, esta realidad bien pudiera darle paso a cualquier protesta social, de grande o pequeño calado, cuestionando a su paso a la totalidad del establecimiento en procura de democracia económica pero no sólo formal –política o electoral. Una democracia de nuevo tipo en cuya consecución la sociedad colombiana pueda dar un salto de calidad en sus luchas, rompiendo la unidad del establecimiento. Falta imaginación y vocación de lucha para que así sea. ¿O tal vez es el factor electoral el que maniata a unos y otros?

 

La agenda de paz, en el cumplimiento de lo acordado entre Gobierno y Farc, sin duda es un elemento que ayuda a que esto no ocurra. Es sorprendente cómo se dividen las agendas de lucha, perdiendo la mirada de país al quedar ensimismados en el factor particular. Sin superar errores de siempre, organizaciones alternativas de diverso cuño siguen priorizando su agenda particular como el propósito fundamental por encarar, dejando a un lado al país nacional, que una y otra vez les recuerda que deben renovar sus formas de analizar y proceder.

 

En medio de estas luchas, que también congregan a los trabajadores estatales (ver página 14) en procura de estabilidad y mejora salarial, así como otro cúmulo de reivindicaciones sectoriales, llama la atención el surgimiento y el posicionamiento de la consulta popular como una nueva forma de lucha irrigada por decenas de poblaciones pequeñas y medianas, en defensa de sus territorios y de la vocación agrícola de sus suelos. Las consultas populares, para que sus habitantes decidan si allí se llevan a cabo o no, explotación minera, va dejando en claro que la conciencia ambiental gana cada día más espacio, y que la gente prefiere lo poco pero perdurable, a lo mucho pero efímero.

 

De las formas de lucha se ha escrito mucho, y aquí una vez más queda reafirmado que nadie en particular las inventa sino que aquéllas toman forma a la luz de los sucesos particulares, para luego, desde un sitio puntual, extenderse como referente por todos los lugares donde se vivan iguales circunstancias.

 

De lo escrito aquí deberán pasar meses para que se sepa con toda propiedad el rumbo que toman los acontecimientos y si, como todo parece indicarlo, los movimientos sociales del país empiezan a transitar la senda de la recuperación de su iniciativa. Mientras ello sucede, no se puede perder tiempo: la democracia directa y refrendataria aparece como una necesidad imperiosa. Como canal para facilitarlo, se requiere darle cuerpo a un sistema nacional de comunicación alternativa, desde el cual la naturaleza del poder quede al desnudo, a la par que se entreteja una gran diversidad de agendas sociales, dejando su particularidad para saltar en calidad hacia un común referente nacional.

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Autor/a: Equipo Desde Abajo
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