“He venido a estar triste, me aflijo.
Ya no estás aquí, ya no,
En la región donde de algún modo se existe,
Nos dejaste sin provisión en la tierra,
Por esto, a mí mismo me desgarro”.
Nezahualcóyotl
El coyote hambriento aúlla en el jardín. Mira hacia la luna llena y cree que allí un dios misericordioso lo contempla, mira hacia la montaña y cree ver la silueta de un lobo que huye de la frontera de la noche. Recuerda a su padre y el hambre crece como un pozo insondable dentro de su pecho, lo recuerda valiente, erguido, blandiendo su lanza en contra del enemigo, él solo, su padre solo luchando contra una veintena de guerreros tepanecas de Azcapotzalco que había enviado el malvado rey Tezozómoc para destronarlo. Hasta que cayó, con la mirada repleta de fulgor, aferrándose a su lanza como si fuera la vara que lo unía a la vida, entretanto él, su hijo, el príncipe debía contemplar la escena más terrible para cualquier hombre: ver morir a su padre. Por eso, se convirtió en el coyote hambriento, el coyote que no conoció jamás un límite, que jamás sació su hambre, al que jamás se le agotaron ni la tristeza ni las lágrimas al sentirse derrotado y perseguido, el gran poeta maya Nezahualcóyotl, que aullando a la luna cantó, “¿Con qué he de irme?/ ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?/ ¿Cómo ha de actuar mi corazón?/ ¿Acaso en vano venimos a vivir,/ a brotar sobre la tierra?/ Dejemos al menos flores/ Dejemos al menos cantos”.
Este maravilloso poeta nació en el año de 1402 en Texcoco, en el México antiguo y murió en 1472. Era el sexto hijo del rey chichimeca Ixtlilxochitl y de la princesa azteca Matlalcihuatzin, por eso por sus venas cabalgaba sangre de los dioses. Si se leyera su historia sin las prevenciones insanas que degeneró en nosotros el occidentalismo, se podría pensar que se trata de un guión de una película de Hollywood, o si algún conocedor de las biografías de los escritores griegos antiguos la conociera pensaría que es la copia de la trágica y desgraciada vida de uno de los primeros poetas malditos como Eurípides, ya que luego del asesinato de su padre, cuando él tenía tan sólo 16 años, devino sobre su vida la persecución por parte de los enemigos de su padre para que él, el maravilloso poeta chichimeca, jamás recuperara el trono.
Pero no es de su trágica y a la vez maravillosa vida que se encargará este texto, sino de la poesía que Nezahualcóyotl compuso, de la belleza de su lenguaje, de la profundidad que socavan sus versos, del misterio que circundan sus preguntas sobre la vida, sobre la mundanidad y lo efímeros que resultamos los hombres. Y resulta tan sorprendente que no reconozcamos a uno de los poetas prehispánicos más importantes en la historia de nuestra América, que pasa entonces a ser el lenguaje un elemento de segundo nivel cuando estudiamos alguna cultura antigua, pues el lenguaje de la poesía es la representación máxima del desarrollo del pensamiento de una sociedad.
En primera instancia debe reconocerse que hay un desconocimiento bastante profundo de nuestras culturas prehispánicas, tan así es que en el currículo de español y literatura de la básica y la media no se profundiza en el estudio de la literatura de nuestros antepasados, y por el contrario las literaturas antiguas de Grecia y Roma ocupan gran parte de dicho currículo. Y ahora, con el uso de las plataformas virtuales y los medios masivos de comunicación somos más extranjeros que autóctonos, pertenecemos más a otros parajes del mundo que a nuestra propia tierra.
De este modo, el desconocimiento de nuestras costumbres y formas de vida pasadas, nos ha llevado también a desvalorizar la producción artística de los indígenas que ocuparon esta misma geografía, en especial en el área de la literatura. Pero, al leer a un poeta como Nezahualcóyotl, esta idea se refuta, ya que sus textos, además de estar cargados de emociones sinceras y de profundidad en la reflexión, nos hablan de la ruptura del lenguaje que requiere la composición poética para que emerja la poesía misma.
En versos como “Me he venido a afligir,/ Sólo he venido a quedar triste,/ Yo a mí mismo me desgarro”, se enuncia el dolor por la vida; o en el siguiente “Que no se angustie mi corazón./ No reflexiones ya más/ Verdaderamente apenas/ De mí mismo tengo compasión en la tierra”, podría decirse que se trata de un fragmento de un poema existencialista del siglo XX; “¿Es que en verdad se vive aquí en la tierra?/ !No para siempre aquí!/ Un momento en la tierra,/ si es de jade se hace astillas,/ si es de oro se destruye,/ si es plumaje de ketzalli se rasga,/ !No para siempre aquí!/” Un momento en la tierra», en estos versos se contempla la metaforización, el sutil manejo del lenguaje, el uso de recursos poéticos y se logra apreciar que su “legado de poesías, que aproximadamente fue de 30 composiciones dio cuenta de su vida como guerrero, como rey y como amante de la naturaleza viva” (quien.net/nezahualcoyotl, 2017).
Es así como la poesía es representación de un sistema de pensamiento abstracto, que se alejó de la propia realidad para reconfigurarla por medio del lenguaje; es la amalgama entre el pensamiento, la emoción, le percepción de la vida y la rebeldía por embellecer lo que nos rodea; es la forma cómo los hombres han luchado por preservar su mirada del mundo, como lo dice (Steiner, 2013) “el poeta ha hecho del habla un dique contra el olvido, y los dientes agudos de la muerte pierden filo ante sus palabras”. Y sin embargo, pareciera que para este poeta azteca ha pasado lo contrario y que al final de cuentas la muerte lo devoró.
Por eso, el coyote hambriento ya no se encuentra en el jardín, ya no observa hacia la luna ni contempla el rugir de la flor que se abre, a diferencia es su silueta la que corre por la montaña, la que se oculta al amanecer para observar las huellas que dejó su padre, las marcas que se dibujan en el viento y que señalan el camino del silencio, el camino de la poesía, de la palabra que se canta, pero por un momento se detiene y nos mira, aguza sus sentidos para presentirnos y cuando comprueba lo que hemos hecho con su lengua y con su tierra baja la cabeza y triste prosigue su camino.
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