Recorrer los barrios populares de Bogotá a partir de la práctica comunicativa popular feminista. La Voz de la Mujer un trabajo que parte del amor como certeza de vida propicia escenarios de participación política para las mujeres desde la autogestión, la autonomía y la sororidad.
Hace algunos años tomé una decisión que definitivamente cambio mi existencia: Estudiar Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Pedagógica Nacional. Por fortuna logré acceder a la educación pública apenas termine el bachillerato. Este hecho significó un cambio abrupto y agresivo para mi vida. Pues, debido a la precaria educación que recibí en los colegios públicos llegué a la Universidad con muchísimos vacíos, que más de una vez provocaron ruborizarme y hacerme sentir insegura de mi misma. La entrada a la universidad me expulsó de la burbuja de mi casa, me situó en un lugar llamado Bogotá que hace parte de Colombia, y a su vez de América del Sur por no ir más allá.
En la Universidad aprendí que no estoy sola en este lugar, y que este lugar ya tiene un camino recorrido antes de mi existencia. Aprendí que la educación no es la mera acción mecánica de reproducir un conocimiento, sino que es una de las herramientas más poderosas que tenemos para que existamos seres libres, autocríticos y cambiantes de su propia realidad. Esto no solo lo aprendí en el aula de clase, sino en los rincones de la Universidad, debatiendo opiniones y lecturas con mis amigos y compañeros de carrera o no, muchas veces alrededor de un cigarrillo, una botella de Old John o simplemente en el hueco entre clases.
Aprendí que la vida es para darla. Ser profe implica ofrecer toda tu existencia, tu razón y tus sentimientos para los otros, no con el ánimo de iluminarlos, sino con la voluntad de construirnos mutuamente y aportar desde la reflexión constante formas diferentes de percibir y actuar frente a la vida. Que la educación no se limita a la escuela, este es un muy estrecho escenario, limitante, segregador, excluyente, elitista y no representa las formas y los lugares en donde milenariamente se han construido los conocimientos de nuestros pueblos. Prefiero hablar de la plaza de mercado, la casa cultural del barrio, el parque, la fábrica, el campo, la tulpa, la calle, lugares donde se han construido los saberes que nos han permitido continuar cotidianamente y cuestionarnos nuestra forma de vida dentro de un sistema económico consumista.
Otro de los cambios fundamentales que atravesaron mi forma de percibir la vida, fue cuando conocí el feminismo. Sí… Ese término tan cuestionado y desvalorizado el cual me permitió comprender lo que implica ser mujer diversa dentro de esta sociedad. Más aún, vislumbrar que es ser mujer latinoamericana, pobre, futura docente. Entendí que me atraviesa por el cuerpo a mí y a todos y todas no solo el capitalismo como sistema económico, sino también el hetero-patriarcado como sustento cultural de dominación, que nos dice que solo pueden existir hombres y mujeres con patrones, determinando formas impuestas de ser, estar, en esta sociedad que reproduce el sistema de consumo de cuerpos y mercancías.
Entendí que es muy importante cambiar nuestras relaciones con las otras personas, aspecto que se consigue en nuestro diario vivir. La cotidianidad, que no estamos determinados por nuestro físico, no somos lo que dicen nuestros genitales, somos lo que sentimos y nos hace feliz, lo que nos deja ser y sentirnos bien con nosotrxs mismxs. Comprendí, los valores del feminismo como el cuidado, el autocuidado, la sororidad que significa el amor y la comprensión entre los seres, reconociendo el amor que podemos brindar, más allá de la envidia, egoísmos y competencias individuales entre géneros, característica del patriarcado.
En este camino conocí a mis compañeras, mujeres jóvenes como yo, con ganas de cambiar este mundo de mentira y plástico. Empezamos a reunirnos para discutir temas que creíamos importantes, en ese momento entendimos la importancia de mostrar nuestra voz, lo que pensábamos de nosotras y de esta sociedad que nos excluye. Ahí fue cuando conformamos un medio de comunicación alternativo llamado La Voz de la Mujer, recordando las compañeras argentinas del siglo XIX que levantaron la voz en contra de la explotación obrera y sexual por parte de sus patronos y compañeros. Ellas, que decidieron entrar a la confrontación política y cotidiana sin dios, ni patrón, ni marido, siendo ellas mismas levantando su propia voz por los derechos de todas las mujeres.
Empezamos con un boletín mensual, siempre desde la autonomía y la autogestión es decir con las uñas, pero con una necesidad de trabajar con la gente de los barrios que nos movía las entrañas; quisimos salir de los muros de la Universidad y de la Escuela para encontrarnos con escenarios como las Huerta de Unir, o La Adelita, El salón comunal Quintas de Usme, el programa de radio Barrio Adentro, la plaza de mercado de Las Cruces y de Techotiba, o también la hermosa y auto gestionada casa cultural El Trébol en el Barrio Ciudad de Cali, además del lindo y libertario Rincón Cultural El Caracol.
A partir de nuestras escuelas de formación interna, pudimos profundizar en todas las ideas que teníamos. Entendimos lo importante que es la comunicación, el voz a voz, el poder escuchar a las y los otros, entenderlos, pero también visibilizar esas voces, porque muchas dicen la verdad, quieren expresar y otras necesitan denunciar.
Quisimos poner a disposición de la gente pero especialmente para las mujeres un Medio de Comunicación Popular Feminista (CPF) acompañado de escenarios de Educación Popular como los Talleres de Arte en Comunidad con los niños y niñas en el Barrio Quintas de Usme, La Escuela de CPF Las Voces de Techotiba en el Rincón Cultural El Caracol escenario de proyecciones y encuentro con mujeres de la localidad en el cual dio como resultado una cartilla digital de CPF junto a muchas más compañeras y el Colectivo Violetas del Sur. Además, de una Galería Fotográfica en apoyo al Proceso de Liberación de La Madre Tierra en el Norte del Cauca.
Este camino ha sido un permanente y constante proceso de aprendizaje: brindar y recibir. Con los compañeros indígenas y otras compañeras llevamos a cabo un muy bonito programa de radio en la plaza de mercado de Kennedy, en el que pudimos hablar de la liberación de Uma Kiwe. La plaza de mercado como lo había mencionado es un escenario que creemos supremamente importante porque en él se encuentran saberes que nos pueden ayudar a curar diversas enfermedades a partir de la medicina natural, en donde se apoya a los campesinos, a la gente del común. Un lugar que quieren acabar las grandes empresas de mercado en la ciudad como Éxito, Carulla, etcétera.
Así mismo, la placita es un escenario de encuentro, en donde los conocimientos del campo llegan a la ciudad, así los citadinos podemos tener un poquito de eso que se vive allá, el decir y recibir unas palabras, el compartir un alimento, ofreciendo siempre lo mejor de sí para con los demás.
Nuestra colectiva, desde la práctica comunicativa ya sea escrita a partir de escenarios de opinión virtual, el boletín físico para el barrio, el fanzine para el toque, los diferentes programas radiales, y los eventos sociales, hemos pretendido darle eco a las voces de las mujeres que nos pensamos una vida diferente, que deseamos y luchamos para que todas y todos logremos el derecho de gozar las mismas oportunidades en todos los aspectos de nuestras vidas, desarrollar nuestra conciencia y capacidad de gobernar nuestras propias vidas, exigir que no gobiernen nuestros cuerpos.
Nosotras La Voz de la Mujer entramos al escenario de la comunicación para hacer visibles las voces de las y los excluidos. De las mujeres y hombres nuevos que a partir del amor como certeza de vida, decidimos entrar a la confrontación y transformar desde nuestra práctica cotidiana las condiciones en las que nos han obligado a vivir.
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