En el reconocido ensayo, “Apocalípticos e Integrados”, Umberto Eco nos advierte que Superman se las trae. Dice: “de un ser dotado con tal capacidad y dedicado al bien de la humanidad […] se podría esperar la más asombrosa alteración en el orden político, económico y tecnológico del mundo. Desde la solución del problema del hambre, hasta la roturación de todas las zonas actualmente inhabitables del planeta o la eliminación de procedimientos inhumanos […]. En vez de eso, Superman desarrolla su actividad en la pequeña comunidad en la que vive y el mal, el único mal a combatir, se configura en la especie de individuos pertenecientes al underworld: los que desvalijan bancos y coches-correo. En otras palabras, la única forma visible que asume el mal es el atentado a la propiedad privada”, y el bien: a la caridad.
Desde este punto de vista, las historias de superhéroes son instrumentos ideológicos que están en función de los intereses de la clase dominante. Digámoslo en la vieja terminología marxista: dichas historias son instrumentos de dominación de clase. Hay razones para creerlo: en efecto, como dice Eco, más que protectores de la humanidad, los superhéroes son los principales protectores de la propiedad privada, de los valores y de las condiciones ideológicas que la justifican. Pero estas historias heróicas son más que un instrumento de dominación y no se reducen sólo a la clase. Son principalmente herramientas de deshumanización y abarcan el género y las razas. Es bien sabido que durante años la figura del superhéroe ha sido la del hombre blanco y la del villano la mujer o el hombre no blanco.
Sin embargo, razón de su gran capacidad de atracción, esta deshumanizaciòn no es evidente, no es visible a simple vista. Estas historias ocultan sus mensajes sexistas, racistas, elitistas y contrainsurgentes, con un ropaje de crítica social, una crítica que, sin embargo, es tolerable, comestible, que no perturba a los grupos de poder o, por mucho, son una diminuta piedra en el zapato. Por eso nada pasa cuando en Iron man 3 se parodia la imagen del terrorista que surgió tras los atentados del 9/11 en las Torres Gemelas: la del barbudo con rasgos del Medio Oriente (remedo de Bin Ladem), que al final resulta ser un mediocre actor estadounidense. Esto mismo sucede con la aclamada serie The punisher.
Alianza macabra
Entre los mensajes críticos en The punisher: la corrupción de la CIA, los efectos negativos en los soldados retirados, el terrorista interno y el control sobre las armas, hay uno oculto –o inconsciente– que merece especial atención: la necesaria y justificable alianza entre la justicia como institución (encarnada principalmente en la agente Madani) y la ilegalidad (representada en Frank Castle y Micro), para que aquella funcione y sea realmente efectiva. Un mensaje peligroso e incontrolable. Pero vamos por partes; para entender cómo se expresa esto primero hay que definir quién es Frank Castle.
Frank Castle es un tipo de antihéroe cuyas virtudes, dice Eco, “se humanizan, y sus poderes, más que sobrenaturales, constituyen la más alta realización de un poder natural, como lo es la astucia, la rapidez y la habilidad bélica”. En ese sentido, Frank es un exmarine que ha desarrollado al máximo sus dotes como combatiente. El soldado perfecto. Adicto a la sangre. Entre más lo golpean más fuerte se hace y, mientras un soldado cualquiera cae fulminado ante una explosión, Castle agudiza sus sentidos, deja de respirar y en cuestión de segundos aniquila a toda una escuadra, sin balas, sin armas, sólo con sus manos. Pero ¿por qué Castle es un antihéroe y no un superhéroe? Por eso mismo, precisamente. Los antihéroes son personajes que están en la frontera entre el reino de los villanos y el reino de los héroes. Ser antihéroe significa que el fin justifica los medios. A diferencia de Superman, de Batman y de Black Panther, Frank aniquila a sus enemigos insertándoles balas en la cabeza o triturándolos a mazazos. Esto nunca lo haría un héroe. Sin embargo, tampoco cruza la línea de la maldad porque nunca asesina a nadie “inocente”, todos los que están en su mira hicieron algo malo que justifica su muerte; como matar a un familiar, amenazar a un amigo. De Frank podría decirse que mata en defensa propia o con justa razón. Si un soldado se topa enfrente suyo con la orden de detenerlo, Frank le advierte que no le quiere hacer daño y suplica a Dios que lo deje seguir. Eso causa que el público empatice con sus objetivos, como la justicia, pero rechace sus métodos, la violencia.
Otra característica que reafirma la postura de antihéroe de Castle es que sus motivos son absolutamente personales. Miremos: Frank sólo ataca a los criminales que hicieron o quieren hacer daño a su familia o amigos. Contrario, los verdaderos héroes luchan por la humanidad. Si bien Bruce Wayne se convierte en Batman por un motivo personal, pronto, tras cumplir su objetivo, se dedica a luchar contra el crimen en Ciudad Gótica. Frank no. A penas cumple con su cometido se pierde, se convierte en un obrero de construcción asocial, aislado del mundo, como se muestra en los primeros capítulos en The punisher. Lo preocupante de este tipo de personaje, del antihéroe, es que son los que más fuerza de atracción, más admiración e imitación ejercen sobre el público, ejemplo de ello es Deadpool. Si ya son peligrosos los modelos de héroes convencionales que luchan contra el crimen del bajo mundo por el supuesto “bien común”, peor aún aquellos que se reducen hacia lo simplemente personal, como la venganza. Así, si de Superman no esperamos una revolución, de estos antihéroes ni pensemos siquiera que salgan a votar.
Definido Frank Castle, pasemos página. En The punisher los enemigos de Frank son Billy Russo y William Rawlins, conocido como Orange. Russo también es un exmarine retirado (el mejor amigo de Castle en Afganistán) y dueño de Anvi, una compañía de seguridad privada cuyo personal lo componen veteranos de guerra, aquellos que no encuentran darle otro sentido a su vida más que seguir bañándose en sangre. Russo se esconde tras una fachada de empresario filántropo que dona parte de sus ganancias a la fundación de Curtis Hoyle, dedicada al apoyo psicológico de soldados retirados que sufren estrés postraumático. Sin saberlo Frank, Russo trabaja para Orange desde que estaban en Afganistán y fue a él a quien la policía buscaba en Central Park cuando ocurrió la fatalidad que le destruyó la vida y lo convirtió en zombi. Si Billy Russo es el estereotipo del empresario que se enriquece con la guerra, William Rawlins es el típico agente de la CIA corrupto que, gracias a su posición, se enriquece en suelo extranjero trasportando droga en los cuerpos de soldados fallecidos y asesinando a supuestos terroristas que resultan ser agentes de gobiernos locales que investigan sus acciones, como el que Frank, por orden de Orange, asesina. Es ahí cuando entra en la historia otro personaje típico, la agente Madani, quien desde entonces carga con la mayor parte del argumento de la historia porque es quien investiga a los implicados del asesinato de su compañero a manos de soldados norteamericanos. Investigación que va a tener obstáculos impuestos tanto por Orange como por la justicia misma. Aquí es donde está el meollo del asunto porque, para saltar los obstáculos, Madani debe incurrir en acciones poco legítimas, como engañar a sus subordinados llevándolos a una operación suicida. Pero Madani sabe que sólo así obtendrán resultados.
Esa misma idea la tiene otro personaje fundamental, David Lieberman, conocido en el mundo oculto de los hackers como Micro, un genio no tan típico de la navegación. Él, al igual que Castle, desconfían de la justicia y por ello se mantienen al margen. Más que desconfiar, han sufrido en carne propia la corrupción. Cuando Liberman trabajaba para la Agencia Nacional de Seguridad como analista informático recibió el video en el que se ve a un soldado encapuchado asesinar al colega de Madani. Dubitativo, se lo hizo llegar a esta, pero por razones desconocidas la mujer lo pierde. Agentes de la CIA, que trabajan para Orange, descubren que Lieberman filtró el video e intentan asesinarlo. Así, Lieberman, quien debe aparentar estar muerto, pasa a ser Micro. Micro busca a Castle para que le ayude a vengarse y, luego de varias peripecias, Castle accede. Sabe que necesita las herramientas tecnológicas que Micro le ofrece.
La crítica evidente –visible– que se hace a la CIA no es de menor calibre. Como dice Marion James, subdirectora y jefe inmediata de Orange, quien desconocía las andanzas de su subalterno, las acciones de éste, de ser conocidas, destruirían años de política exterior de los Estados Unidos, lo que sucede en realidad. Es verdad que la crítica se suaviza dado que la problemática se reduce a unos cuantos corruptos, las “manzanas podridas” que hay en cualquier institución y que por tanto no demuestran que el comportamiento de la agencia sea estructural, como en realidad lo es.
Sin embargo, el mensaje menos evidente y por tanto más peligroso que ayuda a justificar acciones ilegales de la justicia queda oculto. La serie expresa, con Castle, Micro y con la misma Madani, ese sentimiento de desconfianza que el ciudadano común siente hacia la justicia. El problema surge cuando el espectador ve que sólo cuando la justicia recurre a la ilegalidad es cuando encuentra pruebas, descubre información relevante y capturan a los resposables, o por lo menos los descubren, lo cual se logra cuando el trio (Madani, Castle y Micro) en el desenlace de la historia se unen para atrapar a Orange y Will. Hechos que en la justicia ordinaria resultan inalcanzables.
Pensemos en los efectos de este mensaje en un espectador cercano: el colombiano común. ¿Qué pasa cuando nuestro espectador recibe este mensaje? ¿a quién representa Castle en este contexto? Sin duda, el espectador asimila a The Punisher con un paramilitar. No puede ser un guerrillero porque, como se ve, Castle nunca busca una revolución ni tomarse el poder político. Él es un exmilitar con sed de venganza. ¿Suena familiar? ¿de cuántos paramilitares no hemos escuchado que buscaban vengar la muerte de sus familiares ya que la justicia no pudo con las Farc? Podría decirse que tal conclusión parece sacada del sombrero del mago, pero, aclaremos: no es que consideremos que los productores de la serie hayan decidido de manera deliberada hacer una historia para justificar el paramilitarismo en Colombia, claro que no, lo que sucede es que los mensajes son contextualizados y consumidos acríticamente por el espectador, el mismo que no advierte que The Punisher se las trae.
Leave a Reply