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Prisión Fantasía

Prisión Fantasía

A pesar de algunos relatos forzados, innecesarios y ‘alargados’ (en el sentido garciamarquiano), The Orange Is The New Black, en su sexta temporada, logra mantener atento al espectador gracias a sus historias dramáticas e irónicas, a sus personajes dotados de gran vitalidad y a su perfecta habilidad de dar “golpes” inesperados (en el sentido cortaciano) hasta dejarnos noqueados.

 

Quien resiste los engorrosos primeros capítulos, como quien cruza por el desierto, encontrará al final la Tierra Prometida, una que, sin duda, mana leche y miel. Sin convertirse en un documento panfletario, la serie denuncia el racismo estructural y las siniestras y deshumanizadas implicaciones de haber privatizado el sistema penitenciario en Estados Unidos. Muestra, al interior de las cárceles, la conflictiva vida cotidiana y sus dinámicas de poder y supervivencia y nos adentra al mundo íntimo, complejo e imposible de juzgar de sus fascinantes personajes.

 

Un juicio con muchos problemas

 

Luego del indignante asesinato de Poussey Washington (Samira Wiley), quien fue asfixiada por un joven guardia sin el perfil para tratar con las reclusas, y el posterior motín desatado por este hecho, reprimido por la fuerza policial antidisturbios, la trama pasa a las sentencias de las reclusas no sólo por haber liderado el motín sino por la muerte del oficial Desmond Piscatella (Brad William Henke), un hombre que, momentos antes de ser asesinado, había secuestrado y torturado a las reclusas. Aquí es donde los guionistas se suben las mangas y comienzan a lanzarles críticas a la justicia penitenciaria.

 

En una escena reveladora se muestra una pared con la palabra “murder” (asesinato) a la izquierda, a la derecha, Riot Leaders. Debajo: las fotos de Dayana Días, Cindy Hayes, Frieda, Mendoza, Flores, Nichols, María Ruiz, Pipper, Roja y Tacha. Tres oficiales tienen la difícil tarea de investigar quiénes fueron las líderes del motín y quiénes están implicadas en el asesinato. Más difícil aun cuando el Gobernador les reduce el tiempo para concluir la investigación dado que están sufriendo una crisis en “relaciones públicas”.

 

Las familias de los policías muertos quieren acusadas y la agencia de Priones necesita a cinco por cargos graves. Sin embargo, el oficial encargado tiene una solución. “Hoy acabaremos con la declaración de Dayanara Días, y de este grupo sacaremos una cadena perpetua por asesinato, y tres condenas de diez años mínimo para las líderes”. Pero aún así es mucho esfuerzo; “hagamos esto más fácil” dice y toma la foto de Tacha –mujer negra y defensora de los derechos de las reclusas– y la pega en cadena perpetua; una oficial le dice que ninguna reclusa acusa a Tacha, pero el encargado la calla diciéndole que no importa, “es la cara que la gente vio en los videos”. Pero para que no se note la injusticia y la arbitrariedad, concluye: “elijamos de todos los colores”. 

 

Así, Tacha Jefferson pasa a ser el chivo expiatorio, la cara negra que hace comprensible el asesinato del oficial. Ella lo sabe y da la pelea. Ante el jurado acepta los cargos por el motín, pero niega responsabilidad por el asesinato. No está sola. A su lado está una organización por los derechos de las reclusas negras y, pieza importante de este puzle, Joe Caputo, exalcalde de mínima seguridad en Lichfield, quien representa el papel del que quiere hacer el bien por las reclusas, pero siempre se ve impedido por el sistema corporativo. Caputo, a la vez que investiga por su cuenta quién es el verdadero responsable por la muerte de Piscatella, idea una estrategia para desviar la atención de la opinión pública sobre Tacha, gracias a su pareja Nataly, mujer ambiciosa y ahora nueva alcalde de mínima seguridad. Contacta a las reclusas a las que les han vulnerado sus derechos y les propone que demanden. Es el caso de Sophia Burset, travesti, quien durante seis meses dejó de recibir su tratamiento hormonal. Al mismo tiempo, Tacha ofrece entrevistas a medios que ejercen el periodismo de investigación. Pero comete un error. En su necesidad de denunciar lo que se vive en la cárcel, miente al decir que los oficiales de máxima seguridad la maltratan.

 

Entre tanto, como es de esperar, Gerencia y Correccionales mueve sus hilos para impedir que continúe la crisis de “relaciones públicas”. Su primera estrategia es cambiar de nombre: PolyCon se llamarán ahora. Luego, en otra muestra de originalidad, hacen un documental en el que las reclusas hablan de la buena administración de GC. “A PolyCon no le interesan las personas”, se confunde Suzanne (Uzo Aduba), uno de los personajes más impactantes, quien debía decir “no sólo le importan las personas”. Por último, comprar conciencias. Linda, presidenta de PolyCon y examante de Caputo, le ofrece 300 mil dólares y la salida anticipada a Sophia Burset. En este punto, entre otros, es donde se ve la buena mano de los escritores. Tras aceptar el dinero y la salida, el espectador sensato no puede juzgar a Sophia. ¿Cómo se dejó sobornar? ¿No importa más la lucha por los derechos de las mujeres travesti? “La única responsabilidad que tengo es con mi esposa e hijo. Este dinero podría mantenerlos como yo debí hacerlo todos estos años. Mi hijo irá a la universidad, así no terminará aquí como yo”. No es sólo el interés personal lo que guía su conducta. En eso se basa la imposibilidad de juzgarla. Está pensando no en sí misma sino en su hijo.

 

Nancy y la ley del sobreviviente

 

A quien no le gusta que le revelen los finales puede dejar de leer en este instante. Sin embargo, es necesario decirlo para que se comprenda a cabalidad la magnitud del problema. Tacha Jefferson es declarada culpable. ¿Cometió el asesinato? No. Y eso lo sabía Nancy Hayes (Adrienne C. Mooe), mujer negra de cuerpo grande y conocedora de todos los raperos importantes. Ella era la única que podía salvarla. Nancy, junto con Suzanne, presenciaron cuando la policía antimotines, luego de asesinar por error a Piscatella, puso su cuerpo en la piscina donde estaba el grupo de reclusas, entre ellas Tacha, y hacen parecer que ellas fueron quienes lo asesinaron disparándole un tiro en la frente. ¿Por qué Nancy no dijo nada? “Estuve rodeada de policías despreciables toda mi vida. Sé lo que hacen a personas como yo cuando hablamos”, responde ella.

 

Prisión Fantasía

 

Copelad y Álvarez, dos guardias de la prisión, encuentran tiradas en el piso a dos mujeres. Una, boca arriba, se desangra por la garganta. La otra, bocabajo, tiene clavada en la espalda un cuchillo improvisado. “Son puntos dobles por la asesinada y la asesina”, dice Álvarez, un hombre blanco de padres latinos al que se puede odiar con facilidad. “Ganaste Prisión Fantasía”, continúa. Copelad, mujer de cara roja rellena que disfruta de los libros de autoayuda, se congratula de su victoria ante Álvarez. “En tu cara”, le dice. Esta es la prueba máxima de la deshumanización de los guardias de prisión hacia las reclusas. Para ellos, las mujeres no son personas. “Si comienzas a ver a esos animales así, estás jodida”, le dice uno de los guardias a una colega.

 

“Prisión Fantasía” en un juego inventado por los guardias de máxima prisión. Consiste en seleccionar a reclusas y ganar puntos por lo que ellas hagan. Suman si sus reclusas tienen sexo, se pelean, suicidan o vomitan. Para ganar los puntos debe haber un tercero presenciando el comportamiento. Gana, claro, quien más tenga. Las conductas están clasificadas por un número de puntos: suicidio, 20, fuga, 40, vómito 1, así con todos. Aquí es donde comienza la historia. Para ganar, los guardias son quienes incitan y promueven la violencia entre las mujeres. En un momento, desesperada por el ambiente pacífico entre las reclusas, Copelad le dice a Chapman que le devolverá la parte del diente roto que encontró en el pasillo si ella le pegaba a María Ruiz.

 

El juego macabro no es sólo una forma de diversión producto de la deshumanización, es ante todo de carácter político. Hastiada del juego, McCullough (Emily Tarver), una guardia blanca que padece estrés post traumático por el motín, confronta a Hopper, el jefe de los guardias, y le dice que no tiene sentido el juego, que es horrible. Hopper le pregunta desafiante: “¿alguna vez oíste de un motín en máxima seguridad? ¿qué hayan atacado a un guardia? ¿recuerdas un incidente grande? Por eso hacemos Prisión Fantasía, para que se golpeen entre ellas. Porque cuando hacen eso, no nos miran a nosotros”. El que se peleen entre ellas no sólo evita que pongan el foco en los guardias y las injusticias y abusos que cometen. Evita, ante todo, que miren a Gerencia y Correccionales, que se organicen y peleen juntas por sus derechos en contra de la compañía que ahora busca meter a cuatro prisioneras en una celda hecha para una persona o dejar que la prisión sea sólo para penas largas, con ello el nivel de rentabilidad económica es más alto. Así, Prisión Fantasía es una metáfora de esos juegos, discursos, que el poder diseña para que, como ciudadanos, trabajadores, desempleados, no cuestionemos al poder.

 

Las hermanas y la guerra entre bloques

 

De forma magistral, la serie se esfuerza en resaltar una y otra vez las estrategias del poder para perpetuarse. En este caso, la estrategia que utilizan las hermanas Denning le es muy familiar al espectador colombiano. Bárbara y Carol, las hermanas, llegaron a la cárcel por asesinar a su hermana menor, de quien sentían envidia por concentrar la atención de sus padres. Unidas en la muerte, separadas en la vida, las hermanas entran en conflicto el primer día que pasan en prisión. La causa: los créditos por una historia graciosa que cada una acredita como suya. Sí, por eso. Como el conflicto se hizo tan violento, separaron a cada hermana en un bloque distinto. Carol, bloque C, Bárbara, bloque B. El bloque E está asignado para la tercera edad y las travestis, por eso se considera una región neutral. Así se conformó la guerra entre el bloque C y el D. Cada una de las hermanas buscaban conformar un ejército de reclusas en contra del bloque enemigo. Para convencerlas de unírseles, no bastaba con decirles que una le robó la historia a la otra. Era necesario construir el miedo. Hacerles creer que el bloque contrario quería hacerles daño, que si no hacían algo las iban a lastimar. El discurso funcionó. Las subordinadas se apropiaron de éste y lo vivieron como propio. Además, aspecto fundamental, su poder también se basó en el control del comercio de drogas, productos de todo tipo y los trabajos legales de la cárcel, claro, siempre aliadas con los guardias.

 

En un momento en el que el nivel de tensión llega a su clímax, Bárbara acusaba a Carol de intentarla asesinar con veneno y Carol de que su hermana le quitara los trabajos buenos, cada una se prepara para la guerra. Reclutan soldadas y construyen armas. Aprovecharía el día en que volverían a jugar KIckball, un deporte legendario en la prisión, para ejecutar el ataque. Era necesario, había que vengarse. El día llegó. Los equipos estaban conformados y ya sabían en qué momento se atacarían. Sin embargo, al salir al campo, las dos hermanas se esconden juntas en el cuarto de aseo. Confiesan su verdadero plan: hacer que las mujeres se maten entre sí para así poder ellas infiltrase en el bloque E para matar a Frieda, quien les hizo aumentar décadas a su condena.

 

¿Resulta familiar? Debería. Fernando Guillén Martínez, en El poder político en Colombia, expone cómo líderes liberales y conservadores pasaban de uno a otro bando, dependiendo de la posición de poder que ocuparan. Así, si un líder hacendado conservador quedaba derrotado por otro conservador hacendado, se pasaba a las líneas liberales y desde ahí movilizaba al pueblo para ir en contra de los sotaneros rezanderos. Con la misma lógica, en la actualidad, uribistas insultan a santistas creyendo que sus líderes son radicalmente diferentes.

 

El final de la serie es uno de los más bellos que puedan existir. Profundamente simbólico y con una clara intencionalidad política. Traicionadas por sus soldadas, quienes decidieron dirimir sus diferencias con el Kickball, en el cuarto de baño las hermanas se atacan luego de volver a discutir por los créditos de la anécdota. La una le abre el cuello a la otra al tiempo que recibe una puñalada en la espalda. El poder se acaba así mismo. Y la anécdota en realidad le sucedió a un tercero, a una compañera de trabajo. No hace falta describirla. La misma serie nos muestra la banalidad de las razones del conflicto.

Información adicional

A PROPÓSITO DE LA SERIE THE ORANGE IS THE NEW BLACK
Autor/a: JHON MARTÍNEZ
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