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Desventuras de un país extraditado

Desventuras de un país extraditado

No hay por qué sorprenderse de las actitudes del gobierno de los Estados Unidos ni de las actividades de su embajada en Colombia. Los últimos acontecimientos –el retiro de las visas a congresistas y magistrados– no son más que expresiones de la imposición de sus intereses imperiales. Y en este momento, lo que más les interesa del Estado colombiano es su contribución a la llamada “guerra contra las drogas”. No es este país, pese a la retórica, que repiten políticos y periodistas nativos, acerca del “mejor aliado”, un actor importante para ellos; ni en lo diplomático, ni en lo político, ni mucho menos en lo económico. Más bien debería sorprendernos la ausencia de respuesta de parte de los colombianos, incluida la mayoría de los propios afectados.

Esta es la hora en que el Presidente continúa guardando un elocuente silencio. Las Cortes, en sus cuidadosas declaraciones, solamente se atrevieron a dejar en claro su compromiso con la independencia judicial, más para dar tranquilidad a sus conciudadanos que para expresar una verdadera protesta. Poco se podía esperar. En la JEP, por ejemplo, ya dos magistradas se habían anticipado a salvar el voto en la decisión de solicitar pruebas al tribunal de los Estados Unidos en el caso Santrich, lo cual simplemente buscaba verificar la fecha de ocurrencia del presunto delito, con el argumento de que sería una “invasión de la autonomía judicial de los Estados Unidos” y pondría en peligro la cooperación. Entre los políticos, e intelectuales varios, hemos escuchado apenas refunfuñar. Y entre los medios periodísticos, solamente las reseñas noticiosas y una que otra columna de opinión sobre el tema, siendo las más contundentes, por cierto, aquellas dedicadas a justificar las medidas como un simple requisito de inmigración al que no valía la pena buscarle significados ocultos. Pero ya deberíamos estar acostumbrados. Es apenas un episodio más de una larga historia de imposiciones y humillaciones.

El significado de las medidas es bastante sencillo y ya había sido exteriorizado, sin ninguna cortesía, por el embajador Whitaker en su labor de presión en favor de las objeciones de Duque a la Ley estatutaria de la JEP, labor cuya denuncia fue precisamente la motivación inmediata del retiro de la visa del representante Cárdenas. No se necesita, en efecto, mucha astucia para entender que esta medida es utilizada sistemáticamente para sancionar, ejercer presión o infundir miedo. Recordemos, para no ir más lejos, que le fue aplicada, en su momento, al presidente Samper. A él no le afectó mucho, pero sí produjo cambios significativos en el interior del país político. A la medida le debemos, además de la obsecuencia de este patricio liberal, la elección subsiguiente de Pastrana, obediente como el que más, y la imposición del famoso Plan Colombia. En la presente coyuntura, es evidente que está en juego el buen funcionamiento del mecanismo de extradición de nacionales colombianos a los Estados Unidos. No se trata principalmente de Santrich, que parece interesar más a la derecha uribista colombiana, como lo fue en el caso de Simón Trinidad, sino del mecanismo en sí. Se trata, en pocas palabras, de asegurar que en la legislación, incluso en la que se puede derivar de los acuerdos de La Habana, se preserve, sin ambigüedad alguna, el procedimiento de extradición, tal como lo interpretan hasta ahora, una de cuyas características es la mínima justificación o sea que basta la solicitud de una instancia judicial en los Estados Unidos para llevar a cabo el procedimiento. Mayor subordinación judicial no puede concebirse.

Es cierto que la extradición está convertida en una de las armas favoritas para la ejecución de la venganza uribista en contra de los principales dirigentes de la Farc, pero coincide en un todo con la actual política de Trump. Y qué mejor que el servilismo largamente comprobado de las elites colombianas. Es en ese sentido que Duque y su vicepresidenta insisten así mismo en retomar la fumigación aérea con glifosato sobre los cultivos de coca, sin importar la certeza hace tiempo existente acerca de los efectos perjudiciales de este químico sobre los ecosistemas y la salud de los seres humanos y los animales.

Pero a un mandatario como Trump, que niega incluso el cambio climático, le tienen sin cuidado tales minucias científicas y, bien es sabido, órdenes son órdenes. Órdenes cuyo carácter perentorio, dicho sea de paso, no es directamente proporcional a lo auténtico de su compromiso contra el narcotráfico sino a la magnitud de su arrogancia. Cuestión de estilo, que ya lo ha hecho famoso, y tan temido como aquel Roosevelt del gran garrote. El imperialismo en su agonía busca parecerse al recién nacido. Pues bien, en el colmo del envilecimiento, Duque no hace otra cosa que doblarse ante el amo quien no contento con someterlo y sacarle provecho se complace en humillarlo. Es esto lo más grave, la actitud de quien dice representar a Colombia. Ya lo hemos visto desde que asumió la presidencia, en primera línea de combate verbal y diplomático en contra del gobierno de Venezuela.

En estos tiempos de bicentenarios, del diez o del diecinueve que para el efecto es lo mismo, bueno es hacer conciencia que la verdadera independencia no es sencillamente aquella que se logró dentro y contra el imperio español, sino la que hubiera podido construirse frente a las sucesivas potencias mundiales del capitalismo. Pero vanos han sido los esfuerzos, y la explicación es muy simple: la preservación de este orden nacional edificado sobre la segregación racial, la expoliación de la economía campesina, el saqueo de los recursos y la explotación del trabajo, sólo ha sido posible con el apoyo de la política y las armas extranjeras. Nuestras oligarquías tradicionales y nuestras burguesías modernas han sido siempre tan serviles hacia el exterior como inescrupulosas y despiadadas en la opresión doméstica. Bien se dice que el único placer que han tenido estos pueblos de Latinoamérica es el de cambiar de amo y es casi automático mencionar, después de España, a Gran Bretaña y Estados Unidos. Y si algún atraso tiene Colombia es el de permanecer todavía en la órbita del planeta yanqui cuando el resto de países ya miran hacia el Pacífico.

Una ilustración, nada más que eso, es el asunto de la extradición que, como dijimos, es lo que parece estar en juego, en esta deshonrosa coyuntura. Su definición es de por sí estigma del sometimiento. Equivale a una confesión: los propios colombianos descreen de la justicia doméstica. Es tan cobarde, tan poco transparente y tan deshonesta, que para enfrentar a los grandes criminales es preciso pedir ayuda a otra justicia, la extranjera, que sí posee las virtudes y los méritos de los que acá se carece. En tales circunstancias, ¡cómo podemos esperar una actitud digna del poder judicial! Nada de extraño tendría que, después de gritar a los cuatro vientos su independencia, y una vez devueltas las visas a los agraviados, decidieran, supuestamente “superados los riesgos de indebida presión”, extraditar a Santrich y dar curso a las objeciones presidenciales. Pero nadie, ni siquiera en la izquierda, se atreve a hablar mal de la extradición, ante el temor de ser acusado de amigo de los narcotraficantes. Y pensar que es en la derecha en donde abundan.

Poca autoridad moral tienen, pues, estos políticos de traspatio para andar celebrando bicentenarios. Quizá por ello, en un arranque de bufonería, y para cortejar al amo, a Iván Duque se le ocurrió agradecer nuestra independencia de España a los “padres fundadores” de los Estados Unidos. ¿Qué podemos hacer si es el propio guardián quien les abre las puertas de la casa a los asaltantes? Cambiar de guardián, por supuesto. La única independencia genuina sería pues aquella que surgiera de una radical transformación interna. Por lo pronto, frente a tanta ruindad, donde la bajeza se cruza con la imbecilidad, lo único que podemos hacer, y nos referimos a la parte sana de la nación, es enrojecer de vergüenza.

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Autor/a: Equipo desdeabajo
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