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Burocracia y ‘poder’, ni con terremoto cede

Burocracia y ‘poder’, ni con terremoto cede

La voz sonaba grave, seria, hasta elocuente, como se escucha la de todo funcionario cuando se dirige a los empleados de la empresa que dirige, trátese de una institución pública o privada: –para que todos tengan en cuenta, nos orientan desde el ministerio que debemos empezar con simulacros semanales con todos los estudiantes, pues existe temor que los sismos padecidos en distintas partes del país en los últimos años continúen repitiéndose y cobren la vida de alguien.

Las tres docenas de docentes que con atención lo escuchaban, no perdían el hilo de las palabras de su autoridad superior, quien adelanta parte del plan por seguir:

–Los simulacros deben memorizar en cada uno de los alumnos, como de nosotros mismos, los pasos a seguir: cuando suene la sirena, que la activo yo, los grados superiores salen hacia donde están ubicados los más chicos para socorrerlos y llevarlos hacia el punto de encuentro general de toda nuestra institución. Ustedes deben garantizar que el camino y el mismo sitio de encuentro esté despejado de alambres de luz o cualquier otro objeto que pueda generar un corto circuito y con ello algún incendio; pero también libre de cualquier obstáculo para que todos podamos desplazarnos sin dificultad alguna, evitando tropiezos, y así algún fracturado.

Han transcurrido ya algunos minutos de reunión y los docentes se atreven a cuchichear entre ellos; los rumores van y vienen, señalando y molestando a quienes recibían responsabilidades para liderar el proceso formativo para afrontar este tipo de eventos naturales, impredecibles pero imposible de negar o no considerar.

Sin perder el control de la reunión, el rector avanza con sus indicaciones y énfasis: –es muy importante que al final del ciclo de simulacros en nuestra institución todo el mundo sepa su papel, que el actuar sea una rutina, que no se escuche ni un grito de temor –para que no estalle como eco una estampida o cosa similar–, ni un quejido ni llanto alguno, para evitar una histeria colectiva. Todos solidarios, protegiéndonos como un solo cuerpo, y actuando como un reloj. Recuerden, los ensayos los vamos a realizar todos los lunes a las 10 am, antes del descanso posterior al primer bloque de clases. La voz de alarma, recuerden, es cuando la sirena suene, a la hora ya indicada.

El mes siguiente la institución escolar Simón Rodríguez incorporó en su rutina semanal, en el primer día de clases, a las 10 am en punto el sonido de la sirena y el desplazamiento de los grados superiores hacia los inferiores, para proteger y acompañar a los infantes hacia el punto general de encuentro.

Todo andaba bien, la rutina estaba memorizada y ahora la sorpresa de la naturaleza podía mover sus capas tectónicas y, seguro, entre educandos y educadores no habría ni pánico, ni espanto, ni escenas de individualismo –de aquellas “sálvese quien pueda”. La orientación del Ministerio estaba cumplida a la letra.

Y el día llegó. El pasado 30 de mayo la naturaleza rugió, y movió los cimientos de la ciudad y con ella los de la institución escolar, donde por distintos motivos el rector no hacía presencia. El temblor de escala 3, seguido de otros de igual o menor magnitud, aunque suaves, no contó con la respuesta de docentes y educandos, quienes mientras temblaba se miraban sin saber qué hacer. La voz de “arriba” no llegaba y sin ésta no se podía romper la rutina escolar.

Una vez en el descanso del primer bloque de clases, unos y otros se dirigen hacia la rectoría a ver qué había sucedido, a saber porque la sirena no había dado la voz de alarma, y la autorización para romper las clases. Todos, en grupo, allí reunidos, escucharon la respuesta de la secretaria que los dejó fríos: –el rector no vino y él tiene la llave de la habitación donde está la sirena.

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Autor/a: Danilo López
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