Publicamos una selección de los artículos más leídos durante el 2019. Fueron seleccionados de los periódicos desdeabajo ediciones 253-264 y Le Monde diplomatique, edición Colombia ediciones 185-196. |
El ascenso del general Nicacio de Jesús Martínez y los videos de campos de concentración del Ejército colombiano publicados por Gustavo Petro, son la evidencia concreta de la prolongación de una doctrina militar que legitima la violencia y el crimen, conducido bajo los principios anticomunistas que alientan la eliminación del enemigo interno a toda costa.
Una votación en el Senado de 64 contra 1, fue contundente para darle los cuatro soles y con ellos el ascenso al general Nicacio Martínez, en la mira de la opinión pública por la denuncia sobre las “Cincuenta Órdenes Comando” dadas a las tropas militares, que exigían doblar los resultados (2018-2019) en el número de bajas, capturas y rendiciones. De la misma manera, sonaron voces denunciando su vinculación con casos de falsos positivos, cosa que no es nueva, en tanto meses atrás Human Rights Watch ya lo había denunciado, junto a otros nueve oficiales ascendidos en el gobierno de Iván Duque –como lo advertíamos en el artículo ¡Es la doctrina militar, no quien la aplica!, desdeabajo junio de 2019–.
Retorno de una política criminal
No sorprende que la política militar en curso retome los caminos de los falsos positivos, transitados por el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010), tiempo durante el cual las fuerzas militares y de policía –dirigidas por Juan Manuel Santos, por entonces Mindefensa– ejecutaron crímenes de guerra con prácticas como engañar a jóvenes de barrios populares ofreciéndoles empleo en zonas rurales recogiendo café, para luego asesinarlos y hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate.
Estos hechos eran el pan de cada día en Colombia. Procederes ampliados a prácticas como retener jóvenes en retenes militares y de policía, los mismos que luego aparecían muertos, como lo denuncia Omar Eduardo Rojas Bolaños, coautor del libro “Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002-2010”, en el cual explica el accionar del Ejército para cometer estos crímenes, que no vinculan únicamente a esta institución pues se sabe de la participación de otras como el Inpec, quienes entregaban presos para que fueran ejecutados, o la Fuerza Aérea que transportaba las víctimas en helicópteros; así mismo está involucrado el poder judicial que ayudaba a justificar los asesinatos1.
Un accionar legitimado. Aunque se niegue, lo que se está generando con la exigencia a los militares de doblar resultados es la reaparición de falsos positivos, pues de cumplirse las “metas” se darán beneficios a quienes las cumplan, beneficios que al igual que en la primera década del 2000 serán desde permisos, vacaciones, medallas y hasta asensos. Esta práctica criminal se reactivaría en el país como consecuencia de los niveles de evaluación de efectividad, los cuales entienden los resultados en “litros de sangre, tanques de sangre” como lo sostuvo el excoronel Gabriel de Jesús Rincón al brindar testimonio ante la JEP de la práctica de los falsos positivos que vinculan directamente al excomandante del Ejército Mario Montoya2.
Doctrina militar, cuestión de fondo
Los videos de los soldados torturados en campos de concentración –supuestamente de la guerrilla del Eln–, instalados por el propio Ejército Nacional (ver recuadro Historia de un buen anticomunista), dejan en evidencia el anticomunismo reinante al interior de las Fuerzas Militares. Canciones de Víctor Jara y banderas de la guerrilla sirven como armas psicológicas para generar el odio contra el comunismo y la izquierda.
Estos “entrenamientos” tampoco son nuevos y no deberían alarmar mucho, pues es conocido que en distintos ejércitos del mundo –de distintas ideologías– se realizan(ron) este tipo de prácticas, y hasta peores, como comer excremento, animales vivos, practicar torturas con prisioneros políticos y hasta realizar experimentos químicos en humanos.
El problema de fondo en este momento en Colombia, más allá de los “entrenamientos” –que por supuesto deben ser denunciados y expuestos a la opinión pública– es la doctrina militar imperante en nuestro país. Doctrina que considera enemigo interno a todo aquel que reclama el respeto de los derechos humanos, el derecho a la tierra, así como a quien cuestiona o integra organizaciones sociales en procura de un cambio social, todos ellos calificados como “comunistas” y, por tanto, como enemigos3.
En ese proceder, la preocupación fundamental es la defensa del status quo y el control militar de los territorios. Proceder de una estructura que se supone debe responder al conjunto social, no a los más ricos del país, pero que está de espaldas a ese conjunto, actuando como una fuerza privada, a favor de la minoría de empresarios (nacionales y extranjeros) y políticos que detentan el poder del Estado.
Es un proceder en el cual, para garantizar más eficacia, potencian el funcionamiento de estructuras paramilitares, en una actividad cuerpo a cuerpo, como lo denunció recientemente Gustavo Petro, de lo cual además dan fe infinidad de evidencias –como las que una y otra vez entrega a la comunidad nacional e internacional la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, pero también las sentencias de las Cortes internacionales que han condenado al Estado colombiano una y otra vez por acciones de tal naturaleza, y en tiempos más recientes el documento militar del Batallón de Artillería Palacé, el cual explicita la estrategia de la penetración de las Águilas Negras en acciones futuras. Al ser así, ¿será posible que el asesinato de líderes sociales encuentre respuesta judicial efectiva, o que los mismos crímenes lleguen a su final?
Militarización de la Policía Nacional, un debate crucial
Desde hace décadas nuestra sociedad padece una estructura policial que funciona como un cuerpo de ocupación militar y que no opera como debiera ser, como un órgano civil al servicio del conjunto social, para garantizar sus libertades y derechos, en procura de la convivencia pacífica. Contrario a ello, sus más de cien mil integrantes, militarizados, son formados bajo los lineamientos de las fuerzas militares y, obvio, el resultado es similar: ven como enemigos (internos) a los sectores críticos del actual estado de cosas, están alimentados por patrones anticomunistas, la fuerza se impone a la prevención, operan con un mando totalmente vertical, disciplinario, y los ascensos también se obtienen, además de tiempo, por la efectividad operativa, que es diaria.
Con la Constitución de 1991, se dividió la Fuerza Pública en: 1. Las Fuerzas Militares, garantía de la soberanía nacional y de la integridad de su territorio, como prioridad. Preparación para la guerra es su rutina. 2. La Policía Nacional que funciona como un cuerpo armado de naturaleza civil, en el que debe primar el cumplimiento del ejercicio de los derechos y libertades públicas para que los habitantes puedan vivir en paz4.
Como puede concluirse, sin separar de manera efectiva y real ambos cuerpos, y sin aprobar una doctrina totalmente diferente para la policía, su rol civil nunca será posible de concretarse. Mientras ello no suceda, el encuentro tantas veces pretendido entre esta institución y el conjunto nacional será imposible.
Un reto para la sociedad, un sueño de otra realidad
Lo que tenemos ante nosotros es un reto que implica discutir y debatir entre el conjunto nacional el papel de lo militar en una sociedad como la nuestra, que aborde el tema de la doctrina militar imperante, y la misma noción de seguridad.
¿Tiene sentido que el cuerpo militar y su presencia creciente, en infinidad de territorios, prosiga? ¿Por qué, a pesar de su presencia y poder en los territorios, la violación de los derechos humanos es regla, los desplazamiento de campesinos e indígenas no cesan, y por qué el asesinato de líderes sociales prosigue? ¿Por qué, a pesar de su presencia, el narcotráfico no se ve arrinconado ni menguado?
En nuestros hombros cargamos una historia de violencia que por lo visto no cesará en un futuro cercano, no es gratuito entonces que asumamos el reto del debate sobre la razón de ser de los ejércitos, así como de cuerpos que debieran ser civiles, como la policía. Debates que deben ir de la mano de otros, como los enfocados en el modelo económico, los territorios, el acceso a la tierra y la soberanía alimentaria, el sistema de educación y de salud para la vida digna, participación política, mecanismos de gobiernos propios. Estas y muchas otras discusiones más, son las que necesitamos dar para construir una democracia real, una muy otra democracia que nos lleve a vivir en un país con dignidad y justicia para quienes lo habiten.
1 Ver en: https://lanzasyletras.org/2018/06/07/ni-falsos-ni-positivos-asesinatos-y-politica-en-el-gobierno-de-alvaro-uribe-velez/
2 Ver en: https://noticias.caracoltv.com/colombia/mi-me-tienen-que-dar-son-muertos-el-testimonio-contra-gral-mario-montoya-en-la-jep?fbclid=IwAR1wUG23aCDVGxvjKVg-NsOwVQWVOYraNq5EE0u1IgM12UFOtKVon112MAI
3 Se sugiere leer el siguiente artículo para comprender parte de la historia de la doctrina militar en Colombia y los lineamientos de la actual Doctrina Damasco: https://www.desdeabajo.info/colombia/item/36958-es-la-doctrina-militar-no-quien-la-aplica.html
4 Ver: Cruz Rodríguez, Edwin, (2016), Fuerza pública, negociaciones de paz y posacuerdo en Colombia, Ediciones Desde Abajo, pp. 73-88.
Artículos consultados
https://www.desdeabajo.info/colombia/item/36957-la-nueva-maquina-de-asesinar-civiles-del-gobierno-de-duque.html
https://www.desdeabajo.info/colombia/item/36965-el-jefe-del-ejercito-de-colombia-dirigio-una-brigada-acusada-de-matar-a-civiles.html
https://www.nytimes.com/es/2019/05/18/colombia-ejercito-falsos-positivos/
https://www.las2orillas.co/del-adoctrinamiento-militar-y-los-falsos-positivos/
https://www.mindefensa.gov.co/irj/go/km/docs/Mindefensa/Documentos/descargas/Prensa/Documentos/politica_defensa_deguridad2019.pdf
Recuadro
Historia de un buen anticomunista*
Nos dejaron en medio de la selva como parte de la misión de entrenamiento, estábamos entusiasmados porque habíamos llegado a la última fase del curso contrainsurgente que nos permitiría por fin ser parte los “tropeleros”, esos soldados que no le temen a nada ni nadie y que siempre están en primera fila para combatir al enemigo.
Habían pasado varios meses desde que nos dijeron que se abría la posibilidad de participar en el curso de combate denominado “Lanceros”. Fuimos pocos los voluntarios, sabíamos que no era fácil, pues ya conocíamos varios “lanzas” que se habían presentado y habían vuelto completamente cambiados a como se fueron, eso sí con la moral en alto y la lealtad y el honor para servir a la patria. A otros nunca los volvimos a ver, nos decían que no habían aguantado el rigor del entrenamiento, se escuchaba que otros habían muerto.
Cuando aceptamos irnos de voluntarios nos convertimos en “Chulos”, pues así llamaban a los aspirantes. Después de cinco meses ya habíamos pasado las tres fases del Curso de Lanceros, la primera fue en Tolemaida, donde entramos a la Escuela de Lanceros; la segunda cursó en el Centro de Entrenamiento de Lancero (CEL) y luego pasamos la montaña y nos llevaron al Batallón de Artillería Usme, en Bogotá. Cada una de estas fases era más dura que la anterior, los entrenamientos físicos eran desgastantes, la disciplina era más severa que cualquiera que hubiéramos conocido, pero al mismo tiempo entendíamos –por lo cual debíamos esforzarnos– el peligro que corrían las instituciones de la patria por la amenaza comunista y la importancia de acabar con cualquier rastro de insurgencia en el territorio nacional.
Cuando pasamos a la última fase nos dijeron que era en la selva, y que allí debíamos demostrar todo lo que habíamos aprendido, pues en ese momento no iríamos a instalaciones militares sino que realizaríamos una misión en campo, posiblemente en Leticia, Amazonas.
Nos enviaron sin equipaje ni munición a la fase de supervivencia, teníamos que pasar esa prueba y terminábamos el curso. Aunque el entusiasmo de terminar el Curso de Lanceros se sentía, muchos tenían la moral baja y algunos de mis “cursos” estaban cansados, querían renunciar y devolverse a Bogotá; otros decían que apenas salieran iban a pedir la baja. Yo siempre los alentaba a seguir, daba ánimo y recordaba el honor de pertenecer a esta gloriosa institución.
Cuando estábamos pasando la noche en medio de matorrales, los “lanzas” encargados de la guardia escucharon ruidos y nos pusieron alerta, estábamos en zona roja. La orden fue quedarnos despiertos y avanzar en silencio. Teníamos las coordenadas a donde debíamos llegar, y entre más rápido mejor. El calor era sofocante y la noche no dejaba ver nada. Caminamos unos 20 metros y escuchamos una voz:
–“Quietos hijueputas, tírense al piso”, nos gritaron.
Un cimbronazo pasó por todo mi cuerpo. Tratamos de reaccionar, pero fue imposible. Usaban botas pantaneras y camuflados. Tenían barba y el pelo largo. Nos apuntaron con AK-47 y nos obligaron a quitarnos las botas y amarraron nuestras manos. Entre insultos y patadas caminamos alrededor de 10 kilómetros y llegamos a un campamento, nos tiraron a una jaula.
Se escuchaba música guerrillera. Nos despertaron a golpes. Semidesnudos nos golpearon con látigos, hacían que cantáramos consignas comunistas, nos llevaban a interrogatorios donde preguntaban sobre nuestros mandos y ubicaciones. Nos colgaban de los pies a unos palos, como castigo, nos pisaban la cara contra el piso, nos hicieron comer mierda. Todos estábamos asustados y sin saber qué hacer. Algunos lloraban.
Después de dos semanas de tortura uno de los guerrilleros nos levantó y nos hizo formar. Empezó a dar las instrucciones, como cualquiera de mis mayores. No entendíamos lo que estaba pasando, pues nuestra rabia y odio contra aquellos terroristas cada día crecía más.
El comandante guerrillero nos mira, sonríe y nos dice: “Bienvenidos al Laboratorio Experimental de Resistencia del Ejército Nacional”. Nadie entendía nada. Después de un momento todos los supuestos guerrilleros se quitan sus prendas y nos dijeron que habíamos pasado la última fase del Curso de Lanceros. Allí entendimos que quienes estaban ahí eran soldados y se hacían pasar por guerrilleros. Muchos se pusieron a llorar y al final algunos parecían se habían descompensado psicológicamente y tuvieron que llevarlos de urgencia al centro de salud más cercano; otros dejaron de hablar para siempre. Sin importar esto, yo estaba convencido de que al fin nos habíamos vuelto parte del glorioso Ejército Nacional de Colombia, y nuestra misión ahora era acabar con el comunismo que quiere arruinar nuestra patria.
* Inspirado en los relatos de los dos militares entrevistados por el equipo de Gustavo Petro.
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