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El escrache en tiempos de impunidad y neofascismo

El escrache en tiempos de impunidad y neofascismo

La práctica del escrache, como se conoce al acto de denunciar abiertamente a un agresor a través de una publicación en redes sociales, es una acción que, si no se piensa estratégicamente, contribuye a generar un feminismo del enemigo, más facho que crítico y tristemente, alentador del “victimismo”.

 

El escrache surgió como una respuesta ante la impotencia y la desesperanza. En el contexto pos-dictaduras del cono sur, los y las activistas se vieron obligadas a realizar acciones como plantarse al frente de la casa de genocidas, para pintarlas y así denunciarlos públicamente ante la inmovilidad de los aparatos de justicia y la impunidad.

Desde entonces, el “escracheo” ha tomado distintas modalidades y definiciones que en algunos contextos feministas han derivado en el escarnio público de agresores en redes sociales; sin embargo, como indica Florencia Angilletta*, esta acción no nació con el feminismo. No es que no se puedan visibilizar públicamente las violencias sino que, difundir masivamente una denuncia, no puede convertirse, antes de cualquier otra estrategia, en la única forma, mecanismo o acción con que respondamos ante la violencia patriarcal.

¿Cuál es la solidaridad que se activa cuando se viraliza una denuncia? ¿La de “he pasado por lo mismo”, o la de “estoy contigo porque estoy contra ellos”? Hay una diferencia sutil en la pregunta, porque a lo que nos ha llevado el escrache es a crear una moralidad de ejército, no de compañeras.

 

En un ejército no se cuestiona, contradice o contesta

 

Lastimosamente, quien no comparte el escrache recibe la primera piedra. Si un día un amigo o familiar se comporta como un soquete machista, no quisiera negarme, ni negarle el derecho de escucharlo, sin que eso me haga también objetivo del “escracheo”. Creo que se deben encontrar mecanismos para tramitar conflictos y daños, que son distintos de los delitos, sin caer en el punitivismo o la pura necesidad del castigo.

Esto de tramitar los conflictos lo ubico en el marco de relaciones donde se han generado daños entre compañeros, tan común en los espacios organizativos de izquierda y las agrupaciones sociales, donde las feministas hemos tenido que tejer a pulso un dialogo en el que los varones nos consideren sus iguales. Son muy pocas las experiencias de justicia desde y para las mujeres, que no apelen únicamente al “escracheo”, pero que no piensan nada más allá o después de eso, y en últimas son las víctimas quienes se quedan solas.

Quiero generar una alerta dentro del feminismo, y generar la conversación crítica, para que cuando hablemos de violencias contra las mujeres, seamos más precisas, en nuestras apuestas, nuestras formas y posicionamientos políticos. La particularidad de los casos, y esa lupa que no podemos perder en cada uno, nos ayuda a obtener ideas, por si un día podemos configurar un sistema de justicia alternativa para las mujeres. A continuación, algunos ejemplos.

 

Mujeres víctimas del conflicto armado y la falsa dicotomía entre la paz y la justicia

 

 Debo decir que, las víctimas de distintos actores del conflicto armado, mujeres populares de diversos territorios con quienes llevé procesos, incluso hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no pusieron nunca como solución a la impunidad en sus casos la venganza. Algunas de ellas ni siquiera piensan en la cárcel, la cadena perpetua, y jamás, jamás, la pena de muerte como castigo para sus perpetradores.

La reparación transformadora ha sido siempre el horizonte, y cuando tuvimos la oportunidad de pensarnos un sistema de justicia transicional, como resultado de una negociación política entre el gobierno colombiano y la insurgencia de las Farc, nos mantuvimos como feministas abolicionistas, defensoras de la pluralidad jurídica. La paz fue el horizonte, y la justicia no se nos quedaba en el camino. Propusimos fortalecer la justicia ordinaria para las mujeres como parte de ese proceso de tránsito a una paz perfectible con el tiempo, porque las violencias contra las mujeres se cometen bien en tiempos de paz, bien en tiempos de guerra. Les pareció osado y fuera de contexto. Meses después de haber avanzado en los procesos de reincorporación en los Etcr’s, algunas mujeres de las Farc, que comenzaron a sufrir victimizaciones por parte de sus parejas, preguntaron a dónde acudir en la vida civil, y nosotras no teníamos más oferta que una triste y abyecta comisaría de familia.

Aprendizaje: el devenir del movimiento feminista colombiano ha estado inexorablemente ligado a una agenda de construcción de la paz. Nos encontramos en un escenario de continuación del conflicto y “transicionalidad”. Desde ese orden, más que la venganza, queremos la transformación real y la erradicación de aquello que posibilita las violencias contra las mujeres, lo cual supone más trabajo que impartir castigos e ir más allá de las instituciones familistas.

 

¿Con las violencias “menores” procedimientos más “fáciles”?

 

 Cualquier violencia genera daños en distintos niveles y es importante pensar en sanciones proporcionales y trámites de los conflictos distintos al castigo, que no por ello son más fáciles.

En alguna ocasión, una mujer llegó a consultarme después de haber vivido un hecho de violencia sexual, con un tipo, en una fiesta. Me dijo que su expectativa era que ese sujeto reconociera que lo que había hecho era reprochable, que se gastara el mismo tiempo que ella, pensando y reflexionando sobre esa noche, y que jurara no hacerlo nuevamente. No le interesaba la cárcel, no le interesaba que todo el mundo lo supiera. Esto era radicalmente más difícil que un proceso penal, porque necesitaba de un interlocutor dispuesto a reconocer sus actos, y esto por supuesto no pasó. Me soñé el momento en que este hombre pidiera perdón y reconociera ante ella y otras personas que tenían en común, que había generado un daño, comenzaría un proceso de deconstrucción de su masculinidad tóxica y llevaría a cabo un proceso de reparación. El sujeto no lo aceptó nunca, así que activamos el proceso penal esperando una condena.

Alcancé a figurar algo tan impensado como la mujer irlandesa que escribió un libro con su violador y que todavía me concierne, pero no me asusta ni me desespera. Y es importante decir que ninguna experiencia se puede universalizar, y que lo que funciona para algunas mujeres, no es asimilado de la misma manera por otras, que lo importante es la satisfacción de las víctimas, pero esa satisfacción tiene límites si en el centro está infligir daño en el otro, al mejor estilo del “ojo por ojo, diente por diente”.

Aprendizaje: en algunas violencias cotidianas que se dan en relaciones de pareja o de trabajo, por ejemplo, esperaríamos varones dispuestos, en principio, a reconocerlo, y tramitarlo sin la necesidad de generarnos más daño. Muchas veces el escrache desata una suerte de reacciones peores, de varones que se defienden vulgarmente, así que antes de abrir esa puerta a la avalancha que sigue en las redes sociales, deberíamos tener una estrategia de amortiguamiento.

 

Los agresores con reconocimiento público, el buen nombre y el debido proceso

 

 Algunos varones activan sus defensas y retaliaciones contra las mujeres en formas inusitadas, y aquellos que tienen reconocimiento público, logran movilizar una cantidad de recursos, y poner en su favor todos los estereotipos y mandatos del orden patriarcal, así como nuestros errores estratégicos.

Asesoré a una de las, tal vez, cinco o más mujeres que han sido víctimas de un reconocido cantante. Ella no ha tenido, hasta ahora, intenciones de sacar nada en prensa, ni quiere su foto y su relato en el manoseo de los medios, se ha preparado jurídicamente para las demandas y lo ha hecho respetando sus propios ritmos y necesidades.

A muy pocos días de un concierto de gran asistencia, comenzaron a circular imágenes contra el cantante, denunciándolo por las violencias, sin ser muy claro quien las promovió o de dónde venían, pero ya capturadas por algunos colectivos feministas. Lo que hizo este sujeto fue comenzar a escribirle una por una a cada una de sus víctimas, a amenazarlas porque legalmente no tiene ninguna denuncia. Y “limpió” su imagen en videos de Youtube, logrando que las redes se inundaran de mensajes contra las denunciantes.

Aprendizaje: no es que el “escracheo” en sí mismo estuviera mal, cuando hablamos de personajes públicos la cosa cambia, porque tienen una responsabilidad ética y política mayor. La cuestión es que la visibilización de los casos nos tiene que poner a pensar, desde antes, en todos los escenarios y sus consecuencias, pues incluyen contrademandas y aprovechamiento de los medios. ¿Cómo lo contenemos? Porque todos esos escenarios buscarán siempre culpar a las mujeres y menguar su capacidad de respuesta, ponerlas en un lugar de NO poder y humillación constante, y es allí donde se debe activar la solidaridad con la víctima.

 

Cuando las condenadas somos nosotras

 

 Que las cárceles colombianas estén llenas de mujeres empobrecidas, campesinas, negras, jóvenes, madres y muchas mujeres en condiciones de vulnerabilidad, y que el aborto todavía sea delito si no se está dentro de las causales, es ya una muestra de por qué el punitivismo y la cárcel son la evidencia de sociedades que reaccionan patológicamente a los problemas sociales.

En el mismo hilo del ejemplo anterior, conocí muchos casos en los que, siendo las mujeres las víctimas de violencias por parte de sus parejas o exparejas, estos, sintiéndose retados por la denuncia ante una comisaría de familia o una fiscalía, se cualificaron en las “contrademandas” o demandas (normalmente de custodia para ejercer poder sobre las mujeres a través de la amenaza de quitarles a sus hijos e hijas), y como es de suponerse, encontraron en los funcionaros públicos la respuesta más diligente y concreta. Así mismo, este patriarcado actúa contra las mujeres; “la justicia” se activa rápidamente en nuestra contra y nos coge sin recursos y muy poco preparadas.

Aprendizaje: el “escracheo” no puede ser la única estrategia que activemos en un caso de violencia, si bien “no derribamos la casa del opresor con las armas del opresor”, como diría Audre Lorde, no podemos descuidar ningún flanco. Las argentinas ya tenían procesos en la justicia ordinaria contra los genocidas que “escrachearon”, y así mismo las mujeres debemos informarnos, reposar el pensamiento, actuar estratégicamente y protegernos.

 

La venganza y el uso amañado del discurso y del derecho

 

 A la organización en la que trabajaba llegaban mujeres, la mayoría de veces con cierto nivel de reconocimiento público, a buscar nuestra asesoría y acompañamiento en sus procesos de divorcio o de inasistencia alimentaria, y teníamos que activar nuestros mejores entendimientos, para detectar cuándo quisieron usarnos, o cuándo quisieron usar el potencial de las mujeres en colectivo, para salir bien libradas de situaciones donde el “victimismo” y la ley patriarcal, que tutela a las mujeres como si fueran incapaces sin agencia, les era muy favorable.

Entonces una vez, una mujer que estaba haciendo su separación de bienes y había firmado unas capitulaciones antes de las nupcias, llegó a nosotras para que coadyuváramos su demanda, en la búsqueda de un precedente judicial en el que la Corte Suprema de Justicia, reconociera que esas capitulaciones habían sido una forma de violencia psicológica en su contra.

Evidentemente nos negamos a semejante retroceso. En su momento, las mujeres lucharon por obtener la capacidad de administrar sus propios bienes, como agentes autónomas y libres, contrayendo matrimonio, sin que su futuro esposo pasara a ser el señor y dueño de sus recursos. Hoy, las que tenemos una sociedad patrimonial sabemos lo valioso que es contar con esa capacidad de agencia de nuestros recursos, como para que, por una mujer que decidió que no se quería separar sin vengarse del exmarido, amañara el discurso de esa manera, y pretendiera hacernos creer a todos y todas que fue víctima de una violencia psicológica al firmar sus respectivas capitulaciones.

Y sí, las mujeres también, cuando queremos, nos vengamos y cuando queremos nos hacemos las víctimas, y si tenemos que llorar, lloramos. A lo “Romina”, la protagonista de uno de los Relatos Salvajes (la película argentina), en el que esta mujer-demonia le dice a su recién esposo que la engañaba: “iré a donde el juez con el ojo morado, y cuando me pregunte que cómo la he pasado, le diré que la estoy luchando”. Todo esto para decirle, además: “estamos casados hasta que TÚ muerte nos separe”.

Por supuesto, esta escena me encanta y me da risa, en lo ficcional. Pero no le deseo a ninguna hermana, a ninguna amiga, encarnar Rominas vengativas y victimizadas. La apuesta del feminismo es por la potencia subjetiva de las mujeres, por la agencia de nuestros poderes, y por significar el contexto de nuestras decisiones, haciéndonos cargo, incluidas las que tomamos en relaciones erótico-afectivas-económicas con los varones.

Aprendizaje: siempre partir de la buena fe y la confianza legítima, y del creerle a las mujeres, pero que el feminismo no nos obnubile el instinto crítico, para entender que no somos depositarias diáfanas de la ética y que también nos aprovechamos. No perdamos esa capacidad de sospecha que nos caracteriza, porque el movimiento social feminista no es un rebaño, y menos un ejército.

 

*    https://www.lapoliticaonline.com/nota/116875-el-escrache-no-nacio-con-el-feminismo/

Información adicional

Aportes para pensar la justicia desde un enfoque feminista:
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