
Quizá un escolar al que se le hubiera encomendado un discurso para conmemorar en sesión solemne de su colegio el Bicentenario de la Batalla de Boyacá, no lo habría hecho peor que el presidente de la República, Iván Duque Márquez, el 7 de agosto de 2019, en el campo donde doscientos años atrás se libró la batalla que culminó la Campaña Libertadora de la Nueva Granada (hoy Colombia) y que dejó libre de invasores el ochenta por ciento de nuestro territorio. Tal como lo había previsto el Libertador, la victoria de Boyacá tuvo una importancia múltiple. Garantizó que el resto de la Campaña generaría la liberación sucesiva de Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, entre 1819 y 1824. Una de las grandes hazañas épicas de la historia universal, lograda de principio a fin por el genio deslumbrante de Simón Bolívar y su tenacidad asombrosa para cumplir el juramento que, en Roma, hiciera de libertar del vasallaje colonial a la América Española y establecer en ella repúblicas soberanas, guiadas por los Derechos Humanos y por la práctica incesante de principios liberales y democráticos.
El presidente Iván Duque hubiera podido brindarnos un discurso de estadista, que les mostrara a los colombianos, y que les explicara, también, la conexión misteriosa y latente entre los hechos del pasado y los del presente, que analizados como un todo nos permiten avizorar el futuro, descubrir los errores que hemos cometido, para no repetirlos, y completar la tarea libertadora que tuvo su principio glorioso en 1819, y que en el curso de dos siglos no ha podido encontrar a las generaciones capaces de rematar la construcción del edificio democrático empezado por tantos hombres y tantas mujeres que lo cimentaron con su sangre, su heroísmo, y la ofrenda de sus vidas para crearnos un lugar mejor donde habitar con dignidad.
Incluso el presidente Duque hubiera podido hacer un discurso formal de análisis histórico, un discurso académico que nos recordara el brillo intelectual de muchos de sus antecesores. Prefirió legarle a la posteridad una pieza mediocre que, por supuesto, la posteridad ignorará piadosa.
Un llamado insípido a la unidad, sin pizca de elocuencia, y mucho menos de pensamiento que convide a sus compatriotas a la reflexión. “Somos –dice el presidente—el Gobierno del Bicentenario ya que el Bicentenario es la oportunidad de unirnos alrededor de lo que nos hace colombianos”. Esa es la apoteosis de la vacuidad. La conmemoración pasajera de una fecha magna, no puede tomarse como pretexto para llamados inocuos a la unidad nacional. La unidad es un deber permanente de las autoridades y de los ciudadanos, que se construye a diario con hechos, no con palabras. ¿Qué es lo que “nos hace colombianos”? ¿El asesinato permanente de los líderes sociales, de los activistas de Derechos Humanos, de los ambientalistas? ¿La desigualdad creciente que nos ubica entre los cinco países más desiguales del mundo? ¿En torno a esas y otras tragedias bicentenarias podemos aspirar a la unidad?
El presidente quiso hacer un reconocimiento anecdótico de la participación de las mujeres en la guerra de independencia, y citó algunos nombres como quien saca al azar las cartas de la baraja. Sin embargo, los miles de mujeres heroicas y meritorias que actuaron en la independencia, no ofrendaron sus vidas sólo por la satisfacción de verse citadas a la ligera en un discurso presidencial paupérrimo de ideas. Les hubiera gustado oír que su esfuerzo abnegado era el motivador de otros esfuerzos similares para favorecer a los millones de mujeres que hoy carecen de casi todo, que son maltratadas a diario, asesinadas, mal retribuidas en su trabajo, obligadas muchísimas de ellas, como madres cabeza de familia, a jornadas inverosímiles para conseguir el sustento de sus hijos. A nada de ello se refirió el presidente, pero sí a exaltar a “Las juanas” de la independencia, confundiendo a las voluntarias aguerridas que acompañaban a los ejércitos libertadores (que nunca se llamaron “Las Juanas”) con las protagonistas de una telenovela de hace veinte años, cuyo argumento no guarda relación ninguna con los hechos de la Independencia.
Dos personalidades que lo dieron todo por la libertad de su Patria, conocían bien la idiosincrasia nacional y la definieron con un par de epigramas inmortales: “Pueblo indolente” (Policarpa Salavarrieta, al pie del patíbulo, 1817); y “Patria Boba” (Antonio Nariño, en Los Toros de Fucha, 1823). Así fue la alocución del señor presidente en la conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Boyacá. Un discurso indolente y bobo.
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