Home » A propósito de la reciente creación del Ministerio del Deporte de Colombia ¿Deporte para integrar o para polarizar?

A propósito de la reciente creación del Ministerio del Deporte de Colombia ¿Deporte para integrar o para polarizar?

A propósito de la reciente creación del Ministerio del Deporte de Colombia ¿Deporte para integrar o para polarizar?

“¡Algunos piensan que el fútbol es un asunto de vida o muerte… Puedo asegurarles que es mucho más serio
que eso!”.

Bill Shankly. Futbolista y
entrenador inglés (1913-1981).

 

Decir que Colombia es un país con un proyecto de nación incompleto –causa a la vez de sus sistemáticas guerras intestinas–, se volvió lugar común entre los politólogos, filósofos, sociólogos e historiadores dedicados al estudio de nuestra sorprendente realidad.

En cambio no es lugar común afirmar que el deporte ha sido poco tenido en cuenta por estos mismos profesionales, cuando se piensa en los referentes que han de contribuir a forjar nuestra colombianidad: las regiones y sus diversidades geográficas, sociales, culturales –con todo lo que ellas han construido y conservado durante siglos– han aparecido como uno de los factores clave para repensar nuestro proyecto de Estado-Nación, más para las élites gobernantes se trata de un factor secundario, acaso para vender nuestra imagen en el exterior y ocultar con ello la realidad de exclusión, persecución y violencia que por siglos nos ha marcado.

Si hablo del deporte a la hora de construir un proyecto de país, es porque no solo ha sido y sigue siendo un fenómeno trabajado por las corrientes de pensamiento que lo conciben como factor de civilización y formación ciudadana de las sociedades, sino porque tiene una evidente capacidad de convocar y cohesionar a las clases y a diversos sectores sociales que, en otros escenarios, se enfrentan por la defensa e imposición de sus intereses económicos, políticos y culturales.

No es extraño, pues, que al hablar de determinado país, nos preguntemos por su deporte nacional, ese que es una suerte de síntesis de la historia, de la semejanza y de la diversidad que nos ha caracterizado: ¿cómo pensar y definir la nación estadounidense sin dar cuenta del papel jugado por el béisbol? ¿cómo imaginar y caracterizar el ser brasileño o el argentino sin incluir el fútbol?

En esa materia, pienso que en Colombia las ciencias sociales y humanas no le han dedicado el suficiente y necesario esfuerzo a reflexionar sobre la relación deporte-nación-política, con todo y ser conscientes de nuestra precaria identidad nacional, misma que las élites gobernantes han reducido durante siglos al himno, la bandera, el escudo, la religión católica y –si acaso– a un determinado acontecimiento político o militar o incluso a un personaje de nuestra cultura –léase nuestro Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.

 

¡Deporte y resistencia!

 

Partiendo de las publicaciones y estudios realizados en Colombia sobre la incidencia del deporte en términos culturales e identitarios, he planteado en algunas publicaciones personales que –en ciertos momentos– un deporte como el fútbol ha podido llenar esos vacíos que nos caracterizan como nación, sobre todo en coyunturas de confrontación violenta extrema e interna –caso de la guerra del narcotráfico liderada por Pablo Escobar Gaviria y declarada contra el Estado y la misma sociedad colombiana en los años 80 del siglo XX.

Cuando aflora la incertidumbre sobre el presente y el futuro inmediato de cualquier sociedad –Colombia en este caso–, de sus instituciones y de la vida de cada uno de nosotros ante la incapacidad de las propias entidades responsables de ello –también confrontadas por la guerra de Escobar–, cada individuo, cada familia y cada grupo social buscaron aferrarse a algo o alguien como tabla de salvación.

En mi reflexión investigativa sobre dicha coyuntura, identifiqué al Atlético Nacional, como primer campeón colombiano de la Copa Libertadores de América en 1989, y a la Selección Colombia de fútbol que regresaba a un mundial en 1990, luego de 28 años de ausencia en ese torneo, como factores de resistencia en Medellín y Antioquia –y en buena parte del país– para que sectores sociales amplios, ligados en mayor o menor proporción al fútbol, siguieran viviendo y creyendo en sí mismos y en la ciudad y en Colombia: Atlético Nacional y nuestra selección de fútbol, se convirtieron en motivos de felicidad y de esperanza en medio del desaliento, el pesimismo y la incertidumbre que la realidad local, regional y nacional le ofrecía a cada habitante.

Pero a la par de la historia reciente del fútbol colombiano –con su continua e irregular participación en mundiales y otros torneos internacionales–, el ciclismo volvía a recordarnos su presencia y protagonismo no solo por sus triunfos históricos en competencias del nivel de la Vuelta a España, el Giro de Italia y el Tour de Francia, algo jamás soñado por los colombianos más optimistas.

Además, porque tales conquistas nos remiten forzosamente al contexto de la región colombiana como gestora de la identidad, la autenticidad y la calidad de nuestros ciclistas, desde figuras como Ramón Hoyos Vallejo, Martín ‘Cochise’ Rodríguez, Efraín ‘Zipa’ Forero, Roberto ‘Pajarito’ Buitrago, Rubén Darío Gómez –‘El tigrillo de Pereira’–, Rafael Antonio Niño, Carlitos ‘La bruja’ Montoya, Javier ‘El ñato Suárez’. José Patrocinio Jiménez…y así hasta llegar a Lucho Herrera, Nayro Quintana, Fernando Gaviria, Egan Bernal, entre otros, dándole realce a esa expresión espontánea del ser regional colombiano. Ese origen, esa continuidad y esos triunfos deslumbrantes, han llevado a preguntarnos si es el ciclismo –en vez del fútbol– el deporte nacional en Colombia: una discusión que apenas se inaugura.

 

El santanderismo en el deporte

 

Y en medio de esa discusión amplia, constructiva y propositiva sobre el auténtico deporte nacional de Colombia –como contribución al urgente debate de reconstrucción de nuestra identidad nacional–, el gobierno del subpresidente Iván Duque Márquez anuncia la creación del Ministerio del Deporte mediante ley de la República: la sensación personal fue de entusiasmo por la noticia y también de duda sobre las motivaciones que llevaron a Duque Márquez a promover el ministerio que habrá de liderar las políticas nacionales en materia deportiva en un país que, en sus años más recientes –y respondiendo a su ser histórico– se ha movido entre los extremos de la reconciliación nacional a partir de los Acuerdos de Paz firmados en 2016 con la guerrilla de las Farc, y la respuesta violenta desde dentro y desde fuera del Estado contra ese propósito de resolver nuestro conflicto armado mediante la solución política negociada.

Luego de leer con cuidado la Ley 1967 del 11 de julio de 2019, misma que crea el Ministerio del Deporte, y el decreto 1670 del 12 de septiembre del mismo año, muere nuestra expectativa al comprobar que los textos de ambas disposiciones, reafirman no solo la tradición santanderista de la forma sino también aquella –que es la peor– clientelista y politiquera que pone al discurso en función de mantener tal cual lo que ya existe como cultura de lo inamovible. Reproduzco el texto de la ley 1967 que define el objeto del Ministerio del Deporte

“Artículo 3°. Objeto. El Ministerio del Deporte tendrá como objetivo, dentro del marco de sus competencias y de la ley, formular, adoptar, dirigir, coordinar, inspeccionar, vigilar, controlar y ejecutar la política pública (cursiva nuestra), planes, programas y proyectos en materia del deporte, la recreación, el aprovechamiento del tiempo libre y la actividad física para promover el bienestar, la calidad de vida, así como contribuir a la salud pública, a la educación, a la cultura, a la cohesión e integración social, a la conciencia nacional y a las relaciones internacionales, a través de la participación de los actores públicos y privados”.

A riesgo de pecar por falta de información, me pregunto: ¿cuál es o dónde está la política pública que habrá de regir los destinos del recién creado Ministerio del Deporte? Mientras dicha política pública no aparezca, me atrevo a afirmar que tal enunciado se queda –aquí sí– en el papel, tal como ha sucedido a lo largo de nuestra historia normativa como país, en la cual prevalece la forma sobre el contenido con el agravante de que de tanto repetirla, esa formalidad pasa a ser parte del contenido y, por ende, se constituye en componente esencial de la cultura de aquello que se enuncia para que allí muera. Si algo ha caracterizado la debilidad del Estado colombiano, ha sido –precisamente– la ausencia de políticas en los más diversos asuntos, comenzando por las relaciones exteriores y siguiendo con el tratamiento de nuestros variados conflictos, incluido el prolongado conflicto armado.

 

¿Es inclusiva la extrema derecha?

 

Siempre con el beneficio de la duda –y partiendo del presupuesto de que la ley que crea el Ministerio del Deporte, no parte de una política pública al menos conocida–, pregunto de nuevo ¿cómo puede promulgarse una ley si no existe la política pública que debe inspirarla?

Y si no existe la citada política pública que orientará el quehacer del nuevo Ministerio del Deporte, vuelvo a preguntarme cómo podrá materializarse el numeral de la ley que enuncia algo tan determinante que consagra el artículo 14: “Apoyar y promover las manifestaciones del deporte y la recreación que generen conciencia, inclusión, cohesión social e identidad nacional” (cursiva nuestra).

Si observamos cada uno de los vocablos que dan sentido a los propósitos incluidos en el artículo 14 de la ley que crea el Ministerio del Deporte “[…] conciencia, inclusión, cohesión social e identidad nacional”, es imposible que se hagan realidad si no existe una política pública que marque el rumbo del nuevo ente burocrático creado por el subpresidente Iván Duque Márquez.

Y aun existiendo dicha política pública, la pregunta mantiene su pertinencia: ¿cómo puede forjarse conciencia, inclusión, cohesión social e identidad nacional en un gobierno que –más allá del discurso– es declarado enemigo de los Acuerdos de Paz y –por acción u omisión– ha contribuido a la polarización social y política, misma que se traduce en el exterminio de líderes sociales –cerca de 800 asesinados–, de desmovilizados de las Farc –se acercan a 200 los muertos–, además de los defensores de derechos humanos asesinados, amenazados o exiliados por amenazas?

Como lo enunciamos al comienzo de este artículo, la concepción civilizatoria del deporte en una sociedad que se considera democrática y formadora de ciudadanos, se fundamenta en el postulado según el cual la práctica deportiva debe contribuir no solo a la realización plena del individuo sino también a la cohesión del conjunto de la sociedad a través de referentes comunes como los que brinda el deporte mismo, lo cual permite tramitar las diferencias dentro de un entorno de comunidad de intereses como localidad, región y país: ese es el gran reto que siempre se le plantea a toda élite que aspira a ser algo más que clase gobernante: ¡clase dirigente! Y ese propósito ni siquiera amaga con despuntar en el horizonte de la clase política y empresarial que hoy –con todo y Acuerdos de Paz– ejerce a discreción el poder en nuestro país.

* Periodista, politólogo, docente y doctor en literatura.

Información adicional

Autor/a: Gonzalo Medina Pérez*
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.