Un Cisne negro recorre el mundo, en Colombia, como parte del mismo, también hizo sentir su latir de alas. La economía, siempre dependiente de factores externos, es sacudida, quebrando el precio del petróleo y llevando el del dólar a niveles nunca vistos, lo que encarecerá la vida diaria y, con ello, cerrando un futuro que será poco halagüeño y lleno de tribulaciones para las mayorías. Realidad negativa que puede traducirse en oportunidad, para dejar a un lado el mal y nefasto gobierno.
La fantasía duró poco. Mientras la mayoría de las economías de América Latina entraban en recesión durante 2019, el Producto Interno Bruto (PIB) de Colombia creció 3,3 por ciento –impulsado por el consumo interno– y para 2020 el Gobierno proyectó, sobre fundamentos endebles, un aumento de 3,5 por ciento. Pero el lunes 9 de marzo la fantasía fue flor de un día, todo se derrumbó. La Bolsa de Valores de Colombia tuvo que suspender sus operaciones al mediodía frente al desplome del índice que mide el valor de las acciones de las principales empresas del país: la de Ecopetrol alcanzó a tener una variación negativa de 23,6 por ciento y la preferencial Bancolombia cayó 14,3 por ciento; en su orden, continúan la preferencial de Davivienda, con pérdida de 10,34 por ciento; la preferencial del Grupo Aval, con -8,3; y la acción del Grupo de Energía de Bogotá (GEB), con -5,4. En general, el índice Colcap, que mide las variaciones de los precios de las acciones más líquidas, cayó 10,6 por ciento hasta 1.344,6 puntos.
Para algunos analistas, la llegada del coronavirus a Colombia es la causa del pánico económico. No, el problema es más estructural y global: durante los últimos seis años, de 2014 a 2019, el panorama macroeconómico reciente del sistema mundo capitalista muestra una desaceleración tendencial de la actividad económica: caídas en el PIB per cápita, en la inversión, el consumo per cápita y el comercio internacional, unido a un sostenido deterioro de la calidad del empleo, pérdida de valor de las materias primas, reducciones en la tasa de ganancia del sector real, salarios a la baja y mercados financieros internacionales más frágiles. De acuerdo con la afirmación hecha por Kristalina Georgieva, jefa del Fondo Monetario Internacional (FMI) ante los ministros de Finanzas y gobernadores centrales del G20 “La proyectada recuperación […] es frágil” y “el crecimiento mundial girará en torno al 1 por ciento en 2020”.
Petróleo, con el mayor desplome en 3 décadas. El precio del barril, referencial Brent, se hundió este lunes 9 de febrero en cerca de 30 por ciento, su caída más fuerte desde la guerra del Golfo en 1991, después de que Arabia Saudita desatara entonces una guerra de precios con grandes rebajas de sus barriles de crudo. La actual guerra de precios que enfrenta a la Opep y Rusia podría arrastrar el crudo al terreno de los USD $20 por barril, según pronostica Goldman Sachs Group Inc.
Por la recesión económica mundial, potenciada con el brote del coronavirus, la demanda de petróleo disminuirá en 435.000 barriles por día durante el primer trimestre de 2020, caída que no se registraba desde hace una década. Difícilmente un nuevo acuerdo entre los países productores de petróleo Opep y no Opep, denominados Opep +, para reducir su producción total podrá equilibrar en el corto plazo el mercado mundial del hidrocarburo. El hecho real es la confrontación abierta entre países petroleros y la guerra de precios en que se enzarzaron el viernes 6 de febrero en Viena –Austria– luego del fallido intento de la Opep y no miembros de la misma, por lograr un acuerdo en el recorte del precio del crudo. Rusia se negó a llevar a cabo el recorte, provocando, entonces, una guerra de precios entre la actual Federación de Rusia y el Reino de Arabia Saudita.
En medio de este complejo contexto, el modelo extractivo y de especulación financiera que caracteriza al sistema colombiano pasa ahora su cuenta de cobro. De acuerdo con el gráfico adjunto, la suerte del país está ligada a la extracción minero-energética y al precio internacional del barril de crudo, en particular desde la década de 1970. Desde entonces, el capital financiero asumió el comando de la economía en contubernio con una oligarquía corrupta, mafiosa y asesina. El conflicto por el dominio territorial, expresión del modelo extractivo, dio lugar a una dolorosa y crónica historia de pogromos, migraciones forzosas y trasiegos territoriales, con afectación directa de una cuarta parte de la población.
Una proyección con antecedentes variables, ya que el precio del petróleo, referencial Brent, alcanzó un máximo de 139 dólares por barril en junio de 2008; a inicios de 2016 se transaba a 36; dos años más tarde, en 2018, volvió a escalar hasta 82,7 y en marzo de 2020 se desplomó a 30 dólares el barril de hidrocarburo, con tendencia a seguir cayendo hasta el piso de los 20 dólares en la medida que avance la recesión económica global.
La producción física nacional también es volátil: en 2015 el país superó la barrera de producción del millón de barriles de petróleo promedio día; en 2017 cayó a un promedio de 854 mil y en 2019 se recuperó la producción a 886 mil; para 2020, el Ministerio de Minas y Energía planeaba una producción de 900.000 barriles de crudo por día (bpd), con base en la inversión extranjera y los nuevos proyectos de inversión, construidos bajo la expectativa irreal de un precio cercano a los 65 dólares el barril; muchos de estos proyectos se aplazarán o, simplemente, dejaran de ser viables.
En paralelo, y como manifestación de la fragilidad de la economía nacional, dependiente en lo fundamental de la norteamericana, el dólar alcanzó un precio promedio de $3.804,4 el lunes 9 de marzo de 2020.
Así sucede, además, porque la tasa de cambio va de la mano con el precio del barril de petróleo, la correlación es negativa: cae el valor del crudo y la moneda colombiana se devalúa. De esta manera, el dólar llegó a un nuevo máximo histórico en medio de la guerra de precios en curso. Esta nueva situación podrá llevar a un incremento de la inflación y a una intervención del Banco de la República, que aumentaría las tasas de interés, debilitando aún más las actividades económicas. Adicionalmente, la espiral histórica del dólar tiene otros efectos colaterales: es más caro viajar e importar, se aumenta el saldo y servicio de la deuda externa, el valor de la canasta familiar se incrementa (25% de los bienes que la integran son importados), en particular los alimentos. Algunos consideran que la devaluación podría mejorar los ingresos por exportaciones, pero este país no tiene vocación exportadora más allá de las materias primas de origen minero-energético, del comercio o tráfico ilegal de drogas tóxicas y de la migración de población pobre y sin futuro en el país que envía remesas anualmente por un valor de 6.800 millones de dólares. El Banco de la República reportó que durante el 2019 la cuenta corriente de la balanza de pagos de Colombia registró un déficit de 13.800 millones de dólares, una cifra que representa el 4,3 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB)** y con tendencia a aumentar.
El golpe de la caída en los precios de petróleo también se sentirá en los ingresos corrientes de la Nación, pues cerca del 12 por ciento viene de la renta petrolera. Colombia tendrá que enfrentar un choque fiscal similar al que vivió después de 2014. Por cada dólar que cae en el precio internacional del barril de crudo, el país pierde $261.000 millones; y por un incremento de $100 en la tasa de cambio, los pagos en la deuda externa se encarece en $1 billón. Según el Plan Financiero de 2020, el Ministerio de Hacienda hacía cuentas para este año con un dólar a $3.320 y un Brent a USD $60. Soñar no cuesta nada. Pero el palo no está para cucharas, el faltante de recursos para terminar de financiar el presupuesto público de 2020 es de aproximadamente $8 billones. La administración Duque esperaba aumentar el recaudo basado en una ilusoria hipótesis de un sostenido crecimiento de la economía impulsado en la rebaja de impuestos a las grandes empresas que les otorgó mediante la reforma tributaria de finales de 2019; reajuste de las rentas públicas, mal denominado “Ley de crecimiento económico” por el Gobierno.
La incertidumbre genera exceso de volatilidad. Ante la fuerte turbulencia mundial, las medidas que empiezan a sugerirse por parte de las autoridades económicas y los expertos son: usar las reservas internacionales, apropiarse de las ganancias de Ecopetrol, reducir el gasto público, acudir a más endeudamiento externo (actualmente la deuda del Estado representa el 58% del PIB) y vender parte de los activos que aún son propiedad del Estado.
Es un escenario al cual se suman las crecientes demandas sociales y presiones por reducir la desigualdad y aumentar la inclusión social que pondrán a prueba, una vez más, al gobierno Duque con el nuevo paro nacional el 25 de marzo de 2020 en demanda de los 104 puntos que integran las exigencias del pueblo trabajador y la ciudadanía democrática.
Entre tanto, el presidente Iván Duque tiene la aprobación más baja en lo que va de su gestión: solo el 23 por ciento de los connacionales la avala. El pesimismo es una pandemia que impacta a tres cuartas partes de la ciudadanía; la mayoría cree que las cosas en el país empeoran. A ese ambiente negativo contribuyen la inseguridad, el desempleo, la corrupción, el estado de la economía, la violencia, el retorno del conflicto armado, el fortalecimiento del narcotráfico y el paramilitarismo, la alianza de los partidos de derecha con las organizaciones criminales que dan vida a un fascismo fortalecido, la abierta y descarada violación de los derechos humanos, la prostitución de la democracia y los desplazamientos forzados, el alto costo de vida y el manejo de la llegada masiva de inmigrantes venezolanos. En estos temas las personas consideran que no hay motivos para sentir optimismo a futuro.
En estas condiciones, el lunes nefasto de la economía colombiana podría traducirse en el oscuro 2020. Circunstancia que podría traducirse en oportunidad para las mayorías, en perspectiva de lo cual a los indicadores globales toca agregarle la energía de los resortes nacionales, la de asiento en las barriadas y sitios de labor, la del rebusque y la del desempleo, la que desprenden quienes desaprueban al gobierno Duque, muchos de manera pasiva, rompiendo la contemplación y sumando energías para que el deseo se haga realidad: que el mal gobierno deje de ser y una nueva oportunidad sobre la tierra llegue para los condenados de más de cien años de manipulaciones y negaciones.
** La balanza de pagos es un registro de todas las transacciones monetarias producidas entre un país y el resto del mundo en un determinado periodo. Estas transacciones pueden incluir pagos por las exportaciones e importaciones del país de bienes, servicios, capital financiero y transferencias financieras.
* Economista y filósofo. Integrante del comité editorial de los periódicos Le Monde diplomatique, edición Colombia, y desdeabajo.
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