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25M

25M

Cuatro meses después del 21N llega el 25M. El peso de su referente es muy fuerte, así como los propósitos definidos para la nueva jornada de protesta a la que es citada la sociedad colombiana.

Como se recordará, el 21N sobrecogió a la sociedad por su masividad y su continuidad, más allá de un solo día de lucha, así como por la renovada manifestación de sectores sociales y lenguajes políticos, en que las cacerolas emergen como significativo referente de inconformidad social y de rechazo al gobierno. Su estallido se prolongó, con altos y bajos, a lo largo de casi tres semanas, para perder fuerza entrado diciembre y su temporada vacacional. Estos altos y bajos la llevaron de ser un gesto plural del inconformismo social, abierto y festivo, a reducirse a la manifestación del descontento de sectores juveniles, ligados al activismo social.

El reto central, por tanto, que tiene el llamado al 25M, es retomar la masividad y lo plural en la expresión del descontento social, y para ello poco ayuda la convocatoria a un paro de la producción –como algunos sectores pretenden–, algo impensable de lograr en las condiciones del sindicalismo colombiano, débil y centrado en el aparato estatal y, dentro de éste, en lo fundamental, en el sector educativo.

Tampoco ayudan para su buen resultado, como parece estar definido, dos jornadas de protesta: una en la fecha indicada y otra en abril 16, como asimismo lo define otro conjunto de organizaciones sociales y políticas, que anuncia su acompañamiento a la primera de las jornadas para concentrar luego fuerzas a partir del 16 de abril, con pretensión de “paro indefinido”, una vez que los campesinos e indígenas recojan la cosecha agrícola en los primeros días de abril, y pasada la Semana Santa. Las lecciones de la humanidad son claras: lo único que posibilita la dispersión de fuerzas es el triunfo del contrario.

Igualmente, tampoco aporta para el logro de lo pretendido por parte del descontento nacional la prioridad que algunas organizaciones parecen otorgarle a lo electoral, proyectando desde ya sus (pre)candidatos para las elecciones presidenciales de 2022, decisión que polariza los procesos sociales, atiza prevenciones, merma fuerzas al propósito pretendido con las jornadas que se abren desde este 25M, además de distraer al conjunto de lo social del foco central en su disputa en contra del establecimiento.

Son aquellas unas circunstancias que le merman fuerzas y convicción a la concreción de la condición indispensable para satisfacer a cabalidad los propósitos del 25M. Como las merma el hecho de que todavía no se defina un método común para buscar el encuentro cotidiano con el país nacional, más allá de la marcha y el grito de descontento, un encuentro para reflexionar, discutir y definir en común el modelo social a que se aspira, pasando por aclarar el conjunto de reivindicaciones que integran el pliego nacional y las prioridades entre las demandas allí reunidas.

Es un método que debiera estimular por doquier la citación y la concreción de asambleas populares. ¿Funcionó así a lo largo de los meses de enero, febrero y marzo? Es este un proceso fundamental en tanto método para buscar cerrar la brecha entre representantes y representados, entre activistas y sociedad en general, para recoger a través de tal dinámica unos importantes elementos: sentimientos, disposiciones, aspiraciones, sueños, capacidades, experiencias, etcétera, latentes por doquier, de tal manera que ese conjunto social se sienta actor fundamental e indispensable de la lucha en camino y no solo carne de cañón. En tal sentido, se requiere dialogar para propiciar la transformación de la base en dirección de su propio proceso, a fin de construir un país otro, entre todas y todos.

Al subsistir y ganar prioridad lo particular –el interés de cada fuerza– sobre lo general –el país nacional–, al no encontrar sintonía con el método por desplegar por todos los territorios, al no sintonizar o identificar un blanco único de ataque, es claro que los resultados por lograr en el corto plazo serán, cuando más, débiles.

Es esta realidad lo que nos permite afirmar que, en tales condiciones y con tales distorsiones, es más que difícil poner en marcha un diálogo-encuentro con el país nacional que permita identificar las dos o tres consignas sustanciales para las jornadas de lucha por venir (empleo estable, congelación de las reformas en curso, desmonte del Esmad), de modo que con ello se consiga que el conjunto social supere la dispersión y pueda sentir, pasados unos meses, un logro concreto en sus demandas, combustible fundamental para ganar confianza en su potencia y constatar la debilidad del propio establecimiento.

Estamos, por tanto, ante una necesidad, un método, la construcción de un movimiento más allá de lo espontáneo y lo transitorio; pero tememos que la dinámica de estos meses en las ciudades y el campo no haya sido esa, a pesar de la realización de asambleas populares –para el caso de algunas ciudades, y con seguridad en algunas zonas rurales– que marcaron con fuerza la distancia reinante precisamente entre activistas y sociedad en general. Es una dinámica tal que permite concluir que quienes alientan el inconformismo social son los activistas, y los miles de miles expresados el 21N contemplan con expectativa. ¿Logrará romper esta distancia y esa dinámica el 25M? Motivos para que así suceda tenemos por montones, como lo demuestran tanto los reivindicados en cientos de anuncios, cartulinas, gritos y demás que llenaron con su alegría el 21N, como los ‘resumidos’ por las más de 100 reivindicaciones que integran el pliego construido por el Comité nacional del paro, pero también los nuevos motivos que pudieran sumársele, entre ellos los anunciados ya sin medias tintas por los ministros de Duque, como las reformas pensional y laboral, pruebas piloto para darle curso al fracking, fumigaciones con glifosato…

Esto es lo que conocemos como lo objetivo, lo palpable, pero…, ¿y lo subjetivo? Pervive en quienes impulsan el 25M una forma de expresar lo político que no logra romper con imágenes, lenguajes e iconografías en general de otra época –proletariado fabril–, que no incorpora los nuevos lenguajes que hoy potencian que lo político, el poder y la sociedad ya no sean algo exclusivo de especialistas, en que unos dicen y otros hacen, en que el centro del accionar son el poder y el Estado como su expresión máxima, y en que los sujetos sociales parecen no cambiar.

Es así como la interacción dinámica entre lo objetivo y lo subjetivo aún no cuaja en las expresiones sociales que propician los activistas, dificultando el logro de sus propósitos, aunque sin tornarlos imposibles, ya que lo espontáneo sigue latiendo en el ambiente nacional.

Es esta realidad lo que valora el establecimiento mismo y aquello que lo lleva a no congelar sus proyectos privatizadores en varios campos, como a no sentirse obligado a negociar de manera concreta algunas demandas como la del desmonte del Esmad, entre otras.

Reducir la distancia, al mínimo posible, entre la dirección activa de este proceso de protesta nacional y la inconformidad social, mirando más allá del 25M, e incluso del pretendido 16 de abril, es, por tanto, un factor crucial para obligar al establecimiento a una negociación efectiva de las demandas sociales. De darse así, quizá se pudiera obtener un triunfo parcial que le dé aliento a la protesta social generalizada, triunfo que también serviría como acicate para superar, parcial o en forma total, muchas de las prevenciones que distancian a los activistas sociales.

Este conjunto de referentes son realidades e ideales que debieran alentar procesos sociales y políticos, como también son estampas de la realidad que nos domina. En todo caso, el 25M señalará con luz intensa las fortalezas y las debilidades, tanto de lo pretendido como de lo construido y de lo logrado, señalando con mano firme el camino por seguir en pro de construir un país otro.

 

 

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Autor/a: Equipo desdeabajo
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