Con fuerza desmanchadora, como un jabón con tal poder, así está actuando la crisis desatada en la sociedad global por el Covid-19. Colombia no escapa de ello.
Este virus, con su potencia aún no determinada a plenitud, ha sacado a la luz, permitiendo que se vea su color real, algunas de las manchas más protuberantes del sistema socio-económico dominante. Para el caso colombiano:
La contradicción público-privado. Desde hace 30 años los gobernantes hicieron todo lo posible por desmantelar lo poco público con que contaba el país, hoy, ante la pandemia declarada por este virus, es claro que el sistema de salud con que contamos es precario, insuficiente, con un número de camas limitado y sin los recursos económicos indispensables para atender sin costo ni exigencia alguna a quien lo requiera.
La irracionalidad de lo privado, también en salud. Aprovechando ventas de garaje el capital privado adquiere una buena parte de la red en salud que antes era pública, además de lucrar en miles de millones por un modelo de atención que dejo en sus manos buena parte de la atención de la sociedad. Bien, ahora que el riesgo de enfermedad-muerte acecha de manera amplia la carga para responder ante ello recae en lo público y lo privado se hace el de la “vista gorda”. Es necesario, si la crisis crece, poner toda su red y recursos bajo control estatal y al servicio de las mayorías, sin exigencia ni requerimiento alguno.
De espaldas a la realidad. Los gobernantes creen administrar para el ciento por ciento de quienes integran la sociedad, pero no es así. Gobiernan desde la nebulosa de creer que somos un país. Veamos, ante esta crisis, emanan decretos y orientaciones que aconsejan atender los compromisos labores desde la casa –teletrabajo–, lavarse las manos cada 3 horas, y cosas semejantes. Bien, la realidad es que más del 12 por ciento de los connacionales están desempleados, y no menos de un 50 por ciento se rebusca en la informalidad y por cuenta propia, por tanto, ¿qué teletrabajo pueden llevar a cabo? Además, con un servicio de internet en la práctica privatizado –sus tarifas así lo determinan– es claro que no toda la gente puede acceder a tal red. Y de lavarse las manos con regularidad, ¿dónde y cómo, cuando miles de miles están en la calle todo el día, y cuando el acceso a un servicio de baño puede demandar hasta $ 1.000?
Sociedad excluyente. Una realidad generalizada, mírese los cientos, los miles, que están todo un día al lado de una caja de madera surtida de golosinas y otras baratijas, tratando de reunir unos pesos para llevar el alimento a sus hogares. Obsérvese los cientos, los miles, que deambulan ofreciendo un servicio u otro, más los que tratan de distraer el tiempo de cualquier manera, por no llamar la atención sobre los miles que sin techo ni recurso alguno están botados a la calle, unos y otros ¿dónde llevarán a cabo su aseo rutinario? y estos últimos, débiles en extremo y sin defensas en sus cuerpos para sortear este tipo de contingencias, ¿está el sistema de salud presto para atenderlos por miles?
Primero yo, segundo yo… Informan las redes sociales de la desbocada presencia de miles con capacidad adquisitiva comprando, acaparando, todo lo que se encuentra en ciertos almacenes de cadena. Ellos primero, ellos segundos, ellos… No importa si otro necesita. Al fin y al cabo de eso se trata: el que tiene dinero puede garantizar sus necesidades, el que no tiene que se joda. Ese es el espíritu multiplicado por el sistema capitalista desde siempre y ahondado por el neoliberalismo a lo largo de los últimos 30 años. ¿Quién regula? ¿Quién vela por las mayorías?
Las lecciones son muchas más, hay que procesarlas, hay que volver a pensar lo público, lo verdaderamente colectivo, sin restringirnos a un Estado que desde siempre ha estado al servicio de los ricos y pudientes, y en tiempos de Covid-19 no es la excepción.
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