El malaire como expresión del maldesarrollo

El pasado 23 de octubre se llevó a cabo la Audiencia Pública “Calidad del aire en el Valle de Aburrá y sus afectaciones a la salud pública”. Un encuentro social concretado ante la evidente crisis del mal aire que respiramos quienes habitamos esta parte del país. Defender el aire como un bien común, más allá del afán industrial y del trancón de vehículos de todo tipo, surge como reto colectivo para dar cuenta del vallecito de humo.

La actual crisis sanitaria del covid-19 y la crisis socioecológica guardan una estrecha relación con los modelos productivos y la concepción que tenemos sobre el bienestar y el desarrollo. Para Riechmann (1), el principal problema de las sociedades actuales está relacionado con la eliminación de los residuos. “El agua es un residuo de la producción de imprescindible energía animada e inanimada. El aire, residuo de combustiones en benéficos motores. Fauna y flora son ya propiamente residuos de las industrias cárnica y farmacéutica. El trabajo humano, residual residuo de la actividad incansable de las máquinas”.

A medida que crece el número de habitantes y se intensifica el uso de los bienes comunes naturales (flujos de energía y de materiales), aumenta la emanación de contaminantes. Como resultado, los sistemas de extracción y utilización de energía han hecho que los suelos, la atmósfera y el paisaje hayan transformado el Valle de Aburrá, en un vallecito de humo.

Los impactos, dilemas y peligros que enfrentamos ahora, derivan y son el resultado previsible de un modo de habitar desconectado de las tramas de la vida, donde los sistemas productivo y reproductivo son esencialmente urbanocéntricos. Algunos incluso lo asimilan a un agujero negro de la biosfera (2). Por lo tanto, en la urbe como unidad sociobiótica, se profundiza la relación de orden colonial y del pensamiento atomístico individualista propio del humanismo moderno, donde se instauran categorías dualistas y por tanto, se fragmenta a la naturaleza, al separar lo social y lo natural, para ponerle precio, dueños, pero principalmente para convertirla en mercancía. De este modo, y gracias a la gran bonanza energética del pasado siglo XX, se magnifica la socionarrativa del productivismo, el desarrollismo y un alto consumo. En definitiva el gran conflicto capital-vida. Como correlato, hoy tenemos una sociedad que no sabe qué hacer con su residuos y que además se exime de esa responsabilidad.

Es claro, nuestros problemas surgen de nuestra cultura, de la visión que tenemos sobre el mundo, en últimas, de nuestros paradigmas. La contaminación la origina una economía concreta basada en el crecimiento perpetuo y apoyada en la quema de combustibles fósiles. La razón de fondo hay que encontrarla, entonces, en el capitalismo y su lógica de acumulación como forma no solamente económica, sino como una forma que regula toda la vida social. Pero, si vamos más allá, el suelo epistemológico de esta lógica sociocida y ecocida, se asienta en la modernidad/colonialidad, donde se crean las condiciones para que la especie humana tolere la violencia y la crueldad ante la devastación. ¿Cuándo empezamos a comportarnos como una especie conquistadora que se olvidó de la vivencia del cuidado y del cultivo? ¿Las sociedades precedentes, tanto de cazadores recolectores, como las agrícolas, tenían presentes estos valores?

Desde la teoría social hay algunas pistas, que apuntan a la lógica del ego conquer (3) que terminó impregnando la subjetividad humana. Una racionalidad terricida, que desacralizó la vida y convirtió a los territorios y a la fuerza de trabajo, dos aspectos del mismo proceso histórico-político, en objetos.

Como resultado, hoy asistimos a una debacle socioecológica. Sus rasgos más críticos son la crisis climática y la contaminación en entornos urbanos y rurales. ¿Cómo resolver este estado de cosas? Hasta ahora la mayoría de las personas, y quienes se encargan de la toma de decisiones en el ámbito público, han dudado en reconectar las dimensiones sociales y ambientales. Se olvida que somos seres intra e interdependientes, además de ecodependientes (4).

Asistimos a una gran contradicción, pero al mismo tiempo hemos abonado el camino hacia nuestra propia autodestrucción, así como a daños irreparables en la estructura ecológica de soporte, que afecta otras especies animales y vegetales. Al decir de Monedero (5) asistimos a un escenario contrario a lo que podría considerarse un contrato social, puesto que “los monstruos están liberados de la caja de Pandora, con una gran capacidad de daño”.

Ante este escenario, en el vallecito de humo, múltiples actores, con motivaciones, intereses y anhelos divergentes, al apelar al principio de participación política y al derecho de acceso a la información, se han involucrado e intervenido en esta discusión colectiva para defender el aire como un bien común digno de ser protegido y defendido y para reclamar escenarios de diálogo público, como el propiciado el 23 de octubre pasado, cuando se llevó a cabo la Audiencia Pública “Calidad del aire en el Valle de Aburrá y sus afectaciones a la salud pública”.

El vallecito de humo necesita de un proceso de reimaginación política, para poder vivir juntos, a través de la comprensión de la gran responsabilidad que tenemos con la totalidad de la vida. Debemos recomenzar una historia, donde conversemos sobre la ciudad que queremos, para construir otros sentidos. Es necesario recuperar aquella idea de la política, que busca asegurar la vida y cuidar de la existencia en el sentido más amplio (6). Al ser la política, tanto polis (la ciudad presente) como polemos (la ciudad a construir) (7), la acción colectiva debe asumir como eje de su reflexión una clara noción del mundo-de-la-vida y un replanteo del lugar de lo humano lejos de la tecnolatría y de la fascinación hacia el crecimiento que tuvimos en el siglo de la gran aceleración. Necesitamos construir nuevos sentidos comunes y profundizar la democracia a través de espacios de diálogo, que permitan superar la visión elitista que se tiene sobre los conflictos y sobre el reclamo y defensa de los derechos.

En este proceso, la educación ecosocial es clave para buscar colectivamente salidas a los modelos del maldesarrollo. Sentarnos juntos a la mesa y huir de los discursos apocalípticos, que son el abono perfecto para las salidas políticas autoritarias.

Son tiempos de fuertes convulsiones sociales y ambientales, donde necesitamos hacer de la ecología, la democracia y el conjunto de justicias, asuntos vertebradores de la acción educativa, que permita formar ciudadanas y ciudadanos activos, responsables y críticos, para aproximarnos al Valle de Aburrá con una mirada y una acción distinta.

1 Riechmman, J. (2007). Tránsitos (antología poética 1981-2006). Crecida, Ayamonte –Huelva).
2 Acevedo, L., & Peláez, C. (2015). La ciudad postmoderna: agujero negro de la biofera. Revista Experimenta, (2). Recuperado a partir de https://revistas.udea.edu.co/index.php/experimenta/article/view/24595
3 Machado Aráoz, H. (2014). Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporánea. Buenos Aires, Argentina: Mar Dulce.
4 Herrero, Y. (2018). Sujetos arraigados en la tierra y los cuerpos. Hacia una antropología que reconozca los límites y la vulnerabilidad. En: Petróleo. Arcadia-Macba, Colección Et Al., Barcelona, 2018, 163 pp.
5 Monedero, J. C. (2009). El gobierno de las palabras. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España
6 Arendt, H. (1997). ¿Qué es la política? Barcelona: Paidós.
7 Monedero, J.C. (2018). Los nuevos disfraces del Leviatán. El Estado en la era de la hegemonía neoliberal. España: Akal.
* Profesora e investigadora, Universidad de Antioquia.

Información adicional

Autor/a: Catherine Vieira*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº274

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