Mi vida ha estado atravesada por los hospitales, mi madre es auxiliar de enfermería y desde niña recorrí sus largos pasillos llevándole el almuerzo al medio día, sin embargo nunca había sido paciente, hasta que en el 2015 quedé en embarazo. Como buena capricorniana con ascendente acuario y luna en escorpio, cuando me enteré que estaba embarazada llamé a todas las mujeres que conocía y que habían parido para que me hablaran de su experiencia, y vi todos los videos de partos en YouTube, incluso los de animales, pues tenía que conocer los posibles desenlaces para el momento que me esperaba.
Quien ha estado en embarazo debe saber la sensación que te da en el tercer trimestre, pues tienes un bebé de al menos dos kilos en tu panza y te imaginas que esa cosa inmensa va a salir ¡por tu vagina! Lo cual no es más que aterrador.
Después de largas conversaciones con mi madre y mi partero “Don Floro”, un médico tradicional nasa, decidí irme a Caldas a pasar mi último mes. Mi madre trabajaba en la sala de partos de la clínica de El Rosario y había hablado con sus compañeras para atenderme, don Floro me dijo que él desde lejos me acompañaría con las plantas porque “hay que parir en familia”.
El 10 de febrero de 2016 estaba escribiendo, mi padre había subido a hacer el almuerzo y a tomar su siesta del medio día. En un momento de la tarde empecé a escuchar ronquidos. Con todo y mi gran panza me dirigí hasta allí, al verlo estaba ahogándose e hinchado, sus ojos abiertos y gigantes, su cuerpo rojo; estaba teniendo un infarto.
Mi instinto me hizo acercarme para sacarle la lengua y evitar que se la tragara; luego llamé a mi hermano, quien a su vez llamó a todo el pueblo para que lo sacaran desde el tercer piso.
Había que actuar: iba a salir corriendo para urgencias pero llegaron todas las vecinas a mi casa a impedirme salir hacía el hospital. Tuve que llamar a mi mamá para que les dijera que me dejaran salir con mi padre, pues me sentía secuestrada por personas que, de buena voluntad, querían cuidar de mí y de mi bebé; y allí comprendí algo bellísimo y terrible de la maternidad: obviamente estas señoras estaban cuidando la vida de mi hijo, y hacían uso de su instinto “femenino” para estar a mi lado, pero también me estaban considerando una mujer sin voluntad, sin capacidad de evaluar riesgos y de tomar decisiones racionales.
Esa forma de ver a las mujeres embarazadas, como descubrí más adelante, es la que impera también en los hospitales. Desde que entramos allí, nuestra capacidad de decidir por nuestro cuerpo se anula, todos están concentrados en salvar al bebé, y en ese camino las violencias obstétricas se vuelven recurrentes y se naturalizan.
Mi padre estuvo muerto por 20 minutos, cuando dejaron de reanimarlo reaccionó y fue trasladado a otro hospital donde tuvo 3 infartos más. Yo intentaba no ser una carga adicional al nivel de tensión en mi casa, hablaba con Yako, mi hijo, y le pedía que esperáramos. Tenía un dolor bajo, pero intentaba mantenerme fuerte.
En la noche enviamos por colchonetas y nos acostamos a dormir; mi hermana, mi hermano, mi mamá y yo, afuera de la UCI, esperando noticias de mi padre.
A las dos de la mañana rompí fuente, me ingresaron a urgencias y una enfermera me dijo que me esforzara por tener contracciones para que no me aplicarán oxitocina, una hormona que acelera las contracciones del parto y el pulso de los bebés, yo llamé a Don Floro a las 3 de la mañana, me dijo “mija, vengo pensándola desde esta tarde”, yo le dije “mi papá se está muriendo y ahorita voy a parir”. Él me respondió que en ese momento se iría con sus yerbas a la montaña y me acompañaría en el parto. Hablé también con Camilo, mi compañero. A esa hora venía atravesando la cordillera para alcanzar a llegar al nacimiento de su hijo, me describió los paisajes que veía y se conectó desde lejos con nosotros, en medio de toda la magia que sucedía.
A las 5 de la mañana me aplicaron oxitocina y empezaron los dolores más fuertes. Yako me avisaba con 3 golpes en la panza que venía la contracción, y era un dolor que subía por mi pelvis, se aferraba en mi espalda y después abarcaba todos mis órganos.
La falta de infraestructura del hospital donde estaba me aseguró poder estar en la sala de urgencias; gritar, ponerme en cuatro, hablar en lenguas. En un momento de la mañana, cuando los dolores eran intolerables, llamé a mis ancestras y una anciana de cabello largo y trenzado apareció a mi lado.
Un médico pasó dos veces a palparme y lo consideré invasivo en ese acto mágico de parir. Yo no quería que me pusieran anestesia, pero los dolores aumentaban en intensidad y cuando comencé a pujar no querían llevarme a sala de partos.
Mi madre insistió en que me llevaran y cuando lo logró recuerdo su súplica al médico, diciéndole que era enfermera y que por favor la dejara entrar para ayudarme, pero nada de lo dicho fue escuchado. Una enfermera cogió mi camilla y me llevó a una bodega al final de esa sala y me dijo “no puje, usted está en 4 de dilatación y se va a dañar la matriz”. Mientras tanto, Yako quería salir, hablé con él, le dije que teníamos que esperar, pero los pujos seguían, recordé que las contracciones dejaban sin respiración al bebé y que nacer es más doloroso que parir, así que insistí en que me atendieran. Las “maternas” llamaban a “los doctores”, decían “allá hay una materna que va a parir”, y la enfermera decía; “ella puja porque quiere, ya le dije que no pujara”. Después de eternos minutos, la enfermera se acercó a verme, y en uno de los pujos salía la cabeza de mi hijo por mi vagina, me miró con ojos acostumbrados a ver lo mismo todos los días y me dijo “tengo tres maternas como usted y ninguna ha parido, agradezca que la voy a ingresar al quirófano y espero que tenga ese bebé rápido y hasta que lleguemos allá no puje”.
Yo hablé con Yako y le dije; mi amor, ya nos van a atender, no intentes salir hasta que nos digan. Cuando entramos a la sala de partos grité: ¡voy a pujar! y el bebé comenzó a salir, el médico que me recibió le dijo desesperado a todo su equipo: “viene el bebé, ¿cuál es su pulso?, ¿está vivo?, ¿está muerto?, no le han tomado el pulso, ¡nadie sabe cómo viene!”. Eso me asustó mucho, pero dije “aquí que pase lo que tenga que pasar” y cuando terminó el momento del pujo el médico me dijo “no grite, porque si grita pierde fuerza, no se separe de la camilla para que no se rasgue y vamos a tener a ese niño”, le dije que quería tenerlo sentada, que no quería estar acostada en ese camastro, y él de manera amable me dijo que si lo tenía sentada no me podría ayudar a sacarle los brazos después de que él bebé sacara la cabeza, y agregó: “si lo tiene acá usted saca la cabeza y yo le ayudo con el resto”, eso me convenció. Mi bebé vino al mundo a las 10:49 del 11 de febrero de 2016.
Mi padre salió de cuidados intensivos a los 15 días. Mi hijo nació en una hermosa conjunción entre la vida y la muerte en la que la vida primó.
* Decirle a una mujer que es una perdida es decirle que ha incumplido con todo lo que se esperaba de ella, así que nosotras queremos reivindicar ese perderse de las mujeres, porque han fracturado el molde patriarcal que las acecha. En Relatos de Mujeres Perdidas presentaremos tres narraciones acerca de la maternidad, ese mandato del patriarcado que parece ineludible para las mujeres, pero que algunas han tomado como su lugar de resistencia, erigiéndose como “mamás desobedientes”.
Estas narrativas están hiladas como un tritono disonante y subversivo. Esa figura musical se ha considerado siniestra desde el Medioevo, y las mujeres que aquí tejen sus historias, se han hecho cada vez más feministas y más siniestras. En sus historias perdidas encontraron algo de conexión con su identidad y potencia, así que aquí está la segunda entrega de nuestro tercer tritono.
Para suscripción:
https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=suscri
Leave a Reply