También lo llamaron General de dos mundos pues participó en la guerra de independencia de España contra Napoleón (1808-1814) y como jefe de la expedición llamada de la “Reconquista española en América” (1815-1820). Pablo Morillo, hijo de humildes campesinos castellanos, llegó a ser Capitán General con títulos y galones, sargento de infantería durante la batalla de Trafalgar de 1805 contra los ingleses, en la guerra de independencia de España como subteniente en Bailen (1808) y Vitoria (1813).
Como General operó al mando de Wellington contra Napoleón. Como General en jefe de las tropas pacificadoras, sometiendo al proceso revolucionario venezolano y colombiano, ocupando a sangre y fuego Cartagena de Indias y Santa Fe desde 1815 hasta 1820. No escatimó esfuerzo para aplicar tierra arrasada, perseguir y destruir una generación de revolucionarios.
Debido a la revolución liberal en España en 1820 se le truncó su deseo de triunfo militar a como diera lugar y no tuvo más remedio que firmar con Bolívar los Tratados de Trujillo (18120). En fin, gravemente enfermo marchó a Francia donde murió en 1837.
Morillo creyó que por medios militares se sometía a los pueblos que protestaban, asi fuera por hambre. Decía que la acción pacifica la respetaba pero no a los levantamientos y rebeliones a los que tenía que confrontarlos con tratamiento militar, de tal manera que toda la protesta o rebelión resultaba enmarcada en su criterio de “malhechores”.
Todos los malos o perjudiciales acontecimientos que ocurrían los achacaba o eran culpa de los rebeldes, ejemplo de ello el terremoto que destruyó a Caracas el Jueves santo de 1812, pero sin afectar a las ciudades leales al rey, conclusión: Dios castigó a los rebeldes por sus fechorías. Y cuando explotó el navío San Pedro Alcántara cargado de cañones, fusiles y pertrechos de los españoles entonces el diablo estaba con los rebeldes, y en verdad que sí les fue de mucha ayuda.
Terminada la guerra de independencia de España contra Francia en 1814, Fernando VII retoma el trono con la pretensión que todo siga como estaba antes de la guerra, como si no hubiera pasado nada, pero el país había cambiado, el rey no lo aceptó y abolió las libertades constitucionales de 1812 y restauró la Inquisición. No quiso aceptar ninguna discusión o posible negociación con las élites americanas, ni tampoco combinar la soberanía de la monarquía con la autonomía política y económica de las colonias, para él la única alternativa era aplastar la rebelión totalmente y después sí dar prebendas; una manera burda de salvar un imperio en declive.
Como concreción de tales pretensiones, organizó en 1815 la expedición militar llamada de “reconquista de América”, una ofensiva militar “pacificadora” para reducir la rebelión en Venezuela, Nueva Granda y para defender el Virreinato del Perú. La expedición, integrada por 12.000 soldados al mando de Pablo Morillo y Pascual Enrile, entró y descargó su ejército en la Isla Margarita, Caracas y Santa Marta, territorios que eran fortínes realistas. Corría el año de 1815.
Morillo creía que con mano firme y corazón grande podía resolver el problema de la revolución que avanzaba.
Por un lado quería llevar a los pueblos por “el camino de la dicha, sofocando los partidos y colocándolos al servicio del Rey”, pero por otro lado, si no era así “a sus provincias llega un ejército como jamás salió de España en número y calidad de tropas […] si me obligáis a desenvainar la espada, no culpéis al Rey más clemente, de los arroyos de sangre que correrán”. Y así fue. Rodeó Cartagena, la asedió y después de 106 días de tenerla sometida al hambre y la pesadumbre, con unos líderes que se enfrentaron entre sí en medio del asedio, la tomó el 6 de diciembre de 1815. Luego desató el terror sobre los sobrevivientes.
Morillo usaba tácticas sucias con sus subordinados y con sus adversarios. Una política de la Corona era usar el indulto para ganarse a la población, sus subordinados la usaron para que después su jefe los desautorizara como hizo en Santa Fe cuando los coroneles La Torre y Calzada promulgaron indultos pero cuando Morillo llegó a la ciudad los desconoció y envió a sus coroneles a los Llanos y a Cúcuta. Dio indultos a cambio de que entregaran a líderes revolucionarios, pagaba recompensas a quienes entregaran “enemigos del Rey”, y usaba a la población en tareas de inteligencia o “sapeo” de sospechosos de revolucionarios. Propuso indultos a oficiales del ejército siempre y cuando no fueran asesinos, sediciosos o incendiarios, y se pasaran a servir la bandera de su majestad, política que fue un fracaso.
Desde su llegada a Venezuela, Pablo Morillo puso a funcionar un Consejo Permanente de Guerra, alto tribunal que fue usado por el jefe español para condenar a los dirigentes de la revolución. Cuando fusiló, desterró o multó a los revolucionarios, así fueran meros simpatizantes, dijo que se hizo todo según las leyes, es decir, justificó sus excesos con las leyes. Justificó la represión de tal manera que en un momento hubo 600 presos en Santa Fe, y como no había sino una cárcel usó los templos y los salones de la U. del Rosario para atiborrarlos de presos. Morillo comentoó que si quisiera meter a la cárcel a los miles de revoltosos tendría que convertir al país en una gran cárcel. Cómo sería la represión desatada que el Consejo Permanente de Guerra de la capital no dio abasto y tuvo que establecer otros en Tunja y Neiva.
En su despliegue de terror, Morillo no solo fusiló a la intelectualidad neogranadina sino que para segar el pensamiento que los animaba, para impedir la libre expresión, reestableció la Inquisición, No la usó para defender la fe religiosa sino para perseguir y censurar las ideas provenientes de Francia e Inglaterra: como expresión de ello persiguió los llamados libros peligrosos y hasta los sospechosos; si eran en castellano los comparaban con los prohibidos por la Iglesia Católica y los quemaban, si eran en francés o ingles de inmediato eran prohibidos.
Morillo estableció el “Tribunal de Purificación”, instancia encargada de juzgar a insurgentes que no les aplicaban la pena de muerte sino el destierro, por tanto todo patriota debería ser alejado de la administración; se juzgaron 432 patriotas.
Al mismo tiempo puso a toda máquina la “Casa de Secuestros”, institución que estableció para confiscar los bienes de los patriotas, o sea, una extinción de dominio de la época.
Además de todos las anteriores instrumentos de pacificación, Morillo uso otras dos armas políticas: 1. La depuración de los religiosos para limpiar a la Iglesia de elementos “contaminados” de rebelión; 2. Una muy importante, el enjuiciamiento de mujeres. La idea era que las mujeres no podían tener “pensamientos sediciosos” que pudieran transmitirles a sus hijos. Como identificaron mujeres que apoyaron la revolución, fueron desterradas y en los sitios a donde llegaban debían estar bajo estricto control de los curas. La mujer debía ser reeducada en las ideales cristianos, de tal manera que fueran “habitantes pacíficos y amantes del orden”.
Todas estas políticas represivas, y la crueldad del régimen, acabaron por reducir o hacer casi nulas las simpatías del pueblo hacia Pablo Morillo y Juan Sámano, fortaleciendo, por el contrario, el sentimiento antiespañol debido al uso desmedido de la fuerza y al brutal exterminio de revolucionarios, al tiempo que dieron lugar al surgimiento o resurgimiento de las guerrillas populares, mientras el embriòn de ejército independentista se replegó a los Llanos desde donde tomó cuerpo la ofensiva por la independencia.
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