La primera vez que pude experimentar la educación personalizada fue hace 10 años, cuando realicé mi segunda maestría. Antes de esa experiencia el modelo educativo que viví en el colegio y en mis otros estudios universitarios tuvo un enfoque despersonalizado. No es que los profesores no se preocuparan individualmente por sus alumnos, sino que en la práctica el sistema los obligaba a privilegiar lo colectivo porque éramos muchos estudiantes por curso. En el colegio yo tenía 36 compañeros de salón y los mismos profesores enseñaban su materia a otros dos cursos con igual número de estudiantes. Luego, en la mayoría de mis clases de pregrado había en promedio 40 estudiantes y en las clases de mi primera maestría había alrededor de 30 alumnos. Por supuesto que hubo excepciones, pero de eso me ocuparé al final de este texto.
La segunda maestría la realicé en una universidad que tiene como tradición la enseñanza a través de pequeños grupos y con el sistema de tutoriales. La mayoría de las clases tenían un formato de seminario: nos sentábamos en una larga mesa con 5, 10 o hasta 15 estudiantes y el profesor. En este caso el profesor no destinaba el tiempo de clase para explicar el contenido de las lecturas que debíamos hacer previamente, sino que introducía la temática en 10 o 20 minutos y luego estimulaba discusiones a partir de las lecturas. El que no leía, le pasaba como al camarón: se lo llevaba la corriente.
Pero el secreto de la educación personalizada no radicaba únicamente en los grupos pequeños de estudiantes, también era importante el método. En casi todas las clases operaba un sistema de tutoriales, que implicaban sesiones de trabajo individuales con el profesor. ¿Cómo funcionaba? Cada estudiante debía preparar tres o cuatro ensayos al trimestre sobre preguntas previamente formuladas por el profesor. Cada vez que un estudiante entregaba su ensayo, quedaba automáticamente citado para una reunión con el profesor para defender sus ideas y para recibir retroalimentación. En el tutorial cada educando –por lo general– estaba solo con el educador. Era un espacio formativo muy intenso porque el profesor indagaba, cuestionaba y comentaba a partir de los ensayos presentados. Había un intercambio de ideas y argumentos fluido e intenso que lo llevaba a uno a querer preparase al máximo para cada sesión.
Al final del tutorial uno terminaba exhausto. Ahora caigo en cuenta que el profesor aún más, porque repetía la misma dosis varias veces a la semana con otros estudiantes. Además, por lo general, uno salía contento, así el ensayo presentado y las ideas hubieran recibido “palo” del profesor. Es algo parecido a lo que siento hoy en día después de una sesión de ejercicio intensa y exigente. Uno queda molido y al siguiente día puede que a uno le duelan los músculos, pero el sentimiento que prima es de satisfacción.
Decía al comienzo que la primera vez que viví la educación personalizada fue hace 10 años, pero hace 20 también pude disfrutar una experiencia que se asemejó a una educación personalizada. Todo ocurrió por un hecho fortuito. Pero primero, explico el contexto. Cuando estaba en el último grado del colegio me encantaba la clase de historia. El profesor enseñaba con pasión, tenía unos grandes dotes histriónicos y siempre ligaba la historia con el presente. Yo disfrutaba cada clase al máximo, pero esa no era la misma actitud de la mayoría de mis compañeros. Como el profesor no era “cuchilla” y no quería usar métodos represivos, a veces una buena parte del salón se dedicaba a “echar globos” o incluso a sabotear la clase.
Hasta ahí, nada de educación personalizada. Pero la historia cambió por cuenta de la operación de mi rodilla derecha. Tuve que usar muletas dos o tres meses y en vez de jugar fútbol, no me quedó otro remedio que permanecer quieto en los recesos de clase. Como consecuencia empecé a frecuentar durante el recreo de medio día la biblioteca del colegio y allí me encontraba con mi profesor de historia. Gracias a eso, me sentaba con él y otros dos compañeros a discutir sobre política, economía e historia. De hecho, de vez en cuando un amigo y yo escribíamos artículos cortos que luego defendíamos en nuestras tertulias de medio día. Además, nuestro profesor a veces nos ayudaba a estudiar cálculo, a pesar de que no era su materia en el colegio. En suma, aprendí muchísimo y tengo los mejores recuerdos de esa época.
En este escrito, he compartido dos experiencias propias de educación personalizada. Una en la cual el modelo educativo incorpora el enfoque de educación personalizada y otra en el cual el modelo tiende hacia una educación más masiva. Considero que, en general, el proceso educativo del primer modelo es de mayor calidad comparado con los modelos masivos que prevalecen tanto en la educación secundaria como superior. Sin embargo, una universidad que apueste por un modelo personalizado requiere más recursos para poder contratar suficientes profesores para implementarlo. La educación personalizada, por definición, requiere de educadores que dediquen más tiempo a los procesos formativos de cada estudiante. Si la institución educativa no cuenta con el personal suficiente dado el número de estudiantes respectivos, los profesores que quieran apostar por procesos más individualizados solo podrán hacerlo con algunos pocos alumnos y posiblemente a expensas de su tiempo libre.
Algo que no es imposible, pero lo correspondiente es que las instituciones educativas, de cualquier grado, lo asuman como parte de su ser, garantizando así su implementación para la totalidad de su alumnado. Educadores formados en tal lógica y dinámica, serán prenda de garantía en su implementación, motivo de satisfacción y enamoramiento con el conocimiento para la juventud que así sea formada
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