Dos años de vivencia con la pandemia ¿aprendimos algo?

A la memoria de Luis Ignacio Sandoval, intelectual honesto, comprometido profundamente con la paz, la democracia y la justicia social. Personas como tú, siempre le harán falta a nuestro país.

Hace dos años, cuando transcurría el mes de marzo, en Colombia se declaró oficialmente el primer caso de contagio por el coronavirus Sars-Cov-2 que produce la covid-19. Este fenómeno sanitario de nivel global, desencadenó una gran ola de miedo, producto, de un lado, de la capacidad de daño que se le atribuyó, pero también por la gran incertidumbre frente al mismo dado el desconocimiento de su contagiosidad y letalidad.

La alarma cundió, y el miedo también creció fruto de su exacerbación por los medios de comunicación, asuntos que llevó a tomar medidas tanto gubernamentales, como familiares e individuales, que generaron un cambio profundo en la dinámica de la vida social, cultural y económica.

Los efectos sin duda han sido dispares y la pandemia no se distribuyó “democráticamente” como se planteó a su inicio y como suele suceder con las enfermedades y su ampliación en forma de epidemias y pandemias. Como en la economía, y en la vida cotidiana en general, fueron los sectores más empobrecidos los más afectados en todos los órdenes.

Transcurridos estos dos años, vale la pena preguntarse como sociedad, como especie, por los aprendizajes y por los retos que pudo dejar una experiencia como esta, que nos impuso, durante un largo periodo, apartarnos de la forma “normal” en que habitamos el planeta.

No más el miedo para orientar las actuaciones

Un aspecto que guió el comportamiento de la gente fue el miedo: a contagiarse y morir, miedo a contagiarse e infectar a otros que terminaran muriendo. Asunto fuertemente estimulado por la gobernanza de la pandemia en cabeza de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y muy propagado por los medios de comunicación.

La reacción primaria, ante tal sentimiento, llevó a un aislamiento en muchos casos extremos: la gente se negó a entrar en contacto con otros seres humanos, incluso familiar. Reacción con situaciones angustiantes y dolorosas como la vivida por muchos trabajadores del sector salud que optaron por irse de sus casas por varios meses, aislándose de sus hijos, parejas, padres.

Reacción temerosa, estigmatizadora, que propició en diversidad de sectores el rechazo social, inculpación por posible contagio de los trabajadores de la salud, señalamiento ampliado incluso al transporte público. Actitud hipócrita pues mientras por un lado alababan la heroicidad de los miles que bregaban a diario con infectados por el covid-19, en el contacto directo fluia no la gratitud sino el rechazo.

El miedo es un mecanismo ampliamente utilizado para el control de la población. En lo político, lo conocemos muy bien en el país, lo han potenciado, de manera sistemática, por medio de actos violentos para crear un clima de inseguridad y de esta manera llevar al respaldo social a salidas de mano dura, de base fascista.

El aprendizaje desprendido de este particular, es reconocer muy bien cómo se utiliza el miedo como mecanismo de control y paralización de grupos poblacionales y de orientación de sus decisiones, predisposición que lleva a asumir posturas fuertemente individualistas que rompen lazos de reconocimiento humano y de solidaridad.

Sin desconocer el hecho que un fenómeno sanitario infeccioso que se extiende de manera amplia requiere en ciertos momentos de aislamientos, no puede admitirse quedar paralizados como sociedad por el miedo, perdiendo capacidad de respuestas de cuidado de base solidaria.

Todas las vidas deben importar

La pandemia de covid-19 volvió a mostrar que la salud y la enfermedad tienen una distribución profundamente desigual entre los grupos sociales, dependiendo de la condición económica que prima en ellos.

En Colombia la mayor tasa de infección por covid-19, y las muertes provocadas por ella, la sufrieron principalmente los sectores que padecen precariedad económica. Realidad que resalta al ver la distribución de la mortalidad por covid-19, y que según estadísticas del Dane, se agrupa en los estratos 1 y 2 con el 61,5 por ciento, mientras que en los estratos 6 y 5 solo alcanzó al 3,4 por ciento.

Una realidad, de exposición al virus que no es casual toda vez que quienes más se vieron impactados viven su cotidianidad obligados a salir, sin poder implementar adecuadamente las medidas de bioseguridad, quedando expuestos, en alto grado, al contagio. Si a esto se agregan los problemas de nutrición que tienen, las condiciones precarias de sus viviendas y las dificultades de acceso a los servicios de salud, queda integrado el cuadro de determinaciones que les impone la enfermedad y la muerte.

Es una realidad a la que también se suma el hecho que los impactos de orden socioeconómico producto de la pandemia los padecen en principal grado los sectores subalternos. Y su impacto no es menor: la pobreza creció en más del 10 por ciento, la capacidad adquisitiva de amplios grupos sociales disminuyó enormemente, el desempleo creció y muchas de las alternativas económicas de estos sectores a través de las micro y pequeñas empresas se quebraron, al no recibir ayuda económica del gobierno, contrario al tratamiento dado a la gran empresa.

El mecanismo de subsidio económico, utilizado desde hace varias décadas en el país, volvió a demostrar sus limitaciones para ayudar a que sus beneficiarios capoteen la pobreza. A pesar del clamor y la demanda social expresada con los trapos rojos ondeando en sus ventanas, y de la propuesta desde sectores académicos y sociales de implementar la renta básica universal, el gobierno no quebró su modelo económico ni social y hoy los empobrecidos de siempre lo están más, viviendo muchos de ellos en la miseria, padeciendo hambruma, tal como recientemente lo expresó la FAO, la agencia para la alimentación de la Naciones Unidas.

Entonces, el aprendizaje acá es hacer norma ética que todas las vidas importan, que no solo importan las vidas de los más pudientes, de quienes están en el poder o gozan de sus mieles de manera directa o indirecta, sino que cada ser humano debe ser protegido, cuidado, sanado.

La salud debe orientar la dinámica económica

A la luz del confinamiento general de la población, sin duda duda una decisión apresuada o sin valoración suficiente de los signos que iba arrojando la pandemia en sus primeros días de circulación y la mejor manera de contenerla, se propició una crisis del sistema económico en su conjunto.

Es claro. La producción quedó frenada, la circulación de mercancías reducida a un mínimo, el consumo también quedó alicaido, y con todo ello la acumulación de capital, eje central del sistema capitalista, entró en schok.

Alguién podría decir que la decisión fue altruista, sin embargo, tras percatarse los administradores de diversas piezas del andamiaje mundial de lo errado de su decisión evidenciaron que lo fundamental para ellos era la economía, no la salud ni la vida de las mayorías.

Esta paradoja se vio contradicha en el país, dado que cuando se presentó la peor dinámica epidemiológica de la pandemia, con el mayor número de casos de contagio y de muerte, el gobierno nacional tomó la decisión de abrir totalmente la dinámica económica.

En pleno pico epidemológico el gobierno impuso el retornó a la “normalidad” de la dinámica económica de mercado, esgrimiendo como sustento de tal giro el supueso de que la economía es esencial para la vida. Una visión que refuerza la lógica que por décadas ha primado en el país y el mundo, producto de la cual la economía, centrada en la acumulación de capital, subordina la salud y desprecia la vida.

A la luz de lo sucedidio y padecido por millones, debe quedar como aprendizaje que lo fundamental es el cuidado y protección de la vida, la cual debe orientar el curso de la dinámica económica; es decir, la economía al servicio de la vida y no la vida y la salud al servicio de la economía.

La salud pública debe orientar intervenciones integrales

El tiempo permite leer mejor lo sucedido. El manejo de la pandemia, desde el sector de la salud, se concentró en medidas clásicas de salud pública, utilizadas hace varios siglos en el control de las epidemias: aislamiento con cierre de territorios, higiene de manos, uso de mascarillas, distanciamiento físico, uso de medicamentos y vacunas.

Dos años después de iniciada esta pandemia, se evidencian los desaciertos de su manejo, con cifras muy altas de enfermos y de muertos. El manejo centrado en aislar no dio sus frutos y por el contrario sí trajo otros efectos deletéreos como el empobrecimiento de la gente, e impactos sobre la salud mental.

En estas circunstancias la pandemia reveló la gran debilidad del sistema de salud para enfrentar una crisis de salud de dimensiones especiales. Por ejemplo, desnudó su énfasis en la visión de atención hospitalaria y de gran complejidad, que está ligada a la visión de mercado profundizada con la Ley 100, dejando al margen la visión promocional y preventiva, así como la intervención territorial comunitaria, piezas claves para el desarrollo de una respuesta adecuada en el componente de salud pública.

A su vez, los agentes privados involucrados en el sistema de salud, mostraron su talante, reflejado en la desidia y despreocupación por el diagnóstico, tratamiento y seguimiento a las personas que desarrollaron covid-19.

De igual manera, la apuesta centrada en lo tecnológico para el enfrentamiento de la pandemia, colocando por largos meses todo el acento en habilitar unidades de cuidado intensivo (UCI) y luego en las vacunas, dos años después mostró su limitación, en tanto la pandemia no ha desaparecido como se pretendía y la vacuna, más que cumplir su labor de generación de inmunidad que es su razón de ser, quedó en el campo de disminuir el efecto deletéreo del virus, que no es cosa menor, pero a grandes costos financieros y también humamos por su capacidad de generar efectos adversos y por incorporar un nuevo elemento sociocultural de estigmatización hacia los no vacunados.

Acá el aprendizaje está en reconocer que el control de una epidemia-pandemia no es posible lograrlo solo con medidas de higiene individual, con aislamientos selectivos, con gran tecnología médica o con la vacunación. Se requieren medidas de salud amplias e integrales, que orientadas a mejorar la calidad de vida de toda la población, en especial las condiciones de saneamiento básico y de alimentación; establecer protecciones sociales universales; desarrollar un sistema de salud público de base territorial, que genere potentes procesos de promoción y prevención, de atención primaria y de solida vigilancia en salud; configurar una cultura de cuidado, conteniendo las posiciones altamente individualistas desarrolladas por el actual tipo de sociedad.

Un gran reto: miradas integradoras, que vean el todo no solo la parte

Entender esta pandemia con la enfermedad respiratoria generada por la propagación global de un nuevo tipo de coronavirus, se torna una explicación simplista e insuficiente, que no da pistas para enfrentar estos fenómenos epidémicos que cada vez se van haciendo más frecuentes en nuestro sistema mundo.

Una realidad propiciada y que tiene como causa de base, el tipo de relación establecido por la humanidad con la naturaleza, producto de las formas como se produce y consume de formas intensivas. En especial, las formas como estamos desplazando y entrando en interacción con especies animales, producto del avance de procesos agroindustriales y extractivos que depredan los bosques y las selvas y sacan de sus hábitats naturales a muchas especies, generando nuevas condiciones en ecosistemas para la replicación de vectores y microorganismos que entran con mayor facilitad en contacto con los seres humanos.

A su vez, las formas masivas como hoy se reproducen animales para el consumo humano, entre ellos cerdos, aves, reses y otras especies exóticas, reproducidas y alimenentadas en hacinamiento para engorde en procesos de tiempo cada vez más reducidos, propician y facilitan la incubación y transmición de virus entre ellas y su mutación, de fácil propagación a la especie humana vía consumo.

Por lo tanto, la pandemia coloca de nuevo el reto de mirar los problemas de forma profunda e integral, para ir a las causas últimas y poder tener capacidad de frenar próximas epidemias. Si no cambiamos de fondo las formas intensivas de producir y consumir impuestas por el capitalismo, y con ello generar una relación respetuosa y equilibrada con la naturaleza, nos veremos enfrentados a nuevas epidemias que podrán ser más devastadoras.

Oportunidad desaprovechada

Con la situación de la guerra en el territorio ucraniano, que abre las posibilidades a una guerra nuclear o ampliada en lo territorial, con armas tácticas de destrucción masiva, pero con efectos globales inmediatos, necesariamente surge la pregunta de si realmente aprendimos algo con la pandemia.

Y con sinsabor toca afirmar que aprendimos muy poco, que teníamos un gran afán de retornar a la “normalidad” para continuar produciendo y consumiendo, para seguir en el acelere angustioso de la vida que hoy tenemos, para seguir “salvándonos” individualmente y para continuar en la lógica del tener y no del ser, sin entender que esta “normalidad” es la que nos ha traído al abismo como especie.

Una realidad contradictoria que evidencia que como humanidad estamos ciegos y no logramos comprender la magnitud de fenómenos de alto impacto propiciados por modelos de desarrollo contra natura, como el cambio climático, las pandemias, las guerras nucleares, de ahí que actuamos en sentido contrario a la vida, a riesgo de extinguirnos, con la paradoja que la especie sapiens, al autodestruirse al acabar su hábitat, quedará registrada como la más estúpida de todas las que han pasado por el planeta Tierra.

Ojalá los rayos de solidaridad y de respeto por la naturaleza que también han brillado a lo largo de la pandemia, para cuidar la vida de forma integral, logren ganar espacio en medio de la sordera y estupidez del grueso de la humanidad, actitud potenciada en todos los planos por los agentes del capital, sustento y motor de la realidad que vivimos, y del siniestro futuro que se avecina, posible de evitar si sumamos imaginación, brazos, solidaridad, cooperación, y mucho más.

* Profesor Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia.

Información adicional

Autor/a: Mauricio Torres-Tovar*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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