
Dramaturgo y actor de sus desgracias; imposibilitado, claro está, para sentir las desgracias de los otros, los que para él son súbditos y subalternos, así mueve Rodolfo Hernández los hilos de las emociones, con un ficticio paternalismo que muestra su nada sincera “emoteca” espectacularizada. He aquí el show de las lágrimas, su actuación de padre y abuelo sensible ante las cámaras. De modo que cualquier drama personal le sirve para crear un acto de falso altruista, a la vez que le garantiza mantener la figura de millonario condolido. Así, el dolor se convierte en una perversidad infame, puesto que es el egoísmo competitivo e interesado, y no el humanismo solidario, el verdadero motor de su conducta. Los medios, entonces, explotan hasta la saciedad esa imagen teatralizada y réproba, sus rituales sensacionalistas, sólo con el fin de mantenerlo vivo en la contienda electoral.
Ah, pero que nadie sepa la verdad que oculta; que nadie le pregunte ni escarbe en las ideas que lo ocupan e invaden, pues de inmediato él adorna las interrogaciones con mentiras. El show de las lágrimas es un rédito, una ganancia para adquirir votos, un asunto rentable que maneja como el demagogo que es.
Por lo mismo, Rodolfo Hernández pasa de la ira total a la benevolencia ridícula; del grito y el insulto a una fingida amabilidad, llena de afables y dudosas disculpas. Tal es su perfil más común que se muestra en los videos, una personalidad astuta, oportunista, de doble y hasta triple apariencia, en últimas, emblema total del cínico que lanza la piedra, golpea en el rostro a su adversario, no esconde la mano y con descaro le dice: “sí, fui yo y qué”. Síntesis de la más alta manifestación de esa certera palabra criolla: “importanculismo”. Máxima manifestación de una actitud mafiosa que se ha introducido con todas sus espinas en nuestra cultura.
Es la lógica de travestismo político, del cinismo como ideología, lo cual es visible en ciertas personalidades camaleónicas que se infiltran en los entramados del poder, buscando ser aclamadas y aceptadas, aprovechando los acontecimientos más propicios para engrandecer su imagen. Se constituyen en los mejores propagandistas de las acciones de los poderosos, ayudan a fortalecer más la perversidad del statu quo.
Votos como rentabilidades. Ciudadanos como insumos
De igual manera, con un lenguaje empresarial, Hernández reduce a la ciudadanía a ser sólo empleada de una empresa prestadora de servicios. En dicho lenguaje ecónomo, tecnócrata-gerencial, monta todo su discurso, reducido a nociones neoliberales tales como precio, competencia, efectividad, eficacia, proceso selectivo excluyente, ganancias. Para él todos somos fichas, insumos y clientes, objetos consumibles y consumidores. De allí que manipule, trate, insulte y controle a sus empleados y empleadas como puro “capital humano rentable” inversión lucrativa, “hombrecitos” que dan beneficios. Neo-esclavitud laboral, miseria ética.
Y como astuto empresario, asume los votos como rentabilidades. Ello explica por qué hace negocios con el que le garantiza mayor votación, mayores ganancias. Por supuesto que es el uribismo quien se las garantiza. Ello aclara también el por qué Sergio Fajardo y el Centro de la Esperanza no le hayan llamado la atención. Tenían muy poco que ofrecer en sus arcas. Rodolfo Hernández necesita la bodega de Tío Rico, la cueva de Alí Babá y sus múltiples ladrones, y tras de ese botín va. Es, en esas arcas multimillonarias de votos, en las que está interesado. Tal es su estratagema y su trampa, gran simulador entre simuladores.
Es así como cumple con las necesidades de la empresa neoliberal, desconociendo las exigencias propias de una democracia participativa humanista. La democracia real para Hernández no existe, pues queda reducida a un lenguaje utensiliar, instrumental, alejada de sus contenidos propiamente cognitivos y de la sensibilidad ética y estética. Es la mercantilización de la sociedad contra la socialización democrática de la misma.
Colombia como una empresa premoderna
He aquí a un empresario neoliberal con pensamientos e imaginarios de una premodernidad conservadora, poblada de pactos de amistad mafiosa y de sangre; con una mentalidad patriarcal, hacendaria, activa y usable, 21una muestra general de nuestra hibridación como nación. Modernización sin modernidad le han llamado algunos teóricos; racionalización instrumental sin racionalidad ética y estética le denominan otros. Modernización tecnócrata industrial sin modernidad ético-ciudadana liberal; insuficiencia conceptual e ideológica, con limitaciones políticas para asumir una aproximación a la democracia participativa.
Estamos seguros de que este candidato desconoce la secularización de las instituciones y de los mitos político-religiosos; la importancia de una conciencia crítica moderna; la formación real y eficiente de una mentalidad ciudadana; que ignora aquella racionalidad civil que garantiza el ascenso social a través del esfuerzo y la calidad de los resultados y no por pactos de familia o de amistad antidemocráticos, burócratas y clientelistas; que rechaza la concepción moderna de alteridad y respeto a lo diferente, el problema del cambio climático, las luchas de los trabajadores y sus conquistas laborales; la importancia de la educación y de los distintos saberes, del arte y de las ciencias para la cultura.
Lo que sí sabemos es que sí representa a la mentalidad patriarcal, conservadora, clasista, racista, misógina, obediente, parroquial, semifeudal y que se siente distante de un proyecto que construya un ethos ciudadano moderno en una sociedad pluricultural. Abraza una modernización tecnoindustrial empresarial sin modernidad educativa, ético-ciudadana, sin asumir, al menos, la democracia liberal moderna. He allí lo inadmisible de su propuesta, pues con ella desea perpetuar la sociedad hacendaria, patriarcal tradicional, clientelista, corrupta, junto a una modernización tecnócrata meramente empresarial, impuesta desde arriba, lo que nos mantendría viviendo en una modernidad a medias, a cuenta gotas. Y basta mirar nuestra tragedia histórica para saber a qué resultados desastrosos esto nos ha conducido. Sus propuestas se nos aparecen como un síntoma de ineficacia para darnos brújulas sobre nuestra direccionalidad como nación.
Claro, en Colombia hemos vivido con estas hibridaciones de concepciones y mentalidades, lo que ha dado como resultado un país de sensibilidades diversas y contradictorias: entre una sociedad agraria y una industrial, en medio de lo sacramental y lo secular, entre supersticiones y la ciencia; lo aldeano y la ciudad masificada; lo regional y una globalización tanto de mercados como de tecnologías info-digitales. Ello ha construido una diversidad de diálogos entre imaginarios culturales que se entrecruzan y donde cada mentalidad lucha por conseguir un puesto de sobrevivencia en estos espacios. Tal vez ello explique en algo la afinidad de algunas sensibilidades con las de Hernández.
El uribismo reencauchado
La campaña de Rodolfo Hernández también ha seguido al pie de la letra las mismas estrategias usadas por Uribe en sus dos procesos electorales (2002 y 2006): negarse a participar en debates públicos con los otros candidatos y dedicarse a criticar a sus oponentes de turno desde las trincheras mediáticas y redes digitales, retorciéndose en un monólogo de falsas ilusiones, retórico, lleno de mentiras y, sobre todo, cambiando su discurso según las encuestas y circunstancias, sustrayendo algunas ideas del Pacto Histórico. Ello produce dividendos electorales, votos como rubros; tal es su ideología rentable.
¿No utilizará Hernández las mismas estrategias de Álvaro Uribe cuando le habla con diminutivos al que lo halaga, pero insulta con palabras de alto calibre al que lo critica? Más aún, es zalamero con el que le rinde pleitesía, grosero y agresivo frente al contradictor. Son las tramoyas del padre en una sociedad que reclama a un déspota autoritario en casa. Su carácter despótico algunos lo aplauden; se le alaba por ser “contundente”, “franco”, “directo”, “divertido”. A su falta de conocimientos se le exalta, porque es mejor así: “elemental”, pues, “para qué tanto saber y pensamiento”.
¿A quién beneficia este personaje con sus discursos y su ambigua palabra? La baraja que tiene ya está cargada a favor de las poderosas familias de siempre, de los sectores financieros, industriales, terratenientes y de los clanes mafiosos y económicos que actualmente dominan y gobiernan al país. De ello no cabe duda. A los de abajo nada de espacio les queda en sus verdaderas intenciones; sólo los nombra en su atropellada retórica.
Más que argumentar, Rodolfo Hernández eleva una palabra soez, un insulto altanero; más allá que una reflexión serena y plena de conocimientos, especula con su salmodia de improvisaciones acompañadas de ademanes, gestos sin profundidad ni altura. Trivialización de la lucidez y del pensamiento. Con tales actitudes solo demuestra que es un incendiario con intereses creados. La cuestión es que no son pocos los que se sienten sintonizados con su discurso y espectáculo, que le siguen y creen en sus tramoyas y simulacros. Allí radica un problema por resolver de nuestro ser nacional, y es el problema de las ignorancias políticas, que nos impiden levantarnos como un solo país en defensa de nuestros derechos, con un proyecto de vida digna; ignorancias políticas que son caldo de cultivo para su septuagenaria imagen. Pero ello también será su abismo y su caída.
Bogotá, junio 11 de 2022.
1 Podemos sintetizar el espíritu premoderno y su manifestación sobre todo en Colombia, como el de la tradición que impone la clase terrateniente conservadora, acérrima defensora de la contrarreforma y el catolicismo españoles, de la monarquía con sus consecuencias de estado confesional, que ataca al laicismo y a la educación laica. Todo lo que significa cambio o impulso a la modernidad es repudiado por la conciencia premoderna: la revolución francesa, el liberalismo burgués, el proceso del capitalismo con su revolución industrial, la libertad, la igualdad, la fraternidad, como también todos los sistemas filosóficos surgidos desde y por la Modernidad.
* Poeta y ensayista colombiano.
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