Tocaimita, eterna historia 
de los barrios populares

Caminantes sin rumbo en busca de un futuro mejor, deciden arrancarle un pedazo a la montaña para asentar su vivienda, y en ella su hogar, y así no sufrir más las inclemencias de la calle. Instalados, comienzan a rasgar la tierra para sembrar palos que sirvan como columnas para las casas. Niños sin zapatos, fogones de leña, telas de paroi, casas de latas de zing que se aferran al filo de la loma, se convierten en los nuevos nidos para las familias.

Así comienza una nueva vida que trae necesidades que deben superarse en comunidad para garantizar una vida en dignidad, dando paso a las gestas por la traída de servicios públicos al barrio; pero también se emprende la apertura de vías de acceso, se abren canaletas para los desechos de las aguas negras, se arman placa huellas para poder caminar mejor en medio del barrizal. Así comienzan a nacer esos barrios donde se ven una casa encima de la otra cubriendo la loma y armando laberintos para caminar en medio de callecitas enlodadas.

Tocaimita

La vida con un techo es mucho mejor, aunque se filtre el viento y el agua de la lluvia. Sin embargo, en muchas ocasiones estas casas construidas a pulso, en el afán por suplir un derecho fundamental que es letra muerta, no aguantan la fuerza del invierno y se vienen abajo con las familias que han autoconstruido entre sus entrañas un hogar donde menguar tantos fríos, contener el hambre y sentir calor entre familia, pese a las dificultades y a la incomodidad.

Este fue el caso en un sector de la montaña donde se asienta el barrio Tocaimita, ubicado en la zona quinta de Usme, al sur oriente de la ciudad de Bogotá, donde desde el 8 de junio comenzó un deslizamiento que se volvió en tragedia el 22 del mismo mes, pues después de 15 años de vida de barrio, la montaña no aguantó más y se vino abajo llevando con ella 17 casas, dejando en la calle a las familias que allí vivían su día a día y que se aferraban a sus precarios techos como su único bien.

“Estábamos almorzando, le serví a mis hijos en la pieza mía para comer y cuando salí a dejar los platos vi toda esa tierra encima, entonces le dije a mis hijos ‘tenemos que irnos’, nos salimos y el barro me tapo mí casa”, es lo que nos dice Marisol Ortiz, una mujer que llegó desplazada a Bogotá desde Santander de Quilichao y se asentó hace 13 años en el barrio.

Aunque está recibiendo alguna ayuda –que no es suficiente– por parte de la Alcaldía, que le dieron unos bonos para pagar cinco meses de arriendo en otra casa, Marisol es clara y sostiene: “Si en cinco meses no tengo un proceso de vivienda, o veo que las entidades nos dejaron botadas, yo vengo y vuelvo a construir mi casa, no estoy para pagar un arriendo, vivo de un diario. Aquí yo no invadí, yo compré mi terreno y eso es lo que me tiene aferrada a esta tierra, porque es mi casa, yo la construí con mi familia”.

Marisol vive con su hija, quien ya hizo su familia, por lo que son dos núcleos que habitaban la casa que se llevó la tierra, y a pesar de esforzarse y trabajar día a día dice no ver nada distinto, “sigo en las mismas, buscando una vivienda digna, y aunque sí han venido muchas ayudas, y yo les doy muchas gracias a las personas que nos han apoyado a todas las familias, la verdad nosotros no necesitamos más comida, necesitamos es un apoyo para una vivienda digna, cada familia sabe conseguirse lo de la comida, vivimos de un diario y Dios no nos desampara”.

Con la voz quebrada y lágrimas en sus ojos dice: “Yo vengo de un conflicto armado y ya estoy muy cansada… he intentado hasta atentar contra mi vida, me tiré de la iglesia, pero no alcance a caer al vacío y la gente me sacó, pero la verdad yo ya quiero vivir dignamente, a pesar de mis errores, como un ser humano que soy”; toma un poco de aire y concluye diciendo “Si nos tocó morirnos tapados ahí, pues nos morimos, porque en la calle yo no me voy a quedar, estaré decidida a lo que Dios quiera hacer conmigo y mi familia”.

La montaña recibe
a todos y todas

En Tocaimita viven pueblos indígenas organizados en el Consejo Regional Indígena del Cauca, así mismo habitan pueblos negros y mestizos. Según habitantes del barrio hoy son casi 400 viviendas, sin poder decir que en una habita una sola familia porque hay algunas casas donde viven dos o hasta tres familias.

Una de estas familias es la de Doña Sandra Milena Salgado, una mujer desplazada del Huila, habitante desde hace 15 años en el barrio, y aunque milagrosamente su casa no salió afectada por el deslizamiento, nos dice que hoy en día no cuenta con servicio de agua en su casa, pero mantiene alguna esperanza en el nuevo gobierno nacional, “Aquí somos petristas y esperamos que tomen cartas en el asunto, pero para bien del pueblo, no que vengan a desalojar y nos dejen debajo de un puente. No. Es otra clase de solución y soluciones buenas las que necesitamos, como una vivienda digna”.

Bryan Garcés, habitante del barrio desde hace 12 años, nos cuenta que llegó a vivir allí por el desempleo, “Pagábamos arriendo y ya todo era muy costoso, entonces sin trabajo nos tocó llegar aquí, llegué con dos hijos, me tocaba luchar con ellos, subirlos cargados. Usted mira y todas las calles las hicimos con nuestras propias manos, pero ni así el Estado nos ha visto como un barrio, no nos quieren legalizar”.

También dice que la única solución que están dando es la de la reubicación, pero esta tiene varios matices pues para Bryan reasentar es un problema porque, “Si van a reasentar a los indígenas no pueden meterlos en un apartamento, porque ellos están acostumbrados a vivir en campo abierto, porque ellos están temiendo por no dejar perder su cultura, aquí muchos hablan su idioma propio y todo. Ya, si nos van a reubicar a todos, pues debe ser en las mismas condiciones por igual”.

Solidaridad, ternura
de los pueblos

En medio de esta situación la solidaridad brota por todas partes. La Mona o Monita, como le dicen por cariño, es una lideresa desmovilizada del M-19, quien consagró su vida al trabajo comunitario, “me he dedicado a hacer la paz, porque esta se hace en los territorios más apartados, donde más se le violan los derechos al pueblo, la paz se hace con las familias no en un pinche escritorio”.

Desde que se presentó la situación en Tocaimita, se organizó con otros y otras para llevar mercados y ropa para las familias que lo perdieron todo, “Lo que uno hace algunos lo pueden llamar asistencialismo, paternalismo, yo lo llamo humanidad”, dice con toda la firmeza.

La recolección de mercado y donaciones la organizan desde hace años, y la pandemia y los confinamientos obligatorios se vivieron realizando este tipo de ejercicios permanentes, pues la respuesta del Estado fue nula y en los barrios la gente pasaba hambre constantemente, “Estos lazos comunitarios se fortalecen a través del voz a voz, por redes sociales, es un trabajo que debe hacer el Estado, pero que la solidaridad de las organizaciones sociales y comunitarias fortalece y crea alternativas para la vida”.

Para La Monita, como para las demás personas que ven y se mueven al ver la situación de Tocaimita, el problema no es solo darle de comer a la gente, es darle una alternativa de vivienda, que no son tres o cinco meses de arriendo y después quedar tirados a la deriva. Pronto se cumplirá un mes y la situación no tiene solución real para las familias. Es por esto que en medio de las necesidades debería fortalecerse el tejido social y comunitario y, cómo dice La Mona, pues “hay que generar lazos de afecto, cuando hay afecto usted puede construir, pero si empiezan los problemas por quién recibe más o menos ayudas empieza a fracturase todo”.

* Integrante del equipo desdeabajo y del colectivo Loma Sur; colaborador de Desinformémonos de México.

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Información adicional

Autor/a: Felipe Martínez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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