Espectáculo, mercancía, consumo. En el capitalismo todo queda reducido a un objeto de consumo, todo se vuelve baladí, y al alcance de quien pueda comprarlo. Es increíble esta capacidad del capital, en un devenir socio-cultural, de diversión, en el cual lo que tenemos ante nosotros es lo que no es, pues ha perdido la fuerza de lo que en un principio era, para transformarse en un objeto más.
Sucede con la memoria de la masacre llevada a cabo en la Operación Orión en octubre de 2012, minimizada, traducida, desde hace años, en un espectáculo más, en algo que se mira y consume mientras se goza de un helado al ritmo del recorrido de las calles donde el Ejército colombiano desapareció decenas de jóvenes que consideró eran guerrilleros o amigos de estos.

Estamos en el centro del espectáculo para la desmemoria, montado con todo detalle en el barrio San Javier, parte central de la Comuna 13 de Medellín. El Metro termina allí uno de sus recorridos, al bajar este llama poderosamente la atención la gran cantidad de rostros extranjeros que llenan el lugar y las decenas de guías locales, todos con camisas del mismo color, invitando al recorrido por un sector de la Comuna 13. El llamado “graffitour” parece ser uno de los planes obligados para los miles de turistas que recibe la ciudad a diario y para lo cual los guías del sector están más que preparados.
Nosotros llegamos hasta ese lugar con otras intenciones. Habíamos aceptado la invitación para visitar el Museo Escolar de la Memoria Comuna 13 (MEMC13), por lo que debíamos desestimar la invitación de sumarnos al graffitour, y tomar un bus Integrado del Metro con dirección a la Institución Educativa Eduardo Santos.
Con nuestro destino claramente establecido, abordamos el bus y tras 15 minutos de subir y bajar llegamos a nuestro destino. Ingresamos a la institución escolar, donde la profesora Paula y tres estudiantes nos esperan para, amablemente, guiarnos por el inédito museo escolar. La profesora, luego de darnos la bienvenida, nos comparte como un grupo de profesores, incluida ella, de la mano del rector, se han encargado de este proyecto, con recursos propios y la solidaridad de algunas personas.
Con la mano dirigida hacia una pared del patio de la escuela, nos anima a iniciar el recorrido. Allí, en ese punto, se encuentran algunos murales que narran la historia que da contexto a los inicios de la escuela. Los murales tienen un hilo y siguen una línea de tiempo.
Iniciando el recorrido por esas paredes, se ve una mujer moribunda, cubierta por una sábana blanca con los eslogan de algunas campañas políticas que a lo largo de la historia se han encargado de hacer marketing político, pero que en su interés por difundir y posicionar todo aquello por lo que les pagan, se han olvidado de la población que habita esta parte de la ciudad.
En ese hilo de imágenes, siguen el Ejército y la Policía, plasmados como un monstruo, la mitad de su cara sin piel, con el cerebro podrido e inhalando cocaína. Un mural que muestra el lado oscuro de quienes supuestamente juraron proteger y velar por el pueblo, y en defensa de una supuesta “seguridad democrática” y que fueron capaces de ejecutar infinidad de atrocidades.
“Ya no es Mambrú se fue a la guerra, nosotros recogimos este canto popular y le apostamos a un Mambrú que fue a la escuela”, nos comenta la profe cuando pasábamos frente a una de las paredes donde estaba la frase “Mambrú es vida”, y la cual resume el proyecto educativo de la Institución Escolar (IE) una vez consolidado el museo. La Comuna 13, por su ubicación estratégica en el occidente de la ciudad, facilitó la confluencia de personas desplazadas y actores armados que se disputaron el control del territorio, disputa en medio de la cual decenas de alumnos de escuelas, como la que estamos visitando, los perdieron. Ahí es donde cobra fuerza el necesario cambio en el destino de Mambrú.
Nuestros ojos van detallando con cuidado este recorrido por una parte de la historia local, que también lo es de la ciudad y del país, un todo desmembrado por un poder aferrado a sus privilegios, sostenido en bayonetas finamente afiladas, pero también afincado en el odio y la manipulación de la realidad. Detallamos esta memoria plasmada de sucesos que no pueden quedar convertidos en un objeto más de consumo, y afinamos el oído para captar con toda fidelidad las anécdotas que nos comparte la profesora Paula. Cuando pasamos por el comedor escolar rememoramos la ocasión en que se veía venir “[…] la renuncia del rector y hasta la amenaza de ir a la cárcel, porque el refrigerio y la comida que sobraba en el colegio se le brindaba a la gente del barrio. El colegio abrió sus puertas a personas que se encontraban desempleadas, a los que por la violencia no podían ir a trabajar y debían quedarse encerrados en sus casas, colegio de puertas abiertas para cualquiera que lo necesitará, contrario a la orden de la Secretaría de Educación Municipal, exigiendo botar todo lo que no se consumiera”. La gente “sentía el apoyo del colegio, la institución es muy querida y reconocida en este sector”. Y ese apoyo comunitario ha sido fundamental, no de otra manera puede realizarse y sostenerse un proyecto tan ambicioso como el de la memoria en una ciudad que promueve el negacionismo de la violencia a cambio de los dólares del turismo.
Paso a paso vamos regresando a este pasado cercano, plasmado con tanto cuidado en las paredes de la Institución, y paso a paso volvemos al presente. Nos miramos, nos preguntamos por el presente y el futuro de las gentes de las barriadas, por el terror que pudo quedar impregnado en sus memorias, por su disposición para no quedar inmovilizadas ante la injusticia tan palpable a lo largo de la ciudad. Entre tanto, una estudiante asume el liderazgo y con voz tranquila nos presenta un mural pintado en letra grande, con las siglas MEM C13 (Museo Escolar de la Memoria Comuna 13), acompañado también por dos mapas, uno pequeño que retoma todas las comunas en que está distribuida la ciudad y el otro, más grande, en el que se resaltan lugares y partes importantes de la Comuna 13, entre ellas la otra sede de la institución (que tiene por nombre I.E Pedro J. Gómez), la biblioteca, las escaleras eléctricas, el cementerio, las vías del Metro, la línea del metrocable, finalmente, muy cerca de la escuela, la ubicación de La Escombrera, el “cementerio a cielo abierto más grande del mundo”, como le dicen algunos, y que ha recibido por estos días visibilidad al encontrarse allí, en plenas celebraciones decembrinas, los primeros restos de personas desaparecidas. “Las cuchas tenían la razón”, gritaron con toda potencia diversidad de personas, que con imaginación también tradujeron en murales el suceso, motivo de rabia para quienes pretenden que la desmemoria reine.
Justo al frente de la cafetería, cruzando una reja, nos encontramos con un gran cartel que lleva por título: ¿Por qué un museo? Y quienes nos guían se explayan y hablan del surgimiento de este espacio para la memoria en medio de la guerra y la necesidad de una reparación simbólica e integral a las víctimas. La apuesta por un espacio para la reflexión, que contribuya a desnaturalizar la violencia, que también propicie que nos reconciliemos y aprendamos del pasado. Un espacio en donde las múltiples expresiones culturales nos permiten tener una comprensión crítica sobre el conflicto urbano que afectó este sector de Medellín y donde se reivindica a las víctimas de una guerra que no fue suya.
Escuchamos, tomamos nota, no queremos perder el ritmo ni el entusiasmo con que nos comparten su saber los y las estudiantes que nos tienen a cargo. “El costumbrismo paisa”, así se titula el mural donde se hace una crítica a la cultura mafiosa y a las tradiciones que adoctrinan a la población, mural que también nos habla de cómo la violencia trascendió a esferas como el fútbol y la religión. Se normaliza decir: “es que lo mataron por ir con esa camiseta”, “él sabía que era peligroso pasar por allá a esas horas o hacerse en esa esquina”, “quién sabe lo que hizo para que lo mataran”. La profe nos contaba que estas eran frases habituales en el barrio. En este mismo mural se recrea una caja fuerte, dinero, oro, y cocaína debajo de estos. La caja fuerte alude a la memoria y representa todas esas cosas que cada uno guarda en lo profundo de su ser, episodios que no queremos recordar o mostrar a nadie, como la violencia, cotidianidad que damos por sentada, que vemos y padecemos como algo normal, y entre ello todo aquello que esta allí plasmado: el dinero y el oro, sustentado bajo el comercio ilegal, la prostitución y el narcotráfico.
Nuestro siguiente cuadro es ‘La vieja política’, va muy de la mano con esta ruptura social, cultural, porque ¿qué ha sido la democracia en Colombia? –a lo que un compañero respondió: –Vote. “El ejercicio de la democracia se redujo a un juego en el que cada 4 años, muy juiciosamente, partidos políticos compran votos, regalando tamales, camisas, gorras y plata”. “Ese personaje que está desde lo alto, no tiene armas, tiene algo mucho más poderoso, algo que nosotros queremos inculcarle mucho a ellos –los estudiantes–, el conocimiento”. El conocimiento es usado para instrumentalizar la opinión de los demás e influir en sus decisiones. Lo que buscan los profesores es que los estudiantes no piensen igual que ellos, quieren es que planteen una visión crítica frente a todas las circunstancias y decisiones que deban tomar.
Avanzando por las escaleras del museo podemos observar las operaciones militares que infundieron terror en la Comuna en el año 2002: allí está plasmada esa zozobra y acechamiento que vivió la comunidad, en donde con tanquetas y helicópteros se dio orden a operativos militares para retomar el control de la zona. “Ese gobierno (Álvaro Uribe) quería sacar a los milicianos, pero resulta que los milicianos no eran el problema, el problema era que ellos no podían ingresar al territorio porque nunca estuvieron en el territorio, el territorio siempre fue abandonado por el Estado”. Varias organizaciones, entre ellas la Corporación Jurídica Libertad, confirman alrededor de 30 operativos realizados en la Comuna. Eran muchos los relatos que habían, tan solo del colegio, en este oscuro pasado que vivió la Comuna.
No podía faltar “La Escombrera”, como uno de los últimos cuadros retratados en las paredes, que acompañan las escaleras de los 3 pisos que estuvimos subiendo al ritmo de los relatos. “La montaña ya empezó a hablar” y “Las cuchas tenían razón”, son algunas de las alusiones que se escuchan mientras miramos el mural.
El final de los murales es un mensaje de esperanza. Se puede observar un ave fénix y también un libro en blanco, plasmando de manera abierta con ello que sí hay un resurgir de la comunidad, una apuesta por el conocimiento y por escribir su propio futuro.
Después de los murales nos encontramos ante la simulación de un salón de clases, donde entre las sillas, maletas y juguetes, se encuentra material de audio y fotografías, sobresale una foto, tomada por Jesús Abad Colorado, donde se aprecian los boquetes de la bala de fusil en las paredes de la escuela y frente a esta un grupo de niños que volvían a las aulas. Allí también se encontraba la ventana de la rectoría, la cual fue atravesada por dos balas perdidas, que por fortuna no acabaron con la vida del rector o de algún otro miembro de la institución.
Cuando pensamos que todo había terminado escuchamos una voz enfática: “pecho a tierra”, nos miramos con dudas pero, efectivamente, nos estaban invitando a reposar nuestro cuerpo en el piso. La idea era simular una maniobra con la que se buscaba mantenerse a salvo dentro de las aulas en medio de las balaceras; de fondo sonaba una grabación que reproducía un enfrentamiento armado. Con el sonido de los disparos de fondo, se escuchan testimonios de mujeres, que en medio de los operativos presenciaron la muerte de vecinos y familiares.
A nuestras espaldas nos encontramos con un homenaje a Héctor Pacheco, mejor conocido por la comunidad como “Kolacho”, egresado de la institución en 2006. La profesora Paula nos comenta que “en el tiempo en el que estuvo en el colegio él hacía talleres con los jóvenes, para a través del arte enseñarles cómo podrían manifestarse y expresar su inconformidad frente a lo que pasaba en el territorio”. Kolacho, una víctima más de la violencia, es asesinado en 2009. En 2011, en conmemoración a su trabajo como líder juvenil, la institución decide hacer anualmente el “Festival de hip hop Kolacho”, nombre reajustado en 2024 por el de “Festival Kolacho” ya que deciden ampliar la variedad de géneros musicales.
Luego de vivir la recreación física, sonora y visual de enfrentamientos armados, de actuar para proteger la vida, de escuchar testimonios que recuerdan a personas asesinadas, de rememorar un líder innato, joven estudiante de esta misma institución, nos dirigimos a una de nuestras últimas paradas, denominada La muestra temporal, ubicada en el segundo piso. Cruzamos una puerta plateada y nos encontramos con una amplia sala que consta de 11 espacios. Casi en el centro de la sala está ubicada “La bitácora de los maestros”, que recoge algunos de los relatos de quienes presenciaron el conflicto armado en la Comuna. Uno de los estudiantes nos hace una introducción general de la exposición temporal, mientras nos causa asombro estar en un espacio, de tal magnitud, dentro de una escuela. La sala da cuenta del gran esfuerzo que han sumado diferentes actores por no dejar en el olvido sucesos que causan dolor, pero necesarios para la reparación y afrontar un futuro sin conflicto armado.
En uno de estos espacios nos encontramos con un caso real, al cual el centro de estudios tuvo acceso por medio de una persona de la ONU que trabajó en el 2002 en la Comuna, y que al conocer la labor de la institución decidió proporcionarles la historia y todos los detalles del suceso. La nombraron como “Memorias contra el silencio: la ruta de la muerte”, allí se reconstruye la historia de Marcos, quien fue secuestrado, junto a dos personas más, les subieron a un camión descubierto y los amarraron, custodiados por un agente del CTI y una persona con el brazalete de las AUC, los llevaron hacia la vereda Bellavista. Allí – cuenta Marcos–, había varios huecos. Matan a uno de ellos al intentar huir, al no haber machete, proceden a descuartizarlo con un cuchillo. Milagrosamente –aunque mal herido– Marcos logra escapar, testifica en la Defensoría del Pueblo y les hace un mapa indicando dónde deben buscar. Aproximadamente seis meses después buscan en donde él les había indicado y dan con una fosa en donde también encontraron niños. Marcos tuvo que salir del país y cambiar su identidad. No es película ni ficción, y todo el que vive por esta parte de la ciudad así lo sabe.
Cada uno de los espacios que componen La muestra temporal es un trabajo cargado de un profundo mensaje, es inevitable no sentir dolor cuando se trata de la memoria de un conflicto y de sus víctimas. Encontramos variedad de objetos: cuentos y revistas hechas por los estudiantes, ilustraciones, frases, fotos en memoria a estudiantes desaparecidos, grullas de papel como símbolos de paz, esculturas, restos y artefactos que evidencian la manera como la violencia afectó a la Institución Educativa y a la Comuna en general.
Finalizamos nuestro recorrido en el área del comedor escolar, en donde se encuentran unas losas que llevan por título “Verdades entre escombros. Ruinas de los operativos militares”, y donde están grabados los nombres de aquellas mujeres que murieron sin obtener la verdad sobre el paradero de sus seres queridos.
Leemos con detenimiento los nombres allí plasmados, nos imaginamos a esas mujeres potenciadas de energía, cargadas de amor, y que lo dieron todo por encontrar el rastro de los suyos. Levantamos la mirada, hacemos un paneo a toda la institución, y con gratitud expresada a quienes nos acompañaron y nos brindaron todo su saber, salimos en dirección a la estación del Metro.
Al llegar allí es inevitable hacer el contraste entre graffitour y el MEMC13. Ambas apuestas surgen con la intención de recuperar y preservar la memoria de la Comuna 13, pero rápidamente la primera abandona el tema de la memoria y adapta su discurso a lo que sus clientes, extranjeros en su mayoría, quieren escuchar. Claramente un espacio como el museo escolar genera dolor, pero esa es la consecuencia de querer escarbar para encontrar la verdad. Recuerdo las palabras de la profe Paula al comentar sobre los extranjeros: “cuando ellos vienen no cambiamos el discurso, es lo mismo, sin importar de dónde viene”. Quizá lo que mejor resume la diferencia entre lo que hoy son esas apuestas es la finalidad: por un lado es netamente económica, espectáculo, divertimento, mientras la otra propuesta quiere que “no olvidemos” y “luchemos por la verdad”, y en lo cual el espectáculo no tiene lugar.
Suscríbase

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