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¿Otro artículo sobre las corridas de toros?

¿Otro artículo sobre las corridas de toros?

Este es un artículo sobre las corridas de toros. “¡Otro más!”, exclamarán ustedes. Sí, definitivamente, otro más. Sin embargo les pido que me concedan una oportunidad. Nunca he solido escribir por escribir ni opinar por opinar, de hecho pienso que, en ocasiones, el silencio constituye una forma de protesta y expresión de sabiduría bastante potente. Mi intención no es discutir si las corridas son tradición, arte, cultura o deporte. Solo pretendo, sin reñir con cualquier persona de turno, ofrecer algunos elementos que les permitan –a quienes lean esta nota– posicionarse ante las polémicas coyunturales venideras: mejor conocer el tablero entero antes que ser un peón en la partida de ajedrez.

 

Hace ya más de un año, Héctor Abad Faciolince escribió: “Pese a la conciencia de que nuestro comportamiento no es “justo” con los animales, nos los comemos y experimentamos con ellos. Somos injustos, crueles. Sí. Tenemos que vivir con esa tragedia moral. Y tolerar las corridas, aunque no nos gusten. Tolerar las corridas es tolerar nuestra más profunda condición humana: somos crueles y violentos” (1). Sería de mal gusto polemizar con Héctor, prometí no pelear con cualquier personaje de turno. No me detendré en naderías. De hecho, aunque su “tolerancia” hacia las corridas me revuelve el estómago, lo que quiero destacar es, por el contrario, su perspicacia. Hay cierta “anfibología” que me atrae. No me refiero, claro está, al aserto sobre la “condición humana”, a esa irremisible aceptación facilista y conservadora de que “somos lo que somos”. Lo que me seduce es el hecho de que alcance a columbrar una realidad contextual más amplia: “Pese a la conciencia de que nuestro comportamiento no es “justo” con los animales, nos los comemos y experimentamos con ellos. Somos injustos, crueles”. Y es que el punto radica precisamente ahí: ¿la “crueldad” es necesariamente consciente?, ¿por qué, muchas veces, sabemos lo que sabemos y aun así lo hacemos?

 

Las corridas de toros no son orquestadas y defendidas por seres macabros o malintencionados. Cada “olé” se grita con menos sevicia de la que parece. Algo similar se pude decir de circos, mataderos, laboratorios y zoológicos. Seamos honestos, la disputa no es entre “enfermos amantes de la crueldad” y “cuerdos defensores de animales”. Evitemos individualizar, somatizar y psicologizar. Me llenaría de oprobio ganar un litigio a punta de misérrimos libelos, con insultos o caracterizaciones personales. Las y los activistas del denominado “movimiento de liberación animal”, surgido hace por lo menos unos cuarenta años, tienen un concepto que describe bastante bien lo que estoy expresando. Han llamado “especismo” a la discriminación de un ser con base en la especie, es decir, al hecho de que no se le considere como merecedor de trato igualitario por simplemente pertenecer a una especie diferente de la humana. “Especismo” no es misotería, no significa odio hacia los animales. Debe quedar claro, no hablo de “zoofobia” tampoco. Un ejemplo ayudaría. Podemos amar a nuestro perro o gato profundamente, sin embargo, si nos preguntaran: “en caso de tener que elegir, ¿a quién salvaría de la muerte, a un humano desconocido o a su perro?”, sería prácticamente herético asegurar que al perro, lo esperado es que se privilegie al humano pues es humano, así de sencillo y tautológico.

 

El término “especismo” está siendo empleado cada vez más para dar cuenta de un conjunto de relaciones que re/producen la sistemática subordinación y explotación animal. Relaciones históricas y, por ende, susceptibles de transformación. Así, podemos observar que la mayoría de personas son especistas –es decir, “socializadas” en ese conjunto de relaciones– cuando asumen apriorísticamente la subordinación de los animales al emplear en sus insultos epítetos como cerdo, perro/a o “animal”. Pero también cuando aceptan que un simio o una rata son sacrificables en pro de la investigación médica para beneficio de “la humanidad” (en realidad de los humanos que puedan acceder a los adelantos científicos). En las corridas de toros acontece algo parecido a lo que sucede en el citado caso del perro que casi nadie pensaría salvar, en el de la experimentación animal, o incluso en el mismo consumo cotidiano de carne y otros “productos”, a saber, se puede amar al animal pero, de igual manera, es permisible su sacrificio para el bienestar o placer humano.

 

Puede que a estas alturas muchos se encuentren soliviantados. Comprender que hemos sido educados tan “especistamente” como el taurófilo más taurófilo no es cosa fácil. Pero hay más, el panorama se complica. La jerarquía humano/animal, reproducida por ese conjunto de relaciones que hemos tratado de explicar con el concepto de “especismo” y varios ejemplos, se encuentra articulada con jerarquías de clase (propietario/desposeído), raza (blanco/no-blanco), género (hombre/mujer), entre otras. Es posible confirmar dichas articulaciones en el “espectáculo” de las corridas de toros. Tomemos el caso del “sexismo”, asociado a la jerarquía de género. No es muy complicado verificar, en principio, que prácticamente todos los personajes que cumplen un rol importante allí son hombres, desde el matador hasta los areneros, “las matadoras” son excepcionales. Pero más allá de eso, las corridas representan una actividad viril, que se ufana de la fuerza e implica constantes despliegues de “masculinidad”. La imagen del “noble” caballero que “enfrenta a la salvaje bestia” lo resume todo. Así, María, estudiante de 24 años y aficionada a las corridas afirma:

 

“En tanto mujer, a mí me parece que es un espectáculo que tiene elementos muy románticos. Los matadores rara vez son feos, están vestidos con unos uniformes bonitos, aunque no muy masculinos. A veces le dedican el toro a una mujer, y si estoy sentada en contrabarrera llevo claveles rojos para botárselos al torrero que fue más valiente y cuya faena fue la más técnica y la más estética. Uno se siente transportado en otra época, donde valores como el coraje y la caballerosidad son valorados, y ese aspecto me gusta”. En síntesis, tenemos el triste estereotipo del noble caballero que rescata y/o conquista a la (pasiva) mujer y doblega al animal que, se supone, es otro “macho”. Pocos lo saben, pero no todos los toros son machos, algunas son hembras, sin embargo tal dato se obvia, enfrentarse a una vaca no suena muy épico ni viril. El espectáculo en sí mismo es androcéntrico, de ahí que la participación de las mujeres como espectadoras o de algunas pocas toreras no cambie el sentido general.

 

Por demás, como sabemos, las corridas se relacionan con el negocio de la ganadería, una actividad liderada por hombres y rodeada de una cultura también androcéntrica y heteronormativa. No quiero explayarme ahora entrelazando lo anterior con la cultura del consumo de carne y el paramilitarismo. Eso se lo dejo a los lectores sagaces. Asimismo, las corridas pueden ser caracterizadas, fundamentalmente, como actividades “culturales” de élite, reivindicadas por familias poderosas y tradicionales, respetuosas del legado colonial español y sus privilegios heredados. La tauromaquia no simboliza una historia indígena, mucho menos afro, todo lo contrario, era el pernicioso deleite de los déspotas. Defender la “cultura” o “tradición” por serlo es una afrenta a la inteligencia y la sensibilidad. Como diría la teórica-activista lesbiana Gloria Anzaldúa, hay “culturas que traicionan”. Por eso reitero aquello del inicio, no voy a debatir lo “culturales” o “tradicionales” que puedan ser las corridas, su “estatus” no me interesa, la discusión es ético-política. Tampoco me dejaré enredar en la cuestión económica, en la victimista e hipócrita afirmación de aficionados adinerados según la cual se perderían muchos empleos al abolir las corridas. ¡Claro que se perderían empleos! Existen innumerables prácticas reprochables que, de abolirse, dejarían sin trabajo a varias personas. Y es cierto, tenemos que cavilar alternativas, como también es necesario pensarlas para los recicladores que laboran con vehículos de tracción equina, por ejemplo.

 

Buscar actividades económicas dignas es una tarea de todos y todas, un asunto urgente e insoslayable, pero que no se utilice el argumento con el fin de perpetuar el especismo, y mucho menos si viene de grandes terratenientes que evitan continuamente cualquier intento de reforma agraria. Parece que a los amantes de la tauromaquia, de repente, se les despierta el sentido de justicia social, igual que el sentido “ecológico”, ¿quién no los ha oído decir que sin las corridas el toro de lidia se extinguiría? ¡Resulta que quienes consideran al humano el centro del mundo y amo de los animales y la naturaleza son parte del ecologismo radical! ¡Qué curioso, nunca me los había encontrado luchando a mi lado!, ¡vaya ceguera la mía! Pero ya que desean hacer parte del movimiento tendré que explicitar una cuestión: pasando por alto toda la controversia sobre las clasificaciones científicas, no está claro que el “toro de lidia” sea una “raza”, mucho menos una “especie”, y, si lo fuera, su “extinción” no implicaría ningún desequilibrio medioambiental. Además, en este caso la “especie” o “raza” en abstracto poco importa, interesa el trato concreto de cada ser. No obstante, si el “amor” por la biodiversidad es tan grande, debería apoyarse la construcción de santuarios para “toros de lidia” donde podamos “admirar su majestuosidad”, de paso se podrían vincular allí las personas que trabajan en el sector. No bromeo, esta es una propuesta que tiene varios defensores a nivel internacional.

 

Actualmente nuevas sensibilidades nos estamos levantando contra el especismo y todo tipo de privilegio, subordinación y explotación. Sabemos que los problemas están interconectados y son de carácter “sistémico”, no nos confundan con cándidos e inconsecuentes “defensores de animalitos”. La verdad es que, como gritan hoy incontables manifestantes en las calles del mundo, “Lo damos todo, no podrán pararnos, lo queremos todo”.

 

* Politólogo. Investigador de la Universidad Nacional de Colombia y activista ácrata del movimiento de liberación animal.

 

1 Tomado el 15 de enero de 2013 de: http://www.elespectador.com/columna-216472-contra-y-favor-de-corridas

Información adicional

Autor/a: Iván Darío Ávila Gaitán
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