Por el lugar, “los habitantes en la calle” hablan en voz alta de cómo fueron desplazados de la avenida De Greiff. Una prueba más de la negligencia de la alcaldía bajo dirección de Aníbal Gaviria. Mujeres y hombres de edades diferentes, buscan espacio para sentarse o tomar una siesta, pedir monedas o alimentos a los transeúntes; o caminar hacia el Parque Bolívar, con la intención de tomar un “baño” en la pila al frente de la estatua de El Libertador. En la capital de Antioquia viven 4.600 personas sometidas al despojo y negación absoluta.
Con el afán de llegar temprano y el cuerpo en congoja por el frío, empapado por la lluvia pasó la registradora y de inmediato, encontró un asiento libre junto a una empañada y fría ventanilla. Como acostumbra en su rutina mientras llega a su destino, desenredó sus audífonos para escuchar noticias. El bus proseguía su marcha.
Sin sobresalto, puso atención a una información sobre la campaña de resocialización para los habitantes “de” y “en” la calle. Según la radio: La alcaldía de Medellín da a conocer las “diferentes alternativas de tratamiento y los centros especiales” donde la comunidad indigente puede encontrar alimentación, alojamiento, atención médica y psicológica; pero, con la condición de cumplir ciertas normas relacionadas con el buen comportamiento, y con el fin de reintegrarlos poco a poco a la sociedad como personas serviciales.
Minutos después, la pausa de un semáforo en rojo trajo a su atención, el decaído y triste rostro de un pequeño que escampaba bajo un puente peatonal, quien a su vez, de manera inútil, trataba de calentar sus brazos con caricias constantes. Su ropa tenía más calidad de harapos que cualquier otra cosa, y era notable a primera vista, que padecía hambre y necesitaba atención médica de manera urgente.
Al ver la situación y de acuerdo con comentarios que Camilo relacionó y puso en su mente, los dos funcionarios que desalojaban al niño indigente, debían llevarlo a alguno de los 3 Centros Día de la ciudad para una atención oportuna. Sin embargo, para su sorpresa, los encargados del espacio público solo a empujones lo echaron del lugar –coherentes con la información que daba la Alcaldía– y el jovencito que probablemente no llegaba a los 12 años, empezó a deambular de nuevo. Con seguridad, en busca de otro “refugio”. Con indignación, Camilo sintió impotencia.
Por un momento, contempló la posibilidad de bajar del bus e ir en reclamo y auxilio de aquel niño, un pensamiento que cortó el estrujón del bus al arrancar y negarle la posibilidad de descender. Varias preguntas martillaron su pensamiento en aquel instante: ¿Así debía ser, era acertada la acción del Estado? ¿Por qué el Estado y la empresa privada no muestran interés en esa población? Y no tenía la respuesta.
Cerca del medio día
Con el trajín de las horas, la conmoción que la criatura generó a Camilo en la mañana, pasó casi olvidada. Él estaba atento a su quehacer. Su reacción tocó la característica indiferencia que domina en la generalidad de la población. En su camello, al paso de cargar en la Plaza Minorista, la maleta y las bolsas de una señora, vio que en las afueras había una cantidad de gente en “condición de calle”. Su aparición era reciente, pues tenía varios días trabajando en la plaza, y solo hasta ese momento los vio en detalle. Eran alrededor de 100 o un poco más. Sentados, en siesta a la intemperie, pidiendo a los transeúntes; o en camino a tomar un “baño”. Al parecer, las zonas más adecuadas para ellos estaban dispersas en todo el centro de la cuidad.
En su vago recuerdo, Camilo trató de recapitular la información que escuchó en la mañana. Los invitados al programa hacían énfasis en las causas que llevaban a las personas a “hacer de la calle su hogar”. Falta de afecto y acompañamiento familiar, drogadicción, enfermedades mentales y dificultades económicas en sus hogares, quedaron al aire y las ondas de radio.
Al finalizar la tarde y acercándose la noche
Con indisposición social terminó Camilo su día de trabajo. No cesó de pensar en la cantidad de dificultades que la población indigente enfrentaba diariamente, es especial, al llegar las 6:00 de la tarde. Hora que da comienzo a la eterna y complicada noche: sin tener un solo espacio de calor para refugio en la temporada de invierno que vive la ciudad de “la eterna primavera”.
En dirección y todo el recorrido al paradero del bus que lo llevaría a su casa, notó que entre los “habitantes en la calle” no había distinciones. Todos por igual llevaban consigo bolsas con pequeñas cantidades de “pega” o “sacol”, que al ser soplada no solo ayuda a pasmar el hambre y el frío, sino que era el pasaje exprés y la huida a un mundo diferente, más agradable para ellos.
Subido por fin al bus, volvió al detalle de la ciudad y de repente –casi de manera fugaz–, apreció una fila extensa de personas, y un sujeto al frente que les informa “los cupos terminaron en este lugar, ¡Por lo tanto, aquí no hay más ingreso!” Nuevamente, Camilo percibió la ironía en la propaganda de la alcaldía. Cómo no pensar en la cantidad de dificultades que aquellos excluidos enfrentaban, en esa y muchas otras noches de estrato bajo cero. En las riñas por un pedazo de cartón que cumple de colchón y almohada, o tal vez, por un costal o bolsa de basura que hace las veces de cobija, o por una rejilla de la calle, que sirve una pizca de calor. O, los irse a puño, garrote o chuzo, para definir quién se queda a dormir en el mejor lugar –la cera de alguna tienda, farmacia o almacén– o incluso, por la “ambrosía callejera”, el “sacol”.
Por más que reflexionara o retardara el sueño la situación no cambiaría. Y su propia vida tampoco. Al día siguiente tendría que madrugar a la misma hora, con las mismas deudas, obligaciones y afanes y a la fija reconocería algunos mismos rostros como el del pequeño, en juego dentro de un futuro incierto y ¿sin posibles soluciones?
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