Estimados/as lectores/as compartimos la serie de artículos más leídos durante el 2023. Una relectura necesaria de hechos y proyecciones de diferentes temas tanto nacionales como internacionales. Esperamos que su lectura sea de utilidad.
Cada año se suicidan más de 800.000 personas en todo el mundo y por cada suicidio consumado hay otras 20 tentativas. Una constante de la cual no escapa Colombia, con 2.835 muertes intencionales autoinfligidas durante 2022. Medellín, la ciudad con los valores relativos de los indicadores más altos en este tópico, sumó en igual año 214 suicidios; otras tres mil personas intentaron quitarse la vida.
En Colombia nadie escapa de estar afectado, en distintos grados, por la triada: dolor/sufrimiento psicológico, perturbación cognitivo-emocional-impulsiva y presión estresante interna/externa destructiva. Expresión de este malestar social e individual es el aumento de muertes intencionales autoinfligidas. Fenómeno que realza en Medellín, ciudad que más muertes por esta causa registra en proporción a su población: 2.040 personas se quitaron la vida en el período 2010-2022; la tasa de suicidios por 100.000 habitantes creció de 6 registrada en 1990 a 8,2 en 2022.
Conducta suicida en Colombia
El proceso suicida toma forma de manera progresiva, inicia con pensamientos e ideas que dan paso a planes suicidas y culminan en intentos no letales, hasta alcanzar el suicidio consumado. Los registros de las últimas décadas evidencian que este comportamiento va en creciente en el país. En el período postconstitucional 1991-2022, el número de suicidios alcanzó la cifra de 61.249 víctimas; en 1991 el registro alcanzó a 605 y 2.835 en 2022. En estos 32 años la tasa de estos eventos por cada 100.000 habitantes se elevó de 1,8 a 5,5; el índice aumentó a 307,2 con referencia al año base 1991= 100% (gráfico 1).
La gráfica de la evolución de los suicidios en el país durante tal período presenta un comportamiento bimodal, con un primer ciclo entre 1991–2013 (comienza en 1,8, alcanza el cenit en los años 1998-99 con una tasa de suicidios de 5,4 y termina en 4,0) y un segundo ciclo inicia su ascenso en 2014 y aún se encuentra en fase de crecimiento.
Como contexto para que individuos de diferentes clases y estratos socioeconómicos lleguen a esta fatal determinación, tenemos que la realidad social, económico, político y cultural colombiana induce fracasos en los proyectos de vida, trastornos mentales, exclusiones, pérdida de autoestima, miedos, angustia, preocupaciones, depresión, soledades, competencia malsana entre individuos, agresividad y desesperanza aprendida (el individuo no emite respuestas para evitar la estimulación aversiva). (Ver recuadro, El modelo y la matriz)
Medellín y la mortalidad por suicidio
La capital paisa presenta la más alta concentración de casos de suicidio: el 16 por ciento del total de muertes autoinfligidas intencionalmente en las ciudades capital del país, no obstante que el tamaño de su población equivale a 11,2 por ciento de todos los habitantes de los centros urbanos.
Consciente de ello, en 2022, con 214 muertes por suicidio y cerca de tres mil personas que intentaron quitarse la vida, la Personería del municipio prendió la alarma por tal fenómeno. El análisis de esta pandemia suicida en la capital de Antioquia requiere estudiar las características de quienes deciden ejercer violencia letal contra sí mismos. Con este fin se estudian las variables de caracterización de los hechos: ciclo vital y manera de muerte de las víctimas, sexo, escolaridad, mecanismo de muerte utilizado y distribución espacial de los casos de suicidios registrados. El lugar donde tienen lugar las muertes intencionales autoinfligidas en esta ciudad reproduce también la historia del urbanismo de la desigualdad.
El análisis de lo que allí está sucediendo con centenares de personas nos lleva a comparar la distribución de los hechos de suicidios en las 16 comunas y los 5 corregimientos en que está organizada administrativa, política y socioeconómicamente la capital antioqueña, con los resultados de las encuestas de calidad de vida que se aplican periódicamente en la ciudad, para el período 2013-2022.
El suicidio registra una diferencia significativa en cuanto al sexo de las víctimas y los ciclos de evolución de los hechos. Durante los años 2010 a 2022 se suicidaron en la capital antioqueña 2.040 personas: 1.642 hombres (80,5%) y 398 mujeres (19,5%). La tasa media de suicidios por cada cien mil habitantes es de 6,6; en los hombres es de 11,3 y en las mujeres 2,4. La relación de suicidios por sexo es de 4 hombres por cada mujer. El rango de variación en la tasa de suicidio de los hombres es de 6,4 puntos, con un mínimo de 7,7 en 2011 y un máximo de 14,1 en 2022; el rango en las mujeres es de 1,9 puntos, con un mínimo de 1,3 registrado en el año 2014 y un máximo de 3,2 en 2019 (gráfico 2).

El comparativo interanual 2022/2021 registra en Medellín un crecimiento en los eventos de suicidios de 11,5 por ciento a nivel global. Por ciclo vital (tabla 1), el grupo etario integrado por la infancia y la adolescencia (6 a 17 años de edad) concentra el 8,9 por ciento de los casos totales de suicidios, tanto en 2021 como en 2022. No obstante, al interior del conjunto por sexo se manifiesta que los hombres aumentaron su participación al interior del grupo de 4,6 a 5,9 por ciento, mientras que las mujeres disminuyeron su contribución de 25,0 a 20,5 por ciento. La variación de casos en este grupo etario aumentó 11,8 por ciento en el comparativo interanual 2022/2021 (42,9% los hombres y -10,0% las mujeres).
La juventud (18 a 29 años de edad) aporta el 34,4 por ciento de los eventos de suicidios registrados en 2021 y 36,4 de los ocurridos en 2022. Al interior de los grupos según sexo, los hombres participan con el 32,9 por ciento de los casos en 2021 y el 37,1 en 2022; las mujeres representan el 40,0 por ciento en 2021 y el 34,1 en 2022. El crecimiento interanual 2021-2022 de los suicidios en el grupo etario Juventud aumentó en 18,2 por ciento (hombres 26,0% y mujeres -6,3%).
Los adultos (30 a 59 años) concentraron el 43,2 por ciento de los suicidios en 2021 y el 47,7 en 2022. Por sexo, los hombres concentran el 46,7 de los hechos en 2021 y el 49,4 en 2022; las mujeres 30,0 y 40,9 en los años respectivos. Los suicidios en este grupo etario aumentaron en 22,9 por ciento (los hombres 18,3% y las mujeres 50,0%, posiblemente por una temprana exclusión del mercado laboral, violencia intrafamiliar, rompimientos afectivos y pérdida de autoestima e identidad por la exagerada valoración del ciclo vital juvenil).
A diferencia de los otros tres grupos incluidos en el análisis por ciclo vital, los adultos mayores (60 y más años) redujeron el número de suicidios en 42,3 por ciento explicado por la caída de los suicidios de los hombres en 45,8 por ciento en tanto las mujeres no registraron variaciones. La contribución de este grupo etario al total de suicidios es de 13,5 por ciento en 2021 y 7,0 en 2022; los hombres aportan al interior del sexo un 15,8 por ciento en 2021 y 7,6 en 2022; las mujeres 5,0 y 4,5 respectivamente.

El suicidio es la muerte derivada de la utilización de cualquier método (envenenamiento, ahorcamiento, herida por arma de fuego o cortopunzante, lanzamiento al vacío, a un vehículo o cualquier otra forma) con evidencia, explícita o implícita, de que fue autoinflingida y con la intención de provocar el propio fallecimiento. En lo referente al método utilizado para consumarlo (gráfico 3), el ahorcamiento es el mecanismo causal más común en ambos sexos: en el hombre representó el 70,2 por ciento con 120 casos y en la mujer el 69,8 por ciento con 30 casos.
Utilizaron el mecanismo contundente como instrumento causal el 10,7 por ciento de los suicidas representados en 23 casos; las mujeres utilizaron esta modalidad en 11,6 por ciento equivalentes a cinco casos, en los hombres representa el 10,5 por ciento relacionados con 18 casos. El lanzamiento desde los pisos altos de edificios y votarse a los rieles previo al paso del tren en cualquiera de las líneas del Metro de la ciudad se ha vuelto común (antiguamente el Palacio Nacional en el corazón de Medellín, antes de Justicia y hoy centro comercial, fue el epicentro simbólico de los suicidas).
En tercer lugar utilizaron la intoxicación o el envenenamiento como mecanismo causal el 8,9 por ciento de los suicidas representados en 19 casos; al interior del grupo de mujeres este mecanismo representa el 16,3 por ciento (7 casos) y en los hombres 7,0 por ciento (12 casos). El cuarto lugar, lo ocupa el proyectil arma de fuego con una representación porcentual de 6,1 por ciento equivalentes a 13 casos, todos cometidos por hombres. Finalmente se encuentran los suicidios causados por herida ejecutados con arma cortopunzante con una representación del 4,2 por ciento equivalentes a 9 casos.
Al analizar el comportamiento del suicidio según el grado de escolaridad, para el periodo 2013-2022 (gráfico 4), se observa que en promedio el 8,1 por ciento no tenía ningún grado de escolaridad o sólo contaba con la educación preescolar; el 21,6 por ciento había alcanzado la educación básica primaria; el 41,2 por ciento habían concluido la educación media o secundaria alta; el 14,0 por ciento había alcanzado un nivel de formación académica superior en términos de tecnologías o superior profesional. Es importante aclarar que, en promedio, en el 15,1 por ciento de los casos no se cuenta con información.
Calidad de vida y alarma suicida según Comunas ycorregimientos
Al igual que la ciudad de Medellín registra una concentración de casos de suicidio más alto que las demás ciudades capitales de Colombia, en proporción al tamaño de la población, también presenta una tasa de desempleo juvenil superior al promedio nacional y es el doble que la tasa general de la capital Antioqueña. Cerca de uno de cada cinco personas entre 18 y 29 años de edad y que hacen parte de la población económicamente activa se encuentra en situación de desempleo. En paralelo, Medellín se caracteriza también por exhibir una alta disparidad o desigualdad en la distribución del ingreso y por ser de las ciudades de Colombia con menos logros en reducir el valor en el índice de concentración Gini.
De otra parte, los problemas familiares, de pareja, económicos, la muerte de familiares, la agresividad e intolerancia de los niños, niñas y adolescentes en los entornos escolares, problemas legales, suicidio de familiares y/o conocidos, maltrato y violencia intrafamiliar, intolerancia, desavenencias en el hogar, el barrio, la comuna o el corregimiento, conflictos en los barrios por agresividad entre vecinos y presencia de grupos armados ilegales, entornos de drogadicción y alcoholismo, problemas laborales, desempleo, bajos e inestables ingresos, precariedad laboral, discriminación social y frustraciones en las expectativas de vida impuestas por la cultura local (amplificada en los adolescentes por su exposición toxica y comparativa a las redes sociales de la internet), son los eventos desencadenantes inmediatos o visibles más predominantes en cuanto a las conductas suicidas documentadas en esta ciudad.
Un conjunto de realidad que refleja, en síntesis, que la conducta suicida está condicionada de manera compleja y multifactorial. Cada uno de estos factores interviene en la espiral negativa, de manera sinérgica, que describe la confluencia tridimensional del modelo que explica la conducta suicida: dolor/sufrimiento psicológico, perturbación cognitiva/emocional/impulsiva y presión interna/externa estresante y destructiva.
Una realidad que permite precisar que todo ser humano, lo admita o no, se apoya en un sistema metafísico personal que considera verdadero; este sistema metafísico práctico determina su cosmovisión y está compuesto de creencias (racionales e irracionales) que cada individuo llama sus principios y su escala de valores. Este sistema metafísico práctico y las cosmovisiones particulares y colectivas están asociados a los factores estructurales subyacentes, profundos y explicativos de los eventos desencadenantes de la conducta suicida, se encuentran inherentemente articulados a la condición ontológica, histórica y estructural de una realidad que no tiene estrato social o condiciones especiales de vida.
Es así, por tanto, como los fenómenos generados por el sistema socioeconómico-político y las expresiones culturales propias de ambición, voracidad e insaciabilidad que caracterizan la prepotencia en la llamada “cultura antioqueña o paisa” son fundamentales para entender muchos factores que identifican la cultura e idiosincrasia de la población, adicional a factores machistas, exaltación de la belleza física, consumo conspicuo y fanatismos tradicionalistas tanto políticos como religiosos, comportamientos narcisistas y de doble moral, temas todos muy sensibles en los círculos de esta región del país a los que poco se alude en el debate público por no ser “políticamente” correctos.
Adicionalmente, existen elementos históricos en la población juvenil “paisa” que identifican a todos los estratos, y es claro, sin ser visible desde el sistema educativo, el llamado proyecto de vida y fundamentos éticos que protejan a la población o le sirvan de soporte en las crisis de salud y educación, ambiental, política, social, cultural, existencial, laboral y económica que estamos viviendo; todo lo cual también expresa las preocupaciones o despreocupaciones que asisten a la familia, la escuela y el sistema político-institucional, en las que el cuidado y preservación del Ser y el sentido, significado y orientación de la vida no son temas visibles, ni en la agenda pública, ni en el sector institucional-gubernamental, empresarial o en la propia comunidad y los hogares.
Por ello, al cruzar las variables sobre los casos de suicidios en Medellín con las condiciones de calidad de vida en las 16 comunas y 5 corregimientos ganamos claridad sobre las expresiones de necesidades existenciales y formas de existencia de la población y de manera especial de los diferentes grupos etarios y socioeconómicos.
Distribución espacial y político-administrativa de las víctimas por suicidio, 2013-2023. El gráfico 5 y el mapa adjunto permiten concluir que al observar el comportamiento del suicidio en su dimensión espacial e histórica, los hechos tienden a ser estructurales.

En las 21 unidades político-administrativas la concentración de los suicidios y distribución espacial de los hechos registra los siguientes resultados en los 11 años analizados: Nivel Alto en la participación porcentual de los suicidios ocurridos en Medellín: seis unidades territoriales (28,6%): Manrique, Aranjuez, Villa Hermosa, La Candelaria, El Poblado y Belén; Nivel Medio de participación en los suicidios de la ciudad: cuatro entidades espaciales (19,0%): Popular, Robledo, Buenos Aires y corregimiento San Cristóbal; Nivel Bajo en la contribución de los suicidios de la capital antioqueña: once entidades territoriales (52,4%): Santa Cruz, Castilla, Doce de Octubre, Laureles estadio, La América; San Javier, Guayabal y corregimientos Palmitas, AltaVista, San Antonio y Santa Elena. En conclusión, el comportamiento del suicidio en su dimensión espacial e histórica presenta una estructura polarizada: la mitad de las entidades político-administrativa reflejan frecuencias bajas de personas que se quitan la vida; en la otra mitad, la frecuencia es media o alta de muertes intencionales autoinfligidas.
Para el análisis de las correlaciones entre las estadísticas de suicidios y las variables de calidad de vida, según comunas y corregimientos, se establecieron tres conglomerados: i) participación porcentual en los casos de suicidios según comuna/corregimiento y factores de presión laboral y económicos; ii) factores de presión en el hogar; iii) factores de presión en el barrio o vereda (tablas 2, 3 y 4). Para el análisis de las matrices de correlación (no implica, por sí misma, ninguna relación de causalidad), los resultados se agrupan en tres clases de acuerdo con la fuerza y la dirección de la relación entre variables: relaciones directas (pendiente positiva, las dos variables aumentan simétricamente), relaciones inversas (pendiente negativa, una variable aumenta y la otra disminuye) y relaciones débiles o inexistentes.
La distribución relativa o porcentual de los suicidios según comuna/corregimiento tiende a estar asociada positivamente o de manera directa con los siguientes factores de presión laboral y económicos: problemas en el lugar de trabajo, la tasa de ocupación (relación porcentual entre la población ocupada y el número de personas que integran la población en edad de trabajar) y la tasa de subempleo por capacidades (refleja la subutilización de la capacidad productiva de la población ocupada, incluyendo el que es causado por un sistema económico nacional o local deficiente; se relaciona con una situación alternativa de empleo que la persona desea desempeñar y está disponible para hacerlo). La distribución espacial de los casos de suicidios registra relaciones inversas con la dependencia económica (proporción de personas que dependen económicamente de la población activa o en edad de trabajar) y con la afiliación al sistema de seguridad social (salud, pensiones y riesgos profesionales).

La distribución relativa o porcentual de los suicidios según comuna/corregimiento tiende a estar asociada positivamente o de manera directa con los siguientes factores de presión en el hogar: índice de masculinidad (razón de hombres por mujeres en un determinado territorio), participación en actividades deportivas, recreativas y lúdicas, asistencia a programas culturales, y a la manera de reprender mediante el diálogo o la educación. La distribución territorial de los casos de suicidios presenta relaciones inversas con el porcentaje de mujeres cabeza de familia, las formas de reprender agresivas y los padres ausentes en la educación de los hijos.
La distribución relativa o porcentual de los suicidios según comuna/corregimiento tiende a estar asociada positivamente o de manera directa con los siguientes factores de presión en el barrio o vereda: riñas callejeras, la inseguridad en los espacios públicos y la presencia de grupos armados ilegales (paramilitares o guerrilla). La distribución por entidades político-administrativas de los casos de suicidios presenta relaciones inversas con las riñas en los centros educativos, la existencia de bandas o combos juveniles y la tasa de homicidios.
En Colombia, el Plan Decenal de Salud Pública, 2012-2021, tenía como meta para 2021 disminuir la tasa de mortalidad por suicidio y lesiones autoinfligidas a 4,7 por 100.000 habitantes. Para conseguir este objetivo, en su aparte titulado “Prevención y atención integral a problemas y trastornos mentales y a diferentes formas de violencia”, se contemplaba las estrategias dirigidas a la prevención y atención integral de aquellos estados temporales o permanentes identificables por el individuo o por otras personas, en los que las emociones, pensamientos, percepciones o comportamientos afectan o ponen en riesgo el estado de bienestar o la relación consigo mismo, con la comunidad y el entorno, y alteran las habilidades de las personas para identificar sus propias capacidades, afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera, y contribuir con su comunidad. La meta no se cumplió, la tasa de suicidios por cada 100.000 habitantes se encuentra en 5,5.

Tentativamente pueden señalarse dos causas del fracaso: i) el enfoque centrado en la enfermedad mental que deja por fuera una concepción multifactorial, sistémica y compleja; ii) centrar la mirada únicamente en los eventos desencadenantes inmediatos, superficiales o visibles más predominantes, descuidando o invisibilizando los factores estructurales subyacentes, profundos, sistémicos y explicativos de los eventos desencadenantes de la conducta suicida. Como puede concluirse, el reto sigue abierto, ¿cuánto tiempo más, y cuántas vidas más, cobrara este fenómeno para hacerse efectivo y consciente?
También quedan interrogantes y retos ante las políticas públicas: económicas, educativas, culturales, laborales y de salud de cara a este fenómeno que expresa riesgos ante la respuesta del tipo de ciudadano, sociedad y modelo de desarrollo que tenemos y estamos reproduciendo y construyendo. Por ahora, resaltar que el suicidio como problema de salud pública también refleja la crisis que padecen los sistemas de salud, educativo, cultura, trabajo, seguridad social, política e institucional que vivimos.
- Economista y filósofo. Integrante del comité editorial de los periódicos desdeabajo y Le Monde diplomatique, edición Colombia.
Muertes violentas en Colombia
La historia y la antropología confirman claramente que las sociedades compuestas de individuos que piensan, sienten, creen y actúan de acuerdo con creencias irracionales y las convenciones más descabelladas y deshumanizadoras pueden sobrevivir durante largos períodos. La normalidad estadística (individuos adaptados a la sociedad) es perfectamente compatible con un alto grado de locura, perversidad, desigualdad, individualismo, egoísmo y exclusión, violencia, desempleo, corrupción, sadismo y maquiavelismo, pobreza, narcisismo y conductas suicidas*.
En este marco, el desquiciamiento de la sociedad colombiana tiene expresión en la dimensión de las muertes violentas: 26.083 en 2021 y 28.072 en 2022, con un crecimiento interanual de 7,6 por ciento (6,5 veces más rápido que la tasa anual de crecimiento poblacional, cuya tasa es de 1,1%). De las muertes violentas ocurridas en 2022, el 47,5 por ciento corresponde a homicidios, 29,6 a eventos de transporte, 12,8 a accidentes y 10,1 a suicidios (gráfico 6 y tabla 5).

Por debajo de la tasa de aumento promedio de las muertes violentas, en el comparativo 2021-2022, se encuentran los homicidios (2,4%); las demás maneras crecen a mayor velocidad: muertes violentas por eventos de transporte (13,6%), accidentes (14,2%) y suicidios (9,2%). Por ciclo vital, los grupos demográficos más afectados con el aumento de las muertes violentas en Colombia fueron los adolescentes (12 a 17 años de edad) en cuanto su afectación se vio elevada en 9,4 por ciento; adultos (29 a 59 años) con un crecimiento de 8,6 y los adultos mayores (60 y más años) con 14,5.

El 38 por ciento de las 28.072 muertes violentas registradas en 2022, es decir 10.533, tuvieron por escenario las ciudades capitales, 32 centros urbanos donde habitan 23,4 millones de personas, esto es, 45 por ciento del total de la población colombiana (tabla 6).

Según el número de casos y la manera como ocurrieron las muertes violentas en las ciudades capitales, la distribución de los hechos es desigual y concentrada en tres grandes metrópolis: Bogotá D. C., Medellín y Santiago de Cali. En estas tres capitales ocurrieron cerca de 5.000 de estas muertes (46,7% del total de eventos letales en las capitales) donde habitan 12,8 millones de personas (55,1% de la población que vive en estos centros urbanos).
Medellín presenta la más alta concentración de casos de suicidio: el 16 por ciento del total de muertes autoinfligidas intencionalmente, no obstante que el tamaño de su población equivale a 11,2 por ciento de todos los habitantes de las capitales de departamaento. Santiago de Cali, con una participación del 9,8 por ciento del total de habitantes citadinos, contribuye con el mayor número de homicidios (18,6%), de muertes violentas por eventos de transporte (11,5%) y de muertes violentas en accidentes (12,1%). Bogotá D.C. pese a que presenta una alta participación en las distintas maneras de muertes violentas (homicidios: 20,7%; eventos transporte: 21,4%; accidentes: 26,8%; suicidios: 29,9%; total muertes violentas: 22,8%) registra un comportamiento inferior al tamaño relativo de su población: 7,9 millones de personas, esto es, 34 por ciento del total de las personas que habitan en las ciudades capital.
- Huxley, Aldous. (2001). “Prólogo” al libro La doctrina suprema de Hubert Benoit. Editorial Troquel S.A., Argentina, p. 6.
El modelo y la matriz
Con el fin de explorar la relación entre los cambios en la tasa de suicidios por cien mil habitantes (variable dependiente) y fenómenos socioeconómicos (variables independientes: coeficiente de concentración Gini, tasa de desempleo, grado de incidencia de la pobreza por ingresos, tasa de homicidios por cien mil habitantes y tasa de crecimiento anual del Pib per cápita), durante el período 1991-2022, se corrió un modelo de regresión múltiple dando por resultado que la capacidad predictiva (coeficiente de determinación R²) del mismo es de 47 por ciento y el coeficiente de correlación múltiple (qué tanto se asocian las variables) tiene un valor de 0,69 (1= máxima correlación). En consecuencia, los cambios que registra la tasa de suicidios en Colombia se explican en cerca del 50 por ciento por transformaciones en las variables socioeconómicas y la otra mitad por variables asociadas directamente a las personas, a su entorno familiar y local, como también a la cultura, la salud, la educación y a la presencia/ausencia institucional (gráfico 7).

Los resultados particulares del modelo estadístico aplicado (con el fin de evaluar las relaciones entre un destino continuo y los predictores) permiten concluir que las variables que más aportan a la capacidad predictiva del modelo de regresión múltiple son el coeficiente de concentración Gini (valor del coeficiente: 3,2) y la tasa de desempleo (valor del coeficiente: 0,14). El grado de incidencia de la pobreza por ingresos presenta una relación inversa con la tasa de suicidios y su aporte a la capacidad predictiva es baja (valor del coeficiente:-0,017), un comportamiento similar lo registra la variable tasa de homicidios (valor del coeficiente: -0,016). El menor aporte, casi que insignificante, a la capacidad predictiva del modelo lo registra la variable variación anual del ingreso per cápita (valor del coeficiente: 0,007).
Por tanto, el análisis debe complementarse con otras dimensiones de la persona suicida: características familiares, cultura, cosmovisiones, entornos territoriales, instituciones educativas, sitios de trabajo, acceso a la seguridad social, proyecto de vida, derechos ciudadanos y calidad de vida en el hogar, el barrio, la localidad, la comuna o el municipio.
Para profundizar esta exploración se estableció una matriz de correlaciones (tabla 7). Una correlación no explica relaciones de causa-efecto, solo indica la fuerza, variancia conjunta, dirección y la proporcionalidad entre dos variables estadísticas. La tendencia en la tasa de suicidios está correlacionada de manera significativa y positiva con la mayor desigualdad en los ingresos expresada en el coeficiente de concentración Gini y con el aumento en la tasa de desempleo; al contrario, la correlación con la tasa de homicidios, con la incidencia de la pobreza por ingresos y la tasa de crecimiento del ingreso per cápita es baja y negativa.
Como reafirmación de lo anterior debe tenerse en cuenta que el encumbramiento de la tasa de suicidios ocurre en tiempos de hegemonía del neoliberalismo y sus consecuencias deshumanizadora y alienante que ahondaron en Colombia la desigualdad en la distribución de los ingresos, la exclusión y la precariedad del trabajo. Algo mucho más evidente en tiempos de pandemia por covid-19 que expuso con toda crudeza el alcance de las desigualdades, pero también amplió la brecha entre clases sociales: los pobres y la clase media vulnerable perdieron el empleo u otras fuentes de ingreso y los ricos incrementaron las ganancias y el consumo suntuario. Durante el período de análisis, 1991-2022, el valor del índice de concentración escaló de 0,459 a 0,530 y la tasa de desempleo escaló a dos cifras a partir de 1995 y alcanza dos máximos, uno de 19,7 por ciento en el año 2000 y otro en mayo de 2020 de 21,4 por ciento. En todo el mundo, el aumento de la competencia neoliberal –que comporta la explotación y opresión intensivas de de las energías nerviosas–, además de las grandes brechas de desigualdad, exclusiones e injusticias que genera, han desatado una epidemia de padecimiento mental1.
Fenómeno con manifestaciones también culturales. Como lo enseña la historia, la prueba del éxito económico no es la cantidad que se produce (en Colombia, una vida triunfante se mide por el dinero acumulado, el nivel de consumo conspicuo, el poder y la fama), sino lo que hacemos para que exista una convivencia pacífica y solidaria en un contexto donde la vida sea tolerable, agradable, sostenible y armoniosa2. De hecho, el valor monetario de la producción nacional se multiplica por 17,7 entre 1950-2023 mientras la población lo hace por 4,7 y, en consecuencia, el PIB per cápita aumenta 3,8 veces. Aunque la evolución del PIB per cápita es favorable al estar correlacionado inversamente con la tasa de desempleo, no mantiene relaciones significativas con la justicia distributiva, o la disminución en la tasa de suicidios, el índice de pobreza por ingresos o la tasa de homicidios.
En el territorio, a nivel departamental, la tasa de suicidios no registra relaciones significativas estadísticamente con la densidad poblacional (población/Km²) ni con el peso relativo de la población joven (población en el departamento de 14 a 28 años de edad/total). La relación entre las muertes autoinfligidas intencionalmente y la población departamental es positiva y creciente en función de los grandes núcleos económico-políticos, ciudades capitales y del ingreso per cápita (Ingreso en $/población) en las cuales aumentan las presiones destructivas, las perturbaciones y el sufrimiento psicológico, la soledad en medio de la masificación de la población, el individualismo competitivo, la discriminación y el egoísmo, la insolidaridad y la pérdida de compasión y piedad. En contraste, la relación entre la tasa de suicidios en cada departamento tiende a ser negativa y decreciente en función del índice de pobreza multidimensional, del número de víctimas del conflicto armado (paradójicamente, los suicidios guardan una relación inversamente proporcional a los tiempos de guerra) y del grado de ruralidad (población rural/población departamental)3.

1 Berardi, Franco. (2021). La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis. Caja Negra Editores, Argentina, p. 68.
2 Galbraith, Jonh Kenneth. (1975). La economía y la calidad de vida. Plaza & Janés Editores. España, p. 9.
3 Sarmiento, Libardo (2022). “Colombia: muerte autoinfligida intencionalmente, 1991-2021”; en Le Monde diplomatique, edición 219, marzo, p 6.
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