No es uno ni son dos los casos de estudiantes ausentes o con perjuicios para lamentar. Suman muchos más, y no ocurrieron sólo durante 2011. En verdad, las noticias que informan sobre la muerte, mutilaciones u otras graves lesiones entre estudiantes universitarios proceden de años atrás; sin embargo, y a pesar de su gravedad y reiteración, no motivan debate alguno. O preocupación con miras a enfocar la situación, ni entre los grupos estudiantiles ni entre las organizaciones políticas que inciden entre el activismo estudiantil o en general entre la juventud (Ver recuadro). La situación resulta incomprensible frente a un debate sobre los quehaceres particulares, como un gremio define una huelga y mediante qué recursos y cómo la anuncia, que es pertinente y ya demora sin una explicación válida desde los intereses generales, y del mejor presente y futuro mismo de la lucha estudiantil.
Desde este ángulo, hallar un enfoque y una propuesta que alcancen legitimidad obliga por el dolor que produce cada uno de estos sucesos y también por su efecto equívoco de criterios para la propia organización del movimiento estudiantil, así como para el conjunto del movimiento juvenil.
Espacios para la protesta
Para acercarnos y dar un primer paso en el análisis, cabe rememorar que el uso de explosivos de distinto tipo ganó espacio entre la juventud colombiana por motivo de dos circunstancias: una, la violencia que siempre han desplegado los cuerpos antimotines de la Policía Nacional para enfrentar correctamente la protesta ciudadana. Desde hace cinco décadas hay una constante: a cada marcha, a cada protesta, la respuesta es el bolillo, el chorro de agua, las pedradas, para luego pasar a la munición recalzada, a los disparos –son varios los estudiantes asesinados por balas oficiales en medio de las protestas–, a las bombas de ruido; y cuando un joven sufre la desgracia de ser detenido, cae bajo el peso de los golpes, las patadas, el maltrato y los insultos.
Dos, en la calle y en el cuarto del calabozo, el Estado muestra su real catadura: la violencia. Es un proceder oficial que tiene consecuencias por supuesto. Los jóvenes que son agredidos en forma impropia por la Fuerza Pública, al regresar a la calle en una nueva protesta, ya asisten con indisposición deliberada, precaución y preparación. Como afirman el dicho popular: “al perro no lo castran dos veces”.
Una, y dos razones, motivaciones o antecedentes que compelen a los asistentes de una próxima protesta a ir en guardia, con distintos instrumentos de defensa popular, en un hecho que en forma ligera, y en un contexto sostenido, sin reflexionar sobre las particularidades de la situación y el objetivo específico que procede, y acerca de su escenario particular para acercar y ganar más jóvenes e influir sobre sus familias y relacionados.
Presente este alejamiento para relacionar las condiciones de la movilización, aparece un tercer aspecto con relación, derivado y agravante por el sesgo que adopta. Es el referente a los aspectos de idealización del “revolucionario”, con prolongación de la imagen del Che y de Camilo Torres, con quienes –en una forma unilateral frente a la historia y sus vidas– han sido degradados a la simple imagen de guerreros. Una reducción que los despoja de su pensamiento, palabra y vínculo histórico y popular, principal fundamento de su vocación y decisión como combatientes, siempre listos a ofrendar su vida por una causa que aun en medio de la crudeza de los hechos mantuvo un rigor para diferenciar qué acción es conveniente frente a la justicia, y hasta dónde la “violencia necesaria”.
En las condiciones todavía de nuestra situación política y de las características de la naturaleza del poder, muchos estudiantes, muchos jóvenes, idealizan el compromiso de sus vidas con el deseo fácil de que las suyas recorran caminos semejantes. Es decir, en no pocas ocasiones los enfrenamientos con las fuerzas antimotines son vistos como juegos de guerra. Como preparación de una confrontación que ya debiera ser, o que vendrá, y cada manifestación o protesta tiene la tarea de acelerar. Perspectiva tal impone a los individuos y los colectivos concernientes un ejercicio de entrenar y superar el miedo. Valga decir, un enfoque que gana convicción incluso entre jóvenes que no hacen parte ni simpatizan con organizaciones guerrilleras.
Entonces, está por reubicar los hechos, porque la foto con una misma escena se repite y se repite desde hace décadas, y de tanto repetir parece lógica, necesaria e incluso inevitable. A ‘cumplir’, mientras Colombia no cambie esa persistencia de poderes ambiciosos y represivos. Pero falta la pregunta cuya respuesta produce éxitos y gana mentes ¿Cuáles son el momento y las circunstancias de tiempo?, ¿cuáles el territorio, el mensaje y los destinatarios? ¿Es indispensable salir ‘preparado’ –en este caso con explosivos– a cada marcha y cada protesta? La pregunta múltiple procede, ya que la rutina lleva a destacados jóvenes y parte de los activistas estudiantiles a no diferenciar en estos asuntos de importancia. Acostumbrados ya a un ritual sempiterno, no preguntan ni debaten por los detalles; tampoco, por el cuidado del lenguaje y las diferencias entre una y otra protesta según las diferencias de convocatoria.
De este modo, resultan iguales una marcha en la apertura del Foro Social Mundial en Porto Alegre –con un gobierno de izquierda y una manifestación que la encabeza el propio alcalde de la ciudad–, o una jornada antiimperialista contra las bases militares en Quito –sin provocación policial– o una protesta en Bogotá. Y en esta capital, para los actos en cuestión, no es diferente una protesta antes de los gobiernos de izquierda que una bajo su gobierno –aunque tenga aspectos de polémica–, aun con la garantía en algunos momentos y en muchas protestas de que el Esmad no haría presencia, con la actividad, a cambio, dentro de otra imagen de seguridad, del personal de la cultura ciudadana. Al no hacer diferencia, la falta de tacto es notable.
A tal punto llega la generalización de la lectura política, que todos los primeros de mayo dejaron de constituir una jornada de memoria y de fraternidad política del movimiento de los trabajadores para permitir que la provocación oficial los reduzca a una pequeña escaramuza, minimizados a unos cuantos cientos, que en tal cantidad dan ventaja para los discursos del poder nacional contra las luchas objetivas y espantan a la mayoría de la población trabajadora, en los pasos por dar de colectivización de sus reivindicaciones.
En Colombia, en medio de tanta provocación, bolillo, balas y otros recursos de violación del derecho a la protesta ciudadana, y tras décadas de repetición de la escena, sin otra imaginación, ¿sobresale en forma única, necesaria y útil la respuesta con el explosivo? ¿No habrá otras formas para proteger la asistencia de quienes van a la protesta?
La acción militar… desarmada
En el explorar de un enfoque a la hora de repensar las formas de protesta, y el manejo del mensaje político, una primera y la mejor referencia por su autoridad histórica, que no puede descalificarse como “reformista pequeño burgués”, son los indígenas del Cauca. En su caso, en la década de los 80, producto de la violencia que enfrentaban, pero también de la dinámica misma de guerra con desarrollo en sus territorios, llegaron a la conclusión de armarse, y le dieron cuerpo a la fuerza armada que tomó por nombre el de Quintín Lame. Luego de algunos años de acción, que tuvo pocos enfrentamientos de control de territorio, y en la propia dinámica de transformación internacional de los finales de la décadas de los 80 y principios de los 90, dejaron las armas a un lado. Pero no renunciaron a la acción militar, en este caso mediante un recurso pacífico. De este modo, y con uso del análisis y la consulta, conformaron pocos años después la “guardia indígena”, cuerpo con origen colectivo en su decisión, realmente miliciano.
Con el uso de “bastones de mando”, la “guardia indígena” podría contar con no menos de 7.000 hombres y mujeres para la tarea de protegen sus territorios, sus marchas, sus acciones públicas. Como es de pública constatación, en la aplicación de este recurso tiene valor y pesa la disuasión más que la represión, y más que el actuar de individuos con base en notoriedades personales calladas o en los entornos. El mensaje es claro.
Hay opción para los estudiantes y el movimiento juvenil
En general, y con ajustes, y con ventaja frente a la mirada de la ciudadanía en general, el recurso de la “guardia indígena” está disponible para usar en una trayectoria de movilización con la característica estudiantil: actuar en las marchas, protegerlas y garantizarlas con nada más que una guardia que gane el status de tal. Y el resultado puede ser fundamental: garantizar el propósito de cada jornada de protesta, y evitar que las fuerzas oficiales provoquen y lleven al desorden los escenarios de movilización o denuncia. Con novedad, sobresaldría el mensaje para toda la ciudadanía: la violencia procede del Estado, quien no respeta su propia legalidad. La otra y segunda enseñanza procede de los propios estudiantes.
Con necesidad de presionar en varios momentos, en su lucha contra la reforma universitaria durante 2011, sin necesidad de confrontaciones directas con las fuerzas antimotines llevaron su mensaje a todo el país y arrinconaron al gobierno, obligándolo a ceder en sus propósitos. En esta ocasión primó el mensaje al país, lo mismo que los argumentos: sensibilizar a muchos y muchas, demostrar que es posible garantizar un derecho que es genérico. En esa lucha, aunque las fuerzas oficiales provocaron en muchas ocasiones, encontraron el vacío. Así se venció. Ahondar acerca del método para mantener la iniciativa y la fuerza de movilización en su disponibilidad es una obligación para los sectores activos del movimiento. Conviene llevarle otro mensaje al país.
Un paso con este fin, sin embargo, parece no tener claridad todavía. Así quedó reafirmado, y la misma foto se repitió, con la protesta reducida a los disturbios ante la elección del rector en la universidad. Por supuesto, en el marco de la inexistente democracia en el interior de las universidades, y con el monopolio que mantiene el gobierno de la vida y función en los claustros para la educación superior.
De nuevo, y en tiempo reciente, como fruto de la reiteración del método en interrogación, que recayó en su error con un resultado de víctimas fatales, jóvenes muertos, en Tunja y Bogotá, así en este caso perecieran fuera de sus centros de estudio y por fuera de protesta alguna.
Recuadro 1
El lenguaje de la protesta
No cabe duda de que la protesta significa confrontación y de que, en el caso de la política actual, las clases subordinadas antagonizar con el capital directamente o con el Estado. En ese sentido, es falsa la dicotomía entre acciones pacíficas o violentas, pues estos términos siempre han de contextualizarse. Los llamados deportes de contacto, por ejemplo, sujetos a reglas y arbitrajes, son ejercicio sano para unos y ‘salvajismo’ para otros. Ahora, en el caso de la confrontación política clasista, la protesta, si se trata de los subalternos, busca debilitar el poder y obligarlo a tener en consideración los puntos de vista del reclamante; por eso, desde el poder se busca neutralizar la acción del protestante. La forma que asumen esas acciones depende, en lo esencial, de la correlación histórica de las fuerzas de uno y otro, y de su capacidad creativa.
Vistas así las cosas, las inquietudes cambian de dirección y apuntan a que nos preguntemos por la eficacia de la acción, esto es, por cuales son las formas de la confrontación que nos conducen primero a ser escuchados y luego a que nuestros intereses sean satisfechos. Y es allí donde el lenguaje, es decir, la forma que asume la protesta, juega un papel fundamental, pues ha de tener en cuenta dos tipos de receptores: de un lado, los que deben atender al reclamante, o sea, el antagonista, y, del otro, aquellos de los que se busca comprensión, solidaridad o identidad para la acción. Los plantones, los desnudos, las marchas, las huelgas y la confrontación abierta han sido manifestaciones de protesta durante mucho tiempo, pero es de su oportunidad y su eco de donde debe venir su juicio y su elección, no de su forma en sí. Idealizar alguna, realizarla porque sí o porque siempre se ha hecho de esa manera, es dejar la acción política en el campo de la costumbre y lo irracional.
Como en muchas cosas, hemos abandonado la iniciativa y permitido que la inercia y lo establecido dirijan nuestros pasos. Es hora de entender que de la imaginación en la acción depende el ser escuchados por aquellos que queremos de nuestro lado. No es hora de la improvisación sino de la organización, y, si bien los gestos espontáneos y desprendidos pueden conmovernos, no es ciertamente la hora paras dejarles lo más importante al azar o a la heroicidad.
Recuadro 2
No debió suceder
Los más recientes hechos al respecto son contundentes: al amanecer del 25 de marzo de 2012, tres estudiantes de la Universidad Pedagógica de Bogotá murieron al sufrir el estallido de la pólvora que preparaban en la fabricación de ‘papas’ explosivas. Y uno más sufrió heridas de consideración. La casa donde preparaban el material explosivo quedó con el efecto de unos graves destrozos, y su familia en shock y sin posibilidad de proseguir una vida normal y con el vecindario en conmoción*.
Pocos días antes, el 20 de marzo, en medio de protestas escenificadas alrededor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, por el estallido incontrolado de ‘papas bombas’ perdió la vida Edwin Ricardo Molina Anzola. Otros de sus compañeros, Cristian Rodrigo Alvarado, Jorge Galvis Saavedra y Carlos Fabián Chaparro, aunque no murieron sí sufrieron lesiones de distinta consideración: Carlos Fabián, amputación de un pie; Cristian Rodrigo, pérdida de un ojo, y Jorge amputación de las falanges distales de un pie. Con tristeza, y no “como resultado de la lucha” y “el compromiso” es un recuento no total. Hay otros estudiantes mutilados o muertos en circunstancias similares: el 12 de octubre de 2011 murió Gian Farid Shang Lugo, estudiante de medicina de la Universidad Santiago de Cali, tras la detonación de unas ‘papas’ bomba que portaba. Los estudiantes denuncian que la bomba “fue lanzada sobre él desde un puente peatonal”. En el mismo caso resultó herido Sergio Garzón Díaz, de 18 años.
El 30 de marzo de 2011, en la Universidad de Nariño, Andrés Arteaga Ceballos, Claudia Vanesa Calvache y Luis Guillermo Hernández y dos estudiantes más quedaron heridos. El 2 de septiembre de 2010 hubo un herido por la manipulación de explosivos en la refriega que ocurrió en la Universidad Nacional, sede Medellín. El 6 de marzo de 2009, un estallido de explosivos ocurrió en Pereira, dentro de las Universidad Tecnológica, y afectó a los estudiantes Jorge Andrés Idárraga Tobón, quien perdió su mano izquierda; a Mauricio Arango Castaño, de 20 años, y también a Juan Manuel Marín Ángel, quienes sufrieron lesiones en una mano y el rostro.
* Los fallecidos fueron identificados como Daniel Andrés Garzón Riveros (22 años), Óscar Arpos (19 años), Zaida (20 años) y Ricardo Alfonso Garzón (20 años).
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