Es muy probable que en pocas semanas ya no se vuelva a tocar el tema de la VI Cumbre de las Américas. Muy significativo resulta el esfuerzo oficial y oficioso por proclamar el éxito, como si se quisiera responder a un escepticismo que se sabe generalizado. Y, en efecto, del evento no resultó el replanteamiento de las relaciones políticas hemisféricas que algunos esperaban ingenuamente. Todo ocurrió como lo habíamos previsto: un evento más que todo social y diplomático, donde no se logra aprobar una declaración política pero se reafirma el status quo del continente. En ese sentido, ganan Obama y Santos, cuyos acuerdos bilaterales constituyeron lo único que los grandes medios de comunicación pudieron rescatar al final de la fiesta. Se constató la oposición de varios países del Alba, la protesta de Argentina y la notificación de su autonomía por parte de Brasil, lo cual no deja de ser importante, pero la verdad es que ya eso se sabía y, a esta altura, y con los antecedentes de la posición expresada por Ecuador, se esperaba mucho más.
Hay que tener cuidado, sin embargo, para no caer en el socorrido lugar común según el cual todo es retórica y pocas cosas prácticas. La realización de la Cumbre por sí misma tiene una significación y cumple una función política. Esa significación depende en un todo de los medios masivos de comunicación. Fue así como Santos logró elevar el perfil político de la Cumbre al sugerir que se iban a discutir los temas de Cuba y de las drogas; durante meses no hablaron de otra cosa los fabricantes de opinión. Hoy, después de haberse revelado que no resultó nada importante al respecto, el propio Santos se disculpa, a través de los medios, afirmando que él nunca había dicho que esos fueran temas centrales. La aparente armonía, que por fortuna alcanzó a ser ensombrecida, es de todas maneras un hecho político que van a tratar de capitalizar.
Pero el objetivo buscado era más que todo colombiano: era la apuesta principal de Santos. Por eso, al mismo tiempo, el Gobierno y los grandes medios a su servicio ponderaron hasta el cansancio los éxitos de la reunión empresarial y sobre todo de la llamada Cumbre Social. “Se rompió la incomunicación con la sociedad civil”, dice la funcionaria encargada de promoverla, como si este ejercicio participativo no fuera un ritual que se ha repetido otras veces con base en la maquinaria de cooptación de la OEA. No deja de ser, por ello, de extrema ingenuidad argumentar, como lo hacen algunos dirigentes sociales, que “pudieron hacer conocer sus planteamientos”, para justificar su presencia allí. La ‘participación’, en realidad, resulta encuadrada en los temas oficiales, en este caso alrededor de la “conectividad”.
Un ejemplo es el “Foro de los Jóvenes”, que presenta como preocupación central el acceso a las redes y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, pero en un sentido de mercado que se acerca más bien a la ampliación del número de clientes, sin referencia alguna a las verdaderas amenazas que se encuentran en la ley Sopa en los Estados Unidos y su equivalente en Colombia, la Ley Lleras (hoy, implementación del TLC). Y, lo que es más importante, sin ninguna referencia al tema que verdaderamente está en debate entre los jóvenes, es decir la Educación como derecho, gratuita y universal, el tema que estuvo en el centro del Foro impulsado por la MANE en la V Cumbre de los Pueblos.
En suma, el significado de la Cumbre Social lo dan los medios de comunicación que, sin importar lo que allí se diga, destacan ante todo el hecho mismo de la participación como un ingrediente más de la construcción de la unidad nacional de Santos, y como un mecanismo para negar u ocultar la realización de la V Cumbre de los Pueblos, verdadera expresión de los movimientos sociales que, como en ocasiones anteriores y desde el principio, se encargaron de ubicar en primer plano los temas fundamentales de la disputa regional: la militarización imperialista que incluye la criminalización de las luchas sociales, la amenaza del ‘libre comercio’, la persistencia del modelo extractivista, la crisis ambiental y climática, el acaparamiento de tierras, y la negación neoliberal de los derechos humanos económicos, sociales y culturales. Tales temas, entre otros, fueron abordados por miles de participantes en sus deliberaciones. Y una discusión de fondo sobre la necesidad y posibilidad de replantear las relaciones con la potencia, que tiene en cuenta las experiencias recientes de integración de Latinoamérica y el Caribe.
Esta Cumbre de los Pueblos, realizada en medio de enormes dificultades logísticas y del clima de ‘seguridad’ militarista que se impuso en la ciudad de Cartagena, no abriga muchas esperanzas de ser escuchada por los Jefes de Estado, ya que ni siquiera contó, como en el pasado, con el apoyo de aquellos que llamamos progresistas, pero tiene la satisfacción de avanzar en el proceso de convergencia y fortalecimiento de los movimientos sociales del continente. Se ubica en una línea de continuidad que tiene como cita inmediata la Cumbre que habrá de realizarse en Rio de Janeiro a mediados de junio de este año.
Desde el punto de vista de las relaciones políticas hemisféricas, es claro que la publicitada Cumbre de las Américas no dio lugar a la confrontación o la negociación que algunos esperaban. Y ello, pese a que el reclamo acerca de la necesaria participación de Cuba, más allá del reclamo mismo, representaba una reacción contra las tradicionales imposiciones de Estados Unidos y constituía, por tanto, una ocasión inmejorable para, por lo menos, cambiar el escenario. Los gobiernos del Alba no supieron, o no quisieron, llevar hasta el final el cuestionamiento del formato de la Cumbre. Es una tarea que sigue pendiente, en la simple pero categórica exigencia con la que termina la declaración aprobada por la Cumbre de los Pueblos: “La Cumbre oficial de las Américas no puede seguir siendo un escenario excluyente, de subordinación al Imperio y simulación de falsas armonías”.
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