Cuando se vive en sociedades de mercado, estamos inmersos en relaciones sociales en que los vínculos con las personas y las cosas se muestran opacos y transparentes al mismo tiempo. Los vínculos se muestran transparentes porque el mercado es una construcción histórico-social que se rige por principios propios de los sistemas dinámicos complejos. Este tipo de sistemas físicos o sociales se caracteriza por tener principios que no son los de la mecánica clásica o newtoniana sino los de la mecánica cuántica.
A principios del siglo XX, cuando se consolidó ese paradigma de la física contemporánea y actual, se produjo un gran desconcierto. El carácter probabilístico de la mecánica cuántica llevó a Einstein a comentarle a Max Born lo siguiente: “La mecánica cuántica es algo muy serio. Pero una voz interior me dice que, de todos modos, no es ese el camino. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca demasiado al secreto del Viejo. En todo caso, estoy convencido de que Él no juega a los dados”.
En esta perspectiva mental, lo probabilístico es lo no objetivo, lo tocado por las veleidades de la subjetividad. En otra perspectiva trabajó Karl Popper. En el postcriptum a su libro sobre la lógica de la investigación científica, desarrolló un preciso programa epistemológico que tiende a establecer una teoría objetiva del cálculo de probabilidades.
El mercado de capitales como construcción objetiva (histórico-cultural) es un campo privilegiado para reconocer los principios que rigen el azar. El millonario George Soros, quien estudió con Karl Popper, es un ejemplo del modo como se pueden aprovechar esos principios para enriquecerse a golpes de dado. Así lo es también el caso del físico Doyne Farmer, quien fundó Prediction Company para hacer negocios en los mercados financieros. Cuenta Farmer: “En Prediction Company recogemos datos sobre los mercados financieros, como las cotizaciones monetarias, y les aplicamos nuestros algoritmos de búsqueda de pautas persistentes. Construimos modelos que negocian en función de esas pautas y los implementamos. Cada día llegan a Santa Fe datos de todo el mundo, y nuestros programas hacen predicciones y negocios que son luego enviados a los mercados financieros apropiados. Pasa alrededor de un minuto desde que recibimos los datos hasta que el negocio está hecho. Hasta ahora nos va muy bien (1995)1.
Tenemos, entonces, que los mercados son aprovechables para expropiar a inversionistas ingenuos, y luego se pueden presentar al mercado como un hecho impersonal que al final distribuye sabiamente los recursos existentes en una sociedad: castiga a los perdedores y premia a los ganadores. Si en una primera mirada todo parece caótico, el mercado (tanto el de bienes y servicios como el de capitales) alcanza siempre el equilibrio que requiere para su funcionamiento. El azar tiene sus principios y regularidades, y los matemáticos no han hecho otra cosa que formular las ecuaciones que describen esos principios y regularidades.
Todos los habitantes del planeta estamos comprometidos hoy en intercambios que producen y reproducen el mercado planetario. En esos intercambios, toda persona es igual a otra. Sin embargo, hay un pequeño grupo a cuyos miembros el azar les produce abundancia. Estos son los ganadores; al resto, la absoluta mayoría, esos intercambios los empobrecen. Son los perdedores. Los ganadores parecen tener los dados cargados porque siempre ganan, y Dios, según algunas interpretaciones, estará de acuerdo con esas regularidades azarosas. El mercado planetario aparece como un vasto casino donde unos pocos son ratificados y su desempeño es siempre exitoso.
Los sistemas complejos, dinámicos, sin embargo, se alejan del equilibrio probabilístico cuando llegan a un punto de bifurcación. Esa es la frontera, el límite que anuncia el surgimiento de nuevos modos de funcionamiento de tales sistemas. La crisis financiera del 2007-2008 puede ser el punto de bifurcación en el proceso de superación del capitalismo planetario como sistema dinámico complejo. Es necesario, pues, en una perspectiva de época, pensar la crisis actual del capitalismo planetario. En este debate, J. M. Keynes se ha convertido en un referente obligatorio. La actual crisis es ininteligible si no se tiene en cuenta la crisis de 1930. Keynes, en su libro Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, se ocupó de los hechos que desencadenaron el colapso del año 30 en Estados Unidos y su repercusión en el capitalismo planetario de aquel momento.
¿Cómo pensaba Keynes la crisis? Un hecho central era la función dominante de lo que llamó mercados de inversión y su escenario básico: la especulación en la bolsa. Así describe la ocupación de los expertos en esos mercados: “No están dedicados en realizar previsiones superiores a largo plazo respecto al rendimiento probable de una inversión por todo el tiempo que (ésta) dure sino a prever cambios en la base convencional de la valoración con un poco más de anticipación que el público en general”2.
Esa tarea de valoración de papeles, especialmente en Wall Street fluctuaba de un día para otro. Keynes consideraba esa situación absurda: “Las fluctuaciones diarias de las ganancias de las inversiones existentes, que son a todas luces de carácter efímero y poco importante, tienden en su conjunto a tener una influencia excesiva y aun absurda sobre el mercado”3. Ese modo absurdo de operar ponía a funcionar los mercados alrededor de la posesión de valores líquidos. Keynes usaba el concepto de fetiche, tan caro a Marx en la elaboración de su crítica a esos desarrollos del capitalismo financiero: “Entre las máximas de las finanzas ortodoxas, ninguna seguramente es más antisocial que el fetiche de la liquidez, la doctrina según la cual es una virtud positiva de las instituciones concentrar sus recursos en la posesión de valores ‘líquidos’”4.
Creadas esas premisas de acción, las transacciones perdían su carácter económico y se transformaban en un ejercicio de viveza. Se trataba, como se dice en lenguaje nuestro, de “tumbar al marrano”. Keynes lo describe así: “Hoy día (la finalidad) es ‘ganar la delantera’ (to beat the gun), como dicen los norteamericanos; ser más listo que el vulgo y encajar la moneda falsa o que se está depreciando a otra persona”5. Y agregaba: “Esta batalla de viveza para prever las bases de la valoración convencional con unos cuantos meses de antelación, más bien que el rendimiento probable de una inversión durante años, ni siquiera necesita corderos entre el público para saciar las fauces de los lobos profesionales: estos últimos pueden jugar entre sí”6.
En ese juego, quien caía no podía esperar misericordia porque él tampoco la tendría si el tumbado era el otro. El capitalismo se volvía inviable. En esas condiciones, ninguna persona se animaría a comprometerse en la tarea de crear empresas y pensar a largo plazo. El mercado se volvía un casino. Keynes planteaba entonces: “Generalmente se admite que, en interés público, los casinos deben ser inaccesibles y costosos, y tal vez esto mismo sea cierto en el caso de la bolsa de valores”7.
Esta descarnada descripción de la situación creada por el desarrollo intrínseco del capitalismo no era una novedad. La idea de Marx y de muchos otros investigadores acerca de la necesidad de crear otra sociedad tenía como premisa la constatación de esos hechos. La creencia en el carácter inevitable de tales desenlaces y en la necesidad de su aceptación como pura fatalidad fue desechada por absurda. Ese absurdo era lo que mortificaba a Keynes, pero no hasta llevarlo a concluir en la necesidad de su superación. En ese punto radica la discrepancia con Marx, a quien indudablemente conocía bien.
Los acontecimientos de 2007-2008 en Wall Street tienen la misma lógica de 1930 pero agudizada por los recursos tecnológicos de la electrónica y la informática. Las pautas temporales de días que creaban, en 1930, las fluctuaciones ilógicas en la valoración de los papeles financieros de ese momento hoy se llevan a cabo con pautas temporales de segundo y fracciones de segundo. El capital dinero se valoriza a sí mismo al ritmo frenético de las operaciones algorítmicas de un modelo que ejecuta un ordenador electrónico y circula a la velocidad de la luz por internet. El sinsentido de esa situación ya no es local sino global; es una premisa planetaria de la necesidad de otra sociedad. El movimiento crítico de la globalización neoliberal se orienta por esa necesidad.
Ese movimiento tiene ya una comprensión de las nuevas condiciones de existencia de la sociedad humana. La crisis de 2007-2008 aclara todavía mucho más el horizonte, pues lo fijo y firme, como diría Marx, ha sido borrado, las cristalizaciones del proceso histórico han vuelto a su estado de indiferenciación, y los trabajadores ilustrados de hoy pueden asumir sus posiciones históricas sin la carga de las ilusiones de sus primeras iniciativas.
Las conclusiones del XVI encuentro del Foro de Sao Paulo realizado en Buenos Aires, en agosto de 2010, constituye una expresión nítida de la emergencia de esa comprensión. En la declaración final se plantea: “El Foro de Sao Paulo nació en un momento en el cual el neoliberalismo parecía invencible. Hoy, cuando se realiza la conmemoración del bicentenario de los numerosos procesos independentistas latinoamericanos y caribeños, podemos afirmar que el FSP es una iniciativa exitosa.
Nuestro éxito no reside en que hayamos alcanzado todos nuestros objetivos. Todavía estamos lejos de esto: un ejemplo es la situación de Haití, para el cual el Foro de Sao Paulo convoca la solidaridad internacional. Nuestro éxito reside en que contribuimos no solamente a construir la época de cambios en que estamos sino además y principalmente porque escogimos un camino que nos está llevando a construir un cambio de época”.
Por tanto, la voluntad de construir un proceso de cambio de época se precisa en el acuerdo alcanzado en la reciente reunión en Sao Paulo, que plantea la tarea de realizar la justicia social y ambiental. Estos nuevos desarrollos político-culturales deben ser tenidos en cuenta en la definición de las tareas de corto y largo plazo del Polo Democrático Alternativo, lo mismo que en la reformulación de su ideario de unidad.
1 Brochman John. La tercera cultura. Tusquets Ed., Barcelona, 1996, p. 350.
2 Keynes. Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. FCE. México, 1974, p. 142.
3 ibíd, p. 140.
4 ibíd, p. 142.
5 ídem.
6 ídem.
7 ibíd, p. 145.
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