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Con la vida y la educación superior inciertas

Con la vida y la educación superior inciertas

En la Comuna 13, por amenaza diaria en el camino a la escuela, un menor abandona los cuadernos, su padre que es un vendedor ambulante regresa muchas veces sin una venta, el hermano mayor que pudo terminar el bachillerato con ayuda del trabajo materno está indeciso frente a la universidad. Realidades de una sociedad que excluye y niega el derecho a vida digna a miles de personas.

 

Jhonathan no estaba seguro de la hora. Por el caer del sol intenso que entrecerró sus ojos, supuso que eran entre las 12:30 y la 1:00 de la tarde. La ciudad ardía. Mientras pasaba la calle en dirección a la Universidad de Antioquia, vio que un grupo de pequeños niños recorría el Parque Explora. Al momento, la imagen de Poncho con sus 8 años, su hermano menor, llegó a su mente. ¡Vaya problemas los que en la familia enfrentaban con él! No quería seguir en la escuela e insistía que haría todo por no ir, pues tenía mucho temor por la violencia en su barrio. Vivir en comunas como la 13 nunca había sido fácil. Pero ahora, la situación empeoraba cada vez más.

 

Aunque la situación de Poncho distraía su atención, no podía permanecer así. ¡Tenía que estar concentrado! En contados minutos presentaría su examen de admisión a la Universidad. No era que el tema de su hermano fuera menos importante, sólo que si este asunto copaba su atención, no lograría leer ni la primera pregunta del examen. Por tanto, aceleró el paso, aunque no pudo evitar una sensación imprevista por los gritos eufóricos, las miradas y las sonrisas entre inocentes y divertidas que cada niño tenía en su rostro.

 

Como una epifanía y en milésimas de segundos, el instante trajo un recuerdo de su infancia. De los días cuando creía poder tenerlo todo con tan solo desearlo: un carro último modelo, una casa grande para la vivienda de sus padres, y un apartamento para él. ¡Qué sueños! Y saber que ahora, con casi 18 años terminaba el bachillerato, luego de tanta lucha en su familia para apoyarlo. Con seguridad sobrevendrían dificultades aún mayores para el apoyo familiar en la carrera de sus deseos. Eso, de llegar a coronar el ingreso a la Universidad.

 

Como nunca había estado dentro de la Universidad, tenía que estar con los ojos bien abiertos, por un descuido podría no encontrar el bloque y el salón asignado para la prueba o llegar tarde. Su futuro estaba en juego. Competiría con más de 5.000 aspirantes jóvenes igual que él, con ansias de “salir adelante” el ‘derecho’ a estudiar. A las 3 menos quince, justo a tiempo, Jonathan llegó al salón del examen y lo revisó con curiosidad.

 

Con asombro vio a tantos estudiantes sentados a la espera del momento para empezar a responder el cuestionario. Mediante una seña, un guía indicó el lugar para sentarse. Mientras el guía entregó el cuadernillo de la prueba, su cuerpo sudaba, tenía nervios. De inmediato, apoyó el codo izquierdo sobre el pupitre y con la otra mano abrió y revisó las primeras páginas de preguntas que rápido notó evalúan la capacidad de lectura. Tuvo la sensación y seguridad de tener todas las de ganar. Sin embargo, al revisar la parte lógico matemática sintió un derrumbe de sus expectativas. No era fácil.

 

Una vez listo a marcar las primeras respuestas, encontró cantidades de preguntas con las opciones para responder muy semejantes, tanto así como, para creer que todas son correctas. Con dificultad en su decisión de cuál señalar, parecía estar en un mundo extraño. Nunca en su colegio tuvo como tarea el análisis de textos como los de Estanislao Zuleta ni mucho menos conocer a Carlos Marx, y peor, el tiempo no daba el margen de una reflexión profunda. Por eso, dejó sin responder entre unas 5 o 10 preguntas. Al final, cabizbajo salió de la prueba y comenzó la espera de los resultados que deseó fueran inmediatos.

 

Sin pérdida de tiempo, tomó el bus de regreso hacía su casa, donde su madre, su padre y Poncho esperaban. Al llegar todos estaban expectantes. Con ansias de saber cómo le fue. Sus padres que desconocían cómo es el trámite de la universidad, preguntaron que si fue admitido. Sin una respuesta como imaginaban, y con entonación de frustración, doña Flor miró a don Juan, su esposo, con melancolía. No comprendía cómo Jhonatan aplicado en el colegio y a quien le iba bien en las notas, no resolvió todas las preguntas; y tampoco, esa actitud preocupada. Callada, sin más remedio, doña Flor procedió a servir la comida. Eran las 7:30 de la noche y quería acostarse temprano. Había tenido un día difícil en la empresa.

 

Sin encontrar nada en la nevera, sacó de la nada un huevo frito con arroz y unas tajadas de plátano. Ya en la mesa todos y con apetito y tenedor en mano, además, con un televisor al frente, entre titulares económicos, el remonte o la caída del dólar, la familia come en silencio. De pronto, la secretaria de Educación del Municipio de Medellín, Luz Elena Gaviria, responde en una entrevista: “En la comuna trece no hay deserción”. Explica: “…En la comuna 8 hay un 87 por ciento de matrícula registrada (18.863 con matrícula y 2.948 sin ésta). La Secretaría tiene el compromiso de hacer procesos de acompañamiento y reconoce que el conflicto influye en la educación, pero la deserción no es abismal”.

 

Atento, Jhonatan recordó sin interrumpir sus bocados, que días atrás vio en El Tiempo (02-24-13) las cifras de matrícula en la comuna 8 y que en la 13 un 97 por ciento (16.716) la tienen y 1.482 jóvenes no. Y en voz de la Secretaria oyó: “La violencia es el pan de cada día de nuestros niños, jóvenes y en general la población de las comunas 8 y 13, los hostigamientos, las barreras invisibles, los enfrentamientos entre combos y el miedo los desplaza, los estudiantes se convierten en desertores iniciando el año. Hay grupos donde faltan a clases entre 8 y 10 estudiantes por día”.

 

Una afirmación que Jhonatan rechazó en voz alta: ¡la deserción es mayor! Como no, si él es testigo de cómo en el último grado, muchos de sus compañeros abandonan el estudio ante unas ‘mejores opciones de progreso’ que aparecen en las esquinas. Allí resultan como proveedores y al mismo tiempo consumidores de drogas, y pueden conseguir y exhibir mujeres, las mejores motos, tener dinero en el bolsillo y los demás beneficios por hacer parte de una bacrim, sin importar o ignorar que cargan sobre sus espaldas un arrumaje de muertes y otros actos que vuelven peor la situación de la sociedad. Jóvenes a quienes solo los afecta o los molesta la posición de aquellos padres, que en su ignorancia les hablan de estudiar y seguir una vida normal. En medio de esta reflexión, Jhonatan nota el aburrimiento en su hermanito y preguntó porqué.

 

Sin dudar ni un instante, Poncho admitió que estaba cansado de ir por esos lugares que debe cruzar para llegar a la escuela y descubrir que los tipos que cuidan el barrio le tiran miradas extrañas, de desafío. Hizo una pausa y como en secreto, bajó el tono al decir que está advertido de que no puede pasar por ahí y que lo mejor que puede hacer es irse del barrio. Pasó saliva y con un grito puso en sobresalto a todos: ¡Me quiero ir de este barrio!, prefiero estar en Betania donde mi abuelita. ¡Allá no hay malos que hacen su ley!

 

Tomados de sus manos los padres pensaron por aparte cada uno, que irse de la ciudad era una buena opción. Así, Poncho continuaría estudiando. Mientras tanto, don Juan organizaba los CD con el fin de vender al día siguiente, pero estaba seguro que así como saldría de la casa, así, con esa misma cantidad de mercancía regresaría por la noche a su hogar. Su trabajo como vendedor ambulante funcionaba poco, y cada vez que trataba de ingresar a “una buena empresa”, su edad o falta de estudio eran un impedimento.

 

En sus adentros, Jhonatan reconocía que estaba a la deriva y con incertidumbres. Sin pasar a la Universidad –que casi era seguro–, seguiría sin ninguna posibilidad de estudio. Como su papá, al escuchar a Poncho, abrió la posibilidad de dejarlo todo y quiso creer que su madre, siempre comprensiva, de seguro entendería el paso de emprender con su familia una nueva vida en Betania, y vivir donde sus suegros.

 

Tras una noche más y madrugón, los mayores hacían los preparativos para salir temprano al trajín por subsistir. ¿Y qué hace Poncho?, preguntó alguno. Todos entrecruzaron sus miradas. El pequeño no quería ir a la escuela. Doña Flor negó con la cabeza y al claclear de las chanqletas fue hasta la cama a sacarlo. En ese instante, el tronar de varias explosiones hizo que don Juan y Jhonatan regresaran muy de prisa. Era la balacera casi cotidiana.

 

Todos los días, ocurrían entre dos o tres agarrones entre bandas. Por el susto, doña Flor quedó de un tirón en la cama al lado de Poncho, don Juan y Jhonatan apretujados, entraron asustados y con la misma inquietud: “Otro día más en que tendrían que salir tarde de casa”. Cerca de las 8:30 de la mañana, los padres lograron salir, pero en su caso, Jhonatan no pudo. Poncho quedaría solo y, en las condiciones del barrio, no era lo más acertado.

 

A la 1:00 de la tarde el noticiero Hora 13 hizo énfasis acerca de la violencia en la Comuna 13, y ante el titular, Poncho y Jhonatan prestaron más atención. Creían hasta ese momento, que los medios siempre son verídicos. Aquel 28 de febrero de 2013, apareció el General de Policía José Ángel Mendoza afirmando que las balaceras de las comunas 8, 13 y 16 “son solo pólvora y no cruces de disparos”.

 

Ante la sorpresa, Poncho y Jhonatan indagaron entre si, ¿cómo es posible que ese General diga semejante mentira, cuando ellos son víctimas del conflicto y saben que no es de pólvora la situación que a diario los aflige? Jhonatan explica la “verdad oficial” a Poncho, quien se enfurece. Con sus 8 años, es bien avispado y tal parece que las mentiras ya le desagradan.

 

¡Las cosas van de mal en peor! Así exclamó Jhonatan, luego de tener un día difícil. No fueron solo las reacciones de Poncho que ajustaba un gran porcentaje de faltas al colegio. También, su padre llegó con la noticia de que se irían para Betania por el bienestar de todos… ¿Y él? Aunque sabía a ciencia cierta que la situación del barrio era cada vez más precaria, qué haría con sus ganas de estudiar, de salir adelante y mejorar la calidad de vida de su familia. Trastear para Betania, por lo menos para él no era la mejor solución expresó inconforme junto con la decisión de quedarse aunque sea solo en búsqueda de oportunidades por más lejanas que estuvieran.

 

Los padres quedaron sin saber qué hacer. Por igual que a Poncho, no podían abandonar a su hijo mayor, pero tampoco, querían seguir viviendo en semejante zozobra y peor aún con trabajos tan mal remunerados y con tan largos horarios. Decidieron buscar el lecho para el descanso y antes del sueño, meditar tantos problemas a causa de una guerra en la cual ellos no tenían nada que ver, por el contrario, era quienes salían perdiendo. En todo caso, el traslado del barrio estaba decidido.

 

Harían un préstamo con el señor de la tienda para pagar un camión y esa misma semana hacer el cambio. Jhonatan iría donde una hermana de don Juan, la única que ofreció darle posada, pero con la condición de que aportara económicamente en la casa. Sin otra alternativa, tendría que abandonar el estudio, conseguiría cualquier trabajo, y más adelante, consideraría continuar sus estudios.

 

Todos quedaron ante la orilla de una nueva vida por sobrepasar y ante el brete diario de las familias pobres con sus dificultades constantes y sorpresas…

 

Información adicional

JÓVENES, COTIDIANIDAD EN LAS COMUNAS DE MEDELLÍN
Autor/a: SEMILLERO DESDE ABAJO MEDELLÍN
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