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Conflictos en América Latina: expectativas y demandas

Conflictos en América Latina: expectativas y demandas

Presentamos dos investigaciones sobre la realidad iberoamericana, con temas referentes a la expectativa de los jóvenes sobre su futuro inmediato y las dinámicas de la protesta social en América Latina. Sus conclusiones pueden ofrecer elementos para la reflexión sobre el acontecer nacional y sobre los recientes sucesos de protesta acaecidos en varios países de la región.

 

Se presentaron hace algunas semanas los resultados de la Primera Encuesta Iberoamericana de Juventudes realizada por la OIJ en la cual se mide qué tan positivos o negativos son los jóvenes ante las actuales situaciones que viven y ante la posibilidad de un mejor futuro –proyectado a cinco años.

 

Los resultados son diversos. En general, los jóvenes expresan mayor confianza y optimismo en las capacidades propias, miradas dentro de los entornos donde actualmente se desenvuelven.

 

Si bien los jóvenes tienen más confianza en su futuro personal, no ocurre lo mismo con el de sus naciones; al parecer la crisis de nuestros países no tiene relación lineal con sus expectativas. Esta disonancia nos lleva a pensar en la ilusión personal, frustrada por la realidad colectiva. Entre los principales problemas, percibidos como amenaza por y para las nuevas generaciones, se destacan la drogadicción, el alcoholismo y la ausencia de empleo.

 

A la par, entre los países con una expectativa más positiva para los jóvenes figuran Ecuador, Costa Rica y Nicaragua; en contraste con otros más negativos como Portugal, Guatemala y Brasil. Colombia está muy cerca de este último grupo de países, ocupando el décimo séptimo lugar. Donde se registran indicadores de mayor optimismo, también destacan expectativas de mejoras esperadas ante temas como medio ambiente, reducción de la corrupción y de la desigualdad.

 

Mientras todo el continente latino ve con buenos ojos el libre tránsito entre países, una moneda única y la solidaridad entre las naciones, no es similar la visión en el país que califica en la actualidad cómo potencia emergente. Los brasileños son los jóvenes más apartados de estas ideas.

No dejan de ser inquietantes estos resultados, ¿cómo pueden ser optimistas estas generaciones ante las grandes brechas abiertas por desigualdad y que dominan en la región? Son cerca de 150 millones de personas que –entre los 15/29 años– viven en toda Iberoamérica, pero la mitad de ellos se concentran en países con graves problemas de bienestar social como Brasil y México. El 80% de toda esa población reside en ciudades, una densidad urbana mayor en países andinos y del Cono Sur. Un optimismo que se desinfla para quienes ven como entre recortes y reformas se frustran sus aspiraciones. Y en el caso de América Latina cuando el 31.4% de toda la población vive en la pobreza, lo que representa más de 177 millones de personas, con 70 millones de indigentes, es decir el 12.3% del total de la población continental.

 

Poder, conflicto e intereses

 

Así llegamos al segundo documento, un estudio social sobre registros de la prensa escrita en América Latina que reseñan las protestas sociales de todo el continente. Desde un enfoque del constructivismo político, los autores quieren presentar la necesidad de reconocer la pluralidad de intereses de los distintos sectores sociales ante las desigualdades estructurales, y en el mismo sentido cómo los juegos del poder deben encontrar un orden común dentro de procesos de conflicto. Una mirada algo ingenua sobre la hegemonía de los sectores que se benefician con estos órdenes institucionalizados.

 

El estudio destaca el ente estatal como actor central entre esos juegos de poder y conflicto. Es referente de las demandas sociales y centralizador del malestar colectivo, por lo que es el principal productor de conflictividad, algo que no muestran los grandes medios. También porque cada vez más muestra su limitada capacidad de gestionar o resolverlos, restricciones de ese gran Leviatan que nos describe Thomas Hobbes, en algunas de sus partes ahora menguado por el mercado.

 

Por otro lado se evidencia una fragmentación en la multiplicidad de las demandas de estos diversos sectores, y el surgimiento de nuevas acciones colectivas que trascienden los movimientos sociales tradicionales. Así, el conflicto en realidad es la inconsistencia del Estado ante las demandas de su población y su poca capacidad para poner en marcha políticas institucionales para satisfacerlos con soluciones eficaces.

 

Hay una tríadica causalidad: entre mayores brechas sociales, menores niveles de legitimidad del régimen institucional y, a su vez, mayor cantidad de conflictos. Es interesante destacar que si bien no existe una relación directa entre la cantidad de conflictos en un país con su nivel de radicalización, estos sí guardan una relación con el nivel de legitimidad de sus instituciones. El grafico adjunto nos proporciona un plano cartesiano entre el clima social (entendido como la tolerancia a la protesta como forma de expresión del malestar social) y la capacidad que tiene el Estado de procesar los conflictos en aras de soluciones eficaces. Las dos coordenadas ubican a los países en distintas realidades según el cuadrante establecido, las flechas indican las tendencias que cada uno de ellos podrían seguir tomando.

 

 

 

Es decir, la estabilidad del sistema democrático liberal depende de la eficacia interna para resolver sus conflictos, pero también de la legitimidad que se otorga al Estado para resolverlos. A la vez, concluye –para resolver o manejar los conflictos–, influye el tratamiento mediático, donde se impone –como lo demuestra el cubrimiento dado al conflicto desatado en el Catatumbo–, la criminalización de los actores que lideran la protesta.

 

El estudio reitera que es en las clases medias, y en las tensiones laborales, donde se expresa el bienestar decreciente, convirtiéndose en el nuevo termómetro para medir el malestar social en un país dado.

 

La investigación permite concluir, a la vez, en la necesidad de cambiar la manera de concebir los conflictos, con sociedades abocadas a la demanda de un nivel de mayor democracia, entendiendo esta tendencia como la vitalidad de la pluralidad y un mayor grado de tolerancia con las protestas. Sin duda, los sujetos juveniles son un importante actor para la movilización, con nuevas demandas culturales, en especial relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

 

Los sectores juveniles poseen una mayor capacidad de agenciamiento colectivo para organizar movilización, mayor circulación de información en redes sociales –cada vez más transnacionales– que inciden en el agenciamiento público y mediático. Pero su potencial depende de su capacidad para escapar de la falsa idea de que pueden tener un mejor futuro con independencia del bienestar colectivo de la nación. Vincular las expectativas personales con las necesidades de los demás propicia que la protesta social no sea el sólo acto de violencia que presentan los grandes medios de comunicación, sino mecanismos legítimos de presión ante un modelo institucional que es permisivo de realidades injustas, e ineficaz para atenderlos.

 

La protesta es un derecho a expresar y disentir de aquello que nos quieren imponer, en especial de esa tendencia estatal que quiere que prevalezca el respecto a la institucionalidad, sin importar las condiciones de vida.

 

Recuadro

Índice de expectativas juveniles

 

1Ecuador77,3
2Costa Rica71,3
3Nicaragua70,0
4Uruguay68,9
5Venezuela68,2
6Panamá67,0
7Perú66,8
8España66,3
9Bolivia65,2
10El Salvador65,1
11Argentina65,0
12Chile65,0
13Honduras64,3
14Paraguay62,4
15República Dominicana62,3
16México61,6
17Colombia61,4
18Brasil55,9
19Guatemala54,5
20Portugal44,9

Información adicional

Autor/a: EDWIN GUZMÁN
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