Dos grandes movimientos y sus reflejos, conmueven la noticia y a diferentes sectores y estamentos de la sociedad durante estos dos últimos meses: uno tuvo por epicentro el Catatumbo, con mayor fuerza en los alrededores de Tibú; otro rompió el silencio a lo largo y ancho de distintos departamentos y municipios del país, con la voz de los pequeños y medianos mineros, tradicionales o no. Ambos movimientos obligaron a escuchar sus peticiones, por ahora, en mesas separadas.
Para cada uno, el gobierno destina sus negociadores con la consigna de dilatar; por ejemplo, a los mineros les ofrecen como gran cosa, sin avergonzarse ante ellos, la instalación de una mesa para discutir por varios meses las demandas que acompañan el paro. El argumento oficial para el largo tiempo en espera es que las demandas de los mineros implican la reforma al Código correspondiente, que no puede concluir en pocos meses. Mientras esto sucede –sin seguridad en la forma cómo votaría el Congreso– las miles de personas afectadas por las políticas de persecución y hostigamiento policial contra su labor, deberán aguantar sin ingresos con perjuicio en el sobrevivir de sus hogares.
En el Catatumbo, por su parte, las negociaciones estipularon como primer punto de la agenda particular, el tema de la erradicación de cultivos ilícitos. Por supuesto, dada la supeditación gubernamental a la injerencia estadounidense en la acción antinarcóticos, en la negociación no se han presentado avances ni coincidencias,. Oportunidad y tiempos para la erradicación a partir de la necesidad social y de los subsidios para la siembra de nuevos productos –cantidad de dinero y del espacio en meses para su entrega– son aspectos que marcan diferencia entre las partes. El segundo punto por negociar: la zona de reserva campesina, permite proyectar que los acuerdos seguirán distantes.
Al tiempo que estos movimientos –expresión meridiana del modelo de desarrollo vigente, de las prioridades geopolíticas adoptadas en el Palacio de Gobierno, y de la realidad de pobreza y exclusiones con presencia por toda la geografía nacional–, están sentados en la mesa de negociación, con o sin posibilidad de llegar a un acuerdo en el corto plazo, desgastados por el esfuerzo realizado y por tanto con necesidad de cerrar su ciclo de lucha, nuevos sectores del campo y la ciudad avanzan en los preparativos para dar voz y manifestación a su descontento, según sus voceros, con disposición de parar, incluso, de manera indefinida.
Están en turno, desde sectores agrarios como los cafeteros, arroceros, paperos y otros de índole nacional como los trabajadores de la salud y los transportadores; hasta un incipiente grito del personal en retiro de las Fuerzas Armadas. A diferente ritmo, entre quienes bajan el tono a su protesta, y quienes agitan su brazo y puño, no hay todavía un cordón umbilical que los ligue en la perspectiva de un proyecto de país ni de una misma agenda negociadora. Otros, como los docentes, informan que el 23 del mes en curso, tomarán la decisión de lanzar o no un paro nacional. Sus reivindicaciones, como las de aquellos que ya tomaron la ruta callejera, tiene su relación particular. En uno y otro de los contingentes de la protesta, sobresale la ausencia de una agenda articuladora de reivindicaciones y propuesta de país diferente, nuevo.
En todo caso, como propiciadores de una acción común de estos sectores con aprestos de tomar la calle, actúan las centrales obreras.
Mientras los trabajadores de distintos ramos de la producción ganan vocería, con el avance en niveles básicos de acción, pero con un adolecer de mayores coincidencias políticas de largo o mediano plazo, que debilita su accionar y pone en duda su capacidad de aguante, el Gobierno maniobra despliega una vieja estratagema: divide y reinarás. Es el obvio juego del poder, que tras de años de lucha, ya debería tener contrapropuesta nacional y alternativa.
El gobierno decidido a no ceder en sus componentes macroeconómicos ni políticos de largo plazo, y en su acomodo electoral inmediato, desplegó varios alfiles en procura de desmontar o neutralizar la decisión de paro, ya sea de uno u otro de los sectores abocados al mismo a partir del 19 de agosto. Puestas en el tablero, la mirada y el objetivo principal de estas fichas se dirige y descansa sobre los cafeteros y los transportadores.
Para lograr su propósito, ofrecen dádivas puntuales, de pocos pesos, que brinden una sensación de triunfo a quienes protestan, y ofrecen promesas para el futuro inmediato de estudiar y discutir la posible respuesta a las demandas de mayor trascendencia –que como siempre serán dilatas o incumplidas. En su papel, tampoco descartan desmovilizar a los otros sectores decididos al paro. Ofrecen un poco aquí y otro poco allá.
Al fin y al cabo, el Ejecutivo sabe que enfrenta una diversidad social que aunque no constituye un cuerpo deliberante y seguro de si mismo todavía, en todo caso debe, para el mejor caso de su gobernabilidad, tratar de reacercarla con satisfacciones parciales, dados y con estímulo de los apetitos y objetivos de gremio. Si logran su propósito, impiden que el paro trascienda más allá de las declaraciones formales de radicalidad que uno u otro dirigente pronuncie, y obtienen con satisfacción la prolongación –ahondamiento– de la fragmentación social, la desconexión entre ciudad y campo, y acentuar la desconfianza y el escepticismo que reina entre la diversidad de los liderazgos sociales.
A la par de esta maniobra, el Gobierno despliega un amplio ejercicio mediático a través del cual aparece ante toda la población como conciliador, dispuesto al diálogo, abanderado de los derechos sociales (“la protesta es legítima siempre y cuando no se salga de los marcos institucionales”). Pretende así ahondar su legitimidad y capacidad de adormecer amplios sectores sociales, sobre todo los urbanos que, a pesar de la difícil situación que sobrellevan, optan por el rebusque individual y no por la resistencia colectiva.
Hasta dónde el gobierno alcance a concretar sus propósitos e intereses, depende de los liderazgos sociales. De su consecuencia con la agenda de paro acordada o establecida. Pero esta consecuencia va mucho más allá de la conciencia de cada uno de estos, descansa en la real articulación de agendas, con la voluntad de tejerlas más que en una sumatoria de intereses de gremio, en un programa de gobierno y de país posible.
Mientras esto sucede y los distintos movimientos sociales dispongan discutir en toda su trascendencia el proyecto de país necesario como conducto para concretar los sueños de todos, y como parte de estos los particulares de cada uno, pulularán llamados a paros indefinidos sin concretar. Así sucederá, no por mala voluntad o por falta de consecuencia de los dirigentes o voceros de cada uno de estos movimientos, sino por la ausencia de un proyecto nacional que los trascienda e impulse a actuar como un solo cuerpo, momento en el cual el gremio aunque sigue siendo importante no es el motivador determinante.
En el 19 el colofón es evidente: El éxito de los alfiles oficiales descansa en la dispersión y ausencia de una agenda social de referente común, con proyección de mediano y largo plazo.
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