Después de un largo día de trabajo, camino a su casa, mientras bajaba del bus, todos sus pensamientos caracoleaban en torno al ensayo que debía presentar en la universidad al día siguiente, y que versaba sobre los diferentes paros que tomaban fuerza en el país.
Las ideas iban y venían, sin lograr atraparlas a profundidad. Tal vez el cansancio restaba su concentración. Su trabajo de medio tiempo como bodeguero en uno de los tantos almacenes de cadena, ubicado en el sur de la ciudad consumía casi toda su energía, provocando que las pocas ideas en su cabeza pasaban sin poder atraparlas, una circunstancia preocupante pues no podía tener el bochorno y mal lujo de una mala nota.
Con los pies algo pesados, Juan detalla los escalones por donde tiene que ascender para llegar hasta su casa. Con decisión, como acostumbra cada día, toma aire y avanza a paso lento por los callejones que al final indican su destino. El paisaje que rodea su casa es inusual: los vecinos colman el camino, lo llenan con gritos, cantos, y abrazos. La algarabía es inocultable, de mano en mano pasan tragos de licor y la felicidad estalla en todos los rostros. Con extrañeza busca el motivo del festejo, y las banderas verdes y blancas, con el tan conocido escudo “verdolaga”, más las camisetas de igual color, indican y confirman: el equipo antioqueño acababa de ganar su doceava estrella.
¿Cómo podía haber perdido el sentido de lo cotidiano, cómo olvidar que en ese mismo instante estaban jugando la final de fútbol? ¿Entre trabajo y estudio ya no tenía tiempo para seguir el ritmo de la vida cotidiana? Unos interrogantes que golpeaban su cabeza junto con la ansiedad de llegar a su casa, saludar con beso en la mejilla a la madre, que desde niño lo recibía con un plato de sopa, y de meterse en el lío de elaborar el ensayo que tanto esfuerzo presagiaba, un cavilar en medio de su realidad de la vida y de la sobrevivencia que lo inundaban.
Al vaivén de sus pasos, reflexionó sobre las primeras líneas del escrito no con el afán de obtener una buena nota que necesitaba, sino, porque sentía que las ofertas tan paupérrimas que el gobierno nacional ponía a consideración de los miles de mineros, campesinos, maestros, estudiantes, camioneros, y en efecto, también los cafeteros, debían ser analizadas y, por supuesto, cuestionadas.
Entre pensamientos, saludos y abrazos con sus vecinos, y los festejos del ‘triunfo’, por fin abrió la puerta de la casa y disfrutó del cariñoso recibimiento de su madre, una pequeña mesa lista y el consabido: ¿cómo le fue mijo?
El sabor del alimento, la sonrisa materna y el hogar sin bullicio, borran de su cuerpo las sensaciones del cansancio y animan su decisión frente al computador para teclear sus ideas. Días atrás, había avanzado con apuntes del paro cafetero, las exigencias de los campesinos y empresarios, y las explicaciones gubernamentales. Los datos eran contradictorios. Mientras los unos demandaban precios justos, el gobierno repetía que todo estaba bien, y si no, miren las crecientes cifras de exportaciones del grano, decía.
En una pausa, Juan giró en forma de duda y negativa su cabeza, ¿si así fuera, por qué reclaman los campesinos unos mejores precios para sus bultos de cosecha? ¿Por qué ellos toman la decisión de marchar y pasar días y semanas al sol y al agua, y se exponen a la brutalidad de los Escuadrones antidisturbios? Aunque los titulares de noticias reseñaran otra cosa, con seguridad los campesinos no recibían una remuneración justa mientras que bolsillos privilegiados si recogían las grandes ganancias del negocio. Recordó por un instante que desde el 2011, aun con voces de exportadores sobre la “pequeña caída de los indicadores”- no vino una solución para los que trabajan.
Los motivos de unos y otros llenaron párrafos y párrafos en el computador. En su concentración todo su cuerpo parecía inmóvil, hasta que un fuerte estruendo repentino a continuación de un boom, baam acercó el mundo de su barrio a los aires de su puerta. Son los zambombazos que estrellaban en el cielo los juegos pirotécnicos y la curiosidad le gana. Desde el pequeño balcón de su casa quiere ver qué es lo que pasa. De inmediato capta la mayúscula “marea verde” que formaban todos los hinchas de su barrio y los llegados de barrios colindantes al sonar de cantos en honor al Atlético Nacional.
Más allá de su leve curiosidad, la celebración callejera no causó mayor impresión en Juan. La preocupación por seguir con el ensayo fue un tirón de realidad. En el intento por entregar una visión medianamente completa de la crisis del país, incluyó algunos informes y noticias sobre los sucesos en el Catatumbo. Ese día oyó decir a uno de sus compañeros de clase que “los supuestos campesinos de esta subregión de Norte de Santander, en realidad eran guerrilleros con la intención de apropiarse de las tierras para sus negocios ilícitos”. Una opinión que repetía la difusión diaria y poco convincente de los grandes medios de comunicación acerca de estos hechos, que puso a Juan en el reto de confrontar todas las opiniones, y de buscar explicaciones de fondo.
En voz alta leyó para estar seguro, que toda la información no comercial daba la perspectiva de unos campesinos que reclamaban: posibilidades reales de vida digna, con apoyo para cultivar y mercadear en el interior del país los frutos de su labor; campesinos que sin contar con esos apoyos tenían que caminar las trochas rumbo a Cúcuta o cualquiera de las otras ciudades vecinas para salir a vender. De campesinos que se oponían a los efectos al cual no se oponían, pero de cuyos constructores sí exigían respeto sobre sus parcelas y caminos. Campesinos que seguramente habían heredado unas tierras de sus progenitores, los mismos que habían liderado en los años 30 del siglo XX la “Huelga del arroz”, y de quienes también habían heredado la dignidad y la disposición para luchar por el derecho a la tierra. Hasta aquí nada del otro mundo, pensaba Juan.
Estaba de acuerdo con que los campesinos defendieran su labor y se hicieran notar. No era justo que agentes externos llegaran a explotar y deteriorar la tierra que tantos beneficios y riquezas brinda al país entero. Pero ante la protesta, la respuesta del gobierno era la misma de siempre: invasión con la fuerza pública, las armas, las tanquetas, los golpes y atropellos contra todos aquellos que exigen y protestan.
Una perspectiva que detuvo su teclear. Él mismo recapacitó con una duda y una posible consecuencia: ¿Tal vez, para muchos podrían considerarlo como guerrillero, simpatizante, mercenario y todos los estigmas nocivos dados a la oposición? Desestimó el riesgo y con una lectura más de las informaciones, reafirmó su manera de analizar y reinició el escribir.
Era irónico sonrió a solas, que justamente frente al Catatumbo, campeara una mayor inexactitud por parte de muchos quienes en esos momentos disfrutaban un pequeño triunfo deportivo, y que no reparaban con interés en la realidad social que debe enfrentar el pueblo colombiano. Quienes se denominan “apolíticos”, y hacen un gesto de fastidio cuando oyen llamados a participar de la vida cotidiana, política y económica, de su país. Compatriotas que al llegar las elecciones no toman el trabajo de consultar la historia, el plan y programa de cada candidato. Simplemente votan. Una rutina que pareciera no incidir sobre su presente ¡Qué contradicción! Piensa y escribe Juan.
Hay disposición para entender el fútbol, para saber que sucede en cada partido, para discutir los errores y los aciertos del técnico, para proyectar resultados, para celebrar los triunfos y embriagarse con los resultados que parecen de todos, pero no sucede igual con los demás temas del país: Esos que nos hacen rabiar cada día: Cuando estamos en la cola de la EPS esperando una atención como pacientes y no como clientes, cuando es inútil buscar trabajo o lo remuneran por debajo de los requerimientos para cubrir todos los gastos del hogar…
Ya en el largo amanecer, con un cabeceo de sueño Juan decidió poner dos últimos interrogantes. ¿Cómo encontrar el punto de enlace entre la identidad que genera el fútbol y la restante cotidianidad nacional, sería posible? ¿Cómo lograr que los abrazos de alegría estén presentes a la hora de intentar resolver las angustias cotidianas, y poner en su resolución algo colectivo y no simplemente, como hasta ahora sucede, un problema que cada quien verá como resuelve?
Entre uno y otro interrogante, entre uno y otro conflicto local o nacional, entre uno y otro dilema, Juan vio llegar el alba. Afuera, cortando el silencio, había pasos de quienes madrugaban para ir con afán a sus sitios de trabajo. Él también tenía que alistarse. Avanzó de todas formas en la estructuración de su ensayo, aunque muchas preguntas estaban por resolver. Sus cuestionamientos no serían leídos más que por su profesor, pero con el nuevo día revivió la ilusión de un posible cambio en el país que favoreciera a los campesinos y los trabajadores de salario mínimo, cambio que era un aliciente para él, en primer lugar.
Leave a Reply