Brasil recibirá entre el próximo 12 de junio y hasta el 13 de julio, con motivo del Mundial de Fútbol, el entusiasmo de miles de visitantes, el mismo que no es compartido por el conjunto de la población anfitriona. En efecto, en un país con importantes desigualdades sociales, los supuestos beneficios económicos que la sociedad debería recibir por este certamen, son dudosos. Mucho más en un contexto de inflación, especialmente en el sector del alojamiento, que perjudica duramente los ingresos de los más modestos. La represión policial aumenta con la cercanía del torneo, en previsión de probables manifestaciones de protesta.
Desde el 31 de marzo de 2014, unas 5.000 personas ocupaban un terreno de 50.000 metros cuadrados perteneciente al operador telefónico Oi, anteriormente propiedad de las Telecomunicaciones del Estado de Rio de Janeiro. El actual dueño lleva 8 años sin ocupar esa zona, en la cual está ubicado el edificio llamado ad Telegr, que dio su nombre a la favela. Esta construcción fue la oportunidad, para muchos de los que padecen el incremento de los alquileres, para domiciliarse en hogares más baratos.
La presión de la apariencia. Rio tiene que mantener su imagen de ciudad moderna ante los 600.000 turistas extranjeros y los cerca de 3 millones de viajeros nacionales que la ocuparan con motivo de la “Copa de las copas”, como calificó el evento deportivo la presidenta Dilma Roussef. Así, luego de la solicitud de la empresa Oi, con el respaldo del alcalde carioca Eduardo Paes, la justicia apresuró el desalojo de los nuevos residentes. El afán estuvo estimulado porque las barriadas están ubicadas a escasos 5 kilómetros del famoso estadio Maracaná, en el cual los dos equipos victoriosos jugarán la final.
La presión privada y oficial obtuvo resultado. Fue así como al amanecer del 11 de abril, 1.600 policías irrumpieron en la favela da Telejr y, en contra la voluntad de sus habitantes, los desalojaron. Los aterrorizaron con la violencia que caracteriza sus intervenciones en las favelas, tristemente célebre en el mundo. El Batallón de Operaciones Especiales (BOPE), operó rápidamente frente a la oposición de unos habitantes marginales armados con algunos cocteles molotov. Resistencia propagada por la difusión malintencionada de los medios de comunicación; los vecinos de barriadas cercanas participaron en los enfrentamientos con la policía. Al final, 25 personas quedaron detenidas y una decena fue herida.
Represión en los barrios populares
Los abusos por parte la policía brasileña no desaparecieron con el fin de la dictadura. Así, en el año 2012, el “Fórum Brasileiro de Segurança Pública” contabilizó cerca de 1.900 asesinatos, es decir 5 víctimas día por la acción desmedida de la policía. Es decir, una tasa de letalidad policial más alta que la registrada en los Estados Unidos, donde por igual motivo y en igual periodo de tiempo los asesinatos ascienden a 400.
Pero, tristemente, esa tendencia se vio reforzada desde el último año debido a las importantes manifestaciones ocurridas en el país, con punto central hacia junio de 2013. Si la pujanza de las marchas mermó desde entonces, todavía el descontento es evidente en las ciudades del gigante sudamericano. Para el gobierno, un deficiente desempeño en la competencia deportiva –la más mediatizada del mundo– amenazaría su credibilidad. Eso explica su decisión de diseminar a los representantes del orden público por las calles. Aún más, en perspectiva de los Juegos Olímpicos 2016, el dispositivo de seguridad debe ser efectivo y garantizar el orden.
En un país de 200 millones de habitantes, las marchas del año 2013, iniciadas en Sao Paulo, preocupan a la clase política al no dejar duda sobre la fuerza de las clases emergentes, que reunieron hasta 1.2 millones de manifestantes en su punto más álgido. Iniciadas durante la realización de la Copa de las Confederaciones –entre el 15 y el 30 de junio– la diana principal de sus críticas estuvieron centradas en las inversiones demandadas por el Mundial, pues desde entonces los manifestantes reclaman mejoras en las infraestructuras del transporte, así como en salud y educación.
La acción represiva estatal no tiene par. Desde junio, sus principales víctimas son los residentes de los barrios pobres. Sin discusión, el caso más emblemático de esa política de seguridad viven en el complejo de Maré. Por ejemplo, en la noche del 24 al 25 de junio, luego de destruir los transformadores de luz, la fuerza pública mató a 10 de sus residentes. Este conjunto de 15 favelas, donde viven 130 mil personas espanta más al gobierno que los manifestantes en el centro de la ciudad. Y al acercarse el Mundial, su desasosiego no decrece. Así, al finalizar marzo, docenas de blindados, 450 infantes de marina, 1.200 policías, y también unidades del Batallón de Operaciones Especiales, tomaron el lugar que ocuparán hasta el próximo 31 de julio. También, varios helicópteros escoltaron las fuerzas terrestres para garantizar su protección. Un despliegue impresionante que demuestra la fuerza de la colaboración entre los tres niveles gubernamentales: federal, estatal y municipal. Y que parece más adecuado para enfrentar una guerra civil.
La justificación para estas acciones de fuerza es la lucha contra el narcotráfico, pero la tesis más certera de sus motivos reales descansa en la prevención de protestas que pudieran ocurrir durante el Mundial, toda vez que la ubicación de las favelas de Maré es muy cercana al aeropuerto internacional de Galeão, por el que llegarán miles de turistas al país y a la ciudad.
Pero este complejo no constituye un caso aislado, pues otras favelas también fueron víctimas de esas agresiones. Así pueden testimoniarlo la gente de Niteroi, Cantagalo, o de Rocinha, la más populosa de la ciudad. Es decir, la represión no atañe solamente a una restringida parte de la población, pues en Rio de Janeiro más de 1,7 millón de personas, es decir un 15 por ciento de su población, viven en infraviviendas. Hay que destacar que la injerencia masiva de la fuerza pública en las favelas no data de los eventos de 2013, no, ésta planificada y activa desde 2008, a través de la estrategia de pacificación que desde entonces involucra la presencia de las Unidad de Policía Pacificadora –UUP– en 38 de las 700 favelas existentes en la ciudad.
Desafortunadamente, la intensificación represiva no concierne solamente a los cariocas. Por ejemplo, en febrero apareció en Sao Paulo una tropa especial llamada “de Braco”, o “tropa ninja”, cuyos miembros son expertos en artes marciales. A nivel nacional, el gobierno previó un complejo de seguridad en las 12 ciudades que recibirán la competencia mundialista, con el despliegue de 180.000 agentes, número récord para un torneo de esta índole. Su financiación demanda no menos de 350 millones de dólares.
Beneficios económicos restringidos
El Mundial, cada vez más mediatizado, desata entusiasmo por todo el planeta. Al interior de Brasil la pasión que despierta el evento también es creciente, pues la vigésima edición mundialista regresa al cinco veces campeón 64 años después de albergar la competencia.
Un certamen con supuestos beneficios colectivos. Los gobiernos de los diferentes países que reciben el evento cada cuatro años, destacan los beneficios económicos que trae para la nación. Pero en vísperas de su inicio, parece que ese argumento perdió mucha de su coherencia para la población carioca. Así, según la empresa de opinión pública Datafolha, en 2008, el 79 por ciento de los brasileros estaba de acuerdo con la organización del Mundial, mientras que en abril de 2014 solamente el 48 por ciento defendía su realización en el país.
Sin discusión, ese cambio en la opinión está vinculado a las quejas por la falta de inversiones para mejorar las infraestructuras públicas. En concreto, desde el 25 de enero, los manifestantes llenaron de nuevo las calles. Ese día las protestas se extendieron a lo largo de 30 ciudades. El 8 de mayo las mismas acogieron a la presidente Dilma Roussef que viajó a Sao Paulo para inaugurar el estadio de Itaquerão, donde los equipos jugarán el primer partido del Mundial.
Críticas aún más fuertes por las inversiones realizadas para este torneo, reveladas colosales en vísperas de su inauguración. Si los cálculos anunciaba una cifra de 1.1 mil millones de dólares, los costos reales de los trabajos realizados en los 12 estadios que recibirán los partidos ahora sobrepasan los 3,5 mil millones de dólares, o sea un crecimiento de más del 300 por ciento.
En concreto, diversos estudios afirman que los beneficios económicos para el país serán muy restringidos. Los sectores de la hotelería, de los restaurantes y del comercio serán los principales beneficiarios del evento, mientras la mayor parte de la población sufre el aumento de los precios, y sobre todo, de los alquileres. En efecto, Brasil conoce una importante inflación en 2013, con un alza de más de 6 por ciento. Y para algunos economistas, la situación emporará en junio. Como explica Juan Jersen, de la consultoría Tendencias, la inflación podría alcanzar la tasa de 0.35 puntos porcentuales sólo en junio, por efecto del incremento desmedido que propician muchos comerciantes y empresas de turismo. Por efecto contrario al comercio, apareció en Facebook la página “Rio Surreal”, para señalar los lugares cariocas que aprovechan el Mundial para elevar sus precios. Si tenemos en cuenta que el torneo estará presente en 12 ciudades, podremos concluir que las alzas de los precios en productos básicos para sobrellevar la vida cotidiana ocurrirán por gran parte del país.
Los perjuicios son aún mayores para los desalojados –170.000, según la Articulación Nacional de Movimientos Sociales frente a la Copa– por culpa de la ampliación de estadios o autopistas.
Si bien con la llegada al poder en 2003 del presidente Lula y del Partido de los Trabajadores, emergió una clase media, las desigualdades al interior del potente suramericano prosiguen como una de las más importantes del mundo. Además, el fulgurante crecimiento económico que conoció Brasil en los últimos años, está en desaceleración. Por ejemplo, el PIB aumentó un 2.3 por ciento en 2013, y 0.9 por ciento en 2012, lejos de los 7.5 que el país contabilizó en 2010.
Los recuerdos dolorosos del Mundial sudafricano
El escepticismo de los brasileños ante las promesas de beneficios económicos con la realización del Mundial, puede apoyarse en la experiencia de los anteriores países anfitriones. En lo que concierne a Sudáfrica en 2010, el sindicalista Eddie Cottle, autor del libro “South Africa World Cup: a Legacy for Whom?” (¿Copa mundial en Sudáfrica: a quién sirve la herencia?), denuncia la propaganda del gobierno que promovió, erróneamente, importantes beneficios económicos a nivel nacional. Anota que, como en Brasil, Sudáfrica padeció un aumento significativo de los costos por efecto del Mundial. En efecto, si las primeras estimaciones preveían inversiones estatales del orden de los 300 millones de dólares, éstas alcanzaron unos 4.5 mil millones de dólares. Desfase aún mayor en Brasil, que ya tiene infraestructuras deportivas*.
Es más, respecto a los trabajos en los estadios para el Mundial 2010, debe destacarse su falta de financiación, que suscitó un aumento de los impuestos para los contribuyentes o en su defecto, obligó a recortes presupuestarios, como hizo el “Nelson Madela Metropolitan Municipality”, luego de la construcción del Nelson Mandela Bay Stadium. Obras que, por otra parte, permitieron a las empresas de construcción llegar a un entendimiento sobre los presupuestos para maximizar sus beneficios empresariales. Esa fue la conclusión en 2008 del Comité de competencia de la OCDE en el sector de la construcción, luego que el tribunal de la Comisión de concurrencia para Sudáfrica condenara en 2013 a pagar 150 millones de dólares a 15 empresas. Las compañías Aveng, Basil Read, o Hochtie, figuran entre los refractarios. Mientras tanto, en la otra cara de la moneda, la Fifa registró su mayor lucro de toda la historia del Mundial, pues embolsó, libres de impuestos, unos 3.5 mil millones de dólares.
Si Brasil prevé la creación de 48.000 puestos de trabajo en el sector turístico, Eddie Cottle afirma que en la última Copa Mundial en Sudáfrica no ocurrió la multiplicación de los empleos prevista por Grant Thornton, un think tank de Chicago. Pero sí ocurrió una mayor explotación de los obreros y de los empleados en los sectores vinculados al turismo, pues tuvieron que trabajar más horas, en condiciones más difíciles, por culpa de los plazos impuestos. Ahora, ya en Brasil suman 9 los obreros fallecidos al tener que trabajar de forma desmedida en las obras. Además, según las estimaciones oficiales, Sao Paulo y Rio de Janeiro se beneficiarán de la mayoría de los nuevos empleos generados, de los cuales 50 por ciento serán temporales.
En el dilema –el menos visible, pero el más perjudicial– de las expulsiones y desplazamientos internos, un informe de la ONU de 2008 (Report of the Special Rapporteur on adequate housing), afirma que 20.000 personas fueron desplazadas, solamente en la ciudad de Le Cap, con motivo del Mundial de 2010. Un drama al servicio del capitalismo que con la coartada del deporte, permite ver su efecto negativo más allá de las fronteras. El lucro para los ricos, mientras los pobres quedan, por una parte explotados, y por otra, no solamente excluidos sino ocultos, en razón de la organización del evento deportivo, cínicamente llamado, el más popular del mundo.
* En 1998, Francia solamente invirtió 390 millones de euros –cerca de 550 millones de dólares–, para la renovación de sus estadios. Únicamente construyó el Stade de France, mientras Brasil edifica 5 nuevas arenas.
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