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Huellas del nacionalismo israelí

Nacionalismos, para Orwell1, son demencias colectivas como el antisemitismo, el trotskismo y el pacifismo –entre otros muchos. Estos tienen dos grandes perjuicios: i) la invención de una colectividad o grupo supuestamente deificado, y de unos enemigos que no pertenecen al pueblo elegido –y son el resto del mundo–, que se juzgan arbitrariamente, como malévolos, inferiores e impuros; ii) el nacionalismo es ofensivo y expansionista, obedece no a un bienestar universal sino a una prosperidad fragmentada, típica del más crudo egoísmo.

 

La secuencia de mapas que refleja la enorme expansión del territorio israelí durante los últimos casi setenta años tiene la consabida virtud de que una imagen vale más que mil palabras.

 

La sucesión indica –a manera de instantáneas fotográficas a la historia– que la paz buscada por Israel es un escenario sin la presencia de árabes (como ellos denominan a los palestinos). Una paz mínima para el Estado Judío se habrá alcanzado cuando en cuestión de unos pocos años todo el territorio delineado por el mapa –o por un mapa más grande– sea Israel, sin las incómodas manchas o lunares palestinos. Y, en ese entonces, alegando estar rodeados de agresivos pueblos árabes, irán por más: una paz maximalista que, de seguro, les sirva de pretexto para ocupar el mundo árabe.

 

Las palabras de dirigentes israelíes

 

Los pueblos, y con ellos los ejércitos, actúan comandados por las palabras de quienes representan la dirigencia (la clase política para Mosca y Bobbio, los mandamases ociosos para Veblen, las élites para Pareto, Michels y Wrights), y que son líderes carismáticos, sacerdotes, profetas, intelectuales, literatos o simples charlatanes y agitadores publicitarios. El poder de la palabra, entendida como construcción de expectativas, sueños y utopías gobierna a las sociedades y, por tanto, dirige las estrategias de líderes militares y de gentes de negocios.

 

El notable intelectual judío Robert Aumann, es matemático y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, también profesor del Centro para el Estudio de la Racionalidad de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Obtuvo hace menos de una década el premio que el Banco Sueco ofrece a los economistas en memoria de Alfred Nobel, esto en razón a que sus contribuciones (en el campo de teoría de juegos) han ayudado a profundizar el entendimiento de la cooperación y del conflicto.

 

Su conferencia de recepción del premio se tituló “Guerra y Paz”2. En esta afirma que la paz es como el honor: si uno la persigue esta siempre lo esquiva y, por tanto, que si alguien necesita la paz entonces debe prepararse para la guerra.

 

Para Aumann –como para muchos otros economistas que rinden culto a la moral enrevesada del mercado, en donde el vicio privado promueve virtudes públicas–, la economía se reduce a incentivos: por ejemplo, para aumentar la tributación hay que bajar impuestos. Y, dentro de la lógica de contra-finalidades, afirman que el desarme y la disminución de gasto militar promueven la guerra. Lo que ha permitido la paz (o impedido una tercera guerra) –según T. Schelling3 quien compartió el Nobel con Aumann– es la posesión de armas nucleares por parte de las grandes potencias.

 

Aumann afirma que la paz sólo será posible si todas las naciones están regidas por un solo Dios, en ausencia de una creencia o fe común todas las naciones deben aprender a hacer la guerra con el fin de no pelear. Según él las concesiones a los árabes (palestinos) son una inequívoca señal de debilidad que ha incentivado la guerra.

 

Lo que sostiene el mencionado intelectual –autodefinido como Palestino– obedece a los siguientes principios: i) Palestina es la misma cosa que Israel, Palestina hace parte de la tierra de Israel; ii) Los árabes no son lo mismo que los palestinos, ellos son árabes. Tal posición valorativa ha sido sostenida por estadistas israelíes como Golda Meir, quien a fines de los sesentas declaró para el Sunday Times: “No existe el Pueblo Palestino […] ellos no existen”. Y en una declaración para Le Monde en octubre de 1971, afirmó que el Estado de Israel existe por la obediencia a un mandato de Dios y, por tanto, resulta ridículo dar explicaciones. Similares mensajes han sido emitidos por otros líderes como David Ben Gurion, Menachem Begin, y Ariel Sharon.

 

La creencia de muchos dirigentes e intelectuales israelíes es que en 1948 el pueblo de Israel fue expulsado de Judea y Samaria, Gush Etzion, Kfar Darom y de la Franja de Gaza. Luego de combatir han vuelto pero no como conquistadores, solamente han recuperado lo que, según ellos, les pertenece.
La estrategia militar seguida por el poderoso ejército de Israel parece seguir la lógica que planteada por Aumann, sustentada en dos creencias: a) La única manera de que Israel gane la guerra es que se aferre al clamor histórico: el derecho de los judíos a ocupar plenamente la tierra de Israel (la cual dicen haber ocupado durante 4.000 años, con cortos intervalos de desocupación que son los correspondientes a las Cruzadas y el lapso que va de 1948 a 1967); b) el énfasis de los israelíes en que es todo el territorio el que les pertenece y en lo necesario que es convencer al resto del mundo de tal “verdad”. Tales creencias permiten sustentar una férrea doctrina de guerra, la cual es: Israel no debe aceptar los chantajes de los árabes (lo cual atenta contra su seguridad) y debe mantener su beligerancia con el fin de mejorar su posición negociadora en el futuro. Y, como dice Aumann, la represión (el castigo repetido a los árabes) hace posible la cooperación cuando esta no está disponible, en un juego que se repite indefinidamente.

 

Exacerbada aversión a perder en la perspectiva israelí

 

Según reportes de OCHA, sobre la cantidad de asesinatos por mes que arroja el conflicto entre Israel y Palestina, durante el período 2000-2014, resalta que por cada 15 muertos, 13 son palestinos y 2 israelitas. Desde el 2005 la asimetría es más dramática: por cada israelí asesinado 23 son las muertes de palestinos4 Según datos del Washington’s Blog, desde el año 2000 hasta hoy los Israelíes han asesinado a 1.500 niños palestinos, en tanto que agresores palestinos han matado a 135 infantes de Israel.

 

Dichos resultados obedecen, entre otras cosas, a las grandes desigualdades poblacionales y militares de ambos pueblos. La población de Israel asciende a 7.707.042 personas, que holgadamente habitan 20.770 Km2. El Estado israelí posee uno de los más grandes ejércitos del mundo: en reservistas alcanza 94.4 combatientes por cada 1.000 habitantes, y en personal activo 22.2, sólo superado por las coreas e Italia. Su gasto militar, de los más elevados del mundo, supera el 6% del PIB5. La población palestina está repartida básicamente en West Bank (2.369.700 personas), y la Franja de Gaza (1.416.539), el 43.5% de los palestinos en Gaza son niños de 14 o menos años6.

 

Muchos columnistas sospechosamente ingenuos o descaradamente cínicos pueden afirmar que la enorme mortandad de gente palestina se debe a que de vez en cuando la milicia judía oprime el botón equivocado, pero también a que los terroristas de Hamas usan a su pueblo como un escudo humano. Algo inocultable es que es más fácil perecer en la ínfima franja de Gaza (con una población cercana al millón y medio de personas hacinadas en 385 Kilómetros cuadrados, para una densidad de 4.167 hab./Km2) que en el muy bien blindado territorio israelí.

 

El Dios que tanto invocan los judíos no les ayuda a justificar, ni menos aún a explicar las muertes de israelitas y palestinos: la lógica de la guerra jamás resulta alentada por la magnanimidad de Jesús –plasmada en el Sermón de la Montaña–, en pasajes como los siguientes: “… Mas yo os digo, que vosotros no resistáis al mal a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Y si quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale tu capote también. Ya cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él…” (Mateo 5:39-41). Como tampoco corresponde la taxativa simetría militar aconsejada en tiempos de guerra –detallada en el Antiguo Testamento–, en los siguientes términos: “Si algunos riñeren, é hiriesen a mujer preñada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, será penado conforme a lo que le impusiere el marido de la mujer y juzgaren los árbitros. Más si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie. Quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe…” (Éxodo 21.24).

 

Los economistas de origen judío Daniel Kahneman (laureado con el Nóbel7) y Amos Tversky (fallecido), mostraron que individuos y sociedades tienen sesgos y prejuicios –por lo que son limitadamente racionales. Uno de sus grandes hallazgos es la aversión a perder: los tomadores de decisiones (en especial en ámbitos de competencia y confrontación) se aferran a su status quo (son conservadores), y valoran más las pérdidas que las ganancias. Estiman tales autores que las pérdidas valen el doble que las ganancias, y con sus experimentos sugieren que, por ejemplo, un sujeto que pierde 1.000 dólares sólo se sentirá compensado cuando encuentra o le obsequian 2.000.

 

Una lectura crítica de la aversión a perder permite sugerir un par de ideas: a) en realidad individuos y sociedades aversos a perder son sofisticadamente racionales y egoístas (al tratar de evadir y sopesar más las pérdidas); b) en las venganzas personales y en las confrontaciones bélicas, al igual que en las negociaciones, se busca ganar mucho más que el doble de lo perdido o concedido.

 

Lo que explica la defensiva israelí (que en realidad es marcadamente ofensiva), es una exacerbada y ultra-racional aversión a perder: por cada israelí asesinado casi dos docenas de palestinos masacrados. Una exagerada aversión a perder hace del negocio una guerra, como ocurre cuando el judío Shylock –en El mercader de Venecia de Shakespeare– pretende cortar una libra de carne del cuerpo de su deudor moroso para cobrarse la deuda.

 

La hipotética escena de un brutal gigante que contra un sucio muro estampa los sesos del bebé que le acaba de arañar es la imagen más evocadora de la agresión israelí contra los palestinos. En semejante estado de cosas, los afectos y sentimientos morales se inclinan hacia la parte más débil, en tanto que la crítica académica se enfila en contra de cualquier nacionalismo.

 

* Doctor en Ciencias económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor Asociado de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad del Rosario.

1 Orwell, G. (1961). Collected Essays. London: Secker & Warburg.
2 http://www.nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=624
3 http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/2005/schelling-lecture.html
4 Vox, Agosto 4 de 2014: http://www.vox.com/2014/7/14/5898581/chart-israel-palestine-conflict-deaths
5 http://www.globalfirepower.com/country-military-strength-detail.asp?country_id=israel
6 http://en.wikipedia.org/wiki/Demographics_of_the_Palestinian_
7 http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/2002/kahneman-lecture.htm

Información adicional

LA PAZ A LA MEDIDA DE ISRAE
Autor/a: FREDDY CANTE*
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