¿Es la libertad de expresión un derecho superior a la libertad de cultos? ¿Acaso existe algún derecho más sagrado que el de la vida?
Amin Malouf en su obra Samarkanda, al referirse a Omar Khayyan, gran sabio del mundo islámico, recrea una de sus máximas así: “Ninguna causa me seduce cuando se alía con la muerte”. Pero de estas lecturas humanistas del Islam poco se mencionan noticias en Occidente. De hecho, sin mayor búsqueda por el entendimiento y la comprensión de “lo otro”, tal como señalaba Edward Said en su obra Orientalismo, creemos que podemos banalizar, satirizar y ridiculizar, sin ninguna consecuencia, un sistema de valores y creencias milenario que ha legado a la humanidad mucho más de lo que le hemos reconocido y agradecido. ¿Falta de memoria? ¿Sentimiento de que existen culturas superiores y otras inferiores?
Cualquiera sea el motivo, es claro que el irrespeto a los valores y tradiciones de la cultura islámica no justifica el asesinato, de hecho, nada justifica el asesinato, pero si debiéramos entender que cuando pretendemos difundir una visión por demás “progresista” del mundo, debemos tener el cuidado de no irrespetar las visiones distintas a las nuestras, así sean antagónicas, tradicionalistas o como las queramos calificar, por cuanto debemos siempre respetar las creencias ajenas y entender la necesidad de conservar la heterogeneidad cultural y la diversidad del pensamiento humano.
Herman Hesse, en el prólogo de Demían, nos enseña que “La historia de cada hombre es esencial, eterna y divina […] en cada uno padece la criatura, en cada uno de ellos es crucificado un redentor”. Sin duda, cada ser humano es valioso, único e irrepetible, por tanto sus creencias y experiencias también merecen todo el respeto. No imagino entonces, la estrella de David teñida de la sangre de las víctimas palestinas, los coros bautistas de góspel al unisono en Hiroshima y Nagasaky entonando Drop the bomb. ¡No, eso no!
Pero hasta los jueces olvidan esta realidad. El fallo del Tribunal francés ante la demanda interpuesta en su momento por voceros islámicos ante las caricaturas del Islam publicadas por Charlie Hebdo, desconoció, supuestamente con base en los valores de Occidente, el sistema de creencias y valores islámico. El artículo 9 sobre la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, indica: “La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la ley, constituyen medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o las libertades de los demás”. Mientras qué el artículo 10 establece con respecto a la libertad de expresión que: “El ejercicio de estas libertades, que entrañan deberes y responsabilidades, podrá ser sometido a ciertas formalidades, condiciones, restricciones o sanciones previstas por la ley, que constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad nacional, la integridad territorial o la seguridad pública, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, la protección de la reputación o de los derechos ajenos […]”.
A su vez el artículo 17 ordena: “Ninguna de las disposiciones del presente Convenio podrá ser interpretada en el sentido de que implique para un Estado, grupo o individuo, un derecho cualquiera a dedicarse a una actividad o a realizar un acto tendente a la destrucción de los derechos o libertades reconocidos en el presente Convenio o a limitaciones más amplias de estos derechos o libertades que las previstas en el mismo”.
Así las cosas, el Convenio para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de Europa, suscrito en Roma en 1950, lo tenía resuelto. ¿Cómo entonces un Tribunal francés se sustrae de imponer ante la demanda presentada por la publicación de caricaturas grotescas e insultantes del profeta Mahoma, las restricciones y sanciones correspondientes? De hecho, más allá de la discusión al interior del Islam sobre la proscripción de representar antropomórficamente a Dios o al Profeta, las caricaturas demandadas –que además le mostraban como terrorista, cabecilla de estos o amado por tontos–, constituyen un insulto al universo de creyentes. A nadie le gustaría observar como su fe es mancillada sobre la base del ejercicio de un derecho que no se ejerce con la responsabilidad que implica la difusión masiva de la información; y, como es claro, no podemos negar que la libertad de prensa que ejercitan los medios de comunicación contribuye a la creación de estereotipos, en muchos casos negativos, como se ha visto y ha ocurrido en los últimos decenios con el mundo Islámico.
Así las cosas, con el fallo del Tribunal francés no solo los musulmanes, sino cualquier minoría poblacional de una nación podría ser expuesta ante la mayoría, de forma contraria a sus creencias y en clara burla de sus valores, lo que es suficiente para constituir un acto de provocación e, incluso, generar reacciones contra natura como las que vimos sucedieron en París. Si falla la justicia, nos queda la venganza, así marchamos con paso firme de regreso a la ley del talión. ¿Acaso los medios de difusión no transmiten continua y sistemáticamente este legado en muchos de sus contenidos?
Nuestra actualidad convulsiona por la violencia, el hombre diariamente asesina a Dios, así como nos inquirió en el siglo XIX Friedrich Nietzsche y, de este modo, cada muerte provocada más por el hombre que por la misma parca, según enseñaba José Saramago, se constituye en un atentado contra lo más sagrado, el ser y la experiencia humana, es decir, el proyecto divino pletórico de lo pagano. Francia ¿qué fue de tu revolución? ¿Buscas otra?
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