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A las águilas negras

Las guerras ya no se hacen en nombre del soberano al que hay que defender; se hacen en nombre de la existencia de todos; se educa a las poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir.
Michel Foucault

En menos de dos meses han sido dados a conocer, a través de diferentes medios de comunicación colombianos, dos “panfletos” firmados por una misma organización, las llamadas “Águilas Negras Bloque Capital D.C.”. El objetivo de ambos textos es análogo, se trata de intimidar, mediante amenazas de muerte y tortura, a personas específicas que, en un caso, integran el movimiento animalista, y, en el otro, son conocidas voces académicas y estudiantiles que, desde el marco universitario pero sin limitarse a él, intentan defender y posicionar ciertos discursos críticos e incidir políticamente en varios asuntos considerados de relevancia nacional. Es necesario rechazar con vehemencia tales intimidaciones, sin embargo este llamado, ciertamente pragmático y animado por la urgencia de la situación, no debe impedir que hagamos de los “panfletos” un material intelectual susceptible de ser confrontado. Si algo demuestran las amenazas es que los discursos, incluso aquellos que se conciben a menudo como puramente teóricos, siempre tienen una veta “performativa”, “realizativa”, es decir, “hacen cosas”, producen efectos y se articulan o chocan con realidades no discursivas.

Las personas objeto de las intimidaciones son lo que en la Grecia Antigua se denominaba auténticos parrhesiastas. El parresiastés es quien practica la parrhesía, a saber, el arte de “hablar francamente”, de pronunciar una verdad a pesar de que ésta implique un grave riesgo para quien la afirma, un riesgo que puede comprometer su propia vida. Pronunciar una verdad es siempre una cuestión pragmática, una dinámica que puede llegar a implicar el fin de la existencia del cuerpo mismo. Debido a la pragmática que constantemente envuelve el discurso, los enunciados, no es suficiente el rechazo, no son suficientes los comunicados oficiales emitidos por diferentes organizaciones, no basta siquiera con que las y los directamente implicados repudien lo acontecido. Aunque necesarias, es preciso acompañar dichas acciones con un análisis de la manera en que sendos “panfletos” se engranan y operan al interior de una compleja maquinaria social. Análisis que, a su vez, no deja de ser también un asunto práctico, pues está destinado a operar en la maquinaria social que acabamos de enunciar, aunque a contracorriente, afirmando líneas que la deshacen y la transforman.

Un buen amigo ya fallecido pero que aún ronda mi casa, que aún me visita, tenía una linda frase que, cual ritornelo, no cesaba de repetir: “el Poder nos quiere tristes”. Con esto él se refería a que, para su “correcto” funcionamiento, un orden debe hacer de los cuerpos que lo componen cuerpos altamente dóciles, debe moldearlos constantemente en provecho de algo que los rebasa. El Poder nos quiere tristes porque desea cuerpos incapaces de afirmar su vida, de experimentar y producir afectos que aumenten su potencia de actuar allende el orden constituido. Con seguridad las “Águilas Negras” nos quieren tristes, quieren “a cada quien en su sitio”, nos quieren calladitas y obedientes, como el clásico marido patriarcal a su esposa y sus hijos. No resulta casual, entonces, que el grupo (neo)paramilitar reitere en sus textos: “los tenemos identificados”, “sabemos quiénes son”, “sabemos en qué deben convertirse o, de lo contrario, tendremos que extirparlos en provecho de nuestro orden, de nuestra patria”. ¡Vaya labor de “rostrificación”, de identificación!: “¡Veganos, maricas, comunistas, terroristas, animales, marihuaneros, ignorantes,…!”

“Águilas Negras” es un curioso y hasta jocoso nombre para un grupo que vitupera todo aquello que se sale del patrón dominante: el ciudadano cristiano blanco heterosexual de clase media, el piadoso macho alfa jefe de hogar; en una palabra, Álvaro Uribe, que parece ser su retorcida versión de un belicoso Cristo contemporáneo, aunque paradójicamente, como diría Pedro Lemebel, un hijo le haya salido con una alita rota. Devenir-pájaro-discapacitado, devenir-marica, descendencia impura de alguien obsesionado con la pureza. Yo, como buen animalista, y anarquista, y hasta marihuanero ignorante, declaro hoy la genialidad de las “Águilas Negras”. A partir de hoy soy una de ellas, soy un águila, un animal, y así, en femenino; y en contraste con su pretendida pureza (social-racial) soy negra, soy negra además porque soy imperceptible, porque yo, como mis amigas animalistas, no me dejo identificar fácilmente, me niego a que me “pongan en mi lugar”, desaparezco en la obscuridad y prosigo con mi gozoso potenciamiento vital, corporal. Si el Poder nos quiere tristes, lo único que obtendrá son millones de águilas negras alegres, águilas negras auténticas. Millones, millones, tantas que si hasta ahora les hemos simplemente incomodado, perturbado, dentro de poco no tendrán más opción que abrazar su propio ocaso, que abrazar su propio nombre ya volcado en su contra.

Información adicional

Autor/a: Luther Blissett
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