Bogotá tiene aproximadamente 33 sistemas de acueductos comunitarios, que han apostado de forma autogestionada e independiente a otras soluciones que propenden por el bien de la comunidad. Este es el caso de la localidad de Usme y su red de acueductos comunitarios.
Más allá de la calle 135 sur, la Bogotá agreste, gris y congestionada, toma otro color. El verde reluce en el paisaje y el paso del transeúnte se desacelera. Las direcciones urbanas dejan de tener sentido para empezar a emplear el carácter veredal.
En el suroriente de la capital del país, está ubicada la localidad de Usme y a 15 minutos del centro de la localidad, queda la vereda Olarte. Un colectivo pequeño y casi siempre desvencijado que pasa cada 20 minutos, es el único que llega a la vereda. Olarte cuenta con una pequeña escuelita a la que van niños de todas las edades, sin embargo, hoy, en vez de estudiantes la habitan campesinos de las 14 veredas de la localidad que cuentan con un sistema de acueductos comunitarios.
El panorama es estimulante, hombres y mujeres con ruana, botas y sombrero hablando del agua y de lo que les hace falta para mejorar su calidad. Hablan de que el nivel de cloro está un punto más arriba de lo permitido o que la turbiedad debe tenerse más en cuenta. Hablan en términos técnicos, pero también hablan de cómo va el proceso de aceptación con la comunidad.
Entre los asistentes se encuentran tres funcionarios del sector público y Libardo López, representante legal del acueducto de la vereda Olarte y de la Red Territorial de Acueductos Comunitarios de Bogotá y Cundinamarca (Retaco). Libardo tiene las mejillas coloradas, la voz de un hombre de 60 años pero la apariencia de uno de 30, conoce al derecho y al revés el Permiso de Concesión de Aguas Superficiales y lleva 12 años trabajando para el acueducto comunitario de su vereda.
La localidad de Usme ha sido considerada históricamente como la despensa de Bogotá, proveyéndola de papa, arveja y carne, debido a que el 84 por ciento de su territorio es rural. Sus habitantes tienen una vocación agrícola y conservan gran parte de las tradiciones campesinas. Sin embargo, tal y como ha sucedido con las demás zonas rurales del distrito, sufre la marginación del desarrollo urbano, lo que ha generado que en la actualidad cuente con 10 sistemas de acueductos comunitarios, proyectos que autogestionados y consensuados por los mismos habitantes y que llevan más de 30 años de funcionamiento.
Quienes conforman el comité organizativo del acueducto de su vereda se consideran gestores sociales y públicos del agua. “Nos hemos distinguido a lo largo de la historia por nuestra incidencia en el desarrollo local e integral en los territorios. Somos un legado que ha pasado de generación en generación, consolidando y defendiendo la identidad de nuestras comunidades”, comenta uno de los representantes a Penca de Sábila, una de las organizaciones que ha promovido el fortalecimiento de estos sistemas organizativos.
El último lunes de cada mes, los representantes legales y los fontaneros de cada acueducto se reúnen junto con representantes de la Secretaría de Salud y de Hábitat a hablar de sus procesos comunitarios. Pues si bien la idea nació de la necesidad de la comunidad fue por medio de peticiones al Fondo de Desarrollo de la localidad que lo llevaron a cabo.
“El construir y reunir los acueductos comunitarios de la localidad fue algo que hicieron años atrás, antes de nosotros. Había una necesidad y eso lo tramitaron a través de las juntas de acción comunal. Cada vereda creó el sistema de acueducto de forma distinta, algunas se crearon desde la iniciativa de una familia, otras se conformaron con vecinos, pero finalmente todos llegamos al mismo lado que es el Fondo de Desarrollo Local”, dice Libardo López quien ha representado con gallardía la voz de los acueductos comunitarios en la ciudad.
Quiba, Pasquillita, Mochuelo Bajo, Los Soches, El Destino y Curubital, son algunas de las veredas que cuentan con el sistema de acueducto comunitario. La mayoría de ellas se alimentan de microcuencas del Río Tunjuelo. Ellos la cuidan, la tratan y la “miman”, tal y como dice Libardo, para que llegue de la mejor calidad a su comunidad.
En su largo proceso la Red de Acueductos Comunitarios ha tenido avances y retrocesos, algunos de sus miembros se han cansado y retirado en la marcha pero cuando ellos salen llegan otros.”Siempre la ayuda ha existido desde la Universidad Javeriana, La Universidad Distrital, La Nacional, ellos siempre han estado trabajando con nosotros”, comenta López
También, organizaciones como Enda América Latina, apoyan el proceso con financiamiento y capacitaciones. Andreiev Pinzón es uno de los miembros de esta organización y ha acompañado de cerca el sistema de acueductos comunitarios en Bogotá. “Para los campesinos los acueductos no son los tubos o las redes de distribución, es el entorno: la cuenca, el nacimiento, la fuente y el bienestar sobre todo de los usuarios”, dice Pinzón.
“Sabemos que el agua es un sinónimo de campesino, no hay campesino que se reconozca sin agua y el Estado, en vez de solventar esos pasivos que tiene con la ruralidad, da la espalda e impone una normatividad que va en contra de las formas culturales e históricas que se han desarrollado”, agrega al referirse a los casos que a nivel nacional han desmotivado la creación de estos sistemas organizativos por su rigurosa regulación.
El fontanero
Los acueductos de las diferentes veredas se organizan como cualquier empresa, tienen además del representante legal y fontanero, un tesorero y un contador. Luis Guillermo Villalba es fontanero, vive en la vereda Los Soches. Todos los días se levanta a las 6 de la mañana y camina 40 minutos de su casa al acueducto de la vereda para cerciorarse que todo esté bien en la bocatoma, analiza el nivel de cloro y de turbiedad y está al tanto de cualquier imprevisto “que si se dañó la tubería o llovió, de todo eso hay que estar pendiente”.
Una vez al mes, Villalba recorre cada una de las casas de su vereda y reparte el recibo con la tarifa fija que se debe pagar: 6.500 pesos mensuales en donde se incluyen gastos de operaciones, compra de químicos, gastos administrativos e imprevistos. A cambio, la comunidad recibe 20 m3 de agua, en donde está incluido el mínimo vital -una resolución adoptada en el 2012 por el alcalde Gustavo Petro para que bogotanos de estratos uno y dos tengan derecho a 12 mil litros de agua potable mensualmente sin costo alguno-.
El acueducto de Los Soches surgió de la idea de Villalba y sus dos hermanos hace cinco años. “Nosotros ya teníamos las tomas, en cada una de ellas se ponía una manguera para que llegara el agua a la casa. Hasta que a mis hermanos y a mí se nos metió la idea de que debíamos crear el acueducto para empezar a tomar el agua menos contaminada y así fue”.
De esa forma el que hoy es fontanero del acueducto también fue su fundador. Generó desde su interés particular una solución para toda la comunidad. Con poco conocimiento del tema Villalba se arriesgo a organizar un acueducto y ahora, con ayuda de las capacitaciones otorgadas por el Sena, puede solucionar con libertad los problemas que presente el sistema.
“Los 33 acueductos comunitarios con los que cuenta el distrito generamos el decreto 552, que es con el que nos estamos rigiendo y es un poco más flexible con los requisitos para ser considerados como acueductos. Estamos en la lucha de ser autosuficientes y a pesar de la ayuda que nos brinda el distrito la comunidad sigue y seguirá liderando el proceso”.
Mientras tanto, en la vereda Curubital, se encuentra Asocristalinas y su fontanero José Anselmo Cortés. Un hombre alto y fornido que lleva siete años manejando la parte operativa del acueducto.
Para él, el problema vital que tiene el acueducto de su vereda es la falta de conciencia de su comunidad “Yo soy franco hay gente de la comunidad que solo le interesa que le llegue el agua a la llave y no se preocupa de nada más, no tiene conciencia de todo lo que toca hacer para que le llegue una gota de agua a la casa, necesitamos más lugares de encuentro”.
Tal y como lo dice la Organización Penca de Sábila, cuando se habla de acueductos comunitarios no se habla de una unidad armoniosa “pues existen diferencias entre sus miembros (…) pero por medio del diálogo y la participación se genera también el respeto por la diferencia, se practica la tolerancia y sobre todo la toma de decisiones por conceso cuando está en juego el interés general”.
La diferencia entre lo comunitario y lo privado
Solo hasta el 2012, la alcaldía de Bogotá se empezó a poner al frente de los acueductos comunitarios. El decreto 552 de 2011, propuesto por la entonces alcaldesa Clara López, estipuló que sería el distrito quien debería gestionar una serie de capacitaciones y acompañamientos desde la Secretaría de Hábitat, de Ambiente y la Secretaría Distrital de Salud, para garantizar el mejoramiento de la calidad del agua en las zonas rurales de la ciudad.
Solo hasta esa fecha el Distrito definió la diferencia entre un acueducto comunitario y uno privado, pues en el sector de agua potable la discusión ha estado centrada en que estos sistemas organizativos son de participación privada, lo cual, que desconoce la posibilidad que brinda el manejo comunitario para la construcción de un espacio público de interés colectivo.
De esta forma Los acueductos recibieron capacitaciones sobre contabilidad, atención al cliente, adopción de tarifas, formalización laboral, normatividad de servicios públicos y asesorías sobre cómo elaborar diagnósticos, potabilización y proyectar mejoras para su acueducto.
Este acompañamiento del distrito ha creado desafíos para las comunidades que gestionan los acueductos. La terminología académica y el sistema de organización tarifario, del que muy poco conocían, ha dificultado el proceso. Sin embargo, ellos siguen dando su mejor esfuerzo.
“Nosotros venimos de una cultura diferente, los términos que utilizan son complicados y nos ha parecido muy engorroso pero a pesar de eso nos hemos permanecido ahí. No sabíamos ni qué era una tarifa, ni para qué se manejaba, porque hacemos unas cuentas más simples: los gastos son tantos y las personas trabajando son tantas entonces nos vamos a pagar de a tanto. Eso tiene algunas implicaciones, por lo que hemos tenido que cambiar el sistema”, dice Libardo.
Además de Usme, Ciudad Bolivar y Sumapaz, que cuentan con acueductos comunitarios, a nivel nacional están registrados más de 12.300 acueductos de este tipo, según el último censo del Dane. Aunque podrían ser muchos más pues, según Pinzón, desde hace 40 años no se hace un censo rural en el país, por lo que se desconoce la cifra exacta.
Aún así, ciudades como Medellín y Bogotá han generado un proceso importante en el sistema de acueductos comunitarios, enmarcándose como organizaciones fundamentales para el mejoramiento de la calidad de vida del campesinado, que seguirán considerándose como gestores sociales y públicos del agua.
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