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El actual desatino monetario: razones y destinos

El actual desatino monetario: razones y destinos

La caída de los precios del petróleo y la crisis del sector dan para todo: ‘explican’ la reducción de la inversión social, el giro en las políticas oficiales de mediano y largo plazo, la reducción de la planta de personal en diversidad de empresas, pero también ocultan las erráticas decisiones tomadas en el alto gobierno, como las de exonerar en impuestos a las multinacionales en general y en particular a las de este sector, producto de lo cual el país ha dejado de recaudar en los últimos años más de 30 billones de pesos.

Con total dependencia. Antes de los años ochenta del siglo XX, si la economía norteamericana era promisoria países como Colombia se sentían participes de ese provecho, ya que tendrían la posibilidad de aumentar sus exportaciones y, de contera, aumentar su producción, su empleo y bienestar –en el sentido que tiene este concepto en el mundo capitalista. También sucedía lo contrario, si le daba tos a esa economía brotaba la bronquitis en la nuestra; entonces, para el mantenimiento del bienestar nacional, era nuestro deseo que esa economía se mantuviera saludable.

Los tiempos pasan. Ahora, en el año 2015, la situación ya no es la misma, pues al tiempo que los indicadores internacionales subrayan la recuperación de la economía norteamericana, en nuestro país se registran síntomas de malestar, es decir, que la mejoría en la economía de la potencia del norte se corresponde con el deterioro de la nuestra. La salud de la economía de los Estados Unidos, traducida en la valoración de su moneda, el Dólar, hunde la nuestra en el enfisema cuyos síntomas se traducen en: la baja en el PIB, disminución en las exportaciones de materias primas como el petróleo, la devaluación del peso ($), el déficit de la balanza comercial y en el aumento de la deuda, entre otros, cuyos remedios por parte de las autoridades económicas criollas consisten en decisiones como: congelar los salarios de los trabajadores y empleados, aumentar los impuestos y los años para poder acceder a jubilación, y disminuir las inversiones sociales, entre los más evidentes; medidas por demás requeridas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde). En conjunto: ¡Un truculento escenario socioeconómico para negociar la paz en el país!

¿Paradoja? ¿Contradicción? No, la situación simplemente nos reconfirma que vivimos en medio de los efectos del auge financiero que vive el sistema capitalista desde los años ochenta. Una circunstancia que vamos a denominar desatinada, o de su despropósito, cuyas razones son el objetivo de este artículo.

 

Meollo del desatino

 

Cuando uno toma nota por los medios económicos que en el mundo se producen y consumen actualmente unos 90 millones de barriles diarios de petróleo, pero que en la bolsa de valores los negociados son 500 millones diarios no le queda fácil entenderlo, pues no explican cómo es que negocian 5.5 veces más petróleo del producido y consumido diariamente; algo así como que negocian o realizan en el mercado más de cinco veces de algo que no existe. Asunto aún más complicado si lo traducimos a dólares, pues si para negociar los 90 millones de barriles (a US$ 50/barril) se necesitan algo así como US$ 4.500 millones, los 500 millones de barriles requieren US$ 225.000 millones, es decir 450 veces más de dólares! De una u otra manera nos resulta un desatinado embrollo lógico.

Desde otra perspectiva, otros hechos más vitales y cotidianos nos ubican en la misma inentendible situación. Informaban en el 2009 que Adolf Merckle, uno de los más grandes magnates del mundo, se había suicidado debido a las fuertes pérdidas que la crisis financiera global ocasionó en sus finanzas. Al momento del suicidio nuestro protagonista contaba con una fortuna de US$ 9.200 millones, pero como tenía una deuda de US$ 16.000 millones, significaba que en la realidad no tenía nada, ya que debía US$ 6.800 millones, hecho que lo llevó a lanzarse al tren de Berlín al descubrir que, al fin de cuentas, era un pobre diablo, tanto o peor que la mayoría de quienes están ahora leyendo su historia. No sobra señalar que entonces corrieron la misma suerte otros de esos “magnates de ficción” como Thierry de la Villehuchet, francés, gestor de fondos en Nueva York; Steven Good, presidente de Seldon Gook & Co; Eric Von der Porten, al frente de la gestora de fondos estadounidense Leeward Investments; Khartik Rajaram, inversionista independiente, quien también mató a su esposa, sus tres hijos y a su suegra; Kirk Stephenson, cuando Oliviant, la compañía de inversiones para la que trabajaba como director de operaciones, ya estaba afectada por la quiebra de Lehman Brothers; Barry Fox, analista de la firma estadounidense Bearn Stearns, poco después de la quiebra del banco para el que trabajaba; Edwin Rachleff, corredor de bolsa estadounidense, uno de los principales clientes de la New London Security Federal Credit Union, quien lo declaró insolvente; Scott Coles, presidente de la entidad crediticia Mortgages Incorporated (Roldán, 2009). Resulta entonces que su riqueza, como la de muchos potentados magnates del mundo, incluyendo seguramente algunos colombianos, resulta ficticia, pues existen como ricos pero en realidad son hueros.

Lo anterior indica a todas luces que lo hoy entendido por riqueza nos resulta una ficción y el sistema que la reproduce un despropósito. ¿Por qué? Veamos.

 

Razón del despropósito

 

El secreto del despropósito supuesto está en el dinero, la principal mercancía, y/o razón única del sistema capitalista, cuya condición actual explica lo anteriormente descrito.

En ese marco, no les falta razón a los abuelos quienes consideran que “antes la plata sí valía”. Quizás sin proponérselo se referían a la época en que el Dinero era una mercancía con valor intrínseco, en cuanto se correspondía al valor que tenía el metal referenciado (oro o plata), es decir, que si una onza (31,10 g) de oro tenía un precio de $ 1.200 y se acuñaba una moneda que contenía una onza de tal metal, la moneda en circulación mantenía el valor intrínseco de $ 1.200. Las monedas acuñadas valían su peso en el metal que eran fundidas, el dinero era tangible, tal como lo consideraban los abuelos.

Pero la ampliación del mercado dio origen al llamado Dinero Signo, integrado por los billetes y monedas, que ya no tienen valor intrínseco, pues su valor se lo otorga la entidad que lo respalda: el Banco Central del país del cual proviene. Se entiende que el valor que le imprime esa entidad al billete no es equivalente al costo del papel sino que se trata de un valor extrínseco al mismo, inicialmente respaldado con reservas de oro u otras monedas extranjeras acumuladas en el Tesoro Nacional.

Pero enseguida el dinero se vuelve aún más intangible, al convertirse en Dinero Fiduciario (de fe) fundado en la creencia (una condición religiosa, por cierto) o confianza entre los sujetos que aceptan la promesa de pago que inspira la autoridad monetaria que lo emite: el Estado. Esta situación pone al descubierto el hecho, que el valor del dinero se corresponde realmente con el poder del Estado, es decir, con su condición política; su imprenta de billetes fácilmente se constituye en la principal fábrica, sino de riqueza, sí, de dinero. Eso nos permite entender por qué el dólar es la moneda referente del mercado mundial, cuyo uso por parte del resto del mundo le rinde réditos económicos y políticos a quien lo emite: los EU; y que su imprenta la consideremos una verdadera industria de punta, que produce, ni más ni menos, que dinero líquido. Esa condición de privilegio de este país la mantiene en medio de la lucha que libra por conservar el poder mundial de su moneda, pese a su alto endeudamiento y déficit fiscal, con países como China con el Yuan y los europeos con el Euro. Disputa que está al centro de la actual crisis financiera mundial que le asiste al capitalismo desde el 2008.

Un poco de historia precisa lo antedicho. Hasta el siglo XIX aún dominaba en el mundo el dinero mercancía como patrón monetario basado en el oro, de forma que cualquier ciudadano podía ir a un banco a solicitar el cambio del papel moneda que poseía en una cantidad de oro equivalente; la crisis del treinta inicia el fin de esa convertibilidad. Al finalizar la II Guerra Mundial los países aliados triunfantes establecieron en Bretton Woods un nuevo sistema financiero según el cual todas las divisas serían convertibles en dólares estadounidenses y solo este dólar sería convertible en oro a razón de 35 dólares por onza para los gobiernos extranjeros. En 1971 Estados Unidos (EU), para paliar la crisis fundamentada en el gasto bélico que le produce la guerra de Vietnam, entre otros, emite dólares disparando en frenesí su fábrica de billetes sin contar con su respaldo en oro, lo que apura a los bancos europeos a convertir sus reservas de dólares en oro, generándole inestabilidad al poder de los estadounidenses. Entonces el presidente Richard Nixon suspende unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro y devalúa su moneda, enterrando en 1973 el tratado de Bretton Woods, en un momento en que toma forma el aumento de los precios del petróleo que a su vez demandan más dólares para su comercialización.

Al devaluar el dólar, los EU descargaban sobre el resto del mundo los costos de su crisis, por la necesidad que tienen los países de hacer sus transacciones comerciales y financieras en el mercado mundial en su moneda, por la que tienen que pagar por su uso, igual que sucede con cualquier mercancía; esta vez, por una mercancía producida con solo el esfuerzo y gasto de la imprenta emisora, y la fe puesta en el poder de los EU. De esa forma, como lo ilustrara el General Francés Charles de Gaulle, los norteamericanos gozaban en asuntos de comercio internacional “de un privilegio excesivo, cual era que podían pagar sus importaciones no con exportaciones de otros bienes u oro, sino con billetes impresos en la imprenta de la Reserva Federal que poco costaba producir o con títulos emitidos (bonos u acciones) por empresas y el Estado norteamericano nominados también en billetes de dólar, impresos al cabo por la imprenta de la Reserva Federal” (Esteve, 2008).

A partir de entonces entra en vigencia el dinero fiduciario propiamente dicho, con el que las autoridades monetarias y Bancos Centrales intervienen en los mercados de divisas con medidas llamadas monetaristas, para suavizar las fluctuaciones especulativas, con el objetivo de mantener a corto plazo la estabilidad de precios, y evitar situaciones hiperinflacionarias, destructoras del valor del dinero, al desaparecer la confianza en el mismo. Esto da origen al llamado Capitalismo de Casino, liderado por el capital financiero, que entra a dominar y determinar el funcionamiento del mismo proceso productivo generador de riqueza, donde la ganancia ahora no será “fruto del sudor de la frente” en la fábrica –como lo creían los viejos liberales tipo Henry Ford–, sino de la especulación en las bolsas de valores, tal como logra su fortuna George Soros (Soros, 2012), demostrando el sistema financiero que es posible obtener más dinero, en menos tiempo y con menos esfuerzo que en el sistema productivo; como que había llegado el capitalismo a la anhelada época del dinero fácil y, el fin del trabajo. Por esa razón el diferencial de rentabilidades entre el ámbito productivo y el ámbito financiero provoca que las empresas prefieran financiarse en los mercados de capitales, emitiendo bonos o acciones, antes que vía préstamos bancarios, así como también que los hogares apuesten por destinar sus ahorros a los mercados bursátiles en vez de mantenerlos en forma de depósitos. De esa manera el capitalismo desnuda en su plenitud al dinero como su principal célula, es decir, como la mercancía absoluta de su sistema, sumiendo al mundo en una economía desatinada. Es este nivel, alcanzado por el desarrollo del sistema capitalista, el que a partir de 1980 se globaliza a través del llamado modelo Neoliberal de desarrollo.

En este orden de ideas, la crisis financiera de los EU –2008–, fue precisamente producto de la danza especulativa de este fetiche dinero fácil, acumulada a intenso imprimir desde el 2001, cuando sus autoridades económicas impulsan una política de bajas tasas de interés, ofreciendo dinero barato a capitalistas y población en general, propiciando que sus deudas crezcan de manera notable. Así, las deudas de la población trabajadora estadounidense, que en 1997 equivalían al 66.1 por ciento del PIB, llegan en el 2007 al 99.9, y la del sector financiero pasa en igual periodo del 63.8 por ciento del PIB al 113.8. Mientras, la deuda total de la economía norteamericana, que representaba el 255.3 por ciento del PIB en 1997 da un salto espectacular diez años después para equivaler al 352.6 por ciento.

Especulación. Ficción. Situación traducida en un desatinado carrusel cuando el sistema bancario y financiero, liberados de las ataduras legales, multiplican los negocios convirtiendo las deudas en títulos comercializables que los lleva a asumir más deuda para comprar más títulos, es decir, se endeudaban para comprar más deuda, aprovechando que en cada compra-venta se obtenían jugosos rendimientos por las elevadas tasas de interés que generaban.

Como en cascada. Inicialmente subieron de valor los inmuebles que adquirían y los intereses estaban bajos, subiendo la contratación de créditos como nunca antes se había visto en la historia de aquel país. Pero a los dos años, los intereses comenzaron a subir de manera ostensible, de tal suerte que el valor de las propiedades resultaba mucho menor que la deuda, en desproporcionado crecimiento. Es entonces cuando millones de hipotecas dejan de pagarse, pues resultaba de mayor alivio que la confiscara el banco, a seguir pagando una deuda que crecía como la espuma, explotando la burbuja especulativa (Muñoz, 2009).

Las primeras entidades financieras en verse afectadas fueron las sociedades hipotecarias y las aseguradoras, pues tuvieron que pagar los miles de seguros que habían contratado ante eventuales riesgos, siguieron las quiebras de los bancos de inversión, pues al servirse de los títulos hipotecarios como garantía financiera y al bajar drásticamente su valor, la ley los obligaba a vender parte de sus activos para reponer la garantía perdida. Como no tenían otra alternativa, tuvieron que vender a precios de remate y eso los llevó a la quiebra. Cayeron: Bear Stearns, Morgan Stanley, Goldman Sachs, Merril Lynch y Lehman Brothers, los bancos de inversión más poderosos de los EU Goldman S. y Morgan S. fueron convertidos en holdings bancarios para estar en condiciones de tomar depósitos de capital y estar protegidos por la Reserva Federal (FED). También colapsa Indy-Mac, otro de los principales bancos hipotecarios que interviene el gobierno; el segundo banco más importante en derrumbarse en la historia de los EU.

Así pues, la burbuja que elevó a dimensiones colosales el capital ficticio, cuya base fue la especulación con los títulos hipotecarios y la guerra financiera, abierta y encubierta, tocó todos los componentes del capital financiero norteamericano y puso a temblar al mundo. La salida de la crisis la intentan a través del Plan de rescate financiero por medio del cual el Estado Norteamericano invierte US$ 700 mil millones de dinero público en la compra a los bancos de sus activos basura, para salvarlos de la quiebra. Un desatino más, pues resulta ser una política que no castiga ni condena a los responsables de la crisis, sino que los favorece pese a su entuerto.

La medida tomada, al tiempo que salva al sistema financiero hunde aún más en el endeudamiento (13.056.275 millones de euros,) y déficit fiscal (déficit de 726.552 millones de euros) la economía de los Estados Unidos. Cuya salida la va a buscar en el poder del dólar, descargando su encrucijada sobre el resto del mundo. No de otra manera puede explicarse su actual reactivación (Franco, 2015), que muestra un dólar fortalecido que le permite frenar de momento los ímpetus hegemonistas de monedas como el Yuan y el Euro, obligándolas, junto a las otras monedas del mundo, a pagar más altos intereses por las deudas y servicios contraprestados en dólares, irónicamente en una moneda de mala fe, de la que va quedando en términos reales solo su cascarón fiduciario, pues día tras día deja de contar con el respaldo real de una economía propia, robusta.

En fin, economía ficticia. Estamos ante un evidente y simbólico despropósito del sistema, soportado, en realidad, sobre un tenebroso poder militar, base real sobre la que soportan y sostienen su poder los Estados Unidos.

Bogotá, abril 21 de 2015

 

Fuentes

Esteve, F. (19 de octubre de 2008). El poder del dólar. Recuperado el 15 de diciembre de 2015, de http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428821-poder-dolar
Franco, I. (2 de febrero de 2015). Perspectivas económicas para el 2015: La fiesta estadounidense. Recuperado el 21 de abril de 2015, de http://www.americaeconomia.com/analisis-opinion/perspectivas-economicas-para-2015-la-fiesta-estadounidense
Muñoz, y. o. (2009). ELEMENTOS PARA ENTENDER LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL. Recuperado el 20 de abril de 2015, de http://www.eumed.net/libros-gratis/2009a/481/burbuja%20especulativa%20y%20el%20estallido%20de%20la%20crisis%20en%20los%20Estados%20Unidos.htm
Roldán, Á. (2009). Hecatombe. Los suicidas de las bolsas. Recuperado el 20 de abril de 2015, de http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2009/691/1231628401.html
Soros, G. (2012). La tormenta financiera. Bogotá: Destino.
Stiglitz, J. (13 de marzo de 2008). La guerra de los tres billones de dólares. Recuperado el 15 de diciembre de 2014

Información adicional

Autor/a: Luis Humberto Hernández
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