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El Papa Francisco, ¿hace una revolución?

El Papa Francisco, ¿hace una revolución?

Las revoluciones en el cruce del desierto

 

El éxodo bíblico1 ocurrió muy seguramente cerca del año 1450 antes de nuestra era y debió de suceder bajo el reinado del faraón Amenhotep II, el séptimo de la dinastía XVIII de Egipto. El hecho es que el pueblo de Israel, con sus distintas tribus, vivía en ese país, muy cerca del delta del Nilo y en calidad de pueblo extraño. Era oprimido con durísimos trabajos y con brutales malos tratos. Un líder muy fuerte y decidido, nombrado en la biblia como Moisés, acaudilló la salida masiva del pueblo con dos propósitos, romper la opresión y establecerse en una tierra de libertad o “tierra de promisión”. La travesía fue larga y penosa hasta llegar a la región de Canaán, entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán, región que hoy corresponde al Estado de Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza.

 

Moisés representaba en los años de peregrinación por el desierto, la ortodoxia, es decir, lo que la oficialidad religiosa consideraba mandato y voluntad de su dios Yahveh. Sin embargo, cuando se empezaba a sentir que algo no funcionaba o que sería mejor de otra forma, cuando sentía que el guía y legislador Moisés se equivocaba y que su equivocación empezaba a imponer cargas innecesarias a los agobiados caminantes, el pueblo se rebelaba y actuaba de otra forma. Moisés, entonces, conciente que las cosas no volverían atrás, asumía pose de legislador, convencido de cuidador del “orden establecido” y, con tono mayestático, declaraba “a partir de hoy manda Yahveh…” y estatuía el cambio como voluntad de Dios y nueva norma. Es apenas normal suponer hoy que el pueblo debía de reírse socarronamente y decirse: “¡cuál Dios, cuál Moisés! ¡Hemos sido nosotros quienes lo hemos hecho!”.

 

Cuando las revoluciones vienen de arriba, por decreto o por golpe de estado, cuando no tienen un pueblo en su base, un pueblo que las haya querido y buscado, que las haya luchado y exigido, es imposible que se sostengan. Una revolución, para que sea digna de su nombre, para que se construya y perdure como tal, debe ser construida por el pueblo que, fatigado de una situación amarga, injusta e indeseada, se rebela y se organiza para hacerla. Así, al menos, en la saga mosaica que acabamos de evocar.

 

Los papas del siglo XX que intentaron revoluciones

 

Saltando siglos y ubicándonos en la segunda mitad del siglo veinte, nos encontramos con tres papas de la iglesia romana que intentaron, el primero iniciar y los otros dos madurar procesos revolucionarios intensos al interior de su propia iglesia2. Juan XXIII, quien había llegado incluso a proponer una reconciliación de la iglesia católica con el socialismo como doctrina –como socialismo utópico– y a encontrar afinidades entre su propuesta de sociedad y las derivadas de las utopías cristianas, propició el gran revolcón que se llamó “Concilio Ecuménico Vaticano II”3 entre 1962 y 1965. Se abrieron las puertas a una gran revolución eclesiástica que continuó Paulo VI a la muerte de su mentor. A pesar de todos los empeños de la curia vaticana por abortar las transformaciones emprendidas por Juan XXIII, Paulo VI las ahondó con valentía y en extrema soledad, las mantuvo y las defendió de los ataques de los centros de poder del mundo entero. A su muerte, Juan Pablo I, el Papa que sólo duró 33 días, pretendió radicalizar aún más lo iniciado: el retorno a la pobreza evangélica, la renuncia a ser un Estado, el divorcio de los grandes centros de poder político del mundo, la alianza estratégica con los empobrecidos de la tierra. Hay pruebas documentales de que fue envenenado. Luego se desató una furibunda contrarreforma que se mantuvo por 35 años y retrocedió lo avanzado a épocas de mayor oscurantismo que el abordado inicialmente. Un Papa polaco, visceralmente anticomunista, y un Papa alemán –que había participado en las juventudes nazis– reversaron a la Iglesia hacia una época entre medieval y barroca4. ¡Tres papas revolucionarios!, los tres boicoteados sistemáticamente, uno asesinado, sus revoluciones reversadas. Una vez más, como en los tiempos del éxodo y de Moisés, la revolución no se hace si no nace desde las bases de un pueblo o de una organización.

 

Para entender la agenda política del papa Francisco

 

Francisco llegó al Vaticano cuando la contrarrevolución marchaba a galope firme y daba señales de instalar a la Iglesia para siempre en las glorias y esplendores del pasado. Cuando el argentino Jorge Mario Bergoglio, una vez elegido, adoptó el nombre de Francisco, se estremeció de susto la anquilosis eclesial. Ese nombre susurraba cosas y evocaba las viejas rebeldías del Francisco del siglo trece, el de Asís, el poeta, pacifista y transgresor.

 

Si uno se atiene a la historia de Bergoglio, nada nuevo habría que esperar de él y de su presidencia de la Iglesia romana. Sus posturas como superior provincial de los jesuitas, como Obispo auxiliar y como Cardenal primado de Buenos Aires frente a las mujeres, el movimiento social, las diversidades sexuales y de género, los sacerdotes apresados por la dictadura, los religiosos en barrios de miseria, la teología de la liberación, los procesos libertarios y liberacionistas del continente, dan fe de un religioso conservador del statu quo político y religioso, centrado puramente en los intereses de la Iglesia como aparato controlador de los cuerpos, las opciones y las conciencias.

 

Si uno se atiene, en cambio, a la sensibilidad humana y espiritual de Francisco -hombre capaz de llorar con los más empobrecidos y enfermos, de oír a la gente triste, abandonada y sola–, y a su simplicidad de vida –hombre de pocas insignias de poder y jerarquía, de predicación sencilla y al alcance de los más humildes, capaz de andar en autobús y en metro como un ciudadano común, de comer y gustar lo que come y gusta la gente del pueblo–, puede esperar de él posturas con fuerza profética y capacidad para desmontar el aparataje imperial y soberbio del Vaticano y sus enclaves pequeños y grandes a lo largo y ancho del mundo. Esto solo contiene, ya de suyo, chispas capaces de incendiar revoluciones.

 

Si uno considera lo que ha pasado con jerarcas de la Iglesia –caso de Hélder Cámara en Brasil, de Oscar Arnulfo Romero en El Salvador y de Gerardo Valencia en Colombia, entre muchísimos otros– que al ser elegidos representaban lo más conservador, intransigente y cerrado de la Iglesia alrededor de proyectos políticos radicalmente de derechas y burgueses, pero que al comenzar a andar con los pueblos pobres asumieron una radical conversión cristiana hacia su proyecto político liberador y hacia sus luchas, queda mucho por esperar de Francisco en la línea de un apoyo decidido y eficiente a las luchas de los pueblos por su dignidad, sus derechos y sus libertades. Al fin y al cabo, nada es rectilíneo en la historia humana ni en la historia de las personas.

 

Francisco ha dado claras señales de una radical conversión a las luchas y búsquedas, aún revolucionarias y estructurales, de los pueblos, desde el momento mismo de su instalación en el máximo poder eclesiástico romano. Leamos algunas de las más sintomáticas: a) Ante los movimientos sociales, en Roma (2014) y en La Paz (2015), el Papa ha reiterado su compromiso y su alegría de ver a la iglesia involucrada plenamente con los movimientos populares porque “Queremos un cambio de estructuras, este sistema ya no se aguanta: no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos, no lo aguanta la tierra”5; b) La encíclica “Laudato sí” –”Alabado seas”–6, toda ella está confeccionada como un análisis estructural del problema ambiental del Planeta, no como un mero problema coyuntural; su análisis desemboca en audaces denuncias al sistema neoliberal de mercado y a los centros de poder imperial que masacran y aniquilan pueblos y la vida misma, convocando a todos los pueblos del mundo a rebelarse activa y organizadamente.

 

Francisco en Cuba y en E.U., ¿con que propósitos?

 

Cuando este periódico se difunda estará en curso o habrá trascurrido la visita a Cuba (19–22 septiembre) y habrá sucedido lo mismo con su visita de seis días a los Estados Unidos (22–27 septiembre) y tendremos balances de ambos eventos. Me aventuro, sin embargo, a unas suposiciones que derivo del comportamiento que ha adoptado el pontífice en sus largos dos años de gobierno de la iglesia católica: a) Se habrá afirmado como hombre de espíritu libre y profundo que anima a la revolución cubana a seguirse construyendo como alternativa frente a la deshumanización del libre mercado; la habrá invitado a la plena acogida de todas las diversidades humanas, incluidas las diversidades religiosas; desde la isla habrá llamado al gobierno de los Estados Unidos a un sincero y efectivo levantamiento del bloqueo, del embargo económico y de todas sus funestas derivaciones contra los derechos humanos. Obviamente, habrá hecho una defensa radical de los derechos humanos amenazados en el mundo entero, sobre todo en los países del que se cree primer mundo. Habrá valorado el socialismo como vía para la racionalización del uso de la tierra, del suelo y del subsuelo y para la garantía de un mundo en equidad y en justicia. Habrá levantado una vez más su voz contra los muchos crímenes que contra la humanidad ha cometido el capitalismo neoliberal depredador y eliminador de la vida; b) En los Estados Unidos, y ante la ONU, habrá repetido los mismos mensajes anteriores y algo más: habrá denunciado la pasión imperialista de los americanos y todas las formas de imperialismo. Se habrá ido lanza en ristre contra el colonialismo en todas sus formas, particularmente contra la colonización de los cuerpos y de los espíritus, de la economía, de la geografía y de la vida. Habrá desenmascarado los consumismos como rostros brutales del despiadado saqueo planetario, como irracionalidad y como evasión de las sendas espirituales del vivir humano.

 

Pero nunca un Papa va a hacer una revolución

 

Como no pudo el viejo Moisés hace 36 siglos, tampoco podrá un Papa solo promover revoluciones en lugar alguno del mundo o de la historia. Tal vez sí, y esto ya es un aporte valiosísimo, un Papa que se decida con audacia a cuestionar los aparatos de poder, las hegemonías capitalistas y las omnipotencias del mercado, a señalar nuevos caminos para la fe, a convocar a los pueblos a la unidad y a despertar conciencia crítica, vigilante y participante en sus feligresías del mundo, podrá promover revoluciones aplazadas y urgentes por distintos lados del Planeta. Queda claro que un Papa a solas no hará una revolución ni siquiera en su propia casa –allá donde se cree que él manda más–, pero puede, si pone su poder simbólico al servicio de esa causa, promover e impulsar el milagro político-religioso de las nuevas alianzas entre cristianos, otros creyentes, movimientos sociales de base y movimientos políticos revolucionarios.

 


 

* Animador de Comunión sin fronteras – [email protected]
1 El libro del Éxodo es el segundo de la Biblia cristiana y forma parte del llamado Antiguo Testamento. Es una saga que recoge distintos momentos del pueblo de Israel en su cruce del desierto hacia tierras de libertad, historia que se da, según “el libro de libros”, en un período de cuarenta años.
2 Juan XXIII, papa entre 1958–1963; Paulo VI, entre 1963–1978; Juan Pablo I, un mes del año 1978.
3 Un concilio ecuménico es una asamblea magna de la iglesia católica que, convocado por el Papa, reúne a todos los obispos del orbe alrededor de asuntos conexos con el derecho eclesiástico, con los dogmas y sus interpretaciones, con sus posturas morales y/o con sus prácticas litúrgicas
4 Juan Pablo II gobernó entre 1978 y 2005; Benedicto XVI, entre 2005 y 2013.
5 Papa Francisco en La Paz, Bolivia, frente a los movimientos sociales, Julio de 2015.
6 El título “Laudato sí” es tomado del “Cántico de las criaturas” de San Francisco de Asís que en su original italiano empieza “Laudato sí, mi signore – Alabado seas, mi Señor”.

Información adicional

Autor/a: ANCÍZAR CADAVID RESTREPO*
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