Guerra y ríos de sangre: ¿Un destino sin remedio?

En su Oración por la paz, el 7 de febrero de 1948, Gaitán dijo: “[…] no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.” Ahora, ante el 9 de abril de 2024, su metáfora: “navegar sobre ríos de sangre”, da cuenta precisa de cuánto nos ha sucedido.

Pero la metáfora también sintetizaba lo sucedido a quienes escuchaban sus palabras en ese momento. La formación de la sociedad colombiana tiene en la gesta de la Invasión/Conquista, y en la consolidación de la Colonia sus antecedentes más remotos. Las guerras de independencia y su prolongación en las guerras civiles del siglo XIX, eran los recuerdos históricos inmediatos de Gaitán y de quienes lo seguían. El recorrido histórico había estado efectivamente teñido por ríos de sangre, y lo terrible era que ese modo violento de actuar podía mantenerse.

Pero lo que en la conciencia colectiva de los colombianos pertenecía a una tradición propia, lo que podría denominarse nuestra excepcionalidad criolla, entró con el asesinato de Gaitán en la corriente general de los “ríos de sangre” que tiñeron el planeta durante la llamada Guerra Fría.

Los acontecimientos del 9 de abril de 1948, fueron considerados como una de las primeras manifestaciones de la Guerra Fría entre capitalismo y socialismo. Así, la condición aldeana de los colombianos se evaporó súbitamente: la aldea era todo el planeta. Esta evidencia quedó finalmente confirmada cuando la URSS puso en órbita un satélite de comunicaciones en el año de 1957.

La explosión de la tecnología de construcción y puesta en órbita de satélites de comunicación colocó los referentes perceptivos de nuestra existencia en un orden que sintetizó el canadiense Marshal M’Luhan al decir que vivíamos en una aldea global. En ella los habitantes ya no actuábamos como guerreros por el capitalismo o por el socialismo. La tesis del fin de la historia comenzó a perfilarse. Surgió la idea de la convergencia de lo que hasta ese momento se consideraban dos tipos de sociedad. Lo que había acontecido en el antiguo imperio zarista no era la construcción de una sociedad socialista sino un modo específico de capitalismo de Estado. La diferencia entre los dos tipos de capitalismo descansaba en la experiencia del consumidor. Mientras en la URSS la gente se aburría consumiendo poco, en Occidente la gente se aburría consumiendo de modo abundante.

Pero un peligro inesperado comenzó a gravitar sobre la sociedad capitalista “occidental”: ante la falta de sentido de la pulsión consumista, la juventud optó por la experimentación de los estados alterados de conciencia gracias a las sustancias psicotrópicas. El presidente Nixón (1968-1972) decidió enfrentar ese peligro organizando la que llamó guerra contra las drogas.

Esos acontecimientos pusieron a la sociedad colombiana en el centro de esa confrontación. Las condiciones culturales, geográficas y climáticas hicieron de los cultivo, primero de la marihuana y luego de la hoja de coca y de su procesamiento, uno de los negocios globales más rentables. Esas condiciones sirvieron de premisa al surgimiento de los carteles de la droga y de empresarios exitosos como los hermanos Rodríguez Orejuela, la familia Ochoa Vélez y Pablo Escobar.

Mientras así sucedía, las condiciones de la existencia del capitalismo planetario alcanzaron un punto de inflexión en la década del 70 con la invención del computador personal. Al iniciarse la década de los noventa se creó la WEB (la red). Tim Berners Lee quien la imaginó, contó el proceso de su constitución en el libro “Tejiendo la Red” (Weaving the Web, Ed. Harper, 1999). Con la Web la sociedad planetaria, además de imponerse a la conciencia inmediata como una aldea, comenzó a ser experimentada en el modo de un gran salón de intercambios y comunicaciones.

Al comenzar la década de los 90, en la aldea global lo dominante era el capitalismo y la idea del fin de la historia. Así la sociedad colombiana comenzó esa década final del siglo XX con una paz parcelada, una nueva Constitución y con el peso de una confrontación militar que nos remitía al asesinato de Gaitán y a los desarrollos derivados de la guerra contra las drogas.

En Colombia siempre hemos estado navegando “sobre ríos de sangre”, y este “destino inexorable” ahora puede abordarse como una experiencia a superar. El acuerdo logrado en La Habana en el año 2016, después de arduas negociaciones con los jefes de las Farc, permite pensar y obrar orientados por el proyecto de construir una sociedad en paz. Ese acuerdo fue reconocido con simpatía por nuestros vecinos y la comunidad planetaria.

Pero en esos años hubo dirigentes y partidos que consideraron inadmisible tal opción. Quienes militan en el Centro Democrático y siguen las órdenes de Álvaro Uribe Vélez, asumen como imposible que pueda torcerse el destino. Cuando Laureano Gómez en frase lapidaria dijo: “somos briznas en las manos de Dios”, era fiel a esa tradición. En ella, la historia de la sociedad es la escritura de un Dios cuyos designios son inescrutables. En este modo de interpretar la experiencia humana, no hay nada nuevo bajo el inclemente trepidar atómico de la combustión solar. La violencia que padecemos desde la época de la Conquista se mantendrá sin remedio.

Pero un campo nuevo de opciones ha surgido gracias al actual presidente de la Republica (2022-2026) Gustavo Petro. El Presidente ha puesto en marcha la iniciativa de una Paz Total para Colombia. Esta obra común tiene un antecedente fundamental: el acuerdo de La Habana. Ya se están cumpliendo dos años desde el inicio del mandato y la propuesta ha sufrido vicisitudes de todo tipo.

Ahora podemos plantearnos el siguiente interrogante: ¿Si el asesinato de Gaitán fue un acontecimiento interpretado a la luz de la naciente Guerra Fría, por qué hoy, cuando esa Guerra fue cancelada pacíficamente por la mediación de procesos tecno-culturales complejos, el destino inexorable de los colombianos deba seguir siendo “navegar sobre ríos de sangre”? Nuestra trágica experiencia no tiene por qué prolongarse como un destino irremediable. Es ya un tópico de nuestra cultura evocar las palabras finales de “Cien años de soledad”, a propósito de las estirpes sin segundas oportunidades sobre la Tierra. Seguir en lo mismo, en beneficio de los mismos, ya no es una condena.

Hoy podemos adelantar el debate en términos del fin de la historia, como la hemos padecido, y el comienzo de una experiencia histórica liberadora en la que la actividad organizada y el compromiso de quienes mantienen la sociedad con su trabajo pueden convertir en dominante el proyecto de construir una Colombia en paz.

Suscríbase

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=susc

Información adicional

Autor/a: Gonzalo Arcila Ramírez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°312, 18 de abril - 18 de mayo de 2024

Leave a Reply

Your email address will not be published.