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Paso decisivo en la brega por la verdad

Así como en nuestro país suceden hechos monstruosos, que se repiten con siniestra periodicidad por provenir de un caldo de cultivo que los engendra sistemáticamente y hieren nuestra fe en un porvenir de luz enraizado en las dimensiones humanas que nos hermanan con lo divino, también se conocen hechos fundacionales de un nuevo orden de justicia, enraizados en la tenacidad incontenible de pequeñas comunidades fusionadas en torno a una necesidad de verdad, en la que va la vida. Estos acontecimientos siembran un porvenir alterno al devenir imperante porque son bálsamo y principio de curación de desgarramientos que se han convertido en clamor imprescriptible de justicia e insometible cuestionamiento de los poderes erigidos sobre el crimen.

El pasado 9 de agosto, al finalizar la tarde, tuvo lugar una ceremonia cargada de honda emoción compartida por los asistentes y sin precedentes en la luctuosa historia de una nación sometida a una impunidad secular, que ha servido para reproducir el crimen como método de poder: el gobierno nacional, en cabeza del ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, en cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de Justicia emitida el 26 de mayo del 2010, y divulgada el 23 de junio del mismo año, pidió perdón por su responsabilidad en el asesinato de Manuel Cepeda Vargas, cometido por agentes estatales en complicidad con integrantes del paramilitarismo.

Tuvieron que transcurrir 6.130 días de una ardua batalla que significó múltiples amenazas y el exilio sobre los principales investigadores, para alcanzar una expresión institucional de justicia. Y tuvieron que pasar 440 días para cumplir con lo ordenado por la sentencia de la Corte Interamericana de Justicia porque el anterior gobierno, antes que cumplir con lo ordenado, añadió nuevos agravios a las víctimas. La sentencia y la ceremonia de petición de perdón por parte del Estado colombiano albergan múltiples y profundos significados, que resulta importante considerar.

En primer lugar, es un paso decisivo hacia la verdad sobre el pasado que nos constituye y que permanece ignorado como resultado de un maquiavélico proceso de olvido y confusión inducido desde los centros de poder, herederos del exterminio y la impunidad. Un día será posible pasar la página de un tiempo infame. Será el día en que la verdad resplandezca sobre el itinerario de horror no ajeno a una alianza que reunió los beneficios de un sector de las corporaciones de la alianza atlántica y su representación política y militar, con la mirada de quienes están dominados por un entendimiento de la guerra contrainsurgente que se inspira en la doctrina de la seguridad nacional, con una noción del ‘enemigo interno’ extendida a la oposición política, la defensa de los derechos humanos y la población no funcional a los megaproyectos, y los dividendos de quienes perciben las ganancias tentaculares de un poderoso sector del narcotráfico y el lavado internacional de activos.

Ese día podremos pasar la página de un tiempo infame en el que la acumulación vertiginosa de dinero, poder y brillo mediático fueron considerados como objetivos supremos de la existencia para justificar que se enmudeciera un pueblo a punta de espanto; de cercenar una expresión política dotada de un ideario de soberanía, defensa de la vida, dignidad de los olvidados; de desencadenar una pavorosa dinámica de degradación moral que atentó contra las dimensiones más sagradas de la vida colectiva.

El sacerdote Javier Giraldo, que ha consagrado su vida a la valerosa denuncia y la memoria del exterminio sistemático de la organización popular y de las voces independientes que se han levantado contra la ignominia, sintetizó así la magnitud de lo que está por comprenderse: “Pienso que si esto se hiciera frente a las víctimas del Estado, no bastaría el tiempo. Si todos los días se hiciera una ceremonia similar, no pasarían años sino décadas”.

En segundo lugar, la sentencia y la ceremonia de perdón significan el aliento de un primer acto de justicia internacional que ha sido fruto de la extraordinaria perseverancia de la verdad inerme y la luz de la conciencia, frente a un poderoso entramado criminal que, hasta ahora, ha logrado mantener la impunidad y la ignorancia sobre su existencia, sus pérfidos métodos y sus sobrecogedores alcances.

En este sentido, la sentencia y el ceremonial también son un potente llamado al ejercicio ético del Derecho en todas sus fases: desde la de cada día y cada noche con la imperceptible y definitiva labor esclarecedora en las aulas donde se forman los juristas, quienes pueden permanecer al margen o acompañar la búsqueda de una justicia que es paz; hasta la que acontece con la decisiva tarea del más humilde de los abogados y los jueces, y el quehacer de las más altas corporaciones encargadas de la sagrada tarea de impartir justicia, comprendiendo el fondo de los asuntos que se someten a su escrutinio y evitando el privilegio de los formalismos que sirven para soslayar la justicia y reeditar el imperio del abuso de quienes fundan su poder en la fuerza criminal.

“La ejecución de Manuel Cepeda debe vincularse con otros casos en situación similar, como los asesinatos, hostigamientos y amenazas de otros líderes, representantes e incluso candidatos presidenciales de la UP”, señaló la Corte Interamericana, sosteniendo que “ver los árboles pero no el bosque es una fórmula de impunidad”.

La impunidad del asesinato de Cepeda fue “propiciada y tolerada por el conjunto de investigaciones que no han sido coherentes entre sí ni suficientes para un debido esclarecimiento de los hechos”, señaló la Corte sobre el proceso disciplinario, dos procesos contencioso-administrativos y una investigación penal que se desarrollaron en Colombia sobre la muerte de Manuel Cepeda (1).

En la ceremonia de petición de perdón del gobierno colombiano fueron sentidos y reiterados los reconocimientos públicos al Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, al Centro Internacional para la Justicia y al Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, que lograron –enfrentando toda suerte de amenazas y obstáculos– la hazaña de alcanzar un fallo judicial internacional que venció el manto de impunidad y el infame proceso de estigmatización de la memoria de un hombre que –con su inteligencia y su sensibilidad, su pluma y su voz– defendió la vida y la dignidad de los humildes de Colombia, pronunció con entereza las verdades que al poder no le gusta escuchar porque revelaban su origen espurio y sus métodos inicuos, y se mantuvo en su trinchera de ideas a pesar de conocer y advertir, el 19 de octubre de 1993, sobre la existencia del ‘plan golpe de gracia’ dirigido a exterminar la dirigencia de la Unión Patriótica y el Partido Comunista.
Por último, podemos afirmar que la sentencia y la ceremonia de perdón tienen significados valiosos para alcanzar un día un proceso genuino de paz en Colombia. La dimensión del perdón sincero forma parte de la ardua y compleja tarea de siembra conjunta de la paz. Junto al Perdón está la necesidad de Verdad, y de un movimiento que incorpore la justicia en la vida cotidiana y cree un campo para abrir la conciencia a los horrores causados y la posibilidad de laborar reparando lo que puede ser reparado. La paz genuina va más allá del fin del conflicto armado. Está vinculada con un clamor y una conquista colectiva, con un proceso de curación espiritual, y con un vasto y sostenido proceso de aprendizaje que enseñe cómo alcanzarla y cómo sostenerla.

Iván Cepeda, al ser preguntado por Alfredo Molano sobre la petición de perdón que hizo el gobierno del presidente Santos, señaló: “Pide perdón porque se lo han ordenado, aunque pudiera negarse, como lo hizo el gobierno anterior. Ante ese hecho, hemos considerado aceptar esa petición. Pero si se me pregunta si he perdonado a los asesinos directos de mi padre, diría que no: nadie me ha pedido perdón, ni los generales ni los señores que alentaron a Carlos Castaño. El señor Don Berna me pidió perdón en la cárcel de Nueva York y le dije que podría hacerlo cuando haya verdad en el caso de mi padre. No me niego al perdón, porque puede tener un mensaje político y ético, pero no de manera incondicional y gratuita. Las víctimas no tienen más que su dignidad, y por eso hay que saber en qué momentos tiene sentido cada acto. Creo que el pasado 9 de agosto tuvo sentido… creo (2).

Y en la ceremonia de perdón celebrada en el salón elíptico del Congreso de la República, el mismo espacio sagrado donde Manuel Cepeda ejerció el poder de la conciencia y la expresión, Iván Cepeda cerró su intervención con estas palabras:
“Acepto este acto de reconocimiento de responsabilidad como un acto de esperanza de que es posible que entre todos construyamos la paz en Colombia, fundada en la Democracia y en la Justicia. Es importante pedir perdón y perdonar, pero más importante aún es trabajar para que en nuestra patria no se vuelvan a cometer crímenes que obliguen al Estado colombiano a pedir perdón, y a las víctimas a perdonar. ‘Nos creíamos inmortales, pero sopló el viento’, decía mi padre en un escrito póstumo dedicado a mi madre Yira Castro y recordando a muchos de sus colegas y compañeros inmolados. Las víctimas del genocidio contra la Unión Patriótica no han muerto. Vivirán por siempre en la memoria de nuestra sociedad. Su vida, como lo demuestra este acto, no pudo destruirla la impunidad (3).

1         Puntadas de la Corte Interamericana en caso Cepeda. Por Constanza Vieira http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=95749.
2         Reflexión sobre el perdón, por Alfredo Molano Jimeno.
        http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articulo-291612-reflexion-sobre-el-perdon.
3         http://ivan-cepeda.blogspot.com/.

Información adicional

Ceremonia de petición de perdón del gobierno de Colombia por el asesinato de Manuel Cepeda Vargas
Autor/a: Héctor José Arenas A,
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