El fracaso de su experimento ultra-neoliberal fue tan rotundo que ella misma se vio obligada a admitirlo en las puertas de 10 Downing Street.
Desde Londres
Liz “la breve” Truss se convirtió en la primera ministra que menos duró en su cargo en la larga historia de este país: 45 días. El fracaso de su experimento ultra-neoliberal fue tan rotundo que ella misma se vio obligada a admitirlo en las puertas de 10 Downing Street. “Asumí en un momento de gran inestabilidad económica e internacional con una visión de país de bajos impuestos, alto crecimiento que podía aprovechar las ventajas que nos daba el Brexit. Pero reconozco que dada la situación no puedo cumplir con este mandato”, dijo Truss.
Liz “la breve” tendrán muy pronto un doblete en el Libro de Record de Guinnes: el interinato más corto de la historia, una semana. En este período, según dijo la ahora primer ministro en funciones, los diputados conservadores elegirán a un nuevo líder partidario que, automáticamente, se convertirá en primer ministro.
Encontrar a un reemplazante que conforme a las distintas tribus conservadores, que siguen creciendo y ramificándose con la crisis, no será fácil. A río revuelto ganancia de pescadores, tanto que hasta el ex primer ministro Boris Johnson estaría por anunciar su deseo de asumir el cargo. O habría que decir en medio del caos, reasumirlo, como si se hubiera tomado unas breves vacaciones para contemplar la tragicomedia en que se embarcaba su reemplazante (que había sido su canciller y favorita para sustituirlo).
En un intento de introducir cierta expeditiva racionalidad, Graham Brady, jefe del comité 1922, que representa a los parlamentarios Torys, señaló que para aspirar al cargo se necesitará el respaldo de 100 diputados. Con 357 en total, esto posibilitaría la entrada de tres postulantes, incluido Johnson. En junio el mismo partido parlamentario liderado por Brady le sacó la tarjeta roja al rubio flequilludo después de la saga interminable de escándalos del Partygate (más de 100 fiestas en 10 Downing Street durante la pandemia), el alza del costo de la vida y una flagrante incompetencia.
Con este cambalache, no sorprende que la oposición haya salido sin excepción a exigir elecciones generales. “Los conservadores se han convertido en una broma andante. No se puede seguir así. Es hora de tener una elección general”, dijo el diputado laborista Rushanara Ali. En el mismo sentido se manifestaron los liberal-demócratas, los autonomistas galeses, la diputada verde y los nacionalistas escoceses que están viendo la oportunidad de sus vidas para impulsar un nuevo referendo sobre su independencia de estos ingleses díscolos y desmadrados.
El sube y baja de los mercados duró buena parte del día, pero se estabilizó a mediados de la tarde. La libra ganó un centavo respecto al dólar, las acciones de las 100 empresas más grandes quedaron al alza y el costo de los bonos soberanos disminuyó. La pregunta es si esta leve recuperación sobrevivirá al proceso de elección que debería concluir el jueves o viernes próximos. En el actual Reino Unido siete días son una eternidad.
¿Quién gobierna o cómo organizar el caos?
En menos de una semana renunciaron la primer ministra, el ministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng y la de interior, Suella Baverman.
Entre septiembre y octubre el Reino Unido acumulará tres primeros ministros: Boris Johnson, su reemplazante Liz Truss que asumió en septiembre y quien reemplace a Truss la semana próxima. Si uno empieza la cuenta desde el referendo sobre el Brexit en 2016 son cinco ocupantes de 10 Downing Street en seis años: se agregan a la lista David Cameron y Theresa May.
Este año ha habido cuatro ministros de finanzas. En caso de que los conservadores logren formar una suerte de coalición entre sus distintas tribus repartiendo ministerios y secretarías de estado, Jeremy Hunt podría seguir en el cargo.
Hunt dio marcha atrás con casi todas las medidas del presupuesto que constituían el corazón del programa económico de Truss-Kwarteng y consiguió una relativa calma de los mercados. La promesa de un aumento del gasto para contrarrestar la crisis energética global se redujo a una ayuda para los próximos seis meses por menos de la mitad del costo total inicial. La colosal reducción impositiva para los ricos y las corporaciones del experimento Truss-Kwarteng fue también cercenado. Aún así queda un agujero de 40 mil millones de libras.
Habrá que ver si Hunt se conforma con ese cargo o apuesta a la “tercera es la vencida” después de haber buscado que lo eligieran para el puesto en las dos últimas elecciones: las que encaramaron a Johnson y las que luego lo sustituyeron por Truss. A pesar de ser un neo-thatcherista, es considerado por muchos del partido demasiado centrista, pero cuenta a su favor con que su nombramiento el viernes pasado como ministro de finanzas bajó un poco la fiebre de los mercados.
Sea quien sea el ministro de finanzas, tendrá que presentar el 31 de octubre el nuevo presupuesto con un plan financiero a mediano plazo para convencer a los mercados de que la deuda del Reino Unido (100% del PBI) es sostenible en el tiempo. ¿Se calmarán las tribus conservadoras frente al abismo o seguirán guerreando?
Cambiar las reglas
El otro gravísimo problema que tendrá el gobierno es su falta de legitimidad. En las elecciones de diciembre de 2019 Boris Johnson obtuvo una mayoría aplastante en el parlamento: un mandato claro para su programa pro-Brexit.
A Liz Truss la eligieron en septiembre luego de cinco rondas de votación de los diputados conservadores y el voto final de los dos candidatos con más apoyo parlamentario que se dirimió entre los miembros del Partido Conservador, unas 160 mil almas.
Los diputados conservadores prefirieron a Rishi Sunak, un thatcherista medianamente sensato, ex ministro de finanzas de Boris Johnson y “Brutus” de la defenestración del ex primer ministro. El Partido, en cambio, se decantó por las promesas de Truss que hacían soñar a los conservadores con los años de oro de Margaret Thatcher en los 80. En resumen solo un 0,52 porciento de la población británica coronó a Truss que, con ese ínfimo mandato, se embarcó en el experimento económico-social más desbocado de las últimas décadas.
Ahora, en medio de una crisis vertiginosa, Graham Brady, el jede del comité 1922, cambió las reglas internas para la elección de líder partidario. En nombre de la urgencia, solo votarán los legisladores: los miembros del partido no tendrán ni voz ni voto. Entre los mismos conservadores ya aparecieron airadas voces en contra de este cambio. Nadine Norries, una de las más firmes aliadas de Boris Johnson, dijo que no iba a permitir esta suerte de “coronación” de un nuevo líder.
En medio de un país revuelto, de huelgas, aumento del costo de la vida y crisis energética con apagones esperados para el crudo invierno que está a un paso, el nuevo gobierno tendrá un mandato exiguo y debatible: cada medida que anuncie, será rechazada por escasa o nula legitimidad.
Este jueves quedará grabado en la historia. Como en un guión de película demasiado obvio, el día comenzó con tormenta, se calmó para el momento en que Truss hizo su anuncio y salió el sol después. Pero el clima británico se caracteriza por su diaria imprevisibilidad: nubarrones, vientos y tormentas aparecen en cualquier momento. Una sola cosa es clara e inevitable: se viene el invierno. Y será mucho más fulero que el de los últimos años.
Liz Truss: fracaso neoliberal
Editorial diario La Jornada, México
Lo que ocurre una primera vez como tragedia suele repetirse como farsa. Entre 1979 y 1990, la primera ministra conservadora Margaret Thatcher encabezó la triunfante embestida neoliberal contra el estado de bienestar, destrozó a los sindicatos e instaló una duradera hegemonía del individualismo extremo, el culto a las corporaciones, el consumismo voraz y la ruptura de la solidaridad social más elemental. Tres décadas después, Liz Truss escaló los peldaños del poder mediante una identificación discursiva e incluso iconográfica con esa deidad del panteón de la ultraderecha, a tal punto que se hizo retratar en poses y escenarios calcados de algunas de las fotografías más famosas de Thatcher, además de imitar su estilo de vestir al presentarse a debates televisados.
Sin embargo, mientras la llamada Dama de Hierro logró imponer su agenda sin reparar en los métodos y arrollar (no pocas veces, con lujo de violencia) a la oposición, Truss se vio obligada a dimitir apenas 45 días después de que la fallecida monarca Isabel II le encargase la formación del gobierno, con lo que se convirtió en la premier más efímera de toda la historia británica. Como sucesora de un adicto al escándalo como Boris Johnson, de Truss se esperaba seriedad y estabilidad para recomponer simultáneamente la credibilidad política de su partido y una economía vapuleada por la inflación, la descontrolada alza de precios de los energéticos y los sobresaltos del Brexit. Pero a sólo 18 días de haber llegado a Downing Street (y con el luto por la muerte de la reina en medio) presentó un paquete fiscal que dinamitó la confianza de los grandes capitales, el ya precario respaldo popular a su mandato y el delicado acuerdo entre sus correligionarios que le había permitido auparse al poder.
Días antes de hacer pública su renuncia, la ex ministra de Justicia y de Exteriores ya había aniquilado su trayectoria política al despedir a su encargado de Finanzas, Kwasi Kwarteng, con quien mantenía una estrecha afinidad ideológica, y aceptar como remplazo a su rival en la carrera por el liderazgo conservador, Jeremy Hunt. A horas de asumir, éste anunció la cancelación de la práctica totalidad del programa económico de Truss en una serie de declaraciones en las que los eufemismos y el lenguaje diplomático no bastaron para disimular la humillación proferida a quien fue calificada por la prensa de primera ministra honoraria por la evidente pérdida de control sobre su propio gabinete.
El más polémico punto del malhadado plan de Truss y Kwarteng para “reactivar” la segunda mayor economía de Europa fue un recorte de impuestos a quienes perciben ingresos superiores a 150 mil libras anuales (alrededor de 3 millones 400 mil pesos). Esta idea enardeció simultáneamente a los mercados (preocupados porque el regalo a los más pudientes desencadenase una nueva crisis de deuda pública) y a los ciudadanos de a pie, quienes se sintieron insultados por tal “estímulo” en momentos en que miles de hogares deben optar entre comprar comida o pagar la factura de la electricidad.
La vertiginosa caída de la oxoniense corrobora la decadencia del Partido Conservador, pero, sobre todo, el nivel de fanatismo y dogmatismo alcanzado por los adeptos del credo neoliberal: se empeñó en aplicar las fórmulas de Von Hayek y sus herederos intelectuales con tanta insensibilidad y ceguera hacia el funcionamiento real de la economía que incluso los omnipotentes “mercados” (es decir, el poder fáctico conformado por los ultrarricos) le dieron la espalda. Truss constituye un ejemplo extremo y, por lo mismo, iluminador, del carácter ideológico del neoliberalismo, y su fracaso supone una llamada de atención para académicos, políticos y formadores de opinión que porfían en defender un modelo caduco, sumamente dañino y a todas luces contraproducente, tanto para las perspectivas económicas de las grandes mayorías como para la supervivencia de las democracias de inspiración occidental.
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