Notas sobre la huelga universitaria que adelantan los estudiantes de la Universidad Distrital en defensa de una educación digna.
Hace un par de semanas un olor a humo permea a la Universidad Distrital de Bogotá. El olor es tan fuerte que por momentos llega a mitigar el olor a orina que caracteriza a la planta baja de la sede Macarena A. Por otro lado la densidad del humo hace difícil ver las grietas y la humedad de la planta física, y la falta de oxigenación cerebral, causada por la ingesta de hollín, afecta la capacidad de raciocinio de muchos integrantes de la comunidad educativa, teniendo estos graves consecuencias en su rendimiento académico. Los estudiantes no tienen que lidiar solo con el hambre y el cansancio generales en cada cierre de semestre sino también con el enrarecimiento del aire.
Ante la peculiar situación, la primera teoría fue que el “campus” universitario sufría de un incendio interno, imperceptible a la vista. La gente especulaba que el fuego se esparcía por dentro de las paredes, quizás por ello eran las fallas de la energía eléctrica y la conectividad. Un escenario posible en una institución donde cada tanto llueven escombros. Sin embargo, después de una eficaz respuesta institucional ante la incógnita, la administración determinó que este no era el caso, el humo venía de otras partes, eran otros los responsables, las oleadas de humo eran causadas por “una minoría de estudiantes”, según palabras de las directivas.
Al seguir las corrientes de aire, el rector Giovanny Tarazona, se encontró con que el humo venía de hogueras artesanales que sostenían canelazos, ollas comunitarias, huelgas, tomas y tropeles. El fuego era usado para cocinar alimentos en las jornadas de difusión y en las asambleas o para resistir a los gases lacrimógenos causados por los cuerpos policiales en los escenarios de confrontación; en el marco del reciente levantamiento estudiantil en contra de la imposición arbitraria de una reforma curricular.
Dejando atrás lo que desafortunadamente no es una narrativa fantástica, situémonos en la coyuntura actual. El descontento es algo común en la Distri. Las condiciones paupérrimas de la planta física, la falta de recursos para salidas de campo e investigación y la evidente corrupción arraigada en las esferas de poder de la institución son solo algunas de las razones que dan pie a la inconformidad y el enojo. A pesar de esto, el movimiento estudiantil no había logrado superar el reflujo posterior a la pandemia, hasta la aparición del proyecto de reforma curricular adelantando desde la vicerrectoría académica encabezada por Mirna Jiron.
La intención de imponer una reforma curricular sin la participación de todos los actores educativos y desarticulada del proceso de reforma al estatuto general, resultado de una disputa histórica por democratizar la toma de decisiones en la universidad, terminó siendo un impulso para volver a posicionar la necesidad de enfrentar el modelo clientelista que edifica la estructura administrativa de la universidad.
La reforma curricular en líneas generales se propone reglamentar los ejes de internalización del currículum, el de plurilingüismo y la multi titulación en miras de flexibilizar la estructura curricular, proyectando la virtualización parcial de las mallas curriculares. El descontento no recae en si sobre los ejes temáticos que se pretenden incidir sino sobre la nula participación de profesores y estudiantes que tuvo la construcción de la propuesta, el evidente afán por aprobar y su desconexión con la reforma al estatuto general que se adelanta desde hace un par de meses, que necesariamente debe ir de la mano con la estructura curricular de la universidad.
De tal forma, la reunión progresiva de pequeñas partes del estudiantado preocupadas por la situación, el restablecimiento de espacios asamblearios y de reflexión colectiva y la puesta en marcha de acciones de hecho, dio pie a una esporádica huelga estudiantil que frenó la actividad académica en las sedes y se decantó por tomarse la sede Aduanilla de Paiba de la universidad, donde se adelantan gran parte de las funciones administrativas, como mecanismo de presión para frenar la reforma. Sí, “la minoría de estudiantes” logró un cese total de actividades por lo menos de dos semanas y la toma de la sede central que continúa hasta hoy día.
Ante la innegable movilización estudiantil, las administrativas vienen adelantando una campaña mediática que no se aleja mucho de las estrategias utilizadas por estados totalitarios cuando se sienten amenazados. Las declaraciones del cuerpo administrativo apuntalan mensajes similares a los que se usan comúnmente en contra de los movimientos sociales, el rector es enfático en señalar que es una minoría la que se opone a la reforma y se moviliza en contra de ella, dice que el movimiento no tiene sustento, ni argumentos y que las acciones realizadas son desproporcionadas y violentas.
La intención es clara, la administración pretende crear un enemigo interno, perfilar liderazgos y dilatar la discusión hasta desarticular a los estudiantes. Incluso se atrevieron a amenazar con la no realización de las ceremonias de grados aludiendo a argumentos rebuscados y desconociendo la disposición de los estudiantes a realizar la gestión necesaria para que las ceremonias se pudiesen dar.
Afortunadamente la comunidad universitaria no es ingenua y por el contrario el debate de cómo construir una universidad vinculante, democrática y con condiciones dignas para el desarrollo de sus fines misionales, toma cada día más protagonismo. Las amplias asambleas biestamentarias de proyectos y facultades son evidencia de esto.
En estos momentos, la toma de Paiba cumple 10 días. Sus exigencias son esencialmente dos, primero que se baje el proyecto de reforma curricular y segundo que no haya represalias contra los estudiantes que se movilizaron activamente. Las paredes de paiba son memoria viva de un estudiantado cansado de estudiar entre la miseria y la precarización, las consignas en las marchas son un reclamo certero que no se escuchaba desde el 2019 y las asambleas son semilla de una generación que rechaza el hecho de no ser tenida en cuenta.
El futuro de la toma en Paiba y en general el horizonte del movimiento es incierto. Lo que parece claro es que este momento es la antesala a una disputa más profunda para el próximo semestre, por lo que tendremos que acostumbrarnos al olor a humo y hacer lo necesario para hacer de la Universidad Distrital un hogar del tamaño de nuestras convicciones.
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