Religión y falocracia, legitimación de la violencia sexual

La plaza de San Pedro es un espacio reconocido por la Unesco como patrimonio de la humanidad, dicho reconocimiento representa la importancia arquitectónica y cultural que tiene este lugar, sin ponderar al momento de tomar tal determinación otros aspectos ligados a la memoria de la humanidad, su cultura, el papel jugado por la Iglesia en todo ello, etcétera.

Es por ello que, sin dejar de lado lo definido por la Unesco, es necesario analizar a profundidad el papel que cumple el pasado y el presente de una Iglesia que se ha configurado como un espacio de fe y razón que moraliza al ser humano y lo eleva desde su ethos a un mejor vivir en el más allá, partiendo de la humildad y un principio de aparente hermandad entre sus miembros.

Al entrar a la Plaza, en su zona central, se eleva como una señal de falocracia un obelisco que no sólo representa el pasado imperial romano, sino que también cumple la función de señalar la más grande muestra de sincretismo buscando resignificar el trabajo esclavo egipcio, uniéndolo al trabajo esclavo europeo. Así, la dominación de una Iglesia que se extendió por el mundo a sangre y fuego puede ser vista en su estética arquitectónica y en los elementos de los que ha hecho uso durante siglos para convencer, dominar y en múltiples situaciones para eliminar al adversario y al crítico.

En Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Karl Marx plantea que la crítica de la religión representa una reflexión de aquello que se considera sagrado e ideal en la realidad humana; así, eleva la labor realizada por Lutero, considerando dicho acto de protesta como una liberación y una revaluación de aquello que significa creer ciegamente. Una valoración que no crítica ni desprecia los múltiples elementos religiosos presentes en la sociedad; la misma que, en aparente ceguera, permite el continuismo de una fe que carece absolutamente de razón.

Ahora bien, dado dicho contexto, veamos la falocracia imperante en la Iglesia apostólica católica romana, la misma que permite de manera sistemática actos de violación en sus filas. El aprovechamiento de la fe de sus fieles con fines absolutamente sexuales.

Muchos plantean que no ha sido así, que son casos aislados e individuales, pero la evidencia confirma lo contrario: las violaciones al interior de la iglesia católica son sistemáticas y responden a un método calculado y a un proceso de defensa y desviación de la mirada que pretende transformar a los sacerdotes y monjas, criminales, en víctimas de una sociedad violenta.

En Mateo 19:14, se menciona la popular frase de Jesús, “dejad que los niños se acerquen a mi”, sin embargo, dicha referencia ha sido utilizada igualmente para permitir y legitimar el abuso a menores.

Una realidad tal que si observamos, al menos por un segundo, algunos medios de comunicación, podemos evidenciar la manera como la dominación sobre la fe se ha ido transfiriendo en dominación sobre el cuerpo, dominación que posteriormente se configura en la utilización del cuerpo humano como un medio para el placer sexual, uno, aparentemente no pecaminoso sino, por el contrario, santificado –discursivamente– hasta el punto de hacer creer a sus víctimas que dichos actos los acercarán más a un dios que observa con buenos ojos aquellas santas felaciones. Violaciones, relaciones engañosas, manipulaciones, agravadas, además, por el no uso de condón, con los embarazos no deseados y con la negación al aborto –como parte de sus creencias en el proceso de gestión de una nueva vida.

Aquí cabe volver a la crítica, sin embargo, una que no se quede únicamente en los debates ideales o en la teología más compleja, una crítica a la Iglesia fundamentada en recuperar la memoria de todo lo realizado en este –y otros campos– por una organización administradora de la fe y la esperanza más genuina de millones de personas para instrumentalizarlas, valiéndose para ello de sus más profundas convicciones.

Una realidad facilitada por la poca capacidad de reflexión de muchas personas que, apegados a sus creencias permiten la reproducción y prolongación en el tiempo de una Iglesia que vive abonada en privilegios de todo tipo, terminando por ser uno de los mayores poderes terratenientes, casatenientes, financieros y comerciales en muchas partes del mundo, entre ellos nuestro país. Un poder que les facilita la impunidad o la conciliación económica con sus víctimas por acceso carnal violento –sometidas a cargar una vida de culpa–, como lo evidencia la práctica judicial del Opus Dei

En definitiva, tal como lo plantea Marx en la obra aquí mencionada, los procesos de crítica no deben quedarse en el estado de lo teórico, deben trascender hacía una práctica reflexiva que permita romper las cadenas de dominación moral, para avanzar hacia una realidad en la que ninguna forma de explotación sea legitimada desde ninguna perspectiva..

  • Miembro del Colectivo de Maestros Leonardo Posada – William Agudelo del Partido Comunista Colombiano.

Información adicional

Autor/a: Juan Sebastian Sabogal Parra*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº303, 18 de junio - 18 de julio de 2023

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