El MAS, de la hegemonía a la autodestrucción
El presidente boliviano, Luis Arce, tras el intento de golpe de Estado ocurrido el 26 de junio. / France 24 español

El fracasado golpe de Estado ha proporcionado a Arce una ola de apoyo internacional y nacional. Sin embargo, el oxígeno extra no le durará, con una situación económica que empeora por momentos

Pablo Castaño 28/06/2024

La intentona de golpe de Estado del comandante Juan José Zúñiga en Bolivia el pasado 26 de junio despertó una rápida oleada de condenas. Volvían a sonar los tambores del golpismo en América Latina, solo año y medio después del intento de los bolsonaristas de tomar el poder por la fuerza en Brasil y cinco años después del derrocamiento armado de Evo Morales. Sin embargo, el fracasado y algo esperpéntico pronunciamiento de Zúñiga no responde al modelo tradicional de militares derechistas que intentan expulsar del poder a un gobierno de izquierdas, con la complicidad más o menos descarada del vecino del norte. Tampoco tiene que ver con el control de los ricos yacimientos bolivianos de litio, como algunos sectores de la izquierda se apresuraron a afirmar en redes sociales.

La asonada de La Paz fue más bien una manifestación de la guerra fratricida que desangra a la izquierda boliviana desde hace años, arrastrando a todo el sistema político. Zúñiga sacó las tropas a la calle como reacción a la decisión del presidente Luis Arce de destituirlo, después de que el militar amenazase con detener a Morales si intentaba presentarse de nuevo a las elecciones pese a la prohibición de los tribunales –el comandante amenazó a un expresidente en pleno directo televisivo–. Arce y Morales coincidieron en su repulsa del pronunciamiento militar, pero no hay reconciliación a la vista entre los antiguos compañeros.

El enfrentamiento entre ambos líderes ha fracturado profundamente el Movimiento al Socialismo (MAS), que gobierna el país desde 2006 con la única interrupción del año de gobierno golpista de Jeanine Áñez (2019-2020). Arce sustituyó a Morales como candidato en las elecciones del 2020, después de la catastrófica gestión de Áñez, pero el carismático expresidente nunca aceptó hacerse a un lado. La rivalidad entre ambos escaló hasta convertirse en una guerra total, con los parlamentarios del partido divididos entre uno y otro, y la política boliviana paralizada en un momento de inestabilidad económica que amenaza con llevarse por delante los enormes logros de los primeros gobiernos del MAS.

La agonía del ‘proceso de cambio’

Para entender la actual crisis del MAS es necesario remontarse al menos al referéndum de 2016, en el que un superpopular Evo Morales intentó modificar la Constitución para permanecer en el poder más allá de los límites establecidos por la Carta Magna impulsada por su propio partido, en 2009. Para sorpresa de muchos, el ‘no’ a la reelección ganó por un estrecho margen, demostrando que la mayoría social boliviana apoyaba el proyecto de transformación social y económica liderado por Morales –el llamado ‘proceso de cambio’– pero no su perpetuación en el poder. Desde entonces, el exsindicalista cocalero y primer presidente indígena del país inició una ofensiva para retorcer el resultado de las urnas. En 2017 el Tribunal Constitucional –fiel al MAS en ese momento– reinterpretó la constitución para permitir otro mandato de Morales, que ganó las elecciones de 2019 por un estrecho margen y en medio de un creciente descontento de amplios sectores de clase media que en el pasado le apoyaron.

Las acusaciones de fraude electoral contra el Gobierno lanzadas por la Organización de Estados Americanos (OEA) –nunca demostradas– legitimaron un movimiento de protesta que pronto se transformó en un golpe de Estado cívico-militar. Los líderes del MAS se vieron obligados al exilio, decenas de manifestantes murieron a manos de las fuerzas sublevadas y la senadora Áñez se hizo con el poder, con la complicidad de numerosas fuerzas políticas de derecha y centro.

El frágil gobierno golpista desempeñó una desastrosa gestión de la pandemia, llena de corrupción, y acabó aceptando la convocatoria de elecciones libres para el año siguiente. Luis Arce, el candidato del MAS, arrasó con el 55% de los votos, un resultado propio de la época gloriosa de Morales. El nuevo presidente, poco carismático pero reconocido por su desempeño como ministro de Economía en diversos gobiernos del MAS, todavía presumía en 2022 de mantener a Bolivia con la menor inflación de toda América (poco más del 1%, pese a la guerra de Ucrania). Sin embargo, se iban agotando las cuantiosas reservas de divisas acumuladas durante los años de bonanza económica, en los que Bolivia consiguió crecer a ritmo récord y reducir drásticamente la pobreza gracias a programas sociales financiados con las exportaciones de hidrocarburos. La pandemia y la bajada de las ventas de gas, combinadas con la lentitud del despegue del sector del litio, están detrás de la actual crisis económica, que ha hundido la popularidad de Arce.

Hacia el bloqueo político

El fracasado golpe de Estado le ha proporcionado a Arce una ola de apoyo internacional (prácticamente todos los presidentes latinoamericanos rechazaron el pronunciamiento) y nacional (incluso los políticos encarcelados por el golpe del 2019 condenaron el movimiento del comandante Zúñiga) y un baño de masas en La Paz. Sin embargo, el oxígeno extra no le durará, con una situación económica que empeora por momentos. El intento de golpe tampoco servirá para reconciliarle con Evo Morales. El presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, cercano al expresidente, ha reproducido la teoría de la conspiración del ‘autogolpe’ ideado por Arce, emitida por Zúñiga sin aportar ninguna prueba y difundida por la oposición conservadora.

Las próximas elecciones están programadas para el 2025, pero el bloqueo parlamentario y judicial derivado por el enfrentamiento Arce-Morales arroja dudas sobre el proceso electoral. ¿Se celebrarán las primarias de los partidos? ¿El Tribunal Electoral descartará definitivamente una nueva candidatura de Morales? ¿Quién se quedará las siglas del MAS? A estos interrogantes se suma la debilidad de la oposición conservadora, que después de casi dos décadas de hegemonía masista no ha sido capaz de construir una alternativa sólida que no sea volver al elitismo y racismo tradicionales del establishment boliviano.

La toma armada de la Plaza Murillo no alterará el bloqueo de la política boliviana, incapaz de ofrecer soluciones a la crisis económica y aún menos de volver a ser el motor de cambio social que fue durante la época dorada del MAS. En un momento en que la izquierda latinoamericana está a la defensiva, el Gobierno boliviano ya no es fuente de inspiración para las fuerzas progresistas de la región, sino un ejemplo de la infinita capacidad autodestructiva de los partidos políticos.

—————–

Pablo Castaño es periodista y autor de Lef-Wing Populism and Feminist Politics: Women’s Movements and Gender Equality Policies in Evo Morales’ Bolivia (2022).

Autor >

Pablo Castaño es periodista y autor de Lef-Wing Populism and Feminist Politics: Women’s Movements and Gender Equality Policies in Evo Morales’ Bolivia (2022).

Información adicional

La izquierda boliviana
Autor/a: Pablo Castaño
País: Bolivia
Región: Suramérica
Fuente: Público

Leave a Reply

Your email address will not be published.